Todos juntos a la paz?

16/06/2014
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La segunda vuelta de las elecciones colombianas dejó certezas e interrogantes. Santos quedó vinculado al éxito de las negociaciones de La Habana y con un perfil paradójicamente centro-izquierdista. Pero el uribismo se consolidó como la fuerza política más importante del país.
 
La victoria del candidato-presidente Juan Manuel Santos en la segunda vuelta presidencial del domingo, representó un alivio para muchos colombianos. La posibilidad de que el ex presidente Álvaro Uribe volviese al poder luego de los dos mandatos (2002-2010) que recrudecieron el conflicto social, político y armado, se transformó en el principal motivo por el cual más de dos, de los 20 millones de electores que se abstuvieron en primera vuelta, fueran a las urnas. Sin embargo, tanto el resultado electoral, como el proceso que llevó a la victoria de Santos, dejaron mucho para analizar.
 
En primer lugar, la diferencia de votos que sacaron ambos candidatos entre las elecciones del pasado 25 de mayo y las del domingo resulta llamativa. Santos, que había llegado segundo con poco más de 3 millones de votos, cosechó 7.816.986 preferencias, casi 5 millones más que en primera vuelta.
 
Esto se puede leer como una enorme manifestación de apoyo al proceso de paz que se lleva adelante en La Habana, vinculando obligatoriamente el futuro político del actual presidente a su éxito. Una navaja de doble filo, ya que si bien el santismo apostó todo lo que tenía en cautivar al electorado presentándose como única garantía para la prosecución de los diálogos, por el otro lado podría dar carta blanca al nuevo gobierno para cerrar los acuerdos a cualquier costo.
 
Una posibilidad que pone del lado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) -y, ahora, del Ejército de Liberación Nacional (ELN)- la responsabilidad de sopesar la legitimidad del proceso obligando al gobierno a responder a la altura del mandato que las urnas le entregaron.
 
No podrá -o por lo menos se espera- obviar el tema de las garantías políticas para la participación tanto de guerrilleros, como de movimientos sociales y partidos de oposición, víctimas de una verdadera persecución y exterminio en Colombia desde hace décadas.
 
Santos prometió durante toda la campaña electoral que los acuerdos de paz no iban a representar ningún sacrificio para los colombianos y que, por lo contrario, la paz iba a permitir mudar inclusive importantes partidas presupuestarias de la cartera de Defensa a las de Salud y Educación. Y ante el grandísimo riesgo que corrió su continuidad en estas elecciones no podrá permitirse, ningún error en este proceso, como ya lo han hecho varios de sus predecesores.
 
Porque si hay otra cosa que quedó clara de las elecciones 2014, es que Santos no es invencible, y que solo no hubiese podido superar esta prueba. Necesitó del apoyo explícito de movimientos sociales y partidos políticos opositores a su gobierno, principalmente de izquierda, que vieron el serio riesgo que corría el proceso de paz en caso de victoria del uribismo, y salieron explícitamente a apoyar al mismo presidente que rechazaron durante todo su mandato. Una alianza que profundizó aún más el perfil democrático de Santos y que corrió su fuerza política desde la derecha “tradicional” hacia un centro cuyo devenir está aún en veremos.
 
Quienes apoyaron a Santos, aseguraron que sólo lo hacían en pos de alcanzar la paz y que a partir del final de los comicios iban a volver a la oposición más férrea. Sin embargo, el nuevo perfil parece sentarle bien al mandatario, que estaría dispuesto a abrir espacios en el ejecutivo aún a formaciones progresistas. Algo impensado hasta hace seis meses, cuando se libraban sendas batallas desde el poder para eliminar toda competencia de izquierda en la política formal colombiana.
 
Santos movió fuerte lo que en Colombia llaman “la maquinaria”, su aparato político que logró inclusive acercar posiciones con los caudillos de la costa, regiones donde su candidatura había tenido malos resultados y ahora deberá también devolver favores.
 
Sin embargo, otro dato relevante es que en la última elección la diferencia entre los dos contendientes fue relativamente ajustada. Unos 911.985 apenas marcaron la victoria del actual mandatario. A esto se le suma que Oscar Iván Zuluaga logró hacer temblar hasta último momento a Santos con la sola fuerza del aparato uribista. El Centro Democrático por el cual competía se consagró así como la fuerza política más grande del país, llegando a un ajustado segundo puesto prácticamente por sí solo, contra una alianza anti-uribista de los más variopintos colores.
 
El pasado 9 de marzo, en las elecciones legislativas, la derecha conservadora obtuvo 21 senadores y 12 diputados, un número que junto con los resultados del domingo pasado está lejos de poderse considerar como una derrota. Los 6.905.001 votos de Zuluaga repercutirán también en los acuerdos de paz. Se trata de una porción importantísima del electorado colombiano que expresó explícitamente su desconfianza hacia el proceso y condicionan principalmente a las FARC en sus demandas en la mesa de negociación.
 
El dato más relevante de la primera vuelta había sido sin duda el alto abstencionismo. Del 60% registrado en mayo, éste bajó al 52,11%, una señal que sigue alarmando. Los porqués de este fenómeno histórico en los procesos electorales colombianos son variados, pero se pueden reducir a la falta de confianza política que el pueblo tiene hacia la “casta de profesionales” que manejan el país hace medio siglo y que todo hicieron para reducir las garantías para la participación política de la población.
 
Buena parte de las organizaciones de izquierda que sumaron su apoyo a Santos en el ballottage, decidieron conformar desde ya el Frente Amplio por La Paz, con el objetivo de ampliar las bases de participación política en el país y preparar las elecciones administrativas de 2015. Esto, sumado al posible éxito de los diálogos con las FARC y el ELN que tendrá el segundo mandato de Santos, pueden dejar entrever algunas perspectivas de cambio en Colombia en los próximos meses. Sin embargo, la continuidad en el poder de las viejas corrientes neoliberales y sus proyectos para América Latina totalmente ligados a los intereses de EEUU -como la Alianza del Pacífico-, también significan la continuidad del retraso de Colombia con respecto a los avances sociales que se están dando en el continente.
 
Por más que se logre poner fin al conflicto armado, continuará una profunda lucha social y política para la mejora de las condiciones de los sectores históricamente postergados del país.
 
Federico Larsen – @larsenfed
 
 
https://www.alainet.org/es/articulo/86402
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