La trampa del desarrollo sustentable

06/10/2020
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Los discursos políticos e institucionales a nivel mundial utilizan el término “desarrollo sustentable” para referirse al tránsito productivo liderado por innovaciones empresariales que induzca inversiones rentables, disminuya la desigualdad, genere plazas de trabajo y contribuyan al cuidado medioambiental. En este marco, los motores de la degradación ecológica se atribuyen al crecimiento económico, el aumento poblacional y a mal uso de la naturaleza abundante en países subdesarrollados, comúnmente llamada la tragedia de los recursos naturales.

 

Desde las ciencias sociales, la disciplina que más ha influido en la construcción de planes de acción gubernamental orientados al desarrollo y protección natural es la economía, en específico, la economía ambiental. Esta disciplina parte del núcleo epistemológico de la economía neoclásica, cuyo modelo analítico se construyó bajo la influencia del método aplicado en la física, particularmente de la mecánica clásica.

 

Las implicaciones de replicar un método importado de las ciencias exactas para entender fenómenos sociales condujeron a la construcción teórica de modelos abstractos aislados de cualquier tipo de interacción histórica o cultural aplicables a todo tipo de sociedad y época, basados sobre la idea del equilibrio.

 

La noción del equilibrio es quizá el pasaje más conocido de la economía que nos remonta a la mano invisible de Adam Smith. Aquella metáfora destaca las bondades del mercado al permitir que individuos en busca de su propio interés logren el mejor resultado social. El verdadero mecanismo detrás de esto es el sistema de precios que garantiza igualdad de ofertas y demandas en todos los mercados.

 

En efecto, las variables económicas tienen estados de reposo asociados a valores de equilibrio que restauran el orden en el sistema. En ausencia de factores exógenos, el sistema en su conjunto tiende al orden y al máximo bienestar social. Si existen desajustes, no importa la dimensión, siempre es posible regresar a la posición original sin ningún costo o repercusión, como si se tratase de procesos reversibles.

 

De manera general, el marco de la teoría dominante en la profesión supone una sociedad sin moneda ni Estado, compuesta por consumidores y productores guiados por la lógica de maximización de la utilidad y ganancias. Los consumidores únicamente se diferencian por sus preferencias (determinadas exógenamente) que definen cuánto y qué consumir, cuyo comportamiento agregado es simplemente la sumatoria de los comportamientos individuales. La ontología en este enfoque se limita al estudio de la elección, pero no de cualquier índole, únicamente la elección racional, aquella que busca la máxima satisfacción de los intereses subjetivos.

 

Respecto a la energía, materia y medio ambiente no existen consideraciones explicitas en este marco. Para la producción de bienes, la tecnología disponible sólo requiere de dos insumos trabajo y capital, dejando de lado el papel de la energía. En todo caso, puede asumirse de manera implícita la existencia de un flujo energético constante que hace funcionar las maquinas e infraestructura. La influencia de la mecánica clásica se manifiesta al suponer que la energía existente se convierte en su totalidad en trabajo, tal y como lo supone la primera ley de la termodinámica, señalando que en sistemas cerrados toda energía se convierte en trabajo mecánico.

 

A este punto, el lector podría preguntarse la relación entre los términos planteados y el concepto tradicional del desarrollo sustentable. Precisamente es la narrativa previa la que da sustenta a la economía ambiental. Este enfoque extiende la noción del equilibrio, elección racional y energía constante para integrar las cuestiones medioambientales. El resultado asume la naturaleza como insumo productivo sujeto a la valoración subjetiva de los individuos, relegando su expresión a términos monetarios y perfectamente cuantificables. La naturaleza tiene valor siempre y cuando sea útil para los individuos. Problemas como la contaminación son externalidades resueltas por el mercado, siendo su equivalente monetario una expresión de compensación que remedia cualquier daño, negando la posibilidad de conflictos ambientales.

 

Otro elemento cuestionable es el papel de los mercados. Bajo esta lógica, la eficacia de los mercados y la iniciativa privada son garantes del uso óptimo de la naturaleza, promoviendo el despojo de los recursos gestionados comunitariamente. La consideración del sistema económico cerrado somete al sistema natural a las mismas leyes, bajo el argumento que los ciclos económicos y naturales son de la misma naturaleza. Además, se asume que la energía y materia siempre están disponibles en la misma cantidad y calidad, generando la ilusión de procesos económicos sin restricción energética alguna, olvidando el carácter entrópico de la vida en la tierra.

 

La interacción economía-medio ambiente se basa en el uso racional, recordemos aquel que maximiza la utilidad y/o satisfacción individual, de la naturaleza bajo un esquema fragmentado y a-histórico. Ante las debilidades analíticas, este enfoque encontró un espacio de reafirmación en la parte empírica al vincular tendencias de variables macroeconómicas y ecológicas, construyendo relaciones causales que dependen del método de estimación y sin correspondencia en la teoría o realidad. No obstante, dichos resultados tienden a generalizarse para el diseño de política en cualquier país, estructura social, geográfica, territorio, etc.

 

Teniendo en cuanta lo anterior, arribamos a la pregunta ¿cómo es posible que una teoría tan alejada de la realidad intente dar soluciones a problemas como la crisis ambiental? El problema principal es el uso político de resultados obtenidos de un marco analítico insuficiente sustentados principalmente en la evidencia estadística y sin transfundo sustancial. Esta euforia por los problemas ecológicos ha provocado la promoción indiscriminada de términos conceptuales cuyo origen e implicaciones no se cuestiona. Un ejemplo es el desarrollo sustentable.

 

Este término popularizado a finales del siglo anterior se convirtió en bandera política de diversos gobiernos e instituciones internacionales. En nuestra consideración, este concepto es un velo que oculta los verdaderos problemas ecológicos y su abuso puede conducirnos a una crisis energética más severa que la actual a causa del frágil sustento analítico similar a los que propone la economía tradicional o ambiental.

 

En efecto, la solución “sustentable” en primera instancia no cuestiona el papel de la estructura productiva ni las relaciones de producción vinculadas a la máxima ganancia. De acuerdo con el Carbon Disclosure Project (2019) 100 empresas son responsables del 71% de emisiones contaminantes, mientras que los planes de sustentabilidad optan por colocar al centro de la dinámica a los individuos. Al igual que la economía tradicional, el individuo es el motor de la actividad económica y en paralelo se vuelve responsable de garantizar un equilibrio ecológico. Si bien los patrones de consumo individuales son parte de los problemas ambientales, se abandona por completo el papel de los grandes capitales, construyendo una narrativa donde los individuos son los únicos responsables.

 

Otro elemento que se deriva del individualismo metodológico es la racionalidad económica. Este comportamiento donde los individuos guiados por el interés propio resuelven de manera eficaz y óptima bajo una lógica de maximización de utilidad permea severamente los programas sustentables. La naturaleza se vuelve un instrumento de apropiación y valorización económica sujeto a las leyes de mercado. Por lo cual, el uso privado se privilegia sobre el social. Bajo este contexto, las innovaciones tecnológicas privadas dinamizan la productividad factorial de los recursos naturales creando un círculo virtuoso sobre el nivel de empleo y remuneraciones. Sin embargo, esta lógica lineal, secuencial y unicausal sostiene que el impacto de las innovaciones es tan grande que logra resolver problemas de carácter histórico y estructural como la desigualdad, pobreza y conflictos socioambientales.

 

El último punto deja claro la consideración del sistema económico aislado y la incomprensión de los ciclos biológicos y naturales, pues un aporte estrictamente del mundo económico y empresarial se considera la mejor respuesta al sistema social y ecológico, cuya naturaleza, leyes y dinámica son de otra índole. Dicho error se vuelve más severo cuando se insiste a los países del mundo implementar mecanismos que induzcan mejoras tecnológicas a escala nacional sin advertir las condiciones de atraso y desarrollo de cada nación, desconoce los impactos regionales y culturales, las condiciones y obstáculos en el segmento laboral, la cultura energética nacional, el marco regulatorio, pero sobre todo, desechan otras formas de conocimientos y proyectos comunitarios que demuestran tener procesos ecotecnológicos que proveen autonomía, trabajo y respetan la naturaleza.

 

Sumado a lo anterior, es importante señalar quizá el mayor problema en términos de sustentabilidad, es la promoción de prácticas ecológicas “verdes”. Como se mencionó, el esquema tradicional de la economía considera la posibilidad de producir ilimitadamente debido a la ausencia de balances energéticos y a la naturaleza entrópica del proceso productivo; esta ficción ha desencadenado el uso intensivo de la naturaleza. Bajo la leyenda “acciones sustentables” “productos verdes” los individuos en lugar de tomar conciencia, se sienten motivados a seguir consumiendo en altos niveles por considerar sus actos de consumo “ecológicamente responsables”. Sin embargo, en términos de energía, es una trampa de sustentabilidad.

 

En efecto, el discurso olvida el aspecto más importante: toda la energía y material del mundo es finita, se degrada y pierde sus propiedades. La entropía está presente en toda acción humana y es irreversible. Las campañas que promueven la sustentabilidad propagan un mensaje señalando que a través del reciclaje es posible restaurar el daño generado. Sin embargo, esto es erróneo debido a que cada nuevo proceso de reciclaje requiere energía (que ya no podrá ser utilizada en ningún otro proceso ecológico, social o económico) y a su vez, el objeto que se intenta reciclar perdió sus propiedades y sólo se recupera un pequeño porcentaje. Es decir, estos procedimientos implican un doble uso energético, en cambio, en el discurso social, se promueve el consumo de estas mercancías y la gente se siente bien al hacerlo, pero resulta en todo lo contrario, únicamente incrementa el nivel de entropía, degrada aceleradamente la materia y las empresas mantienen sus niveles de ganancias a través de la venta de estos productos.

 

Finalmente, el lector de manera preocupada se preguntará, si el desarrollo sustentable que se promueve no es realmente la solución ¿qué podemos hacer? Frente a esa incógnita, existen diversas propuestas que se discuten ampliamente. Entre las más destacadas presentamos las tesis de Enrique Leff (2000, 2003, 2013, 2015, 2016), quien sostiene en el transcurso de su obra la importancia de replantearnos el desarrollo sustentable en términos de nuestras propias necesidades.

 

En primera instancia, reconocer las problemáticas específicas a nuestro entorno comenzando por el ámbito cultural e histórico. En segundo, esquemas de reapropiación de la naturaleza a través de las ecotecnologías desarrolladas en comunidades, por ejemplo, sistemas de captación de agua, calentadores y estufas solares, esquemas de trabajo y producción que garanticen la reproducción familiar con cierta autonomía del ciclo económico. En tercer lugar, evitar la homogeneización cultural, de valores, símbolos y derechos que suponen las grandes propuestas de desarrollo. Es necesario la reivindicación de la diversidad cultural a través de una perspectiva regional que enfatice en los principales aspectos de cada región. Cuarto lugar, importancia de los procesos entrópicos de las actividades humanas. La conciencia sobre la finitud de la energía planetaria es relevante para el diseño de estructuras sociales de gestión energética, a su vez, impacten el marco regulatorio e institucional de cada nación.

 

La urgencia de este trabajo radica en considerar el desarrollo sustentable como posibilidad hacia el futuro. Es necesario desvincularse del trato mercantil de la naturaleza, planificando un nuevo orden ecológico sustentado en prácticas locales y regionales, integración de actores excluidos y participación multidisciplinaria frente a la complejidad del problema. El orden social deberá plantearse un camino de reivindicación ecológica en términos entrópicos y no en metas institucionales que oculta la verdadera problemática llevándonos a una trampa de sustentabilidad. Estas ideas no son discursos académicos de buenos deseos sino realidad práctica de diversos grupos intelectuales, comunidades y actores de la sociedad quienes trabajan en comprender la relación sociedad-naturaleza para transitar a un nuevo esquema de desarrollo en lugar de seguir trabajando en la abstracción de modelos generales que poco tiene que ofrecer, sin embargo, se pronuncian como la mejor respuesta académica y de política.

 

Bibliografía

 

Leff, E. (2000). Tiempo de sustentabilidad. Ambiente y sociedad, : 5-13.

 

Leff, E. (2003). La ecología política en América Latina. Un campo en construcción. Polis. Revista Latinoamericana, 5.

 

Leff, E. (2013). Discursos sustentables. Siglo XXI Editores, México.

 

Leff, E. (2015). Encountering political ecology: epistemology and emancipation. In The International Handbook of Political Ecology. Edward Elgar Publishing.

 

 

 

Leff, E. (2016). From the persistence of the peasantry in capitalism to the environmentalism of indigenous peoples and the sustainability of life en Bolvinik y Archer. Peasant Poverty and Persistence in the 21st Century. Theories, Debates, Realities and Policies, 247-68.

 

Leff, E. (2016). La complejidad ambiental. Polis. Revista Latinoamericana, 16.

 

Gabriel Alberto Rosas Sánchez cursa el Doctorado en Ciencias Económicas de la Universidad Autónoma Metropolitana (México) y es miembro de la Sociedad Mesoamericana y del Caribe de Economía Ecológica. Correo electrónico: rosassanchezgabriel@gmail.com

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/209210
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