El Coronacolapso es síntoma de la enfermedad capitalista:

Colapso sanitario y demás aberraciones de un sistema criminal

12/05/2020
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El Coronacolapso ha dejado al desnudo la abyección capitalista que convierte la sanidad en mercancía, para beneficio de la clase burguesa. Ha puesto de manifiesto una situación mundial de precariedad y explotación contra la clase trabajadora que es brutal: el personal médico ha tenido que trabajar sin equipos de protección anti-contagio porque los Estados burgueses no los han suplido; la carencia de materiales ha aumentado el contagio y ha provocado muertes que se hubieran podido evitar; miles de personas han muerto por falta de personal médico, de hospitales, de máquinas de respiración asistida. Miles de ancianos no han podido acceder a respiradores en los hospitales, tras haber sido explotados toda su vida. En las residencias de ancianos se ha producido una mortandad porque los propietarios de dichas residencias capitalizan reduciendo personal y sobreexplotándolo, lo que precariza las condiciones de vida de los ancianos [1].

 

 

 

La situación de pandemia y de confinamiento sin subsidios ha empujado a millones de personas a situaciones desesperantes: millones de trabajadores informales, parados de larga duración, trabajadores a merced de las Empresas de Trabajo Temporal, artistas, músicos, vendedores ambulantes, jornaleros, trabajadoras de limpieza y cuidados (en la mayoría de los casos no declaradas por los empleadores), migrantes en situación de marginación administrativa por causa de leyes lesivas [2], han padecido y padecen física hambre. Mujeres, niñas y niños han tenido y tienen que convivir con un maltratador, encerradas, lo que ha causado un incremento de suicidios. Y mientras tanto, mientras la clase explotada viene falleciendo por falta de insumos médicos y viene padeciendo hambre por falta de subsidios, mientras crece su angustia en cubículos habitacionales de escasos metros cuadrados o en chabolas sin agua, la banca ha recibido millonadas de los Estados burgueses. En todos los países capitalistas ha sido recurrente la inyección de inmensas cantidades del presupuesto público a la banca privada y a los mayores empresarios, un gigantesco robo amparado en la excusa de "la crisis del Coronavirus". Cuando la crisis es precisamente inherente al capitalismo: la crisis sanitaria le es inherente, la crisis económica también. Los Estados burgueses han favorecido a la gran industria con exenciones de impuestos, con el pago de las cotizaciones sociales desde el presupuesto público para dejar intactas las grandes fortunas, con subsidios millonarios a los más ricos, con facilidades de despido y de incremento de la explotación contra la clase trabajadora, etc. El gran capital roba y roba al presupuesto público: acelera la acumulación capitalista mientras las mayorías padecemos sufrimiento, privación de libertad, ansiedad, precariedad, hambre y muerte.

 

En los países más brutalmente saqueados por la voracidad capitalista, la parte más empobrecida de la clase explotada se ha visto obligada a sacar los cadáveres de sus seres queridos a las aceras [3], porque el Estado burgués, tras haber decretado severos recortes en Sanidad que participaron del colapso de los hospitales, no agilizó la recogida de cadáveres, mientras que el traslado de dinero público a la gran empresa fue sumamente ágil. En varios países capitalistas se han descubierto camiones con cadáveres putrefactos, mientras los familiares intentan saber en qué fosa común están sus seres queridos; no hay respeto por el dolor de las familias. En decenas de países, millones de personas viven en chabolas sin agua corriente, en condiciones de desnutrición, a merced de que cualquier epidemia arraigue tenazmente y las arrase (de hecho, varias enfermedades curables asesinan anualmente a millones de personas, porque en el capitalismo la medicina y las vacunas no son accesibles a todo el mundo). El coronavirus tiene la posibilidad de clavar sus dientes más afilados sobre pequeños campesinos e indígenas, privados del acceso al agua por grandes multinacionales, como en el caso de los indígenas Wayú de Colombia, que están sufriendo un Genocidio (muriendo de sed y hambre) desde que tres multinacionales (Billiton, Glencore y Anglo American) desviaron un río para su explotación de la mayor mina de carbón a cielo abierto del mundo[4] (toneladas de carbón son encaminadas hacia Europa y Estados Unidos, para su sobreconsumo energético).

 

 

En países gangrenados hasta la médula por el capitalismo, como Estados Unidos, miles de personas han muerto sin la debida asistencia médica, algunas sin siquiera ingresar a un hospital por no tener "seguro médico"(privatización total de la sanidad). Frente a la cruel realidad de centenares de miles de personas sin techo en EEUU, las "medidas tomadas" por las autoridades han sido consternantes, como la que implementaron en Las Vegas: pintaron líneas blancas en el suelo de parkings para que las personas sin techo sigan durmiendo en las calles, pero “respetando la distancia de seguridad” [5]. La cantidad de fallecidos por la combinación entre coronavirus y capitalismo es tan elevada en Estados Unidos, que miles de personas son enterradas en gigantescas fosas comunes: la población más golpeada por los contagios es la clase trabajadora que vive hacinada y en la mayor precariedad, y por supuesto los trabajadores obligados a ir a trabajar en plena pandemia: la población afrodescendiente, indígena y latinoamericana es especialmente golpeada [6]. El hacinamiento carcelario también incrementa los contagios [7].


En el mundo entero, en los países capitalistas, millones de trabajadores han sido obligados por la patronal a ir a trabajar en sectores no indispensables para frenar una pandemia (automotriz, aeronáutico, armas, electrodomésticos, construcción, textil, etc.). Esta explotación ha permanecido incluso en las fases más graves de la pandemia, poniendo en riesgo las vidas de millones de trabajadores y las de sus familias, y contribuyendo a la expansión del contagio.

 

Esta vulneración contra la salud de toda la población ha sido avalada por los Estados burgueses, para que la patronal no dejara, ni unas semanas, de ganar sobre el trabajo ajeno, sobre la plusvalía que nos roba; también fue avalada para que los grandes empresarios no tuvieran que pagar la retribución por baja laboral, como correspondería por emergencia sanitaria: con toda la plusvalía que le roban a los trabajadores durante todo el año, bien podrían haber pagado bajas por pandemia, pero no han querido sacar ni la más mínima migaja de sus gigantescas fortunas. Obligar a millones de trabajadores a ir a trabajar en sectores no indispensables, ha causado mayor propagación del virus y prolongación del confinamiento: lo que ha repercutido en la quiebra de pequeños comercios, en la quiebra de millones de familias trabajadoras del sector informal, en el agravamiento de enfermedades crónicas por el sedentarismo, en las muertes por coronavirus y por todas las demás afecciones de salud que no han sido atendidas durante meses.

 

Los Estados burgueses han avalado todo lo requerido por la gran industria, mientras han tenido el cinismo de culpabilizar de la expansión de la epidemia a la clase trabajadora, a las pocas personas que han osado salir de sus cubículos habitacionales (unas impelidas por respirar aire puro, otras por escapar del infierno del maltrato, otras impelidas por el hambre). Los medios han culpabilizado sin reparo a quienes hayan intentado no morir de hambre confinados y sin subsidios, pero en cambio han hecho silencio total sobre la cotidiana situación de contagio que representan los hacinamientos fabriles. Las fuerzas represivas han repartido multas y palizas a granel: miles de personas han sido brutalmente golpeadas por la policía, teniendo incluso un “salvoconducto” para ir a hacerse explotar en sectores no indispensables o para ir a trabajar en el sector sanitario o alimentario; pero la policía no les ha dado siquiera el tiempo de mostrarlo, procediendo con violencia a tirarlas al suelo, reventarles el cuerpo a patadas, hacerlas desvestir para humillarlas y demás torturas que hemos podido apreciar en infinidad de videos (las redes todavía escapan, en alguna medida, a la censura mediática y manipulación que presenta a las fuerzas represivas como “fuerzas del orden”) [8].