Transformar la hostilidad en hospitalidad

Mandarinas” nos convida algunas escenas para observar con precisión pedagógica la intervención de Ivo, ese carpintero que parece haber masticado tanto dolor y sigue apelando optimismo.

31/03/2021
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Mandarinas
Foto: https://losinterrogantes.com/
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A propósito del film “Mandarinas”

 

Se iniciaba la década del 90 y como consecuencia de la desintegración de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), el pueblo estonio de Abjasia, donde hace pie este film, vive un clima de guerra, miles de muertos, heridos y desaparecidos. Georgia reclama la tierra como propia pero allí reside una antigua comunidad estoniana, aunque ya casi no queda nadie, excepto dos hombres, Margus e Ivo, y sus mandarinas. Uno las cultiva, el otro construye los cajones de madera. Se produce un combate a metros de sus casas, y mueren casi todos, excepto dos combatientes, que ellos rescatan muy heridos y alojan para curarlos. Uno de cada facción en guerra.

 

En tiempos tan deshumanizantes como los que lamentablemente impone nuestro mundo en estas horas, con movimientos fascistas en alza, y una  pandemia que potencia desigualdades y hace más visibles las miserias de narcisistas que se ciegan por la libertad individual. En un mundo donde hay gobiernos que intentan cuidar con el Estado, con mejores o peores resultados, pero también otros que dejan el cuidado en manos del mercado, haciendo chocar de frente a su país con la enfermedad y la muerte. En sociedades tan fragmentadas donde cada porción solo vive autoreferenciada y se va perdiendo la idea de lo común, esa Patria que nos iguala. En tiempos tan dolorosamente inciertos, bien vale entrar en estado de excepción durante estos 80 minutos que nos regala Mandarinas, una película dirigida por el georgiano Zaza Urushadze, en una coproducción de Estonia y Georgia, del año 2013.

 

Interrumpir el odio

 

¿Cómo aproximar lo que parece inacercable?, ¿Cómo hacer que quien ha construido un monstruo del otro interrumpa el veredicto ciego de venganza?

 

Mandarinas” nos convida algunas escenas para observar con precisión pedagógica la intervención de Ivo, este carpintero que parece haber masticado tanto dolor y sigue apelando optimismo. Ivo une lo que parece irreconciliable. Les devuelve la vida a quienes se venían matando, y va componiendo (sin partitura)un guión como ensayo de convivencia, donde la propia  fragilidad del ejercicio que propone es la única garantía de continuidad. Los pone uno frente al otro, a centímetros, sabiendo que ese odio como punto de partida puede ceder. No subestima ni la voracidad de daño que gobierna ese odio ni que el impulso puede primerear a la razón. Sabe que todo se puede voltear, que su experimento pende de la incierta voluntad de aquellos que solo aprendieron odiar. Y allí se tensan los gladiadores olfateando sus maneras de respirar, sus rezos, costumbres y maneras de estar.  Ivo, un nombre que tiene algún origen (voz Ivorix) en un árbol sagrado del que los celtas obtenían la madera para hacer armas, las transforma en herramientas para deshacer la guerra y aprender a hablar. Y aunque sean adultos, pareciera que los devuelve a un estado anterior para que se animen de vuelta a crecer  y arriesgar humanidad. Entonces crea un cuadrilátero para reemplazar el impulso a matar, para neutralizar el prejuicio y que aparezca algo de la misma condición original.

 

Ivo construye un límite, que es reconocido y legitimado por los otros. Construye un límite donde ha sido arrasado. Y construir un límite significa asumir riesgos en condiciones más favorables, para que algo del orden de la empatía y la construcción tenga más chances que el ansia por eliminar al otro como garantía de la propia preservación. Límite que ambos gladiadores aceptan como regla de juego, (“en esta casa no se puede matar”) que asumen como temporal, pero respetan como ley marcial. Aunque Ivo es el único que sabe que de funcionar las reglas que gobiernen ese lapso habrá motivos para prorrogar humanidad.

 

Aprender de estos gestos pedagógicos que Ivo va esculpiendo puede resultar provechoso para escrutar nuestros modos de hacer comunidad, nuestra intervención frente a lo que a veces se declara imposible de lograr, revisar las mil y una maneras de gobernar, grupos e instituciones, de andarle a los conflictos y la adversidad. O cuando observamos a personas que parecen irreconciliables, o cuando se hace pesadilla el solo intento de imaginar vivir juntxs un par de horas, el turno mañana o algún rato en sala de profesorxs. Richard Sennett, en "Juntos, rituales, placeres y política de la cooperación" afirma que es un gran desafío para esta época apostar a " un exigente y difícil tipo de cooperación, que trata de reunir personas con intereses distintos o incluso en conflicto, que no se caen bien, que son desiguales o que sencillamente no se entienden. El desafío está en responder a los demás respetándolos tal como son. Este es el desafío de toda gestión de conflictos" [1].

 

“Mandarinas” me ayudó a imaginar que no todo da igual. Que allí donde nos nubla la adversidad siempre hay una chance para arriesgar. En la hostilidad de la guerra Ivo arma una escena de diálogo, de confianza y hospitalidad. El odio más visceral de los prejuicios puede ser vencido por el amor del vínculo humano.

 

Una peli para ver(nos) en tiempos deshumanizados...

 

Gabriel Brener es Especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO). Licenciado en Ciencias de la Educación (UBA). Profesor de Enseñanza Primaria (Normal Nº 4). Profesor en distintas universidades (UBA, UNaHur) y en el Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González. Trabaja en asesoría y formación de docentes y equipos directivos. Fue subsecretario de Educación del Ministerio de Educación de la Nación (2012-2015). Autor de “Periodismo Pedagógico. De escuelas, violencias, medios y vínculos entre generaciones” Editorial Mandioca. Bs.As.

 

 

 

[1] Richard Sennet. "Juntos, rituales , placeres y política de la cooperación. Ed.Anagrama . Barcelona,. España 2012.pag 19

https://www.alainet.org/es/articulo/211613
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