Imperialismo y racismo van de la mano

11/08/2020
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A partir de 1870, el racismo sirvió al colonialismo como una de las principales justificaciones para imponer al mundo un sistema de dominación. En Estados Unidos, el expansionismo se desarrolló sobre el robo de las tierras ancestrales y el exterminio de los pueblos indígenas, y la acumulación de riquezas se produjo sobre la sangre, el sudor y las lágrimas de los esclavos negros. Con el imperialismo (en el concepto leninista de “fase superior del capitalismo”) se utilizó, con métodos más sutiles pero no menos crueles, el odio racial como instrumento de dominio, como herramienta para dividir al movimiento obrero, para infundir, sobre todo en la clase media, temores injustificados que sirvieran de excusa para la represión. Mucho, aunque no suficiente, se ha escrito sobre el racismo en Estados Unidos; tenemos, por ejemplo, “La otra historia de Estados Unidos”, magistral obra de Howard Zinn; pero sobre la exportación del racismo de Estados Unidos para facilitar su dominación en otros países, principalmente en los aledaños del Caribe, falta mucho por investigar, esclarecer y, sobre todo, divulgar. Cuba ha sido una de las primeras víctimas en este sentido. Revisemos en los siguientes párrafos cómo las intervenciones militares del poderoso país del norte generaron o incentivaron los conflictos raciales en la Isla.

 

José Martí, en su famoso discurso “Con todos y para el bien de todos”, del 26 de noviembre de 1891, en Tampa, dijo: “Yo sé que el negro ha erguido el cuerpo noble y está poniéndose de columna firme de las libertades patrias.” Y en estas palabras de Martí está la clave del asunto: “columna firme de las libertades patrias”, es decir, el negro, con su participación masiva y su heroísmo en las guerras de independencia, ganaba el respeto de los sectores más patrióticos y revolucionarios del pueblo y, al mismo tiempo, el odio de aquellos más reaccionarios y dependientes de los Estados Unidos. El negro cubano se había convertido ya en un serio obstáculo para los objetivos imperialistas de dominación de la Isla.

 

El 24 de enero de 1898, Estados Unidos envió al puerto de La Habana al acorazado Maine, cuyo misterioso hundimiento proporcionó el pretexto para el inicio de la primera guerra imperialista. El derecho a la justicia social, que los negros habían conquistado con su valor y sacrificio, quedó frustrado con la intervención militar norteamericana en Cuba en ese mismo año. Derrotada España, el ejército de ocupación prohibió a los mambises la entrada en las ciudades que abandonaba el ejército español y en muchos lugares nombró como autoridades locales a los que habían sido notorios enemigos de la independencia cubana. Los integrantes del Ejército Libertador, que en su mayoría eran negros, fueron postergados y humillados, mientras los anexionistas, voluntarios y guerrilleros al servicio de España, eran colocados en los cargos de la administración pública y pasaban a integrar una policía y un ejército en los cuales solo se permitían oficiales blancos.

 

El general John R. Brooke, al frente del gobierno militar, nombró en su gabinete solo a cubanos blancos que habían vivido en Estados Unidos y no habían participado en las guerras de independencia. El mismo patrón discriminatorio fue seguido por el general Leonard Wood, quien reemplazó a Brooke como gobernador militar en diciembre de 1899. De esta etapa ha quedado para la historia una verdadera “joya” racista contenida en un documento de la “Cuban Educational Association” fundada por la administración norteamericana. Esta institución declaró el primero de diciembre de 1898 que “solo algunos cubanos con considerados aptos para ser americanizados” (“only certain Cubans are considered fit to be Americanized”).

 

 Otra “perla” racista del período es la carta del general Wood al presidente Theodore Roosevelt sobre los que se oponían a la Enmienda Platt: “Son los degenerados y los agitadores de la Convención, liderados por un negrito llamado Juan Gualberto Gómez, hombre de infame reputación así en lo moral como en lo político.” Juan Gualberto Gómez (1854-1933) fue uno de los grandes patriotas cubanos, que luchó siempre por la independencia de Cuba y por la integración racial. Hombre de amplia cultura, fundó varios periódicos y se distinguió como un excelente orador. Por su gran estatura moral y revolucionaria, fue el hombre de confianza de José Martí y tuvo el honor de recibir de éste la orden de levantamiento para el inicio de la Guerra de Independencia. Al ofender a este cubano íntegro, uno de los pilares de la independencia de Cuba, el gobierno interventor ofendía al Ejército Libertador y a todo el pueblo de Cuba.

 

Estados Unidos impuso como primer presidente a uno de sus principales cipayos, Tomás Estrada Palma, ciudadano norteamericano que vivía en ese país desde 1878. En 25 años no había estado en Cuba y tampoco estuvo presente durante la campaña electoral. Fue elegido en ausencia, sin oposición, porque ante las irregularidades y los fraudes, su oponente, Bartolomé Masó, se abstuvo de concurrir a las elecciones. Masó, héroe de las guerras de independencia, antiplattista, que en la Convención Constituyente señaló que el “derecho de la fuerza” era la única base de los Estados Unidos para intervenir en los asuntos internos de Cuba, era el representante de los sectores más humildes y nacionalistas de la población cubana, y fue quien nos legó, escrita de su puño y letra, la única copia de la Declaración de Independencia que se conseva.

 

En San Lorenzo, Sierra Maestra, el 27 de febrero de 1874, poco antes de morir en combate contra una columna española, el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, escribió una página en su Diario descalificando a Estrada Palma, tachándole de inmoral en su vida privada y de “hipócrita en sus manifestaciones públicas” y, en lo que se refiere a la revolución afirmó que al estallar ésta “fue tan opuesto a ella que se comisionó para hacer desistir a los jefes principales.”

 

El general Wood nombró una Comisión de Escrutinios para supervisar las elecciones presidenciales de diciembre de 1901 en la que todos sus miembros eran partidarios de Estrada Palma. En estas elecciones solo podían votar los varones mayores de 21 años que supiesen leer y escribir y que tuviesen, además, alguna propiedad con un valor mínimo de 250 dólares oro. La ley electoral excluía, por tanto, a las mujeres, a los negros, y a los blancos pobres, restándoles amplios sectores sociales a los independentistas.

 

Muy distinta hubiera sido la historia de la República con Bartolomé Masó en la presidencia. En el “Manifiesto de Masó”, publicado en Cuba el 31 de diciembre de 1901, y reproducido al día siguiente en Estados Unidos por el New York Times, se expresa lo que sigue: “[…] La raza de color ha sido un factor esencial en nuestra existencia social y ha probado ser un elemento ordenado, aun bajo grandes sufrimientos, y ellos representan una fuerza respetable en tiempos de paz y para trabajar, así como siempre estuvieron listos para tomar parte en todas nuestras luchas; tienen en su familia héroes de toda clase y mártires de todo tipo. No podemos abandonar ahora a estos héroes, negándoles participación en nuestra personalidad política y quitándoles el derecho a tomar parte en nuestra vida pública.”

 

Estrada Palma bloqueó el acceso de los negros a los cargos administrativos y siguió una política de “blanqueamiento’ de la población cubana, vieja política que venía desde los tiempos de la colonia, favoreciendo la inmigración blanca y prohibiendo la de cualquier otra raza. Con esta política, que continuaron después José Miguel Gómez, Mario García Menocal y otros presidentes, entraron en Cuba centenares de miles de inmigrantes, sobre todo españoles, robando oportunidades de trabajo a los negros cubanos. Esta política fue acompañada de grandes negocios fraudulentos, como la venta a una compañía azucarera norteamericana de 3000 caballerías de tierra en Baracoa, supuestamente destinadas al asentamiento de inmigrantes noruegos. Los defensores de Estrada Palma alegan en su favor que no robó durante su administración, pero el hecho objetivo es que éste, el presidente impuesto por el general Leonard Wood, además de robarnos la historia, dejó robar a saco abierto a todos los que le rodeaban y, en primer lugar, a los funcionarios de la Legación de Estados Unidos en La Habana.

 

Con la desaparición del Ejército Libertador, del Gobierno de la República en Armas, del Partido Revolucionario Cubano, con Estrada Palma en la presidencia, y en manos extranjeras con fuerte tradición racista la mayor parte de las tierras, de las fábricas y de los servicios públicos, los negros tuvieron cada vez menos oportunidades de empleo y educación. Su marginación, además, estaba garantizada por las amenazas de intervención militar de Estados Unidos, con el fin de sofocar cualquier protesta.

 

En febrero de 1905, Estrada Palma decidió (o, más bien, decidieron por él desde Washington) reelegirse como presidente y, con este objetivo, creó el Partido Moderado y el llamado “Gabinete de Combate”. Cesanteó en masa a los empleados del gobierno que no eran “moderados” y los reemplazó por miembros de este partido. Ateniéndose a una obsoleta ley colonial de 1879 que permitía al presidente nombrar a los alcaldes y demás funcionarios municipales, los moderados se hicieron cargo de todos los gobiernos a ese nivel, con lo cual creó las condiciones para el gigantesco fraude que se avecinaba. El 21 de septiembre era asesinado el líder liberal Enrique Villuendas, en el Hotel Suiza de Cienfuegos, y una semana después se retiraba de la contienda electoral el candidato opositor José Miguel Gómez. Las “elecciones” tuvieron lugar el primero de diciembre de 1905 y, por supuesto, Estrada Palma fue reelecto sin oposición,

 

En ese año de 1905, Evaristo Estenoz, líder negro que tres años más tarde fundaría el movimiento de los Independientes de Color, visitó los Estados Unidos acompañado de Rafael Serra, otro líder negro, con el objetivo de estudiar la situación de los negros norteamericanos y la forma en que estaban organizados. De acuerdo a lo publicado por el New York Times en su edición del 9 de junio de 1912: “Encontraron que aunque socialmente estaban en desventaja comparados con sus hermanos cubanos, estaban mejor organizados y tenían mayor reconocimiento del gobierno federal y de los estados del norte en la cuestión de puestos en el gobierno.”

 

Con Estrada Palma en la presidencia, el general mambí Quintín Banderas y algunos de sus compañeros fueron asesinados y sus cuerpos mutilados. Seguramente no existe otro patriota en la historia de Cuba que haya sido más calumniado que este general de las tres guerras. Una figura de tan enorme arraigo popular era un obstáculo para los arribistas e infundía temor entre los funcionarios yanquis. Para descalificarle, se le fabricó una imagen de hombre primitivo y bestial, pero Quintín Banderas no era analfabeto, fue fundador de lo que es hoy el sindicato de la construcción y que en su tiempo se llamó gremio de los albañiles, dirigió, como jefe legendario, la infantería mambisa a las órdenes de Antonio Maceo, derrotando y burlando siempre al enemigo y, llegada la paz, se comportó con admirable dignidad ante los intentos de humillarle y menospreciarle. Documentos de la Legación diplomática de Estados Unidos lo describieron como un individuo muy peligroso (a pesar de sus 73 años de edad) y esto fue seguramente lo que determinó la anuencia cómplice del presidente y la forma alevosa y cruel que utilizaron para asesinarle.

 

El empecinamiento de Estrada Palma y el fraude electoral determinaron el alzamiento de los liberales en la llamada “guerrita de agosto” y la segunda intervención militar estadounidense (1906-1909) en Cuba.

 

Para entender los acontecimientos que tuvieron lugar durante el primer cuarto de siglo de nuestra historia republicana, hay que tener siempre en cuenta que la Enmienda Platt gravitaba sobre la República como una espada de Damocles, amenazando siempre con la intervención militar y la anexión. El temor a perder lo poco que nos habían dejado de independencia determinó, o al menos moduló, el pensamiento de muchos patriotas. En febrero de 1908, por ejemplo, el comandante Tomás Aguilar, dirigente negro liberal de San Juan de los Years, en carta abierta publicada en el diario El Triunfo, felicitó al general Evaristo Estenoz por sus deseos de mejorar la situación de los negros en Cuba, pero expresó su opinión contraria a la organización de un movimiento negro. Según Aguilar, con un poder extranjero en Cuba, los negros no debían organizar un movimiento porque en la tierra de Lincoln los negros eran tratados peor que en ningún otro sitio y demostrar a los extranjeros el disgusto de los negros podía poner en peligro a la República. Estenoz le contestó diciendo que nunca hubieran publicado en el diario El Triunfo una carta escrita por un negro de no haber sido escrita contra otro negro, y rechazó la comparación de la situación del negro en Cuba con la del negro en Estados Unidos. Los negros americanos, escribió Estenoz, debían sus dificultades a su falta de acción en el pasado, mientras que los negros cubanos las debían a su falta de acción en el presente. La presencia y la amenaza norteamericanas se habían utilizado como excusa para no darle a los negros la participación que merecían en el gobierno. En lugar de mirar hacia Estados Unidos, los cubanos debían mirar hacia México, Venezuela o República Dominicana. En lugar de hablar de los norteamericanos, los cubanos debían pensar, recordar e imitar las acciones de Simón Bolívar.

 

En las elecciones parciales del primero de agosto de 1908 para cubrir los cargos de gobernadores, consejeros provinciales, alcaldes y concejales, tanto el Partido Liberal como el Conservador, con el objetivo de atraer el voto negro, incluyeron algunos negros ilustres en sus candidaturas. Sin embargo, debido a las irregularidades y fraudes, ninguno de los candidatos negros resultó electo ni siquiera de concejal. Se ha señalado esta nueva decepción como la chispa que encendió la hoguera del movimiento independiente de color.

 

El 7 de agosto de 1908 se constituye la “Agrupación Independiente de Color” en La Habana, en el domicilio del general Evaristo Estenoz. Tanto en el acta de fundación como en todos los documentos posteriores generados por esta Agrupación, no se observa ni una sola línea, ni una sola palabra, que pueda calificarse de racista. No era una organización contra o excluyente del blanco, su único fin era eliminar la discriminación racial, lo cual sentaría las bases para el mejoramiento social del negro. Sin embargo, comenzaron de inmediato los ataques de la prensa reaccionaria, principalmente del Diario de la Marina. Los Independientes escribieron esta respuesta: “Claro que esta actitud ha de causar asombro a los viejos hombres de la vieja Colonia, acostumbrados a ver en el negro al antiguo esclavo, siempre de rodillas, y disponer a su arbitrio de su vida y de su muerte y de su voluntad y de su conciencia. Los tiempos han cambiado, y ese negro que se batió, bravo entre los bravos, por la independencia de Cuba, también quiere pensar con su inteligencia, sentir con su corazón y querer con su propia voluntad.” También del seno del Partido Liberal y del Conservador comenzaron los ataques. A éstos, los Independientes respondieron: “Ya saben los partidos nuestras aspiraciones, que los negros quepan en la República, según sus condiciones, como cupieron en los campos de la guerra defendiendo a la libertad y a la Patria.”

 

Al crearse la Agrupación de Independientes de Color, convertida después en partido, el corrupto Charles Magoon estaba al frente del Gobierno Interventor estadounidense. Fue precisamente este gobierno el que, en abierta contradicción con su política racial, alentó la conversión en partido de la agrupación, lo legalizó como Partido de los Independientes de Color (PIC) y le permitió que tomara parte en las elecciones generales del 14 de noviembre de 1908. Esta concesión, aunque justificada por la marginación del negro, indujo a este sector, el más nacionalista y patriota de la población cubana de aquellos tiempos, a cometer un error estratégico, lo llevó a un callejón sin salida que habría de dar lugar a la represión más brutal, y sería muy ingenuo pensar que no jugaron un papel importante en los acontecimientos las intrigas de los funcionarios norteamericanos en La Habana.

 

En estas elecciones resultó electo presidente José Miguel Gómez, del partido Liberal. Como era de esperar, debido al fraude, el poco tiempo de preparación para el proceso electoral, la ausencia de recursos económicos y de una maquinaria política como la que tenían los demás partidos, los Independientes no lograron la elección de ninguno de sus candidatos.

 

En las bases programáticas del PIC, escritas en 1908, hay planteamientos asombrosamente avanzados para la época: abolición de la pena de muerte, enseñanza primaria gratuita y obligatoria, creación de Escuelas de Artes y Oficios, enseñanza universitaria gratuita, oficial y nacional, reglamentación de la enseñanza privada y oficial por el Estado para que resulte uniforme la educación de todos los cubanos, nacionalización de los servicios públicos, jornada laboral de ocho horas, creación de un Tribunal de Trabajo para regular las diferencias que surgiesen entre el capital y los obreros, distribución de las tierras del Estado y adquisición de otras para los campesinos sin tierra, revisión y fiscalización de todas las concesiones de propiedades desde la primera intervención norteamericana, etc. Estas reivindicaciones, totalmente ausentes, por supuesto, de los programas de los partidos de entonces, Liberal y Conservador, las volveremos a encontrar, pero mucho después, en la Revolución del 33, con Guiteras, y serían recogidas (casi siempre sin las leyes complementarias que les dieran vida real) en la Constitución de 1940; algunas, tendrían que esperar hasta 1959, pero todos olvidamos que ya en 1908, más de medio siglo antes, los negros cubanos las habían plasmado en su Plataforma Programática.

 

Un aspecto importante del ideario de los Independientes de Color es el que se relaciona con los primeros zarpazos del naciente imperialismo norteamericano. En enero de 1910 escribían en su órgano oficial: “El canal de Nicaragua ha sido otro de los sueños del insaciable yankee, […] He aquí uno de tantos ejemplos de la política imperialista yanquee, sedienta de expansión. […] Así como hace sesenta años fomentó el yanquee la rebelión texana, que dio oportunidades para declarar la guerra más injustificada y cruel que registra la historia moderna y echar la garra después a su territorio […]; así ahora el deseo de apoderarse por cualquier medio de la zona del canal de Nicaragua, cuya importancia estratégica y comercial a nadie se oculta, es el fin al que conducen los manejos actuales de que el mundo es espectador. México, más tarde Colombia, hoy Nicaragua y, dentro de poco Cuba, he ahí las vivientes pruebas de la nefasta influencia de la sucia política del coloso yanquee en América Latina.” Y luego, con ironía: “[…] Que para hacerse de la Zona del Canal de Panamá fue necesario crear esta república, desmembrándola de Colombia, ¿y qué? Se sacará otra república de Nicaragua; esto hará más sencillo el protectorado, más realizable la empresa.”

 

Poco antes, en 1909, en el diario Previsión, órgano de los Independientes, aparece este párrafo: “Sí, todo esto y lo que después venga, necesita el pueblo cubano, no solo como derivado de las instituciones republicanas, sino también por imperiosa exigencia de la civilización que no puede detenerse en su marcha vertiginosa y ha de girar, al fin y al cabo, en el radio del socialismo científico imperante en Alemania, casi gobierno en Francia y única fórmula que defiende y ha de defender, de aquí en adelante, todo hombre de color, que de culto se aprecie y por culto y adelantado se distinga.” Por la referencia a países europeos, infiero que el propósito de los Independientes era el de llegar al socialismo a través de un sistema democrático parlamentario, es decir, concebían el socialismo como un proceso evolutivo, aunque el pensamiento de Estenoz, su principal líder, no era al parecer tan “evolucionista”, como podemos constatar en este párrafo de ese mismo año 1909: “Las revoluciones deben ser ciegamente vengadoras, pujantes, como un torrente gigantesco que conmueve el edificio social hasta sus mismos cimientos, que bata, demuela y lo arrastre todo; que cruce por el medio social en que se agite y desarrolle como una ola inmensa, monstruosa, que sorprende, invade y barre furiosamente al ligero barco en medio del Océano.” Sea lo que fuere, es más que evidente que el ideario de los Independientes de Color estaba a una distancia de años-luz por delante del resto de las organizaciones políticas de la época. Plantear, hace ya más de un siglo, en La Habana, que el futuro de la humanidad sería el socialismo científico, cuando no se había producido aún la Revolución de Octubre de 1917, y 52 años antes de que el presidente Fidel Castro proclamase la Revolución Socialista en vísperas de Playa Girón es, sin duda, admirable, premonitorio y sorprendente.

 

Al estudiar el ideario de los Independientes de Color toma fuerza la convicción de que el odio contra el negro de los injerencistas estadounidenses y de todas las demás fuerzas reaccionarias que se concitaron contra él, no era debido solamente al color de la piel sino a que constituían el segmento social más progresista, más nacionalista, más revolucionario y más antiimperialista, fieles seguidores del pensamiento martiano y maceísta.

 

 Otro aspecto importante es la universalidad de sus ideas. No se limitaron a los problemas raciales y locales sino que hurgaron y se integraron en las corrientes modernas de pensamiento. Un ejemplo es este párrafo bellísimo, antológico: “Los principios fundamentales que dieron forma y vida a la gran Revolución Francesa han sido falseados y contravertidos en casi todos los pueblos, que aun siendo republicanos, no han llegado a comprender el alcance de la verdadera democracia, por encima de la cual ponen sus atávicos rencores, afeándole el rostro con afeites que le dan aspecto de matrona aristocrática.”

 

Para las elecciones de 1910 el PIC estaba ya organizado en cinco de las seis provincias del país, solo faltaba Camagüey, pero la organización crecía cada vez más y se había convertido en una poderosa fuerza política. Las acciones represivas, por supuesto, no se hicieron esperar. El 6 de febrero de 1910 Estenoz fue detenido acusado de infringir la Lay de Imprenta. Estando en prisión fue presentada en el Senado una enmienda a la Ley Electoral que pasó a la historia como “Enmienda Morúa”, aprobada con rapidez el 14 de ese mismo mes, en la cual se establecía que “No se considerarán como partidos políticos a los efectos de esta Ley, a las agrupaciones constituidas exclusivamente por individuos de una sola raza o color, y grupos independientes que siguen un fin racista.” Solo Salvador Cisneros Betancourt se opuso firmemente a la Enmienda, afirmando: “Los negros en la guerra eran más que los blancos y jamás hubo una rebelión de negros contra blancos” y al concluir su defensa de la conducta del soldado negro mambí, concluyó advirtiendo: “Los negros jamás harán por dividirse de los blancos; y nosotros, por consiguiente [con la Enmienda] les abrimos la puerta para que ellos hagan eso.” Pero la Enmienda se aprobó con solo tres votos en contra y fue aprobada también en la Cámara de Representantes.

 

Por ese tiempo, el Ministro de Estados Unidos en Cuba, John B. Jackson, era un hombre de muy arraigados prejuicios racistas. “Los negros no tienen -decía el Ministro en nota dirigida al Secretario de Estado de Estados Unidos, P. C. Knox- suficiente talento para organizarse y hacer posible que la cuestión racial se convierta en verdadero peligro para la república excepto bajo el liderazgo de los blancos.” No obstante, a partir del 22 de abril de 1910, se recrudeció la represión policíaca y el uso de los más arbitrarios procedimientos políticos y jurídicos para la liquidación del partido.

 

Cuando los Independientes vieron burlados sus esfuerzos por derogar la Enmienda Morúa, y cerrados todos los caminos legales, decidieron recurrir a una Protesta Armada, cuya fecha se fijó para el 20 de mayo de 1912. Evaristo Estenoz, en libertad gracias a una ley de amnistía, llegó a Santiago de Cuba el 17 de mayo de 1912 y su llegada fue celebrada con un gran mitin de protesta contra la Enmienda. Dos días más tarde, el 19 de mayo, salió rumbo a La Maya, dirigiéndose más tarde a la finca San José, en Belona, propiedad del general Pedro Ibonet.

 

A partir de este momento, la prensa norteamericana comenzó a publicar una serie de informaciones alarmantes que después eran reproducidas por los periódicos que se editaban en Cuba. Los anexionistas, tanto los de Estados Unidos como los del patio, echaban leña al fuego tratando de provocar una nueva intervención militar de Estados Unidos y, como fin último, la anexión de Cuba.

 

Sin la intervención de Estados Unidos, la Protesta Armada seguramente no hubiera tenido mayores consecuencias, pues no estaba dirigida a derrocar el gobierno ni a la toma del poder sino a presionar al presidente José Miguel Gómez y al Congreso para que derogasen la Enmienda. Pero otros eran los objetivos de Washington. El 25 de mayo, mediante una Nota de la Legación de Estados Unidos en La Habana al Secretario de Estado de Cuba, se hizo saber al gobierno cubano que el de Estados Unidos había tomado la decisión de enviar un cañonero de su marina de guerra a la bahía de Nipe y la de agrupar una considerable fuerza naval en Cayo Hueso. Alarmado, José Miguel Gómez envió de inmediato un cablegrama al presidente de Estados Unidos, William Taft, informándole de las medidas severas que había adoptado contra la protesta y que consideraba, no obstante agradecerla, innecesaria por entonces la intervención de fuerzas militares de Estados Unidos en el conflicto. Taft, a su vez, contestó a Gómez, mediante otro cablegrama, que se complacía en “conocer las medidas enérgicas tomadas por su gobierno para acabar con los disturbios existentes.” El mensaje estaba claro: si el presidente Gómez quería evitar la intervención tenía que tomar medidas “enérgicas” para “acabar” con los disturbios.

 

No obstante, olvidando su respuesta al presidente Gómez, el 31 de mayo Taft ordenó el desembarco de tropas norteamericanas en Daiquirí, Oriente, dando comienzo a la tercera intervención militar norteamericana en Cuba. El desembarco en Daiquirí no tenía sentido pues no había allí propiedades norteamericanas que proteger ni tropas enemigas que combatir, de modo que las tropas enviadas por el gobierno de Estados Unidos quedaron aisladas en un territorio donde no tenían absolutamente nada que hacer, donde los únicos enemigos eran los mosquitos y las enfermedades tropicales, por lo que determinaron reembarcarse, dando fin, sin pena ni gloria, a su aventura intervencionista.

 

La injerencia norteamericana sirvió, en fin de cuentas, para avivar los odios racistas contra los Independientes de Color, al señalarles injustamente como culpables de la intervención. El 27 de mayo, José Miguel Gómez envió al general José de Jesús Monteagudo, jefe del Ejército de Cuba, a la región oriental del país al frente de 1,200 hombres. Anteriormente, habían salido con ese destino otros contingentes en los barcos de guerra Patria y Cuba. Así comenzó la denominada por el gobierno de Gómez “Campaña de Oriente”. Los medios de prensa, tanto de Cuba como de Estados Unidos, se encargaron de desatar la histeria contra los negros, acusándoles de asesinatos, saqueos, violaciones de mujeres blancas y de todas las atrocidades imaginables. La verdad histórica es que nada, absolutamente nada de esto sucedió.

 

La conducta del Senado y de la Cámara de Representantes no pudo ser más abyecta. En su sesión ordinaria del 7 de junio de 1912 adoptó un acuerdo-ley concediendo quince días de licencia al presidente de la Cámara, Orestes Ferrara –uno de los más infames personajes de la época- para que se trasladase a Estados Unidos a fin de convencer al gobierno de ese país de que no era necesaria su intervención armada en Cuba. Por si fuera poco, en la sesión ordinaria del 14 de junio, la Cámara acordó enviar un cablegrama al presidente de Estados Unidos dándole las gracias por las deferencias que había tenido con Ferrara, y otro felicitando a éste por el éxito de sus gestiones.

 

La Maya fue el único pueblo que tomaron momentaneamente los Independientes de Color. El cuartel de la guardia rural estaba defendido por veinte soldados y voluntarios que lo abandonaron con el avance de los Independientes. La mayor matanza tuvo lugar en Micara. En un informe al presidente José Miguel Gómez, el general Monteagudo expresa (28 de junio de 1912): “Hágase cargo de lo difícil que es tener casi sitiado un monte de ocho leguas, y nuestras fuerzas hacen allí una verdadera carnicería”. Y en otro lugar: “Es imposible precisar el número de muertos, porque ha degenerado en una carnicería dentro del monte.” En Micara murió el general Evaristo Estenoz, quien se oponía a la Protesta Armada, pero decidió encabezarla acatando el diferente criterio de la mayoría. Fue un hombre que actuó siempre en consecuencia con sus principios, por lo que merece honor y respeto.

 

Se conocen varios lugares en las provincias orientales que fueron escogidos para asesinar allí a los negros, como Puerto de Platanillo, entre Alto Songo y El Cristo, y Loma Colorada, cerca de Santiago de Cuba, donde eran llevados los negros que se presentaban y asesinados a machetazos. El general Pedro Ibonet y su ayudante Francisco Céspedes fueron asesinados por el teniente Arsenio Ortiz el 16 de julio de 1912. Cercados en el cafetal Nueva Escocia, fueron hechos prisioneros y macheteados posteriormente cerca de El Caney.

 

Las principales matanzas tuvieron lugar en Oriente, pero también, en menor escala, en muchos otros lugares de la Isla. En una finca cercana al poblado de Cruces, en la actual provincia de Cienfuegos, un numeroso contingente de negros bajo el mando de Simeón Armenteros, Comandante del Ejército Libertador, fue engañado y masacrado por fuerzas del Ejército y voluntarios, al mando del capitán Amiel. Hay que destacar que la represión no se ejerció solamente contra los miembros del PIC; muchos negros que nada tenían que ver con el movimiento fueron también asesinados.

 

La matanza cerca del poblado de Cruces no fue casualidad. Cruces era por aquella época uno de los principales centros agro-industriales azucareros del país (Camagüey y Oriente no alcanzarían un gran desarrollo hasta después de la Primera Guerra Mundial). Por causa de la gran densidad obrera en el territorio (once centrales azucareros rodeaban la cabecera municipal) era el centro de mayor acción del movimiento obrero revolucionario, principalmente de los anarco-sindicalistas. En febrero de 1912 –solo tres meses antes de la Protesta Armada- tuvieron éstos allí su “Primer Congreso de Trabajadores y Campesinos”. De 1915 es el famoso “Manifiesto de Cruces”, en el cual se proclamaba el derecho a la rebelión contra la explotación y el abuso de terratenientes y capitalistas, incluyendo a los norteamericanos quienes controlaban la mayor parte de la industria azucarera. En 1918 tuvo lugar, también en Cruces, el tumultuoso “Congreso de los Bakuninistas”. Aún no existía el Partido Comunista, éste sería fundado en 1925, trece años después de la Protesta Armada pero, aunque por diversos caminos, los trabajadores iban tomando conciencia como clase a pasos agigantados. Considero que las masacres de 1912 en Cuba, alentadas por el gobierno de Estados Unidos, tuvieron, entre sus principales objetivos, eliminar o atemorizar a los obreros “revoltosos”, destruir sus organizaciones e impedir la consolidación de sus sindicatos.

 

En la sesión del Senado del 27 de junio de 1913, el senador Richard Dolz, resumió los resultados de la masacre diciendo: “Esta fue una matanza enorme de negros. ¡Ah, señores, aquí sí que la piedad irrita; miles de cubanos negros perecieron en una campaña en que el ejército cubano no tuvo una sola baja.”

 

Las raíces primarias de éste y otros conflictos raciales en Cuba no son otras que las intervenciones norteamericanas en la Isla. Hay diversas razones que justifican esta aseveración y que paso a enumerar en forma resumida:

 

  1. Con su intervención en 1898, Estados Unidos frustró los ideales independentistas de los cubanos y exacerbó los prejuicios raciales que tendían a desaparecer como consecuencia de la participación heroica y masiva de los negros en las luchas por la libertad de la Patria.

 

  1. Las intervenciones norteamericanas trasladaron a Cuba la herencia cultural racista de Estados Unidos y el negro resultó marginado no solo por el color de su piel sino porque representaba un peligro para los intereses de clase de los extranjeros que se habían apoderado del país.

 

  1. Las normas impuestas para las elecciones de 1900 y 1901 excluyeron los sectores más humildes del país, para que solo votara “la gente de clase superior” (“the better class of people”) al decir de Leonardo Wood.

 

  1. La política de “blanqueamiento” de la población cubana, impulsada por el Gobierno Interventor y continuada por Estrada Palma y otros presidentes, puso al negro en desventaja para la obtención de empleo y disminuyó sus oportunidades de superación.

 

  1. Las autoridades estadounidenses protegieron y favorecieron el acceso a los cargos administrativos de los cubanos blancos que no habían participado en las guerras de independencia y que, en muchos casos, habían sido sus enemigos y, por el contrario, excluyeron de los cargos públicos a negros con brillantes expedientes en el Ejército Libertador.

 

  1. Los fraudes electorales, las “botellas” y, en general, la corrupción, entronizados principalmente bajo el gobierno interventor de Charles Magoon, contribuyeron a la marginación del negro cubano.

 

  1. El despojo del territorio cubano en Guantánamo, la Enmienda Platt y, con ella, la amenaza de una tercera intervención militar extranjera, que comenzó a concretarse con el desembarco en Daiquirí y el envío de aacorazados a las costas cubanas, empujó a la administración de José Miguel Gómez hacia la adopción de medidas rápidas, drásticas y crueles, exigidas por Washington, para reprimir la Protesta Armada, y puso en contra del movimiento de los Independientes de Color a muchos patriotas cubanos que, en otras circunstancias, lo hubieran apoyado.

 

  1. La brutal represión y las masacres que tuvieron lugar en 1912 frenaron durante algunos años la expansión de las organizaciones obreras, las privaron de muchos de sus líderes y sembraron la división entre sus filas.

 

Varias décadas tardaría el pueblo cubano en constatar con claridad que la lucha contra la discriminación racial no podía separarse de la esfera más amplia de las luchas de la clase obrera y de las luchas contra la dominación imperialista, de las cuales tenían que ser necesariamente protagonistas negros y blancos unidos; pero la Protesta Armada de los Independientes de Color queda para la historia como símbolo de la rebeldía del negro trabajador cubano contra la discriminación y contra la imposición de una cultura racista. Nunca se olvidaría el efecto destructor sobre la nación cubana latente en la injerencia extranjera. 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/208400
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