Colombia: retazos de historia

La Traición Oficial como constante política

23/10/2019
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Introducción

 

Repaso la historia reciente de Colombia y reveo con curiosidad y preocupación el espacio y la difusión que la prensa de mi país y del Continente le han dado a las Conversaciones de Paz entre las FARC, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, y el gobierno colombiano. Parecería que toda la historia infructuosamente rebelde de Colombia, se limita a los 60 años de lucha guerrillera desde cuando Pedro Antonio Marín, conocido como Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo, y un grupo de campesinos liberales, se reunieron en “un lugar de las montañas” el 30 de mayo de 1964 y le dieron comienzo real a lo que había sido ya una lucha de 16 años desde el asesinato en Bogotá del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948.

 

No es así. Esa fecha de inicio de las FARC como fuerza armada insurgente y revolucionaria, fue apenas un hito de la más que centenaria protesta popular contra la codicia y la explotación de unas élites sociales y económicas que han dominado la historia de Colombia desde la conquista y la colonización hispana, e incluso desde el 20 de julio de 1810 cuando se produjo en Santa Fe de Bogotá el llamado Grito de Independencia, independencia que aún, 209 años después, no se concreta del todo porque hoy son otros los amos, más fuertes y más codiciosos. Sin embargo, esa fecha, 20 de julio de 1810, sí le dio a Colombia la posibilidad de iniciar un camino de búsqueda de la Libertad que culminó nueve años después con el triunfo del ejército libertario sobre el Imperio Español, en el Puente de Boyacá, el 7 de agosto de 1819.

 

Pero tampoco ese histórico hito independentista ya bicentenario, fue el inicio de la rebeldía y la protesta. Empezó mucho antes y tuvo trágica respuesta, porque la violencia oficial en Colombia no se inicia con el execrable asesinato de mediados del Siglo XX, sino que ocupó casi todo el siglo XIX como recuerda Gabriel García Márquez cuando, en Cien años de Soledad, cuenta que el Coronel Aureliano Buendía promovió durante gran parte de ese siglo violento 32 guerras civiles y las perdió todas. Metáfora triste de una realidad política que aún está vigente.

 

El rechazo del pueblo colombiano a la desigualdad, la injusticia, la explotación de los Poderes ya imperiales de viejo cuño, ya imperiales de hoy, ya oligárquicos de siempre, tampoco se limita a las Guerrillas liberales del Tolima ni a las FARC de hoy. Entre el regreso actual de una parte de las FARC a la lucha guerrillera, con las mismas metas de independencia pero con distintos objetivos militares, y las primeras muestras de rebeldía ante la explotación del Poder, han transcurrido mucho más de 60 años. Son 238 años desde cuando los “Comuneros” de El Socorro, Simacota, Charalá, Mogotes y otros pueblos en el Centro Norte del país, se rebelaron contra la exacción, el atropello, los tributos, el monopolio y los diezmos eclesiales impuestos por la Corona Española, y el 16 de marzo de 1781, cansados de abusos y expolios y en la voz de una vivandera de El Socorro, Manuela Beltrán, la voz del pueblo se alzó en su voz contra el gobierno colonial local con el grito: “Viva el Rey y muera el mal gobierno. No queremos más impuestos”.

 

No se rechazaba aún el poder imperial español a pesar de que 5 años antes en el norte del continente se habían alzado y declarado su independencia de Inglaterra las 13 Colonias estadounidenses; ni de que solo 2 años antes los franceses se habían tomado la Bastilla y declarado la muerte del Ancien Regime; ni de que hacía apenas un año, en Bolivia, José Gabriel Condorcanqui Túpac Amarú, había hecho estallar la Gran Rebelión contra el Imperio Español. Pero tal vez los Comuneros de El Socorro, rebeldes frente al Gobierno de la Real Audiencia de Santa Fe pero leales a Carlos III, Emperador de las Españas, no tuvieron noticia a tiempo de tales acontecimientos. No tenían, como hoy nuestros Millennials, Redes Sociales de información inmediata. Redes que, dada la situación actual del país, no es que sirvan de mucho… Pero ese es otro tema.

 

Como lo sugiere García Márquez, o lo hemos leído en los libros de historia, o lo hemos vivido desde niños como es mi caso, la historia de Colombia está marcada por la violencia y la sangre, y sus cortos pero evidentes momentos de rebeldía y protesta, se han sucedido cada tanto desde aquellos viejos comuneros que, dicho sea de paso, terminaron entonces de la misma manera como siguen terminando en Colombia los que se atreven a pensar en revoluciones: traicionados y asesinados.

 

Porque en nuestros países la traición no es nueva. Viene de lejos. Los bicentenarios Comuneros fueron zalameramente engañados por la apostólica palabra del Arzobispo de Santa Fe, Antonio Caballero y Góngora, quien les ofreció no solamente atención a sus cuitas y requerimientos, sino el indulto, ya como Virrey, a los jefes principales de la rebelión. Las cabezas cercenadas y las extremidades amputadas de José Antonio Galán, Lorenzo Alcantuz, Isidro Molina y Manuel Ortiz, exhibidas para escarnio y terror populares, dieron cuenta en su memento de cómo las gasta el Poder y cómo reacciona ante la protesta legítima de los pueblos sojuzgados. Y con bendición eclesiástica…

 

Como lo expresó Fidel Castro a inicios de la Revolución Cubana cuando intentó convertir los Andes en otra Sierra Maestra, “Colombia será el último país de América Latina en abrazar el Socialismo, si es que algún día lo hace, porque tiene la Clase dirigente más culta, inteligente y sin escrúpulos del Continente”. Palabras más palabras menos porque cito de memoria.

 

Los momentos históricos de rebeldía del pueblo colombiano, le dan la razón a Fidel aunque sea solo en la parte de la falta de escrúpulos porque en términos de Cultura las cosas han cambiado bastante. Hoy en día, como lo demuestran personajes de la vida política de mi país en los últimos 70 años, ya no es necesario en Colombia ser Académico para ser presidente. Nombres como Julio Cesar Turbay Ayala, Álvaro Uribe Vélez o Iván Duque, hacen pensar que ya mismo estaremos al nivel de los Estados Unidos de los dos Bush, de Ronald Reagan y de Donald Trump.

 

Pero vamos a los nuevos tiempos

 

Hagamos un corto repaso, sin remontarnos a Los Comuneros de 1781, de los instantes que, entre el Grito de independencia del 20 de julio de 1810 y el Manifiesto reciente de las FARC anunciado su regreso a las armas, ha tenido Colombia de intentos de Revolución.

 

Aparte de las literariamente famosas 32 Guerras Civiles del Coronel Aureliano Buendía, el Siglo XIX fue testigo de algunos intentos de caminar por senderos distintos de los que ha señalado el Poder oligárquico de Colombia, sustentado por sus cimientos más firmes: la influencia preponderante de la Iglesia Católica en los destinos del país. No sobra recordar que la Constitución de 1886, redactada por la intelectualidad conservadora con la pluma del Académico ultra conservador Miguel Antonio Caro, no solo ha sido la más duradera en la historia del país, casi 100 años de vigencia entre 1886 y 1991 cuando se abolió y se sustituyó por la de ese año durante el gobierno de César Gaviria, sino que fue calificada por el escritor francés Víctor Hugo como “Una Constitución para ángeles”. Tan católica era… 

 

Unos años antes de esa Carta Magna, dos hombres del pueblo habían logrado ejercer la presidencia, aunque ambos apenas por un período de 6 meses. Tiempo en el cual, informados los dos de las teorías socialistas surgidas en la Europa de Marx y Engels, y conocedores del pensamiento de Prudhom, Saint-Simon, Fourier y otros ideólogos liberales y socialistas decimonónicos, quisieron en sus cortos periodos hacer reformas políticas. Pero no tuvieron eco en sus respectivos Congresos.

 

El primer intento socializante que la oligarquía colombina no permitió, fue el interregno de 6 meses en los cuales fue Presidente el General José María Melo, aliado de un presidente liberal reformista que no fue del agrado de la jerarquía católica ni de la sociedad conservadora bogotana, José Hilario López. A quien sucedió otro, para esa élite peor aún, el liberal socialista José María Obando, a quien sus electores Liberales le exigieron cerrar el Congreso ultra conservador. Pero Obando, demócrata, prefirió renunciar al poder.

 

El partido de los artesanos, que había elegido Presidente a Obando, designó a José María Melo como sustituto por sus ideas socialistas. Ante lo cual el sector terrateniente y comercial del país acudió a la ayuda de EE UU, Inglaterra, Francia y Prusia, perjudicadas por un gobierno que tendía a una incipiente industrialización en lugar de privilegiar las importaciones. Las potencias del momento enviaron armas y recursos a los grandes terratenientes e importadores, quienes derrotaron a las fuerzas del gobierno, apresaron a Melo y lo expulsaron a Costa Rica. De allí pasó a Nicaragua, se unió las fuerzas que enfrentaban al filibustero estadounidense William Walker, y terminó su periplo en México unido a la Presidencia de Benito Juárez, a quien apoyó; pero el apoyo le costó la vida, asesinado por la oposición al mandatario mexicano.

 

A José María Melo, por la similitud de sus ideas y de su vida y por su periplo revolucionario por Colombia y Centroamérica se le ha llamado “El Che Colombiano”.

 

Otro intento de cambio lo protagonizó poco después Juan José Nieto Gil, quien, para mayor inri de la historia colombiana, fue eliminado de ella por negro. En realidad era mulato y de ojos verdosos, según datos ciertos, pero la racista sociedad cartagenera, donde ejercía como Gobernador de la Provincia de Bolívar, lo consideraba inferior a sus pergaminos genéticos, y lo borró de la historia. Fue Presidente durante un vacío de poder que se creó del 25 de enero al 18 de julio de 1861 cuando el derrocamiento del Presidente conservador Mariano Ospina Rodríguez, por parte de las fuerzas liberales de Tomás Cipriano de Mosquera, le permitió acceder la Presidencia de los Estados Unidos de Colombia, como se llamaba entonces el país, mientras Mosquera llegaba a Bogotá desde el lejano Sur y asumía el mando.

 

A Juan José Nieto el historiador colombiano Orlando Falls Borda lo describe como un mulato "fornido, de piel cetrina clara (trigueña oscura), ojos zarcos verdosos, nariz recta y ancha, labios finos, cejas arqueadas y cabello negro medio rizado". Para la Cartagena de entonces y la de ahora con sus elitistas Reinados de Belleza, no era lo suficientemente blanco para ser reconocido Presidente, de modo que los historiadores del patio alegaron que “solo había sido Presidente un corto período de 6 meses y no merecía tal ubicación histórica”. Aún hoy la historia lo margina, a pesar de que en ella constan dos presidentes con escasos dos meses de ejercicio: Víctor Mosquera Cháux en remplazo provisional de Julio César Turbay Ayala, y Carlos Lemos Simonds que la ocupó durante una corta ausencia de Ernesto Samper. Pero los dos suplentes eran de la rancia estirpe social de Popayán, otra de las cunas de la aristocracia del país, de modo que ellos sí merecían estar en la historia y dejar colgados sus retratos en el salón de los Presidentes.

 

Lo cual me recuerda otro dato: Por mucho tiempo estuvo perdido un retrato del Presidente interino José María Melo en algún archivo de la ciudad Heroica. Hallado que fue, un poco deteriorado por el abandono, la élite cartagenera lo envió a Francia para restaurarlo y, de paso, blanquearle el rostro para que fuera “más digno”. Pero no bastó el blanqueamiento del retrato para que los Académicos lo aceptaran en la historia…

 

Lo cierto parece ser que sus ideas reformistas, algo cercanas al socialismo, conspiraron también para su “ausencia histórica” de los archivos nacionales colombianos.

 

Y en los tiempos modernos… 

 

Tendrían que pasar casi 40 años hasta la Revolución Alfarista en Ecuador, para que su ejemplo traspasara las fronteras y contagiara a un general colombiano experto en derrotas, pues que ya había participado en algunas guerras civiles de las que habla García Márquez, y de las cuales había salido derrotado: el General Rafael Uribe Uribe, liberal de ideas socialistas corporativas, quien fuera el modelo del escritor para su Coronel Aureliano Buendía.

 

Amigo epistolar y quizá personal de Eloy Alfaro pues que ambos anduvieron por Centroamérica a fines del Siglo XIX y comienzos del XX, en busca de recursos y apoyo para sus afanes revolucionarios, Rafael Uribe Uribe intervino en las guerras civiles de 1885 y 1895 contra sucesivos regímenes conservadores, a raíz de lo cual, derrotado, perseguido, encarcelado y amnistiado, insistió en su vida pública de guerrero revolucionario, como protagonista de una nueva insurrección liberal a fines del siglo XIX contra el gobierno conservador de José Manuel Marroquín. Fue durante ese gobierno cuando, en 1903, Colombia fue despojada por los EE UU del Departamento de Panamá. La oligarquía panameña, con el apoyo del Gran Garrote de Theodore Roosevelt, obtuvo su separación de Colombia en ese año, aprovechando la ya en marcha última guerra civil, oficialmente hablando, de Colombia: la Guerra de los Mil Días, encabezada por Uribe Uribe.

 

EE UU quería terminar la construcción del Canal de Panamá, iniciada por Fernando de Lesseps para Francia, y lo hubiera hecho con el gobierno colombiano que fuere, incluso con el de Uribe Uribe si éste hubiera sido el vencedor de la guerra. Pero el Imperio nunca ha querido socios díscolos sino siervos sumisos. Y Panamá era el preciso, al menos hasta que llegó Omar Torrijos y mando a parar.

 

Rafael Uribe Uribe, el caudillo liberal socialista, logró importante participación política entre 1884 y 1909, con el intervalo militar de la Guerra de los Mil días, y como ministro y delegado ante los gobiernos de Argentina, Chile y Brasil entre 1905 y 1909. Su trabajo político finisecular del XIX se refleja en el llamado Olimpo radical, que heredara del Presidente Tomás Cipiriano de Mosquera la Reforma que dio como fruto la Constitución de Rionegro, de 1863, vigente hasta la pérdida de la guerra civil de 1885, que dio como resultado la restauración del régimen conservador y la proclamación de la ya mencionada Constitución para ángeles de 1886, que dirigió por casi un siglo los destinos políticos de una Colombia ultra católica y conservadora que ya entonces, mediante los ideólogos y autores de dicha constitución, había sido “Consagrada al Corazón de Jesús”.

 

Una piadosa consagración…

 

El Arzobispo Primado de Bogotá, Bernardo Herrera Restrepo, no encontró otra solución a los graves problemas de un país en guerra que acudir al Sagrado Corazón de Jesús y consagrarle a la sacratísima efigie la República toda, lo cual ocurrió el 22 de junio de 1902. A los 5 meses de dicha consagración y puesta la primera piedra del Templo del Voto Nacional, consagrado a la consagración aludida, la guerra terminó con la llamada Paz de Wisconsin. Hasta hoy no se sabe si fue la sagrada intersección del Corazón de Jesús la causante de la finalización del sangriento conflicto, o algo ayudó el hecho, conocido por el arzobispo Herrera Restrepo, de que 10 días antes, el 12 de junio del milagroso año, el gobierno conservador, agotados los recursos para continuar la guerra, ofreció a la huestes liberales de Uribe Uribe un muy generoso indulto si rendían sus armas y se desmovilizaban. Lo cual hicieron en la hacienda Neerlandia el 24 de octubre de 1902, a cuatro meses y dos días de la piadosa consagración, ocurrida 12 días después del Indulto gubernamental.

 

Que el milagro fue del Sagrado Corazón de Jesús y no a causa del Indulto del Presidente Marroquín, lo atestigua el hecho de que la Consagración al Divino músculo palpitante se mantiene en Colombia, y se renueva cada año con un solemne Te Deum en la Catedral Primada, con asistencia del Presidente de la República y la crema y nata de la sociedad bogotana.

 

Con un agregado desde 2008 cuando un creyente en el Sagrado Corazón de María, el norteamericano Rick Miller, convenció al Presidente Uribe de que él era, el gringo, no Uribe, Mensajero Directo de la Virgen María. Con lo cual estuvo de acuerdo el cardenal Primado de Colombia entonces, Monseñor Pedro Rubiano, quien agregó que "la Virgen se encargará de ayudar a liberar a todos los secuestrados, de llamar a su redil a la guerrilla y a los grupos paramilitares, y de acabar con la corrupción política y la violencia". Aparte de que, según el gringo del cuento, Colombia sería Faro de Luz para la humanidad.

 

Siendo como es hoy el asunto de las guerrillas, el de la corrupción y el de la violencia, tal parece el que Faro de Luz y Felicidad anda un poco apagado… Y las guerrillas un mucho prendidas…

 

Pero, de todos modos, se comprueba que la oligarquía económica y social de Colombia ha sido siempre devota de los Sagrados Corazones… 

 

Una vieja costumbre menos piadosa

 

Rafael Uribe Uribe seguía siendo un incordio para las élites colombianas por sus idas revolucionarias y socialistas, por las que luchaba desde los escaños del Congreso. Hasta 1914 se había negado a secundar una supuesta Unión Republicana de los dos partidos tradicionales colombianos, Liberal y Conservador, ambos de derecha, y esa fue la gota que derramó la copa. Una conspiración, cuyo resultado final se supo en Caracas tres días antes de que ocurriera su planificado final, determinó que Uribe Uribe era un estorbo para los designios del Corazón de Jesús, posiblemente, y se contrataron los servicios de dos adelantados del sicariato actual, Leovigildo Galarza y Jesús Carvajal, quienes lo esperaron en las gradas de Capitolio cuando subía con un proyecto bajo el brazo destinado a proteger a los trabajadores colombianos de los accidentes de trabajo. Los dos asesinos lo atacaron a golpes de hachuela –eran carpinteros de profesión– y lo dejaron mal herido. Lo alcanzaron a llevar al hospital pero murió en la madrugada del 16 de octubre de 1914.

 

A partir del asesinato Colombia entra en un intervalo de forzada paz bajo la hegemonía conservadora hasta 1930, de regímenes liberales de ahí a 1946, y del regreso del conservatismo hasta la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla de 1953 a 1957, el único Golpe de Estado en el Siglo XX. Golpe que fue resuelto mediante la alternancia derechista en el Poder por parte de los dos partidos tradicionales durante el llamado Frente Nacional, de 1958 a 1974.

 

Pero la Paz de Wisconsin ya había periclitado y los regímenes conservadores de 1914 a 1930, y la subsiguiente hegemonía Liberal de 1930 a 1946, determinaron de nuevo la vieja injusticia, los despojos, las desigualdades en la propiedad de la tierra, los asesinatos de campesinos por el conflicto básico y fundamental en toda la historia del país más desigual de América Latina en ese aspecto, la tenencia de la tierra, y en los años 40s del siglo pasado surge de nuevo la protesta social campesina con la aparición de las llamadas Guerrillas de los llanos Orientales, ante el retorno de los regímenes conservadores sucesivos de Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez y la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla de 1953 hasta 1957, cuando entregó el poder presionado por los estudiantes, soliviantados por la oligarquía nacional que ya estaba descontenta por “la falta de Democracia”.

 

Las Guerrillas del Llano, comandadas por Guadalupe Salcedo, Dumar Aljure y Eduardo Franco Isaza, ponen en aprietos a los gobiernos conservadores ya mencionados. Y es en el de Ospina Pérez cuando ocurre el 9 de abril de 1948 el asesinato del líder liberal socialista y populista Jorge Eliécer Gaitán, lo cual inicia el sangriento periodo llamado La Violencia, de características económicas y políticas, que dura hasta cuando la Junta Militar que remplazó a la dictadura de 4 años del General Rojas Pinilla, firma la paz con los alzados en armas de los llanos, dejando un balance de más de 300 mil cadáveres esparcidos por la geografía colombiana.

 

Pero la clase dirigente colombiana no olvida ni perdona. Y tal como ocurriera con los remotos Comuneros del Siglo XVIII, con Rafael Uribe Uribe en 1914 y con Jorge Eliécer Gaitán en 1948, Guadalupe Salcedo es acribillado por la policía el 6 de junio de 1957 en un barrio de Bogotá por donde caminaba una noche, confiado en la paz que acababa de firmar con la Junta Militar. No estaba en los llanos abiertos, planos y extensos, su territorio y su espacio. La ciudad tenía otros recovecos… Y el Poder político, las armas… 

 

Y entonces, las FARC y el ELN

 

El año 1964 marca un hito importante en la historia de las rebeliones populares de Colombia. Era el segundo período del Frente Nacional, y era el conservador Guillermo León Valencia, de la alta clase social de Popayán, el Presidente sucesor de Alberto Lleras Camargo, liberal, quien había inaugurado el Gran Acuerdo Nacional… de las élites.

 

Las Guerrillas del Llano ya estaban vencidas y arrinconadas con el asesinato de su líder Guadalupe Salcedo y la ejecución de Dumar Aljure 11 años después en un asalto de las FF AA a su refugio, donde murieron Aljure, su esposa y 13 guerrilleros tardíos que lo acompañaban.

 

Pero la gesta revolucionaria de los llaneros impulsó a los también perseguidos campesinos del Tolima, departamento del centro sur occidente del país, a defender sus propiedades de la codicia de los terratenientes de la región. Y a raíz de la Paz firmada por Guadalupe Salcedo, y no creyendo mucho en las promesas oficiales, un grupo grande de guerrilleros se refugia al sur del país, en la región tolimense de Marquetalia, y allí se hace fuerte bajo el mando de uno de tales campesinos, Pedro Antonio Marín, quien sería conocido después como Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo.

 

El gobierno de Guillermo Leon Valencia ordenó el asalto y bombardeo de Marquetalia, por lo cual un grupo de los alzados en armas logra huir por las montañas y, desde allí, “desde un lugar en las Montañas de Colombia”, Manuel Marulanda Vélez crea el llamado Bloque Sur de la Resistencia Campesina Armada, que el 30 de mayo de 1974 pasa a llamarse Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. La organización guerrillera que en 2016 accedió a la propuesta de Paz del entonces Presidente Juan Manuel Santos, quien desistió de mantener la política de Seguridad Nacional, o sea de guerra contra el pueblo, que había sido el motor del gobierno anterior de Álvaro Uribe, y del cual él mismo había sido Ministro de la Defensa. Muy recordado por todos en Ecuador pues que fuera el ejecutor de la masacre aérea de Angostura realizada por el ejército colombiano el 1 de marzo de 2008, posiblemente con la participación logística de las Fuerzas Militares norteamericanas acantonadas todavía en la Base de Manta.  

 

No fueron las FARC el único frente guerrillero que surgiera en Colombia los años sesentas. Conformada un año antes, en 1963, La Brigada pro Liberación José Antonio Galán, en memoria del antiguo comunero decapitado por la Corona Española, la Brigada dio origen al Ejército Nacional de Liberación, ELN, que simbólicamente y en recuerdo de la protesta comunera de 1781, realizó su primera incursión guerrillera en la población de Simacota, Santander, en donde expidieron el “Manifiesto de Simacota” con su ideario político y un lema elocuente en su simplicidad: Libertad o Muerte.

 

El ELN tendría en sus filas en los años siguientes, aparte de su Comando Central dirigido por Nicolás Rodríguez Bautista, “Gabino”, a nombres harto conocidos como el sacerdote colombiano Camilo Torres Restrepo, el sacerdote Manuel Pérez Martínez, “El Cura Pérez” y el también sacerdote Domingo Laín, ambos españoles.

 

El ELN se adhirió desde 2016 a las conversaciones de paz propuestas por el ex Presidente Santos, de Colombia, y se eligió a Ecuador como sede de dichas conversaciones. Ello se mantuvo durante la última parte del gobierno de Rafael Correa, pero el sucesor Lenín Moreno denegó esa posibilidad en 2018, retirando a Ecuador como sede de los encuentros.

 

 Y así, hasta 1970 y el M19

 

Otro grupo guerrillero surgiría en 1970 motivado por un escandaloso fraude electoral. Era abril 19 de 1970 y el gobierno liberal de Carlos Lleras Restrepo, en Colombia, en su último año, organizaba las elecciones que determinarían, dentro del llamado Frente Nacional, el siguiente Presidente colombiano, que debería pertenecer al partido Conservador.

 

Se presentaron dos candidatos, uno de ellos el ex Dictador Gustavo Rojas Pinilla, que había logrado conquistar las esperanzas de un pueblo que recordaba con gratitud algunas de las acciones de su gobierno populista de menos de 4 años, con un mensaje sencillo que las gentes entendían a cabalidad pero que la oligarquía nacional y la Gran Prensa llamaban despectivamente “La Dialéctica de la Yuca”. El ex Dictador había aprendido que a la gente del común no hay que hablarle al cerebro sino al estómago. Y eso, tan obvio, era motivo de burla para la ilustradísima élite bogotana.

 

El Presidente Lleras Restrepo, hombre de baja estatura pero de altos conocimientos económicos, integraba con el Economista argentino Raúl Prebish la avanzada de lo que se llamó el Modelo Cepalino de manejo de la Economía, por su origen en el hoy todavía vigente organismo de las NN UU llamado CEPAL.

 

Un par de anécdotas y un chiste ilustran mejor la personalidad soberbia de Carlos Lleras Restrepo y su fuerte carácter. Es aún recordada en Colombia –y pertinente por su significación contraria al momento político del Ecuador de hoy– la visita que le hiciera una Misión del Fondo Monetario Internacional, que le demandó tomar algunas medidas que no eran de su agrado y que no correspondían a su visión de la Economía del país. Ante el impositivo requerimiento del FMI, el Presidente Lleras les informó secamente que él era, y no ellos, el Presidente de Colombia. Acto seguido ordenó a la Guardia del Despacho: “Acompañen a los señores a la puerta, que ya se van”.

 

En marzo de 1967, a un año de haber asumido el poder, Carlos Lleras expidió en Cadena Nacional de Radio y Televisión, a la una de la mañana, cuando el país estaba dormido, las instituciones oficiales cerradas y el empresariado nacional en "merecido descanso", lo que se llamó el Estatuto de Cambios, que daba un vuelco a la Economía del País, detenía toda acción financiera desde ese momento, regulaba la actividad bancaria, prohibía la salida de divisas del país y ponía freno a las imposiciones económicas que el FMI le acababa de exigir, con la respuesta presidencial que mencionamos en el párrafo anterior. Los bancos y los sempiternos especuladores que a la menor señal de alarma o, al contrario, de prosperidad inusitada sacan sus dólares a los paraísos fiscales, se quedaron, como se dice, "con los crespos hechos". Desde ese momento, nadie pudo mover un dólar de sus cuentas sin permiso del Estado.

 

El chiste se contó por varios años en los mentideros políticos y en las tertulias de café. El Presidente de Colombia reside en la misma Casa Presidencial, el llamado Palacio de Nariño. Una noche el Presidente Lleras –curiosa coincidencia de un presidente que trabajaba 16 horas diarias, con otro que bien recuerdan en Ecuador sobre todo quienes lo odian– salía de su despacho pasada la media noche y se dirigía a sus espacios familiares. Por esos azares de la vida doméstica, su esposa Cecilia de la Fuente transitaba también por los pasillos de la residencia, y al encontrarse sorpresivamente con su esposo, exclamó: "¡Dios mío!". A lo que el Presidente Lleras contestó sin inmutarse: "Entre nosotros Carlos, querida".

 

Con estos antecedentes y otras acciones similares tanto de política externa como de la doméstica, las gentes de Colombia teníamos muy presente la personalidad del Presidente de la República. Y la verdad, a la gran mayoría agradaba ese talante algo soberbio pero, sin duda, respaldado por un gran conocimiento de la Economía y por un nivel intelectual internacionalmente reconocido. Lo que me recuerda a alguien… Tal vez fue Carlos Lleras Restrepo el penúltimo Presidente que hacía recordar el viejo postulado de que en Colombia para ser presidente, primero hay que ser Académico. El Penúltimo. El último fue Alfonso López Michelsen. Ambos, por cierto, de esa alta oligarquía bogotana a la que la suerte del pueblo pueblo le importa menos que su control de los destinos del país. Pero a todo señor, todo honor.

 

En esos años los escrutinios eran lentos y se realizaban desde el día siguiente de las elecciones. Y a las 7 de la noche del lunes 20 de abril, se perfilaba ya un triunfo muy molesto para esa Aristocracia Política: el del ex Dictador Gustavo Rojas Pinilla, a quien esa misma casta socio política había sacado a empellones estudiantiles del poder el 10 de mayo de 1957.

 

De modo que para el gobierno Lleras y sus aliados políticos, las cuentas electorales no cuadraban a comienzos de esa noche. Su candidato, Misael Pastrana Borrero, aparecía muy atrás en los escrutinios. Y en las calles del país, las gentes del pueblo empezaban a proclamar la victoria del ex Dictador y a llenar plazas y calles urbanas.

 

Así que a las 8 de la noche del lunes 20 de abril, un día después de los comicios, todas las emisoras del país y los canales de televisión, entonces solo 3 que monopolizaban la señal, se llenaron con una Cadena Nacional ordenada por el Gobierno. El Presidente Lleras no perdió tiempo en explicaciones imposibles e innecesarias. De modo que se limitó a decir, palabras más palabras menos porque cito de memoria y han transcurrido 49 años:

 

“Colombianos. En razón de los escrutinios de la jornada electoral del domingo 19, el orden público del país está en riesgo de alterarse, por lo cual mi Gobierno ha decidido controlar la situación para evitar desmanes y posibles disturbios perjudiciales para la marcha de la nación”.

 

Sacó entonces su reloj de pulsera, lo puso sobre la mesa, lo miró, y dijo con voz lenta, no alta sino autoritaria:

 

“Compatriotas. Son las 8 y 5 minutos de la noche. A las 9, todos deben estar en sus casas pues desde este momento rige un Toque de Queda Nacional, y el Ejército empezará a patrullar todas las calles de la República. Buenas noches”.

 

Se levantó de la silla Presidencial, miró directo a la cámara un par de segundos, y salió de la Oficina. El mensaje había durado 30 segundos.

 

Yo lo escuchaba en la Cafetería de la Universidad del Valle, donde estudiaba una carrera que poco después abandonaría por aburrimiento: Administración de Empresas. Pasé por el aula a recoger mis libros, y salí a la Calle 5ª del sur de Cali, por donde quedaba la Universidad, casi frente al Parque Panamericano… y me preocupé: Ni un bus a las 8 y 30, ni un taxi vacío, y nadie que se detuviera.

 

De ahí a mi casa, eran aproximadamente unas 80 cuadras que no alcanzaría a caminar en media hora pero, como se dice, “es lo que hay”. Y empecé a caminar tratando de, ya pasadas las 9, no ser muy visible en las iluminadas calles caleñas. Llegué a casa a las 10 y algo de la noche, casi pegado a las paredes, y en un silencio entre divertido y aterrador.

 

Al día siguiente, martes 21 de abril de 1970, el ganador de las elecciones en Colombia era el que fue Presidente desde el siguiente 7 de agosto: Misael Pastrana Borrero.

 

Y es por eso que el Movimiento Guerrillero que se les ocurrió en Yumbo, la zona industrial de Cali, a Iván Marino Ospina, Antonio Navarro Wolf, Rosemberg Pabón y unos pocos más, se llamó M19, Movimiento 19 de Abril. Que por cierto terminó con su acogida a otras conversaciones de Paz, su ingreso a la vida civil sin armas pero con propuestas desde un partido político que se llamó Alianza Democrática M19, y cuyos mayores dirigentes y más de cinco mil de sus integrantes, fueron paulatinamente asesinados por el paramilitarismo para estatal, cuando no por las mismas FF AA y la Policía Nacional, en los siguientes tres años, casi hasta desaparecerlo del panorama político colombiano. Lo que de ese movimiento logró subsistir, formó posteriormente el Polo Democrático Alternativo, con algunas de sus figuras sobrevivientes como Gustavo Petro, ex Alcalde de Bogotá y candidato a la Presidencia de la República. 

 

 La traición del Estado colombiano en manos de las eternas clases dirigentes ultra conservadoras aunque se autoproclamen liberales, ha sido la constante en la vida del país, como lo demuestra en estos momentos el reiterativo y fallido intento de Paz iniciado por el anterior Presidente Juan Manuel Santos, y boicoteado hoy por el actual, Iván Duque, a instancias del mayor enemigo de la Paz que ha tenido Colombia desde su fundación como República: el hoy Ex Presidente Álvaro Uribe Vélez, creador del Paramilitarismo que desde los inicios de las conversaciones de Paz, ha asesinado a más de 600 líderes sociales, dirigentes sindicales, luchadores por la paz y exguerrilleros acogidos a la "Vida Civil". Que en Colombia significa Muerte Segura.

 

Esta es la apretada síntesis de lo que han sido en Colombia 249 años de Resistencia Popular, desde 1781 y los Comuneros de El Socorro contra la Monarquía Española, y luego y desde entonces frente las clases dirigentes colombianas que, a pesar del Grito de Independencia del 20 de julio de 1810, aún mantienen al pueblo colombiano aherrojado con las cadenas casi indestructibles de la Política oficial Conservadora, aunque a ratos se haya denominado Liberal. Cadenas muy bien aseguradas con el mejor engrudo que esas clases dirigentes encontraron para mantener a ese pueblo sometido a sus ambiciones económicas: la Iglesia Católica.

 

Porque la Autoridad la tiene quien tiene el Poder. Y toda Autoridad, viene de Dios…

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/202816
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