Burbujas democráticas

Cuando una burbuja democrática se revienta, se presenta una oportunidad de hacerse cargo de la realidad política, con sus tensiones y dinámicas, para encauzarla por derroteros democráticos más firmas en sus cimientos.

02/09/2021
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Uno de los temas de mayor debate económico actual es el de las “burbujas económicas” que, en términos generales, pueden entenderse como logros económicos que son percibidos, por distintos actores sociales, como extraordinarios, pero cuyas bases reales son extremadamente débiles. De ahí la imagen de la burbuja (o la pompa de jabón): un pinchazo la deshace (la hace estallar) porque no es algo sólido. Cuanto más grande –lo cual es admirado por quienes están entusiasmados con ella— más fuerte su estallido. El economista Joseph Stiglitz –obviamente no es el único— ha dedicado sus energías intelectuales, entre otros temas, a las “burbujas económicas”, especialmente en el marco de la crisis financiera de 2007-2008. En términos económicos, en una situación de burbuja, las empresas –animadoras/soporte de la burbuja— crecen e irradian bienestar. Y la sociedad es contagiada por el éxito del que hacen gala los empresarios. 

 

Los bienes –como las casas en la burbuja inmobiliaria que fue creciendo en los años noventa— son vendidos y comprados a precios exorbitantes, por encima de su valor real, la cultura del éxito se expande, la riqueza parece estar al alcance de cualquiera. Complejos financieros, centros comerciales, residencias exclusivas y vehículos caros se ven por doquier. El “desarrollo económico” ha irrumpido como salido de la nada; y no sólo eso: parece inamovible, firme y con una certidumbre de futuro. Pero (como sucedió en 2007-2008) se puede tratar sólo de una burbuja, es decir, de un espejismo sin respaldo en la economía productiva real.

 

¿Es viable usar la imagen de la burbuja para la democracia y hablar de “burbujas democráticas”? No suena descabellado. Se trataría, en este caso, de ordenamientos políticos “inflados” en sus características y fortalezas democráticas, pero realmente débiles en sus cimientos institucionales y culturales, de tal suerte que su socavamiento (o derrumbe) no resulta particularmente difícil para quienes no simpatizan con el mismo.

 

Aclamados con entusiasmo e insistencia por sus valedores, la solidez de su implantación se da por inobjetable; sus fisuras escapan al escrutinio crítico, pues se las opaca con alardes institucionales, simbólicos y retóricos que posicionan en el imaginario colectivo lo grandioso del orden democrático establecido. Expresiones como “Estado democrático de derecho”, “Separación de poderes” y “Republicanismo” se convierten en moneda de uso corriente, dándose por aceptado no sólo que las mismas son un reflejo fiel de la realidad política, sino que lo que se ha logrado con ellas es ejemplar y modélico para propios y extraños.

 

Pero, de pronto, ese Estado democrático de derecho, esa separación de poderes y ese republicanismo comienzan a tambalearse ante desafíos que aquéllos, si fueran lo suficientemente sólidos, podrían sortear sin mayor dificultad. Sin embargo, no lo hacen; su crisis se profundiza y, cuando esto sucede, quedan al descubierto los débiles cimientos que sostenían a las instituciones y la cultura proclamadas como ejemplarmente democráticas. Cuando la burbuja democrática explota, queda a la vista lo poco que se tiene de democracia (institucional, política y cultural) y lo mucho que se tiene de pre-democracia (o de anti-democracia) en los comportamientos, la cultura y las instituciones.   

 

Una mirada a distintas regiones del mundo muestra que las burbujas democráticas existen. Ahora bien, ¿por qué algunas sociedades se enrumban hacia la creación de ese tipo de burbujas? Quizá por razones parecidas a las que llevan a la creación (y a verse atrapados) en burbujas económicas: olvidarse de la realidad, reemplazándola con ilusiones o, más bien, forzando (inflando) algunos aspectos de la realidad política o económica en detrimento de otros.

 

En el caso de las burbujas democráticas, se sobreestiman algunos de sus aspectos –por ejemplo, las elecciones periódicas o la creación/redefinición de algunas instituciones— y se cree que con ello ya se cuenta con ordenamientos democráticos plenamente consolidados. En la creación de esas burbujas –al igual que en las económicas—juegan un papel decisivo el simbolismo, la retórica y la narrativa en los que, además de cantarse loas a las “conquistas” democráticas, se proclama que con las mismas se es parte de un club aparte. Orgulloso, contento, satisfecho: así se está en la burbuja democrática. Y si, además, se está en una burbuja económica…es como vivir en el paraíso.

 

Cuando una burbuja democrática se revienta, se presenta una oportunidad –no la única, por cierto—de hacerse cargo de la realidad política, con sus tensiones y dinámicas, para encauzarla por derroteros democráticos más firmas en sus cimientos. Lo mismo sucede cuando estallan las burbujas económicas, que abren la puerta para opciones redefinición económica. Que esas opciones se elijan es otra historia. Otra burbuja democrática (o de otro tipo) puede cuajarse, ante lo cual no quedará más remedio que esperar su estallido en el futuro. Es el destino de las burbujas. 

https://www.alainet.org/es/articulo/213657?language=es
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