Los desafíos de las iglesias en la presente coyuntura

19/08/2020
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Foto: periodistadigital.com
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La complejidad de la situación actual del país plantea desafíos a los distintos actores nacionales, y no sólo a aquellos que son decisivos en la toma de decisiones institucionales o económicas, sino a los que influyen en la configuración de los valores, actitudes y conductas de las personas. Las iglesias, en toda su variedad y su distinto peso social, son agentes configuradores de valores y normas, creencias y opciones, que influyen en los comportamientos ciudadanos del más variado signo: desde las relaciones de pareja y la sexualidad, pasando por decisiones económicas, hasta llegar a la participación ciudadana comunitaria y política. Creencias o increencia aparte, la mirada de las ciencias sociales no puede dejar de reconocer, en una sociedad como la nuestra, el influjo cultural de las religiones promovidas desde las distintas instituciones cristianas católicas y protestantes, con influjos de otras corrientes de creencias –por ejemplo, judías y musulmanas— de menor peso, pero también presentes. Tampoco se puede dejar de reconocer el papel decisivo que tuvo el cristianismo crítico –emancipador y liberador— en la fragua de actitudes y comportamientos que, en las décadas de los años setenta y ochenta, del siglo XX, impulsaron a grupos significativos de la sociedad salvadoreña hacia la rebeldía, la lucha por la justicia y el sacrificio. Una parte importante de la institucionalidad católica fue el soporte de los procesos que desembocaron en comportamientos individuales y colectivos de compromiso con el bien común. Se cultivaron dinámicas de educación política y de organización popular que crearon conciencia cívica y ansias de conocer y realizar cambios en un país con demasiadas injusticias y desigualdades. Monseñor Luis Chávez y González abrió las puertas de la Iglesia a los problemas sociales; Monseñor Oscar Romero, llevó a la Iglesia a la calle, a la plaza, a los pueblos, a los cantones y caseríos; Monseñor Arturo Rivera Damas hizo de la Iglesia un espacio para el debate para la paz en el marco de la guerra civil. La guerra terminó, problemas importantes fueron atendidos y superados; otros, como las desigualdades estructurales, siguieron vigentes. El espíritu de compromiso del cristianismo católico fue mermando, por distintas razones. Los procesos de formación política y cívica dejaron de ser una prioridad, al igual que el fomento de una participación ciudadana, crítica y coherente. Quizás se estimó que otros harían el trabajo. Pues bien, ese trabajo no fue realizado por nadie más, y la crisis actual del país ha encontrado a una sociedad inmovilizada en lo organizativo y limitada en las capacidades de análisis por parte de sus integrantes. ¿Tienen algo que aportar las iglesias –y no sólo la Iglesia católica— a la sociedad en la educación cívica y el compromiso participativo? Si es así, ¿cuáles pueden ser las rutas a seguir? Estas son las preguntas sobre las que reflexionan los integrantes del grupo de análisis que, con varios colegas, hemos integrado en el marco de la situación actual del país.

 

Oscar Arnulfo González Márquez (comunicador e investigador social): Las iglesias son agentes articuladores en el espacio socio-político. Aunque se debe reforzar la laicidad, no se debe pasar por alto la importancia que tienen las iglesias en la configuración del sistema social y político. No se trata de que abanderen proyectos político-partidistas o que se utilice la religión con fines políticos. Se trata de que, como actores sociales, las iglesias contribuyan a transformar a la sociedad, para que esta sea más justa y equitativa. En este sentido, deben volverse espacios que fomenten la discusión y la participación, y que, posteriormente, apoyen demandas de la sociedad civil que se opongan a las desigualdades. Es decir, se trata de posicionarse como un agente crítico y autocrítico. En este periodo –con riesgo de rebrotes de coronavirus—, deben seguir promoviendo las medidas de protección contra el mismo y, durante sus actividades (misas, cultos, etc.), también tomar las precauciones adecuadas. Por otra parte, además, por supuesto, de impulsar una espiritualidad más humana, ante las necesidades de sus respectivas comunidades de fieles, tienen que coordinar acciones para solventarlas –o al menos disminuirlas— y también promover el trabajo en conjunto. Esto último implica hacer partícipes a los miembros de su congregación para que también actúen a favor de su comunidad y del país en su conjunto, más allá de que esto tenga un beneficio directo para ellos o para personas que forman parte de su grupo. Asimismo, deben sumarse a luchas sociales, como la que busca la aprobación de una Ley de Agua o la de una pensión digna.

 

Lucio Reyes (defensor de derechos humanos): Las diferentes iglesias de inspiración cristiana, tienen como fuente común de su fe, la Santa Biblia; en ella se encuentra una línea trasversal, tanto en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo Testamento, la defensa de los derechos de pobre frente a los abusos del poderoso. Los distintos profetas del Antiguo Testamento así lo manifiestan en sus diferentes escritos, el mismo Jesucristo enseñó a sus discípulos a ponerse en defensa del débil y del pobre, víctima de los abusos de los poderosos. Esta opción fundamental de la fe cristiana ha sido retomada por los Padres de la Iglesia y los diferentes líderes cristianos en el siglo XX, como monseñor Romero, Leónidas Proaño, Martín Luther King, entre otros. Sin embargo, en este nuevo siglo, la mayoría de los nuevos líderes de las iglesias cristianas no está comprometida en sus opciones pastorales con la defensa de los derechos humanos de los sectores en condición de vulnerabilidad. Esto nos lleva a preguntarnos, ¿por qué se abandonó esta opción?, ¿Por qué los líderes de las iglesias cristianas poco se comprometen con las angustias y tristezas de nuestro pueblo y con la defensa de los derechos de los sectores excluidos? Sin duda, que existen muchas causas que se pueden encontrar desde un análisis desde las ciencias sociales; sólo quiero señalar algunas, que nos deben hacer reflexionar: la nueva formación teológica y pastoral que se ha alejado del magisterio del Vaticano II y el Magisterio latinoamericano, como Medellín y Puebla; la opción por la neutralidad, que nos lleva a evitar el conflicto, la falta de memoria histórica, que nos hace indiferentes ante la grave y sistemática violación a los derechos humanos de nuestro pueblo pobre; y finalmente, la búsqueda de privilegios y la priorización por el proselitismo, en detrimento de trabajar por procesos de liberación integral desde la fe cristiana.

 

Rommel Rodríguez (economista e investigador): Para el caso puntual de la iglesia evangélica, acá en El Salvador, como en el resto de la región –incluido los Estados Unidos—un desafío es cómo enfrentar o conciliar aspectos del conservadurismo religioso no sólo presente en el catolicismo –como las posiciones tradicionales en torno a la homosexualidad y el aborto— con temas que dignifican la vida de grupos sociales pobres y marginados por la sociedad, un aspecto central en el mensaje de Jesús de Nazareth. Quizás el mejor ejemplo de esta contradicción se encuentra en algunos grupos evangélicos que apoyan mandatarios como los presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro, que centran sus agendas de trabajo en enaltecer el patriotismo, excluyendo comunidades amplias de migrantes y pobres que viven en condiciones sociales precarias, y que son instrumentalizadas para sumar votos. Algo de estos riesgos también se percibe en parte del pueblo evangélico de El Salvador, pero no es exclusivo de este momento, sino que históricamente hay grupos conservadores de las iglesias evangélicas que tienen una férrea posición contra el aborto y la homosexualidad, pero muy rara vez se pronuncian acerca del quehacer de la política nacional que afecta a los pobres y marginados de este país, y peor aún, muy rara vez hacen algo desde las comunidades que dirigen sus pastores para ayudar puntualmente a estos grupos vulnerables. El marco de la pandemia del COVID-19 es la circunstancia excepcional que, en el buen sentido de la palabra, la iglesia en su conjunto necesita para echar andar nuevos modelos organizativos para enfrentar sus efectos, pero también para encarar un duro porvenir que apunta a todas luces a una recesión económica profunda. Quizás debamos entender que lo que nos salva no es la creencia en un mundo del más allá; ni tampoco un modelo económico que acostumbradamente defendemos a toda costa por nuestra visión ideológica; ni aquel ordenamiento político-institucional que pensamos es el mejor a pie juntillas; sino que el principio de esa salvación está en preocuparse por el que tenemos al lado, independientemente lo que piense. Que es un ser humano hecho a semejanza de Dios y que por tanto requiere respeto y prestarle atención. ¿No es esto lo que hizo en su tiempo Jesús de Nazareth? Por tanto, la iglesia requiere menos rito y religiosidad, y más acción por los más necesitados. Esto es lo que el nazareno les encaró siempre a los fariseos y los escribas. ¿No será que el Señor nos dice lo mismo a los cristianos en estos tiempos de COVID-19?

 

Ventura Alfonso Alas (docente e investigador educativo). Desde los primeros años de existencia de la humanidad se han buscado explicaciones divinas a fenómenos naturales. Siempre se ha conectado una enfermedad o plaga con una acción de Dios. Las iglesias fueron institucionalizando todo este conjunto de dogmas y creencias que arrastramos hasta los días actuales. Las iglesias se han limitado a predicar un castigo divino y a tener fe en ese mismo Dios que ha castigado a la humanidad con enfermedades para que se apiade y quite los males de este mundo. Mi abuelita de 89 años de edad me cuenta recientemente como en los años 50´s y 60´s celebraban con cohetes, música, tamales y café la muerte de un niño que habría fallecido por cualquier enfermedad curable; ya que la iglesia católica predicaba que un niño que moría iba directamente al cielo. Después del paso de Luis Chávez y González, Monseñor Romero y Arturo Rivera por la iglesia católica salvadoreña se abrieron las puertas a un compromiso eclesial con la vida real de las personas; sin lugar a dudas que la ruta a seguir es revisar críticamente su pensar y sentir de estas grandes figuras… Su obra. Con la beatificación y canonización de Monseñor Romero, el vaticano reconoce que la acción social pastoral es el camino para la santificación; es la ruta para construcción del reino de Dios. Así que cualquier ciudadano creyente (particularmente católico) solo debe seguir los pasos trazados por Chávez y González, Rivera Damas y Monseñor Romero.

 

Carlos Hernández (Docente e investigador universitario): “Yo quisiera que la preocupación principal de ANEP y de todos los que defienden sus intereses no fuera mantener su posición, sino ver cómo la economía del país permita que todos los salvadoreños puedan sostener, con el fruto de su trabajo, dignamente a sus propias familias. Este es el ideal que tenemos que buscar entre todos”. Estas son palabras de monseñor Romero del 9 de diciembre de 1979, cuando todavía gobernaba la Primera Junta de Gobierno posterior al Golpe de Estado en octubre de ese año. El mensaje tiene una monumental claridad. La agudeza del religioso para hacer un llamado a los grandes empresarios (en ese momento representados en la Asociación Nacional de la Empresa Privada, ANEP) refleja lo que ahora las distintas iglesias debieran cultivar: señalar la raíz o la causa última de los distintos problemas que causan dolor o sufrimiento a las mayorías populares del país. No por un asunto de mera política partidista, sino porque esas mayorías tienen una fe o expresan una religiosidad que desde la institución eclesial (o sus liderazgos) merece ser correspondida con la orientación y llamados fuertes de atención –desde el poder religioso– a las personas con poder político y económico para construir una sociedad más digna, con menos desigualdad salvaje como la presente. Esto no implica que las iglesias promuevan el odio hacia las personas con riquezas escandalosas en medio de tanta pobreza. Al contrario, requiere un compromiso firme para promover el amor al prójimo, especialmente a quienes están en situaciones de mayor vulnerabilidad. La denuncia de la injusticia y el anuncio de una sociedad mejor, construida con el esfuerzo de todos, sigue siendo una tarea para la Iglesia salvadoreña.

 

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