El coimperialismo en Medio Oriente

Israel se ha integrado a la estructura geopolítica de Estados Unidos y desenvuelve una función coimperial fuera de sus fronteras. Sin embargo, la cultura judía no es equivalente al expansionismo sionista.

04/10/2021
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La gravitación alcanzada por los actores de la región distingue la crisis actual de Medio Oriente de los escenarios del pasado. Varios países de la zona cumplen un papel inédito fuera de sus fronteras, con acciones igualmente distanciadas de las potencias globales. Entre esos protagonistas Israel sobresale por varias singularidades. ¿Cómo debería caracterizarse su llamativo rol? Algunos conceptos complementarios de la teoría del imperialismo permiten responder ese interrogante.

 

La simbiosis con Estados Unidos

 

Israel es el principal socio estratégico de Estados Unidos en la región. El establishment norteamericano asume esa familiaridad como una política de estado, fervientemente auspiciada por Republicanos y Demócratas. Washington confía en su estrecho aliado para reconfigurar el mapa zonal y con ese objetivo potencia la superioridad bélica de Tel Aviv.

 

La peculiar relación entre ambos países se forjó al compás de la exitosa sucesión de guerras que el ejército sionista libró contra sus vecinos. La neutralización de Egipto en 1967 determinó el ensamble de Israel con Estados Unidos.

 

La “guerra de los seis días” no sólo frustró el despunte de El Cairo como potencia regional, sino que introdujo la dominación del Pentágono sobre ese país. La Casa Blanca financia a Egipto como un gendarme interno, pero inhibe sus acciones externas. Ese sometimiento ha consolidado el rol del vecino sionista, como principal exponente de los intereses norteamericanos en Medio Oriente.

 

El personal israelí mantiene estrechas afinidades y escasas contradicciones con su mandante estadounidense. Ha quedado integrado al propio aparato de dominación de Washington. Esa presencia es tan relevante, que muchos analistas subrayan el control ejercido por el “lobby sionista” sobre la Casa Blanca.

 

De esa impresión surge el erróneo concepto de “imperialismo israelí”, que otorga a ese pequeño país un status propio de las potencias globales. Más acertada es la visión opuesta, que ubica a Israel como un apéndice del aparato militar estadounidense. Ese status secundario registra con mayor realismo la relación que mantiene el activo colaborador de la primera potencia. La fuerza bélica sionista es muy descollante, pero no suficiente para integrar el club de los colosos mundiales.

 

Pero es igualmente cierto que Israel no actúa como un simple instrumento del Pentágono. Es un país con influencia en las propias decisiones de la Casa Blanca. Israel ha sido por ejemplo determinante del acoso norteamericano a Irán. Tel Aviv opera en bloque con los halcones del Pentágono, en su tensión con las palomas del Departamento de Estado.

 

La gravitación de la elite sionista sobre la estructura política estadounidense induce a caracterizar a ese entretejido como una “relación de interdependencia” (Armanian, 2018). Este concepto subraya la estrechez del vínculo pero no define su especificidad.

 

La noción de coimperio -que en ciertas ocasiones se utiliza para describir el rol internacional de Canadá o Australia- es igualmente pertinente para Israel. Los tres países comparten un rol complementario en la custodia del orden global y remodelan sus acciones en consonancia con las demandas de su tutor. Apuntalan a escala regional los mismos intereses que Estados Unidos asegura a escala mundial.

 

También la articulación de Israel con el poder norteamericano presenta un cimiento histórico semejante a Canadá y Australia. Los tres países arrastran un legado común de sociedades forjadas en torno a los colonos de piel blanca. Por esa razón comparten la misma herencia de racismo, exterminio de pueblos originarios, ocupación de tierras ajenas y prejuicios ideológicos euro-céntricos. Con ese acervo implementan políticas explícitamente pro-occidentales.

 

Estas singularidades distinguen a Israel de otros socios del imperialismo estadounidense en Medio Oriente. Los sectores petroleros sauditas ejercen, por ejemplo, una decisiva influencia en el establishment de Washington y disputan primacía con sus equivalentes israelíes. Pero la integración de Israel al aparato imperial presenta contornos más estructurales y se afianzó en los últimos años con el entrelazamiento ideológico-social del sionismo con el fundamentalismo cristiano neoconservador.

 

Israel sintoniza también con su padrino en las alianzas que entreteje con sectores enemistados con la política islámica. Ha consolidado muchas relaciones con gobiernos reaccionarios del “África negra” en conflicto con sus pares “árabe-musulmanes”.

 

Con ese mismo corte intervino subterráneamente en Libia y explícitamente en Sudán. Tuvo un papel muy importante en los bombardeos del 2009-2010, contra un régimen militar que pretendía arabizar formas de vida ancestrales de los pueblos africanos. Al cabo de una cruenta guerra se impuso la fractura del país, entre una región del norte sin petróleo (pero con oleoductos y acceso al mar) y otra zona sur con grandes reservas de crudo (pero carente de una salida directa al exterior).. Esa segmentación priva al territorio más grande de África del manejo autónomo de sus riquezas (Armanian, 2019)

 

Actualmente Israel extiende su influencia a regiones más alejadas. Su convergencia con Marruecos augura una intensa colaboración represiva en la opresión de los sahauríes, que padecen un garrote muy semejante al soportado por los palestinos (Alcoy, 2020).

 

La naturaleza coimperial ha conducido a Israel a intervenir bajo el paraguas estadounidense en zonas más distantes de su propio ámbito. Intensifica la aproximación con la India en el renovado conflicto con Pakistán y apuntala en América Latina la acción represiva de los gobiernos derechistas. Los agentes del sionismo afianzaron una oscura sociedad con el submundo del espionaje y el tráfico de armas. En Colombia adiestran a los paramilitares en el asesinato de dirigentes sociales, en Chile enseñan a disparar a los ojos de los manifestantes y en Centroamérica comandan diversas incursiones de la guerra sucia.

 

Belicismo estructural

 

La creciente intervención militar de Israel tiene un fundamento económico en las ganancias obtenidas por las empresas de un país, que alcanzó el status de mayor exportador per cápita de armas del mundo. Ha forjado un gran mercado para sus productos y comercializa actualmente los drones y misiles que utiliza en sus fronteras. Cada operativo en Gaza es habitualmente coronado con una feria de ventas de ese armamento. Este sector ha logrado un inédito desarrollo con las nuevas modalidades del militarismo digital, que las empresas israelíes desenvuelven en estrecha sociedad con sus pares estadounidenses (Alexander, 2018).

 

El frecuente idilio entre Washington y Tel Aviv superó todo lo conocido durante el reciente mandato de Trump. El magnate convalidó los asentamientos en Cisjordania y la explicita anexión de ese territorio. Para sepultar cualquier esperanza de un estado palestino, promovió también el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel.

 

Trump y Netanyahu estrecharon vínculos para ajustar los planes de ataque a Irán. La neutralización de Teherán es la meta estratégica del coimperialismo israelí, que apuesta a destruir a un rival de porte equivalente en la región. Irán tiene altas posibilidades de erigir un poder atómico semejante al ocultado por Tel Aviv.

 

Israel busca crear las condiciones para esa embestida. Almacena 200 bombas atómicas y está empeñado en frustrar la intensa labor que desarrollan los científicos iraníes en el procesamiento del uranio enriquecido. Hasta ahora mantiene su monopolio atómico en la región, pero afronta la cuenta regresiva frente a un país que podría lograr un status semejante.

 

El bombardeo de Irán es la carta que Israel perfecciona a la espera de una incierta autorización de Washington. Biden no ha definido aún si escalará la tensión con Teherán o retomará las negociaciones. Los sionistas apuntalan la primera alternativa con operaciones directas del Mossad, que en el 2010 consumó un ataque contra dos instalaciones nucleares de Irán ultimando a los responsables de esos dispositivos.

 

Israel ha logrado subordinar a varios estados árabes, mediante una desfachatada exhibición de poder militar. Ya extendió a los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos, las relaciones diplomáticas que restableció con Egipto y Jordania. Aspira ahora a forjar los mismos lazos con Arabia Saudita y Qatar.

 

El poderoso estado sionista no actúa sólo en un minúsculo territorio del Mediterráneo. Busca manejar el gas de la costa, las estructuras de Siria y el territorio de Cisjordania. Esas ambiciones salieron a la superficie en la reciente guerra que convulsionó a su vecino.

 

Israel aprovechó ese conflicto para reafirmar su captura de los Altos del Golán y consolidar su dominio sobre los disputados recursos hídricos de la zona. Intentó incluso escalar esa guerra para conseguir la total demolición de su rival. Siria alberga a los palestinos y conformó el denominado “Eje de la Resistencia” (con Irán, Hezbollah y Hamas) contra la expansión sionista.

 

Tel Aviv brindó también sostén logístico y sanitario a las vertientes más salvajes del yihadismo con la intención de destruir Siria. La victoria de Assad y la derrota de los yihadistas ha frustrado ese objetivo, pero en un contexto de dramático debilitamiento de Damasco.

 

Israel utiliza su novedoso manejo de la alta tecnología militar en todas sus negociaciones con aliados, clientes y rivales. Las viejas justificaciones sionistas del poderío bélico del país han perdido sentido. Ya nadie puede alegar que el estado sionista se militariza para defender sus fronteras de enemigos más numerosos. La pequeñez de su territorio contrasta con la probada capacidad de destrucción que exhibió en varias oportunidades. Esa fuerza se refleja también en el desconocimiento de todas las condenas, que periódicamente emite la Asamblea General de la ONU a su expansionismo.

 

El estado sionista es la principal carta del imperialismo en Medio Oriente. Conforma la retaguardia de las operaciones bélicas del Pentágono y aporta gran parte del espionaje requerido para esas acciones.

 

Colonialismo tardío

 

Israel constituye un raro caso contemporáneo de estado colonial. Se asentó en la expulsión de los habitantes originales de Palestina y al cabo siete décadas continúa expandiendo su territorio con inmigrantes que desplazan a la población local. Ese modelo habitual en la antigüedad (y en el pasado pre-capitalista) perdió gravitación en el último siglo. El capitalismo es un sistema centrado en la explotación de los asalariados y no en el despojo territorial.

 

El estado sionista se forjó absorbiendo refugiados europeos afectados por la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Pero mediante la expulsión de los pobladores nativos introdujo una calamidad semejante en Palestina. Profundizó ese drama con la sistemática expansión de la frontera para acoger la llegada de nuevos colonos.

 

La propiedad estatal de la tierra garantiza esa escalada de expropiaciones que provocan desesperación, resistencia o resignación de los expulsados. Los palestinos son empujados a los bordes del país, como ocurría con los indios en las reservas del oeste norteamericano. Los colonos israelíes anexionan las parcelas más productivas, parten el territorio en corredores incomunicados y multiplican la opresión cotidiana para forzar la huida de sus víctimas. Desde hace varias décadas intentan provocar una nueva oleada de refugiados, con el objetivo de incorporar definitivamente a Cisjordania al mapa de Israel.

 

El sionismo es la ideología que justifica ese modelo colonial. Presenta la resistencia de los palestinos como una amenaza a la supervivencia no sólo de los israelíes, sino también de todos los judíos del planeta. Identifica cualquier cuestionamiento a Israel con el antisemitismo y reactiva temores ancestrales completamente divorciados de la realidad contemporánea.

 

Los sionistas omiten que en la actualidad las comunidades judías de mundo no afrontan ningún peligro significativo. También ocultan que la eventual reaparición de esa amenaza no quedaría atemperada con el asesinato de niños en Gaza. El miedo al antisemitismo es resucitado para erosionar la convivencia (y mixtura) de los judíos con distintas colectividades, a fin de fomentar la emigración a Israel.

 

Todo el armazón conceptual del sionismo se asienta en una errónea identificación de tres conceptos muy distintos. El judaísmo es la religión, la cultura o la tradición de un pueblo diseminado por muchos países. Israel conforma, en cambio, una nación surgida de la partición forzada de un territorio (originalmente habitado por los palestinos). El sionismo encarna, a su vez, una ideología colonialista que justifica esa expropiación, con extravagantes teorías de exclusiva pertenencia de la zona a los inmigrantes judíos. El antisionismo critica esa retrógrada concepción, sin adoptar actitudes anti-judías o anti-israelíes.

 

Al cabo de varias décadas de adoctrinamiento, la brutalidad colonial se ha consolidado en la sociedad israelí, naturalizando la deshumanización frente al sufrimiento de los palestinos. La ideología sionista, el sistema educativo y el prolongado servicio militar han acostumbrado al grueso de la población a convivir con la venganza y el castigo colectivo de sus vecinos.

 

Violencia sin fin

 

La crueldad sionista se corporiza ante todo en la conversión de Gaza en una cárcel a cielo abierto. El enclave está sometido a una modalidad gradual de limpieza étnica. En Cisjordania los colonos remodelan las fronteras a su conveniencia, usurpando el territorio y demoliendo todos los atisbos de vida normal. Además, los palestinos residentes en Israel que permanecieron en el territorio inicial del estado sionista padecen una tercera variante de apartheid. Están desarmados frente a una mayoría entrenada en el servicio militar más prolongado y permanente de mundo. Con ese opresivo modelo se fragmenta a la población palestina en distintas facetas de un mismo encarcelamiento.

 

Los gobiernos derechistas de los últimos 20 años han reforzado ese esquema de terrorismo de estado. Las viejas corrientes laboristas perdieron gravitación frente al fundamentalismo ideológico-religioso y se afianzó la violencia cotidiana de los colonos en Cisjordania (Saleh, 2019). Esas legiones actúan con sus propias milicias, que adoptan modalidades fascistas exhibiendo un perfil de fanatismo religioso muy semejante al desplegado por sus pares islámicos.

 

El estado sionista se asienta en la demolición de la sociedad palestina. Con ese objetivo recurre a cualquier pretexto para profundizar la opresión de un pueblo privado de derechos y despojado de sus tierras. La matanza de palestinos se ha transformado incluso, en una forma habitual de procesar las crisis políticas internas de Israel. Recientemente Netanyahu intentó infructuosamente sobrevivir a su caída con desalojos en Jerusalén, asaltos a la mezquita de Al Aqsa e intensificaciones del cerco en Gaza.

 

La consolidación del colonialismo israelí exige el permanente aplastamiento de los palestinos. Pero en el siglo XXI ese modelo confronta con irremontables obstáculos. Debe lidiar con una masa de pobladores que no puede absorber, expulsar ni exterminar. Desde la guerra de 1967 los palestinos optaron por un camino inverso a la escapatoria de 1948. Frente al conocido destino de sus familiares recluidos en campos de refugiados, decidieron permanecer en sus hogares e iniciar la resistencia.

 

Israel responde a esa defensa con más violencia, masacres y muros, pero no ha podido neutralizar los efectos de la demografía. La presencia de siete millones de palestinos entre siete millones de israelíes, torna inviable la repetición de los viejos genocidios de indígenas en un diminuto territorio de Medio Oriente.

 

Por esa razón Israel afronta escenarios de crisis tan recurrentes como irresolubles. Ningún país puede sustraerse de la brutal destrucción que genera entre sus vecinos. La pedagogía del terror que practica cotidianamente convulsiona al propio entramado interno, creando agudas tensiones con la minoría palestina que habita en el estado sionista.

 

El apañamiento estadounidense de los crímenes que comete su socio se verifica en el escandaloso silencio de los medios de comunicación y en la complicidad de la diplomacia internacional. Pero ese blindaje no acalla el constante resurgimiento de un clamor por Palestina en el mundo árabe.

 

¿Dos Estados o un Estado?

 

Durante la primavera árabe y la guerra de Siria la resistencia de los palestinos mantuvo su tradicional intensidad, pero sin despertar la atención de los años precedentes. En el crepúsculo de ambos acontecimientos la batalla de los palestinos vuelve a recobrar centralidad (Juma, 2021).

 

Ese pueblo despojado no logró recuperar sus tierras, ni construir un estado, pero ha consolidado la legitimidad de su demanda. Israel no consigue ignorarlos, ni borrarlos del escenario internacional (Dalband, 2020). Conquistaron el reconocimiento formal de sus derechos al cabo de una sacrificada resistencia, que impuso varias derrotas al sionismo. La expulsión del sur del Líbano (1982) y la Intifada (1987-1988) fueron dos momentos cruciales de una batalla que en la actualidad se desenvuelve en varios frentes.

 

Israel mantiene su inhumano cerco sobre Gaza, pero no logra doblegar a sus habitantes. También destruye el tejido social de Cisjordania, sin poder acallar con balas las piedras de los manifestantes. Al interior del país se multiplican las huelgas y movilizaciones de la población árabe, que reintegra sus exigencias a la lucha unificada de la nación palestina.

 

Pero esa sostenida acción no ha detenido la expansión del colonialismo israelí, que continua ampliando las fronteras con asentamientos. Los sionistas fingen el carácter provisional de sus ocupaciones y paulatinamente transforman esa compulsiva presencia en expropiaciones definitivas. Así convierten las mejores zonas de Cisjordania en fortalezas protegidas mediante una red de retenes militares.

 

Esa extensión del mapa israelí ha demolido, en los hechos, el ensueño de los dos estados que alimentó el acuerdo de Oslo. Ese convenio nunca contempló la real constitución de un estado palestino. Omitió el retorno de los refugiados y encubrió la continuada colonización. La mascarada de ese hipócrita compromiso fue archivada por la derecha, cuando capturó el gobierno de Tel Aviv y explicitó su proyecto de anexiones.

 

La farsa de los dos estados ha quedado sepultada y sólo una gran derrota obligaría al ocupante a reflotar las dos cláusulas centrales de esa salida: el retiro a las fronteras de 1967 y la reconsideración del retorno de los refugiados. Ningún esbozo de estado palestino es viable desconociendo esas exigencias. El repliegue del territorio conquistado en la “guerra de los seis días” es imprescindible para integrar a Cisjordania con Jordania y la deuda con los refugiados involucra distintas alternativas de reparación.

 

Los partidarios de reformular la propuesta de los dos estados suelen discrepar en la forma de efectivizar esa construcción (Chomsky, 2007: cap 5). Pero coinciden en señalar que aporta la única solución realista en el escenario actual. Imaginan que Jerusalén podría convertirse en un micro-modelo de esa solución, si la ciudad ya unificada es dividida en una capital israelí occidental y otra palestina oriental (Margalit, 2021). Esta iniciativa abonaría la gestación efectiva de los dos estados.

 

Los críticos de esa propuesta destacan que ha quedado sepultada por el expansionismo israelí. Por eso proponen retomar la vieja tesis de forjar un sólo estado laico y democrático. Señalan que el sionismo mantiene formalmente la ficción de los dos estados con el único propósito de disimular la continuidad de su colonización (Pappé, 2016). Señalan, además, que esa farsa acrecienta la complicidad de los administradores formales de Cisjordania con sus mandantes israelíes. Ese sometimiento incluye funciones policiales, persecuciones y asesinatos de militantes (VVAA, 2012).

 

Los impulsores de un solo estado promueven la imitación del camino sudafricano que condujo al desmantelamiento del apartheid. Recuerdan que para preservar sus privilegios económicos, la minoría blanca de ese país se avino a generalizar el status ciudadano, compartiendo el sistema político con las elites negras. Remarcan, además, la mayor afinidad de su planteo con las campañas internacionales de boicot a la economía israelí (BDS) y subrayan que la propuesta de un solo estado crea puentes entre las comunidades enfrentadas de israelíes y palestinos (Pappe, 2021)

 

Esta mirada ha ganado adeptos en las franjas juveniles (Baroud, 2020) igualmente distanciadas del sometimiento al ocupante y del sectarismo islamista (Barakat, 2021). Propicia la convergencia de los tres sectores del entramado palestino (Gaza, Cisjordania, interior de Israel) con el pacifismo israelí (Fattah, 2018).

 

La conquista de un sólo estado implicaría de hecho el logro de la autodeterminación, bajo la forma de un modelo binacional aglutinante de las dos identidades. La meta palestina de la nación propia sería en ese caso alcanzada bajo la cobertura de un estado compartido. Esta solución rige en las naciones que se enlazaron en una confluencia estatal (Suiza, Bélgica), en contraposición al curso inverso de las separaciones (Suecia-Noruega). La auto-determinación nacional siempre incluyó esa variedad de caminos.

 

Pero en cualquiera de sus posibles variantes la lucha de los palestinos transita por un carril antiimperialista. Sólo por ese sendero se podrá avanzar en la continuada batalla por los dos estados o en la sustitutiva exigencia de un sólo estado binacional. Doblegar a la dupla opresora de Estados Unidos e Israel es la condición para conquistar el derecho de un pueblo oprimido a optar por un estado propio u otro integrado con sus vecinos.

 

Pero esta situación tan específica también induce a evaluar un problema más general de la región: ¿Cuál es la naturaleza del antiimperialismo en Medio Oriente, el Norte de África y Asia Central? Abordaremos ese tema en nuestro próximo texto.

 

Referencias

 

-Alcoy, Philippe (2020). Marruecos acordó con Estados Unidos normalizar relaciones con Israel a cambio del Sáhara Occidental, 11-12. https://www.laizquierdadiario.com/Marruecos-acordo-con-Estados-Unidos-no...

 

-Alexander, Anne (2018). The contemporary dynamics of imperialism in the Middle East: a preliminary analysisIssue: 159Posted on 26th June 2018, https://isj.org.uk/contemporary-dynamics-of-imperialism/

 

-Armanian, Nazanín (2018). Las 14 razones del apoyo incondicional de EEUU a Israel, 5-4 2018 https://blogs.publico.es/puntoyseguido/4814/las-14-razones-del-apoyo-inc...

 

-Armanian, Nazanín (2019).Sublevación popular, hambre y caso en el estratégico Sudán. 11-1. https://blogs.publico.es/puntoyseguido/5445/sublevacion-popular-hambre-y...

 

-Barakat (2021). Solución de los dos Estados es un crimen https://rebelion.org/la-llamada-solucion-de-los-dos-estados-es-un-crimen...

 

-Baroud, Ramzy (2020). Hay que superar el apartheid en Palestina. La solución de un Estado no es ideal, pero es justa y posible, 07/12/2020, https://rebelion.org/la-solucion-de-un-estado-no-es-ideal-pero-es-justa-...

 

-Chomsky, Noam; Achcar, Gilbert (2007). Estados peligrosos: Oriente Medio y la política exterior estadounidense. Barcelona: Paidós.

 

-Dalband, Hassan (2020). Medio Oriente en la geopolítica del imperialismo, 16/01/2020, https://rebelion.org/medio-oriente-en-la-geopolitica-del-imperialismo/

 

-Saleh, Mohsen (2019). Las elecciones israelíes, significado y repercusiones https://rebelion.org/las-elecciones-israelies-significado-y-repercusiones/

 

-Fattah, Awad Abdel (2018). La Marcha del Retorno de Gaza puede aumentar el movimiento de un Estado único https://rebelion.org/la-marcha-del-retorno-de-gaza-puede-aumentar-el-mov...

 

-Juma, Jamal (2021). La Operación “Guardián de los muros” no reparará los muros del apartheid de Israel, 15/05/2021. Rebelion.org/la-operacion-guardian-de-los-muros-no-reparara-los-muros-del-apartheid-de-israel-Khaled.

 

-Margalit, Meir (2021). En Israel todo el mundo trabaja para la derecha, 18-5-2021, https://cambiopolitico.com/meir-margalit-en-israel-todo-el-mundo-trabaja...

 

-Pappé, Ilan, (2016). “El sionismo fue construido mediante la expropiación de tierras” http://www.diariosiriolibanes.com.ar/Opinion/Tribuna-y-debate/Papp%C3%A9...

 

-Pappé, Ilan (2021). Podemos contar los días hasta el próximo ciclo de violencia, 23-5-2021, https://www.eldiarioar.com/mundo/illan-pappe-historiador-israeli-contar-...

 

-VVAA (2021). Llamamiento de la organización Stop the Wall Detengamos la escalada represiva de la Autoridad Palestina Por | 30/06/2021  https://www.stopthewall.org/2021/06/30/detengamos-la-escalada-represiva-de-la-autoridad-palestina/?lang=es

 

https://www.alainet.org/es/articulo/213998
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