Economía y crisis

América Latina en el capitalismo contemporáneo (I)

09/03/2020
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Resumen (1)

 

El desarrollo desigual y combinado brinda una explicación más consistente de la etapa actual que la teoría de las ondas largas. Por eso interpreta mejor la adversidad de América Latina. La globalización productiva y el despunte asiático han determinado la regresión industrial y la marginalidad de la región en la revolución digital. El endeudamiento externo es la principal manifestación de financiarización, en una zona afectada por el extractivismo y el drenaje de la renta.

 

Las crisis combinan modalidades financieras específicas y retracciones peculiares del poder adquisitivo. Pero derivan de la misma sobreproducción global itinerante que socava a todo el sistema. Esa mixtura corrobora el acierto de las interpretaciones multicausales. La tendencia decreciente de la tasa de ganancia no tiene una dinámica propia en la región.

 

Todos sabemos que el capitalismo contemporáneo ha registrado grandes cambios en las últimas cuatro décadas, con enormes impactos sobre América Latina. Para sintetizar esas transformaciones globales y su efecto sobre la región hay que considerar cuatro áreas: economía, crisis, geopolítica y resistencias.

 

ADVERSIDADES DEL DESARROLLO DESIGUAL Y COMBINADO

 

Es evidente que el capitalismo actual difiere de su antecesor de posguerra. Esa etapa previa está definitivamente cerrada y no existe continuidad con la crisis de los años 70. Resulta indispensable reconocer la existencia de este novedoso período, que ha recibido múltiples denominaciones (neoliberal, globalizado, financiarizado).

 

Lo más llamativo de la nueva etapa es el comportamiento regional diferenciado. Ha predominado un bajo crecimiento en Occidente y una significativa expansión de Oriente, que no alcanza para motorizar la economía mundial. Este llamativo desarreglo es el principal enigma a resolver. El descenso de Estados Unidos, el ascenso de China y el reducido incremento del PBI global es un triple proceso a explicar, con el soporte de alguna teoría.

 

Algunos pensadores han recuperado el principio del desarrollo desigual y combinado para avanzar en esa comprensión. Ese concepto recuerda que el capitalismo no sigue un patrón evolutivo. Está sujeto a saltos, avances y retrocesos, que a su vez generan amalgamas entre las distintas formaciones económicas. Esas combinaciones definen la tónica del período.

 

El principio también resalta la presencia de países que ascienden y descienden en la estratificación global. Señala que la hegemonía de las viejas potencias está amenazada por nuevos rivales. Esos competidores aprovechan “la ventaja del que llegó tarde”, para apropiarse de los desarrollos tecnológicos más recientes (y potenciar su rentabilidad). El auge de China y el declive de EEUU ilustran este escenario de ganadores y perdedores del período.

 

Ese resultado no obedece a un catch up electivo. La simple contraposición entre beneficiarios de políticas acertadas y afectados por orientaciones equivocadas, no explica lo ocurrido. Hay un proceso de cambios en el status global como consecuencia de la dinámica objetiva del capitalismo.

 

El principio del desarrollo desigual y combinado no incluye previsiones sobre el resultado de la nueva pugna entre Estados Unidos y China. Opera como una norma de funcionamiento del sistema y no cómo una ley de carácter predictivo.

 

Pero lo más novedoso es la incidencia directa de ese principio sobre el propio capitalismo mundializado. Actúa sobre esa totalidad con mayor intensidad y a una escala muy diferente al pasado. No repite las viejas contraposiciones entre capitalismos nacionales e imperios rivales en disputa. Incide en la relación globalizada que mantienen China y Estados Unidos y también en los desbalances mayúsculos que produce esa conexión.

 

La explicación de la etapa con fundamentos en el desarrollo desigual y combinado contrasta con otro enfoque, basado en la teoría de las ondas largas. Esa visión aporta una interpretación general del período, pero afronta cuestionamientos muy severos. A diferencia del primer criterio, postula la controvertida existencia de procesos históricos regulares y repetitivos. Considera, por ejemplo, que toda revolución tecnológica debe generar una expansión de largo plazo y atribuye una periodicidad predeterminada a la imprevisible dinámica de la lucha de clases.

 

Este enfoque no clarifica el marco actual de retroceso (sin estancamiento) de Occidente y ascenso (sin generación de crecimiento global) de Oriente. Ese complejo mosaico no encaja con la definición binaria que exigen las ondas largas. En ese encuadre, el período debe estar signado por la expansión o la regresión de la economía capitalista. No hay lugar para otro escenario, en ninguna versión de esos movimientos.

 

Los teóricos de la onda ascendente observan en el marco actual, una confirmación del diagnóstico schumpeteriano de revolución tecnológica y auge productivo. Pero omiten el retroceso de Estados Unidos y la ausencia de prosperidad mundial. Los partidarios de un contexto inverso de onda descendente cometen el error simétrico. Cierran los ojos ante el enorme avance de China y soslayan el cambio cualitativo introducido por la mundialización.

 

Existe una tercera visión que concibe ondas en extinción, resaltando la incompatibilidad del capitalismo con la informatización. Pero no aporta ninguna prueba de esa contraposición y tampoco justifica la estrecha conexión que observa entre derrotas populares y frenos de la acumulación.

 

Los problemas de las ondas no se resuelven añadiendo el concepto de fase, ni distinguiendo las dimensiones cuantitativas y cualitativas de esos movimientos. Tampoco se corrigen con la hipótesis de una onda fracturada, que explicaría el desigual impacto de la relación sino-estadounidense sobre la economía mundial. Las ondas largas excluyen ese tipo de ambigüedades. Suponen cursos globales, uniformes y de tónica ascendente o descendente.

 

La aplicación de estas controversias a América Latina introduce dilemas adicionales. La región padece adversidades mayúsculas. Está afectada por una primarización, que recrea la vieja especialización en exportaciones básicas y por un extractivismo exportador, que afianza la dependencia y subdesarrollo. El drenaje de la renta agro-minera supera todo lo conocido, en la reinserción internacional de la zona como proveedora de productos básicos

 

América Latina carga con todas las consecuencias del debilitamiento estructural de su industria, frente a los nuevos competidores asiáticos. Este retroceso productivo está potenciado por la creciente dependencia financiera.

 

La forma contemporánea que adopta el desarrollo desigual y combinado afecta doblemente a la región. Agrava un status dependiente de centurias, que se había atenuado en la segunda mitad del siglo XX, con la expansión industrial y la ampliación del consumo. En ese periodo los mercados internos fueron parcialmente aptos para el modelo keynesiano. Esa ventaja se ha disuelto en la fase actual de lucrativa optimización de la región asiática.

 

Esta dinámica objetiva del capitalismo sólo es acentuada o morigerada por los distintos modelos económicos. Las políticas neoliberales agravan la pérdida del excedente, las orientaciones neodesarrollistas intentan infructuosamente retener ese sobrante y las estrategias radicales han exhibido resultados muy disímiles.

 

El desarrollo desigual y combinado aporta explicaciones -que la teoría de las ondas largas no ofrece- para el devenir de Latinoamérica. Ese concepto no clarifica el retroceso frente al competidor asiático, ni el drenaje de la renta.

 

Estas limitaciones se extienden también al pasado de la región, que estuvo signado por cierta desincronización con la dinámica global. Durante el boom internacional de posguerra perduraron las adversidades y en la crisis mundial de entre-guerra hubo proteccionismo e industrialización. La pauta de evolución latinoamericana nunca estuvo dictada sólo por la fluctuación ascendente o descendente del ciclo mundial.

 

Pero esas conexiones entre el marco global y regional deben ser precisadas analizando las transformaciones registradas en seis áreas específicas del capitalismo.

 

Regresión con la globalización productiva

 

El primer campo de cambios estructurales es la globalización, que ha impactado en todas las esferas de la economía. Modificó especialmente la geografía industrial, mediante el desplazamiento de la producción hacia Oriente. Asia se ha convertido en el gran taller del planeta, en desmedro de la vieja primacía fabril de Occidente.

 

Este giro se asienta en el incremento de la explotación y la creciente extracción de la plusvalía en la región asiática. Este dato esencial es omitido por los análisis heterodoxos, que indagan exclusivamente las distintas políticas económicas en pugna.

 

La gigantesca transformación industrial introducida por la globalización es también desconocida, cuando se supone que hubo un proceso equivalente en el pasado. Se olvida que antes del siglo XIX, todas las modalidades de conexión global tenían fuertes componentes pre-capitalistas y que a principio de la centuria pasada carecían de la envergadura actual.

 

La globalización no está sujeta a una dinámica cíclica. Expresa la necesidad de mayores mercados y escalas de producción que impone la acumulación. Su magnitud contemporánea contradice la simple tesis de un péndulo.

 

La dimensión productiva de ese proceso constituye el rasgo más llamativo del cambio en curso. Se verifica en una novedosa primacía de la internacionalización productiva, con diversos correlatos comerciales y financieros. El capitalismo del siglo XXI opera con mayor expansión espacial y creciente acortamiento de los tiempos.

 

La globalización que maduró en las últimas décadas, estuvo precedida por cambios en la división internacional del trabajo y por la aparición del ciclo del producto, gestionado por las empresas multinacionales. Posteriormente se consumó la irrupción de las empresas transnacionales y el desdoblamiento internacional de los procesos de fabricación. Emergió una división global del trabajo, que consagra la fabricación industrial integrada y se reforzó la vieja sustitución de importaciones por nuevos modelos orientados por las exportaciones.

 

Más recientemente se consolidaron las cadenas globales de valor, con creciente peso de los bienes intermedios y mayor gravitación de las importaciones. También se expandieron nuevas modalidades de la especialización vertical. Hay más subcontratación, off-shoring, deslocalización de inversiones y fragmentación del tejido de insumos.

 

Estos cambios en la dinámica de la acumulación no son irreversibles, pero introducen fuertes limitaciones a eventuales procesos de desglobalización. La provisión de bienes y servicios intermedios en el comercio mundial aumentó cualitativamente y se ha instalado la digitalización en todo el planeta. Hasta ahora, no se observa ningún indicio de desglobalización financiera, ni anticipos de retorno a los bloques proteccionistas de los años 30. Tampoco se perfila una restauración de la antigua primacía de los mercados interiores.

 

La globalización ha desatado un conflicto de enorme envergadura entre Estados Unidos y China. Ambas potencias disputan el tipo de configuración internacional prevaleciente y las distintas modalidades complementarias de regionalización.

 

Un importante efecto de esta transformación productiva es la subdivisión de la vieja periferia. Un grupo de países se industrializa y otro se desindustrializa. Por eso aumentó radicalmente la participación de los denominados emergentes, en la actividad manufacturera global. Esa gravitación está monopolizada por las economías asiáticas.

 

América Latina ha sufrido una desindustrialización precoz, mucho más severa que la deslocalización padecida por las economías avanzadas de Occidente. Las fábricas cierran antes de haber alcanzado su madurez y la brecha con el continente asiático es fenomenal.

 

En Sudamérica descendió el peso del sector industrial y salta a la vista el deterioro del modelo de abastecimiento local, forjado durante la sustitución de importaciones. La industria tradicional de los países medianos se encuentra en franco retroceso. En Brasil el aparato industrial perdió la dimensión de los años 80 y en Argentina se registra una cirugía descomunal.

 

En Centroamérica la reestructuración es diferente. La subordinación periférica se asienta en una especialización, en los eslabones más bajos de la cadena global de valor. En ese caso la adversidad del contexto global es también significativa. El retroceso productivo que impera en el sur y el amoldamiento a la fabricación básica que predomina en el centro de la región, constituyen dos modalidades de una regresión común.

 

En ninguna parte de Latinoamérica se ha corroborado la expectativa de escalar en la cadena global de valor. La región continúa afincada en el segmento inferior de esa estructura. Las ganancias extraordinarias son invariablemente acaparadas por las empresas transnacionales. El forzado intento de lograr algún espacio en esos circuitos acentúa la balcanización económica. Se agravan las desigualdades interiores y queda sofocado el desarrollo sostenido.

 

Un curso alternativo exigiría desenvolver asociaciones productivas regionales. Ese camino permitiría transitar el sendero de reindustrialización que América Latina necesita, para gestar un bloque integrado.

 

Marginados de la revolución digital

 

La globalización productiva se asienta en la revolución informática que alumbró al capitalismo digital. Esa transformación repite muchas características de los cuatro procesos análogos que se verificaron en el pasado. Pero el cambio de paradigma introducido por la innovación radical de la informática, también genera nuevos desequilibrios en todo el sistema.

 

La mirada marxista de este proceso difiere de la idolatría, justificación y ceguera que prevalecen entre los neoliberales. Esa corriente observa la revolución informática como un proceso que se auto-explica por la magia del mercado y que se auto-impulsa por el comportamiento virtuoso de los empresarios innovadores.

 

El optimismo schumpeteriano rechaza esos mitos. Pero le asigna erróneamente a la revolución tecnológica, una intrínseca capacidad para encender los motores de cualquier economía, amoldada al formato de las estructuras digitales.

 

En la vereda opuesta se sitúan las vertientes estancacionistas, que objetan (o relativizan) la presencia de la gran transformación informática. Las corrientes marxistas de ese enfoque, frecuentemente reproducen las reacciones simplificadas del pesimismo heterodoxo frente a la mistificación neoliberal.

 

En vez de observar qué tipo de contradicciones introduce ese cambio radical, niegan su impacto con un dudoso argumento de baja incidencia en el incremento de la productividad. Omiten que sin el abaratamiento de la fuerza de trabajo y los insumos (que generó ese aumento) hubieran sido imposibles las reducciones en el costo del transporte y las comunicaciones. Sólo la revolución informática permitió esas disminuciones esenciales para la globalización productiva.

 

Reconocer la presencia de la revolución informática no implica adscribir a las tesis del capitalismo cognitivo. Ese enfoque postula el dominio de las redes, la preeminencia de la inmaterialidad y la sustitución de la explotación tradicional por el poder del conocimiento. Con esos postulados desconoce, en los hechos, que el capitalismo continúa operando. Describe una lógica de la actividad económica, que diluye los principios de un régimen basado en el beneficio, la competencia y la explotación.

 

La constatación de las modificaciones que introduce el arsenal digital permite visualizar la presencia de nuevas contradicciones, que no imposibilitan la continuidad del sistema. Los teóricos del poscapitalismo suelen confundir esas dos dimensiones, cuando presentan los nuevos desequilibrios como acontecimientos inmanejables para el sistema. Estiman, por ejemplo, que la informatización ha eliminado la fijación de los precios por la concurrencia, en un contexto de gratuidad objetiva que sería artificialmente contenida por el dominio de los monopolios.

 

Esa equivocada percepción coincide con la idealización de las redes y omite que ese tejido se ha convertido en un gran campo de negocios. La altísima rentabilidad del universo digital, refuta las ingenuas expectativas en una desmercantilización del sistema económico, por simple implantación de las nuevas tecnologías. Con ese razonamiento los teóricos del poscapitalismo imaginan el surgimiento de una economía colaborativa, que reemplazaría al sistema actual. Pero esa variedad de las cooperativas ocupa un lugar muy secundario, en la estructura regida por el lucro que impera en la informática.

 

En las enormes transformaciones introducidas por la revolución digital, el papel de América Latina es totalmente marginal. La región es consumidora de tecnologías que no produce siquiera en forma parcial. Ningún país de la zona cumple algún papel significativo en diseño, innovación o gestación de los nuevos productos. Latinoamérica está prácticamente ausente en los 59 indicadores representativos de la mutación informática.

 

Esa marginalidad no es sólo consecuencia de políticas económicas desacertadas. Expresa un proceso objetivo de inserción subordinada en la nueva división global del trabajo. Como la región afianzó su viejo lugar periférico-dependiente, no puede participar en el principal cambio tecnológico de la época. Todos los postulados de la teoría marxista de la dependencia han quedado nuevamente confirmados.

 

Pero el gran desafío actual radica en explicar y no sólo constatar la irrelevancia de América Latina en la revolución digital. Esa interpretación exige comprender ambos procesos y sus respectivas conexiones. La concepción marxista y la mirada dependentista permiten esa combinación.

 

Ese esclarecimiento no es facilitado por el estancacionismo, que desconoce el retroceso específico de América Latina, frente a los centros y las semiperiferias ascendentes. La misma limitación afronta la creencia opuesta de superar el subdesarrollo, mediante la simple asimilación de conocimientos. Olvida que el requisito para esa absorción es la presencia de una economía de alto contenido productivo, en la industria y (o) los servicios.

 

Precarización agravada

 

Las grandes transformaciones del trabajo son también consecuencia de la globalización productiva y la informatización. Implican precarización, inseguridad y flexibilización laboral. Los capitalistas instrumentan esos atropellos para incrementar la tasa de explotación, aprovechando las enormes reservas de fuerza de trabajo disponible.

 

Ese proceso también incluye la diferenciación entre actividades de diseño, elaboración y fabricación. La estandarización se extiende al trabajo móvil, mental y creativo. Las mismas tendencias irrumpen en los servicios y el sector público.

 

El alcance del desempleo es más controvertido. Hay tesis posindustrialistas que postulan su total preeminencia, en un escenario de “fin del trabajo”. Pero ese presagio presupone una imaginaria disolución de la lógica de la acumulación en que se asienta el sistema.

 

Entre los teóricos marxistas no hay uniformidad. Algunos subrayan la irrupción de un inédito desempleo estructural y otros observan una destrucción más limitada de puestos de trabajo. Esta última mirada resalta cómo la remodelación geográfica elimina y genera empleos. El debate se extiende al contrapunto, entre la propuesta de reducir la jornada de trabajo y la idea de introducir una renta básica.

 

Para comprender todas las mutaciones en curso es muy pertinente la teoría del proceso de trabajo, que combina la tesis del control patronal con sus correcciones. Por un lado, resalta la continuada gravitación de la explotación y el dominio gerencial de la actividad laboral. Pero también remarca el papel de la subjetividad y la resistencia de los trabajadores. Señala que las tendencias globales del capitalismo son más gravitantes que los modelos nacionales y aporta fundamentos para estudiar la doble presión actual hacia la descalificación y la recalificación. También recuerda cómo el capitalismo precarizador socava la identidad laboral.

 

La multiplicidad de cambios laborales en curso, no puede conceptualizarse con razonamientos teóricos de simple degradación del trabajo. Esa mirada ignora la compleja dinámica de la descalificación y la recalificación actual. Esa acción impone una fuerte presión hacia la diferenciación interna en el universo laboral.

 

Otra unilateralidad se verifica entre los autores que remarcan la nueva preeminencia del trabajo virtuoso en las redes. Con ese elogio desconocen la realidad imperante en el grueso de la economía, que continúa sujeta al azote de formas clásicas de explotación.

 

Mayor controversia suscita el enfoque que extiende la creación de valor al usuario, señalado que la informatización amplifica la explotación a todos los órdenes de la actividad económica. En este caso, el problema a esclarecer es la naturaleza del excedente generado en las redes, en tanto plusvalía, renta o ganancia comercial.

 

La aplicación de estos debates a Latinoamérica exige reconocer el carácter redoblado de la precarización. No sólo se afianzan las formas tradicionales de explotación en las actividades de menor calificación. También se ha consolidado un impactante escenario de pobreza, desigualdad e informalidad laboral.

 

Esas pesadillas irrumpen como consecuencia directa de la reorganización neoliberal del agro. Los campesinos expulsados de sus tierras potencian la aglomeración urbana de los que no encuentran empleo. La desocupación asume formas más impactantes por la alta concentración de la riqueza, los ingresos y la propiedad.

 

El dramático deterioro de todos los indicadores sociales desborda en América Latina al segmento precarizado. Afecta a una enorme porción de trabajadores estables e incentiva el aumento de la emigración y la violencia social.

 

El capitalismo precarizador se acentúa en todas las áreas del capitalismo dependiente. Esta formación subordinada, también incluye la diferenciación entre trabajadores formales, informales y desposeídos que impera en el capitalismo avanzado.

 

El dato más visible es la consolidación de las brechas nacionales de salarios, que distancian a Latinoamérica de las economías avanzadas. Esa estructura internacional incluye valores altos, medios y bajos de la fuerza de trabajo. Las empresas transnacionales toman en cuenta esas diferencias, para definir sus inversiones y optimizar el fraccionamiento del proceso de fabricación en los distintos países.

 

Por la pérdida de posiciones industriales, el valor bajo de la fuerza de trabajo se afianzó en toda la región. En la nueva escala laboral internacional -que divide formas complejas, intermedias y taylorizadas- América Latina ha quedado ubicada en algunos escalones del segundo nivel y en la totalidad del tercero. En el triple esquema de aprender, fabricar o ensamblar predomina la inserción en el último segmento.

 

Este complejo contexto confirma que la lógica de la plusvalía, induce al capital a garantizar niveles internacionales muy variados de reproducción de la fuerza de trabajo. También ilustra la extensión de formas extremas de sujeción de los desposeídos a las metrópolis, que cuestionan el tradicional contrapunto entre explotación en el centro y superexplotación en la periferia.

 

La combinación de conceptos de la teoría del proceso de trabajo y la teoría de la dependencia ofrece la mejor caracterización del escenario latinoamericano. Clarifica los diferentes valores de la fuerza de trabajo resultantes de la nueva división global de tareas. Este enfoque retoma la centralidad de la explotación y reconoce la presencia de nuevas formas de dominación.

 

Modalidades de la financiarización regional

 

El capitalismo financiarizado es otra transformación de la etapa. No se define por la magnitud de los activos financieros, sino por las modificaciones cualitativas que introducen la autofinanciación de las empresas, la titulación de los bancos y la gestión familiar de las hipotecas y las pensiones. Opera con distintas regulaciones nacionales y es complementaria de la globalización productiva.

 

Una escuela marxista integral resalta esta función necesaria de las finanzas en la acumulación. Destaca que cumplen un papel tan indispensable para el sistema como la inversión industrial. El crédito es movilizador y organizador de la producción y se desenvuelve generando derechos sobre la plusvalía futura. El capitalismo exige la vigencia de funciones específicas del dinero privado, nacional y mundial. Además, el monitoreo general del sistema por parte de los bancos se ha tornado decisivo.

 

La mirada de los teóricos del capital rentista identifica en cambio, la financiarización con el parasitismo y la ausencia de inversión industrial. Supone la existencia de un controvertido índice de equilibrio entre el volumen de la producción y la magnitud no atrofiada de las finanzas. Subraya algunos cambios en la dinámica de ese universo, pero omite otros. Tiende sobre todo a reemplazar el análisis de las transformaciones financieras por denuncias morales del despojo.

 

El enfoque que subraya la hegemonía de las finanzas aporta datos de la preeminencia de ese sector. Pero olvida que la ofensiva del capital involucra a toda la clase dominante. No existe ninguna razón que justifique la supremacía de los financistas sobre las empresas transnacionales, que comandan la globalización productiva. La crítica a la financiarización -contrapuesta con el elogio del modelo managerial- suele diluir el carácter estructuralmente explotador del capitalismo.

 

La polémica con las tesis corrientes de la financiarización resaltando la supremacía analítica de la producción, permite superar muchos espejismos de ese universo. Facilita la comprensión de las diferencias entre un sector que genera y otro que absorbe la plusvalía. Pero si se extrema este punto de partida, emerge un desconocimiento de la autonomía y especificidad de las finanzas contemporáneas. Esta simplificación conduce a razonamientos funcionalistas, que impiden registrar el cambio introducido con la financiarización del capitalismo.

 

La mirada propuesta por los teóricos del capitalismo cognitivo, observa a las finanzas como una extensión de la inmaterialidad del trabajo. Con esa óptica todo el universo del dinero queda desconectado de los patrones reproductivos y gira en torno a la valuación del riesgo. Esta visión no toma en cuenta hasta qué punto el principio de materialidad continúa guiando la actividad económica. Es un condicionamiento clave que incide sobre todo el circuito de las finanzas. El riesgo a perder beneficios, sufrir una depreciación de la pensión o afrontar una hipoteca impagable, no se zanja en la nube de las redes. Debe ser estudiado en el proceso de reproducción material, acumulación de capital y crisis capitalista.

 

La financiarización introduce problemas recientes muy complejos, como la proporción de componentes de capital-dinero y capital-ficticio en los sofisticados derivados. También induce a clarificar si la ganancia financiera surgida de la expropiación de los ingresos personales, es un beneficio diferente a la clásica absorción de una porción de plusvalía. En estas discusiones, el metalismo ha sido definitivamente alejado de la interpretación marxista.

 

Pero la aplicación de la financiarización a América Latina transita por constataciones más sencillas. En esta región no es tan significativo el autofinanciamiento de las compañías, que emiten sus propios títulos y se han divorciado del crédito de los bancos. Tampoco es tan relevante la actividad de entidades que titularizan transacciones en la actividad interbancaria. Lo más visible es la gravedad que asume la financiarizacion de los ingresos personales y el endeudamiento de las familias. El caso de Chile es particularmente dramático.

 

El principal desequilibrio actual de la región se ha situado nuevamente en el viejo ciclo financiero dependiente. Los efectos de esa secuencia se verifican en las recurrentes crisis del endeudamiento externo. El peso histórico de esos pasivos sigue afectando a Latinoamérica, a través de la conocida sucesión de desequilibrios fiscales y déficits externos, que engrosan los compromisos y precipitan las crisis. Ese periódico ahogo financiero se agravó en la etapa actual por la gravitación de corrientes especulativas de ingresos y salidas de capitales, bajo el amparo del FMI y los fondos de inversión.

 

La tesis integral de la financiarización sintoniza con los principales postulados de la teoría marxista de la dependencia. Esa última tradición explica de qué forma la carga financiera que soporta América Latina expresa la fragilidad productiva y comercial del capitalismo dependiente. El agobio con el pago de los intereses, las refinanciaciones compulsivas y las cesaciones de pagos obedecen al perfil subdesarrollado de economías primarizadas, con poca industria y elevada especialización en servicios básicos. Pero las crisis financieras también contienen dimensiones autónomas y no operan como simples reflejos de la condición dependiente.

 

Esta mirada integral de la relación entre finanzas y crisis regional diverge de las aplicaciones afines a la teoría del capital rentista. Objeta la presentación del endeudamiento como un efecto exclusivo del “saqueo de los financistas” y registra el proceso subyacente de fragilidad de los procesos de acumulación. Pero evita también las respuestas funcionalistas, que ignoran el peculiar efecto de la financiarización sobre el capitalismo dependiente.

 

La lógica del extractivismo

 

El deterioro del medio ambiente es otro dato de la etapa actual. Los procesos de valorización capitalista siempre fueron depredadores y la compulsión competitiva ha socavado durante centurias, los basamentos materiales de la reproducción económica. Pero el desastre ambiental de las últimas décadas tiende a quebrar los equilibrios ancestrales, que permitieron construir sociedades basadas en el intercambio con la naturaleza. Si el calentamiento global continúa profundizando la huella ecológica, el descalabro en ciernes dejará atrás todas las convulsiones conocidas.

 

La debacle ambiental presenta ciertas semejanzas con el escenario de demolición que irrumpió durante las dos guerras mundiales del siglo pasado. La amenaza de extinción del género humano fue reforzada posteriormente con las armas nucleares. Se han forjado tendencias destructivas, que escapan al control de los propios capitalistas y pueden desembocar en un desastre sin retorno.

 

La periferia siempre fue doblemente afectada por esas catástrofes. El crimen de la esclavitud degradó primero al continente africano y bloqueó posteriormente el desarrollo endógeno de América Latina. En la etapa actual, la región padece el usufructo irracional de la naturaleza por parte de las grandes empresas. Esa desventura ha sido conceptualizada con la nueva noción de extractivismo, que detalla cómo el capitalismo contemporáneo destruye el medio ambiente.

 

América Latina ha quedado especialmente impactada por esa calamidad. La apetencia que genera su monumental reservorio de recursos naturales ha intensificado la especialización exportadora. Ya se verifica una peligrosa erosión de los suelos y se ha tornado usual incendiar el Amazonas para cultivar soja o expandir el ganado.

 

Mucho más devastadora es la minería a cielo abierto que reemplazó al viejo socavón. Afecta la provisión de agua, envenena los ríos y destruye las comunidades.

 

El mismo efecto generan todas las variantes de extracción del petróleo. Las consecuencias de esa demolición están a la vista. Se multiplica la desaparición de los glaciares andinos, la sabanización de la cuenca amazónica y la inundación de las costas.

 

El concepto de acumulación por desposesión es también pertinente para retratar el impacto del extractivismo sobre América Latina. Contribuye a recordar que el proceso de acumulación primitiva no fue sólo previo al capitalismo. Es también concurrente con la evolución del sistema. Esa noción resalta que la desposesión combina formas de confiscación económicas y extra-económicas.

 

La renta es otro concepto que ha recobrado gravitación para comprender los desgarros de la región. Ese excedente implica una remuneración a la propiedad de los recursos naturales, que puede ser interpretada como plusvalía extraordinaria generada en la propia actividad primaria, o como excedente absorbido de otros sectores.

 

Pero lo más relevante es registrar la forma en que los procesos de acumulación son bloqueados por el drenaje de la renta. La dependencia impide aprovechar productivamente ese excedente, que es disputado como un gran botín por las grandes empresas.

 

En esa concurrencia las ventajas de cada competidor no dependen exclusivamente de su capacidad tecnológica o de su astucia comercial. El peso geopolítico de las distintas potencias se ha tornado decisivo para controlar la renta. En el mapa del petróleo, los metales, el agua y las praderas flamean las banderas de las principales economías desarrolladas. Algunos teóricos han acuñado el acertado concepto de renta imperialista, para graficar la forma que asume la apropiación de esas riquezas. Todas las compañías operan con la estratégica protección de sus estados.

 

Un gran desafío conceptual gira en torno a la transferencia de excedentes desde América Latina hacia las economías centrales. La teoría marxista de la dependencia retoma aquí los viejos debates sobre el intercambio desigual.

 

La forma en que se conectan los principios de la teoría del valor con el drenaje de recursos es otro interrogante a zanjar. Hay una primera tradición de esa concepción como instrumento de medición de los precios, a partir del trabajo incorporado en la producción. Esa mirada suele enaltecer la dimensión empírica.

 

Una segunda visión rechaza la medición de los precios en términos puramente fisiológicos de trabajo incorporado y realza la gravitación de la demanda. Postula una determinación dual, señalando que los precios sólo existen en el intercambio. También resalta cómo ese proceso acentúa los desequilibrios del capitalismo.

 

Un tercer enfoque estima que la teoría del valor debe explicar el precio singular de la fuerza de trabajo, en comparación al resto de las mercancías. Considera irrealizable (e inapropiado) medir esa totalidad de cotizaciones y recuerda los falsos debates que genera esa pretensión. Cuál de estas tres miradas es más coherente con la lógica del drenaje de la renta es el gran problema teórico a resolver.

 

Es importante comprender cómo América Latina sufre una exacción de la renta, para concebir proyectos de retención e inversión local de ese excedente. Esa reorientación es indispensable para superar la miseria que padece el grueso de la población.

 

Ciertamente ese desarrollo debe transitar por senderos de protección del medio ambiente, mediante un equilibrio igualmente alejado del extractivismo y de sus ingenuos antagonistas del pos-desarrollismo. Esa corriente objeta el propio concepto de desarrollo, olvidando hasta qué punto el retraso económico distingue y afecta a Latinoamérica.

 

Conviene recordar que con criterios puramente ambientalistas, no se puede forjar el desenvolvimiento sostenido que necesita la región. El logro de esa meta es un corolario de la crítica al subdesarrollo, que postula el dependentismo en convergencia con los proyectos eco-socialistas. Estos programas evitan el endiosamiento de la naturaleza y concilian la protección del medio ambiente con el crecimiento y el igualitarismo.

 

Finanzas y sobreproducción

 

La nueva etapa del capitalismo impacta sobre América Latina, en la producción, la tecnología, el trabajo, las finanzas y los recursos humanos. Ese efecto se verifica también en un tipo peculiar de crisis, que requiere investigaciones específicas.

 

A escala global esas eclosiones son muy singulares y no provienen de arrastres anteriores. Habitualmente irrumpen como estallidos financieros autónomos, que ponen de relieve los grandes desequilibrios de la financiarización (endeudamiento de las familias, titulación de los bancos, autofinanciamiento de las empresas). Esos procesos provocan grandes burbujas y periódicos colapsos. La crisis del 2008 fue muy ilustrativa de esos desajustes. Comenzó con el impago de los deudores subprime y se consumó en un traumático escenario de operaciones interbancarias.

 

Estas crisis de las últimas décadas difieren significativamente de las prevalecientes en los años 30. Ya no están signadas por la deflación, la depresión y las quiebras bancarias. Lo más llamativo de la dinámica contemporánea es el rescate estatal de los bancos y la combinación de expansión monetaria con austeridad fiscal. Esa secuencia confirma el carácter perdurable del intervencionismo estatal.

 

El rescate internacional coordinado de la última crisis consolidó la triple característica del período. Se afianzó el declive occidental, el ascenso oriental y su insuficiente arrastre de la economía mundial.

 

El tiempo transcurrido desde el estallido del 2008 permite notar que esa convulsión fue particularmente intensa, pero formó parte de la misma secuencia de conmociones de todo el período. Los corolarios de esa crisis han alterado el escenario actual. Ya no prevalece sólo un gran cambio en la situación de los bancos y el nivel de actividad, en un contexto de alto endeudamiento y recreación de burbujas. Lo más relevante es el reemplazo del auxilio coordinado por una gran tensión entre Estados Unidos y China. Ese conflicto imposibilitaría la repetición del socorro precedente.

 

Las crisis latinoamericanas de la etapa incluyeron efectos dramáticos, pero en secuencias no sincronizadas con las convulsiones de los centros del capitalismo. El gran colapso del 2008 afectó, por ejemplo, limitadamente al amplio segmento de la región que exporta materias primas a China.

 

Las crisis latinoamericanas son financieras, pero no irrumpen por simple contagio con los temblores de Wall Street. Tienen un basamento propio, que principalmente expresa los desequilibrios generados por la deuda. El ingreso de préstamos impagables define toda la dinámica del ciclo financiero regional.

 

Ese tipo de tensiones tiende a acrecentarse en todos los países desde el 2013. Argentina es un caso extremo de endeudamiento inmanejable, que desemboca en cesación de pagos, canjes o reestructuración de pasivos. Puerto Rico y Ecuador ilustran otra escala el mismo curso.

 

Estas crisis financieras son frecuentemente precipitadas por la especulación con títulos y monedas. Pero cuando alcanzan gran intensidad, expresan desequilibrios productivos subyacentes. La sobreproducción constituye la principal explicación de esas convulsiones.

 

El estudio de ese desequilibrio ha sido recientemente revalorizado, para comprender el carácter inherente de las crisis capitalistas. Expresa un desajuste frontalmente contrapuesto a cualquier idealización de la competencia. Los excedentes de mercancías no son contradicciones secundarias o genéricas. Representan el principal cimiento de la sobreacumulación de capitales.

 

La interpretación corriente de esos desequilibrios destaca el efecto de la competencia entre empresas (y países) en la generación de productos invendibles. Pero esa mirada pierde actualidad, cuando omite el cambio introducido por la mundialización. Ese desconocimiento ha sido superado por la tesis de la sobreproducción global itinerante, que permite registrar cómo la globalización acentúa las contradicciones generadas por el desplazamiento y localización de los capitales. En la nueva etapa despunta una sobreproducción mundializada, que opera en estrecha conexión con la cadena global de valor. Esas tensiones desbordan la tradicional disputa entre potencias por la colocación de mercancías y capitales sobrantes.

 

La sobreproducción contemporánea también determina la creciente envergadura de las convulsiones en América Latina. La enorme masa de capital sobrante sin absorción lucrativa a escala global incentiva el endeudamiento. La especulación con los títulos de la región termina provocando grandes colapsos de las economías.

 

Estas crisis son típicamente periféricas y obedecen a un estrangulamiento del sector externo, precipitado por virulentas salidas de fondos financieros. Son hemorragias dramáticas, cuando convergen con las adversidades comerciales resultantes de la sobreproducción.

 

Los excedentes mundiales también definen la oscilación de los precios de las materias primas, que periódicamente afectan a la región. Esas cotizaciones oscilan al compás de la plétora de mercancías. Suelen protagonizar una secuencia pendular y no un deterioro permanente. Ese vaivén refleja la menor flexibilidad de los productos primarios a la innovación tecnológica, en comparación a sus pares del universo fabril. Por esa rigidez los insumos tienden a encarecerse y a inducir periódicos procesos reactivos de industrialización de las materias primas.

 

El doble movimiento de presiones encarecedoras y reacciones de abaratamiento explica la fluctuación de esos precios. Registraron una dinámica ascendente durante la década pasada y afrontan una estabilización descendente en los últimos años. Acompañando esa fluctuación, el último respiro financiero se agotó y el endeudamiento resurgió con gran intensidad en la mayoría de los países.

 

La tesis de la sobreproducción global itinerante también subraya la fuerte devaluación periódica del capital. Cuestiona la visión opuesta, que postula la ausencia de esas depuraciones y la consiguiente gestación de potenciales escenarios de monumental desvalorización. Frente a ese diagnóstico de colapsos terminales nunca consumados, se remarca la existencia de procesos significativos de digestión del capital sobrante. Esa fue la tónica de la reorganización y centralización del capital que sucedió a la crisis del 2008. Esa reestructuración ha desembocado en la nueva escala de sobreproducción, que precipitó el conflicto entre Estados Unidos y China.

 

Como esos traumáticos ajustes convergen en América Latina con la dependencia, la misma desvalorización de capital presenta una envergadura superior. Ese impacto incluye situaciones de hiperinflación, quiebras o empobrecimiento masivo. En estos casos hay destrucción física de valores de uso, devaluación de capitales y depreciación monetaria. Las crisis latinoamericanas ilustran la magnitud de las tragedias que genera el capitalismo.

 

Consumo y tasa de ganancia

 

La retracción de la demanda ha sido actualizada como otra explicación de la crisis de la etapa actual. Expresa la erosión del poder de compra que genera el deterioro de los ingresos y la inseguridad laboral. Es evidente que la vieja norma de consumo estable ha sido reemplazada por modalidades de compra más imprevisibles. La canasta contemporánea de bienes ya no presenta la uniformidad de la producción en serie y la demanda ha perdido la mayor previsibilidad del pasado.

 

Pero esa retracción del poder adquisitivo no presenta la generalidad que caracteriza a la sobreproducción, ni irrumpe con la frecuencia de las crisis financieras. Además, en la gran variedad de situaciones nacionales el comportamiento del consumo es muy diverso. No se han verificado sus efectos adversos en las economías centrales que protagonizaron la crisis del 2008. La fragilidad del consumo tampoco ha sido determinante del endeudamiento y en todo caso, induce más segmentaciones que regresiones absolutas del nivel general de compras.

 

Ese desequilibrio (tradicionalmente denominado subconsumo) constituye un componente subordinado de la sobreproducción global itinerante. Es tan importante reconocer su presencia en ciertos modelos nacionales, cómo registrar su rol general secundario en las crisis capitalistas.

 

Con esa lógica subordinada debe ser evaluado en América Latina. Pero en este caso, hay que observar el mayor peso efectivo de los desequilibrios de la demanda. En el Primer Mundo prevalecen compras frágiles pero extendidas, en las economías intermedias adquisiciones polarizadas y en la periferia la corriente de ventas es claramente insuficiente.

 

Pero lo más importante es notar que en América Latina ese desequilibrio opera como un determinante interno de la crisis. Hay periódicas asfixias del poder adquisitivo por la evidente ausencia de una norma de consumo masivo. En la región es muy notoria la debilidad del mercado interno y el bajo nivel de ingreso de la población. Esa contradicción es adicionalmente agravada por las políticas neoliberales extremas, que acentúan el desempleo y la pobreza.

 

En el marxismo, las interpretaciones de la crisis centradas en el consumo (“realización”) fueron tradicionalmente objetadas por los enfoques que priorizan la tendencia decreciente de tasa de ganancia (“valorización”). Esa última visión considera que el desarrollo del capitalismo retrate porcentualmente el beneficio. Como la creciente inversión en capital constante reduce la proporción del trabajo vivo en el producto final, la fuente genuina de valor tiende a comprimirse. Este enfoque remarca que ninguna compensación neutraliza esa caída.

 

A lo largo de la última centuria, los objetores de este principio han señalado la variedad de fuerzas operantes en la determinación de la tasa de ganancia. Señalan que esa multiplicidad impide definir la tendencia de esa variable. Los defensores responden destacando que ninguno de esos movimientos tiene gravitación equivalente, al aumento de la inversión en maquinaria que impone la competencia. Los debates actuales retoman esa controversia, pero con muchas variantes de defensa del mismo principio.

 

La opción fuerte postula la existencia de una categórica caída de la tasa de ganancia, junto a la propia expansión del capitalismo. Pero olvida que para generar ese efecto debería quedar afectada la masa de ganancia, lo que a su vez requeriría otra escala de impactos.

 

Algunos pensadores estiman que la propia secuencia de la acumulación, conduce al agotamiento del capitalismo por insuficiente generación de plusvalía. Pero ese diagnóstico no sólo choca con la evidente supervivencia del sistema. Con esa mirada resulta difícil registrar la importante recuperación del beneficio, que ha primado en gran parte de la etapa actual.

 

Otra interpretación del mismo tipo, destaca cómo la creciente estrechez de plusvalía empuja al capitalismo a una crisis terminal. Pero no observa que en lugar de esa extinción, se ha verificado un gran incremento de la fuente del beneficio por simple usufructo de la enorme reserva de fuerza de trabajo a explotar. El capitalismo encontró ese nuevo impulso en su giro hacia el mundo asiático.

 

Algunos enfoques estiman que el declive de la tasa de ganancia se consuma en una dinámica más moderada de repetidas oscilaciones. Consideran que ese movimiento acompaña la secuencia de las ondas largas. Pero por un lado, piensan que el capitalismo se recompone auto-guiado por sus propias fuerzas y por otra parte, interpretan que el sistema decae por la retracción del beneficio. Combinan ambas explicaciones, sin definir nexos, ni primacías.

 

Una variante más débil del mismo enfoque observa a la tasa de ganancia como un determinante directo de las fluctuaciones generadas por las ondas largas. Pero como esas oscilaciones no se han corroborado en el período actual, está igualmente cuestionado su eventual pilar en una oscilación del nivel del beneficio.

 

Desvalorización en debate

 

Un corolario de todas las variantes (fuertes, terminales, débiles, oscilantes) es la persistencia de un declive porcentual de la tasa de ganancia por simple obsolescencia de los capitales actuantes. Se estima que la ausencia de una gran desvalorización de esos fondos impide la recomposición de la acumulación.

 

Pero ese enfoque razona con un discutible supuesto de crisis permanentemente pospuestas y desconoce cómo las empresas se reestructuran, en procesos que incluyen periódicas desvalorizaciones. Además, no es muy sensato razonar buscando el punto definitorio de una depuración del capital, que permitiría el relanzamiento de la acumulación.

 

Con ese tipo de deducciones se suele observar el decrecimiento porcentual de la ganancia, como un principio predictivo de la temporalidad de la crisis. Pero las corroboraciones que se presentan de ese pronóstico son tan dudosas como contradictorias.

 

Algunos enfoques más recientes relativizan el alcance del principio en debate, sin negar su existencia. Observan la caída porcentual de la tasa de ganancia, como una contradicción genérica del capitalismo y no cómo un determinante directo de la crisis. Destacan que opera como un desequilibrio adicional y de largo plazo, que es contrapesado por el gigantesco incremento de la masa laboral.

 

Pero lo que define el posicionamiento efectivo de cada mirada, no es tanto la afinidad, rechazo o aceptación parcial de ese principio en términos abstractos. Más gravitante es la evaluación de los procesos efectivos de devaluación de capital. El diagnóstico de concreción de esas desvalorizaciones, es frecuentemente contrapuesto a la tesis que postula la eterna posposición de esa depuración.

 

Los modelos de cálculo de la tasa de ganancia -y la consiguiente estimación de su decrecimiento en cada país- han sido el programa predilecto de investigación de esa teoría. Sus propuestas siempre suscitaron gran interés en el marxismo cuantitativo. Pero ese sendero de estudios no parece muy fructífero y su extensión a países periféricos, genera incontables arbitrariedades. Allí los problemas son de endeudamiento, precio de las materias primas y magnitud del mercado interno y no de composición orgánica del capital.

 

En el caso de América Latina, la eventual tendencia decreciente de la tasa de ganancia no podría nunca regir en forma endógena. Como ese principio requiere altos volúmenes de inversión, su concreción debería emanar de los grandes centros. Sólo allí se verifican esos excesos de capitalización. En los países dependientes, el subdesarrollo justamente obedece al proceso inverso de insuficiencia de la acumulación.

 

Controversias metodológicas

 

El enfoque centrado en la sobreproducción permite superar los viejos debates que oponen al subconsumo con la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Frente a ese esquema binario propone una interpretación integral de las crisis, que destaca cómo la sobreproducción itinerante global se articula con modelos nacionales de financiarización y (o) retracción del consumo.

 

El trasfondo metodológico de esta visión es una evaluación multicausal de la crisis, contrapuesta al enfoque monocausal que postulan las vertientes opuestas. El primer planteo concibe una variedad de procesos ordenados en forma jerárquica. El segundo esquema reduce todos los determinantes a una sola fuerza y estima que la simple recurrencia de la crisis convalida su interpretación.

 

Las crisis de Latinoamérica corroboran en forma categórica el enfoque de la multicausalidad. En esa región se verifica la existencia de un proceso combinado de convulsiones, que articula endeudamiento (finanzas), deterioro de la balanza comercial (sobreproducción) y retracción del poder adquisitivo (consumo).

 

La sobreproducción global itinerante es una teoría multicausal de la crisis, compatible con el desarrollo desigual y combinado. Por el contrario, la tesis monocausal de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia está emparentada con el principio de las ondas largas. Las ventajas ya señaladas del primer enfoque se corroboran en ese plano metodológico.

 

La mirada multicausal se inspira en analogías con metáforas organicistas (circulación de la sangre, ciclo hidrológico), para estudiar la dinámica móvil de la acumulación. Por eso conecta las crisis con la metamorfosis del capital, en sus distintos procesos de distribución, realización y valorización. Por el contrario, la mirada monocausal recurre a criterios fisicalistas de exactitud, para enfatizar una secuencia unilineal de las crisis.

 

La metodología multicausal subraya también el fuerte alineamiento de la economía con las restantes ciencias sociales. Por eso explora una reunificación con esas disciplinas. Rechaza la empobrecedora especialización que impera en el universo académico y adopta una actitud apegada al marxismo clásico. Suele incorporar además, ideas de otras escuelas compatibles con la renovación del anticapitalismo.

 

La tesis monocausal busca por el contrario una interlocución con el mainstream, para demostrar la superioridad previsora de la economía marxista. Con esa postura, sus exponentes se imaginan como “contraexpertos” del sistema. Pero encaran una competencia poco fructífera, que sobrevalora la dimensión empírica y diluye el sentido crítico de la concepción que defienden.

 

Dos visiones sobre el futuro del capitalismo subyacen también en estas divergencias metodológicas. Mientras que las tesis centradas en el decrecimiento porcentual de la ganancia son compatibles con un planteo de crisis terminal, el enfoque de la sobreproducción sintoniza con la hipótesis de crisis tendencialmente agravadas.

 

La primera óptica concibe una senilidad del capitalismo derivada de la asfixiante insuficiencia de plusvalía. Esa autodestrucción es vista como un resultado de la innovación tecnológica y el aumento de la productividad. Pero transforma razonamientos abstractos en consumaciones concretas, olvidando que el límite histórico del capitalismo no puede emerger de una simple deducción lógica. Hay que observar los hechos y registrar el gran aprovechamiento capitalista de las reservas de fuerza de trabajo. Ese usufructo ha compensado la contracción de la ganancia, que incentiva la automatización.

 

El estancacionismo incurre en problemas semejantes. En algunos casos avizora la decadencia terminal del sistema, mientras contradictoriamente augura una próxima onda larga ascendente. Otras versiones pronostican un agotamiento de la plusvalía por la asfixia que impone al crecimiento de las fuerzas productivas. Pero en todos los casos no registra que el estancamiento perdurable contradice el comportamiento dinámico de la acumulación capitalista.

 

La imagen de un sistema objetivamente auto-devorado desconoce, además, el protagonismo de los sujetos. Olvida que no existe una fecha previsible de clausura del capitalismo. Los razonamientos atados a esa expectativa son frecuentemente afectados por el incumplimiento de sus predicciones. Ese frecuente choque con la realidad incentiva el pesimismo y las disyuntivas políticas sin salida.

 

El principio opuesto de crisis agravadas evita esos dilemas sin solución. Subraya la existencia de crecientes desequilibrios, sin anunciar el inexorable desemboque en un colapso terminal. Concibe esas convulsiones como secuencias peligrosas y remarca la propia espiral de contradicciones que despliega la continuidad del capitalismo. Pero rechaza los augurios de un desenlace, recordando que todas las disyuntivas presentan un final abierto.

 

También en este terreno la realidad latinoamericana aporta significativas clarificaciones. La región padece periódicas catástrofes, que no se esclarecen con razonamientos catastrofistas. El estudio económico de la crisis debe esclarecer su dinámica, sin ninguna obsesión por los pronósticos de estallido. La compresión de estos fenómenos exige, además, evaluaciones políticas del nuevo escenario de potencias, clases dominantes y resistencias populares.

 

7-3-2020

 

Nota

 

(1)Exposición resumida de los conceptos enunciados en el seminario El capitalismo contemporáneo (Facultad de Ciencias Sociales, IEALC, Universidad de Buenos Aires, julio-diciembre 2019). El desarrollo de cada tema, los autores discutidos, los audios y la bibliografía correspondiente están disponibles en ese ámbito. Está previsto el análisis detallado de cada tema anticipado, en una próxima secuencia de artículos.

 

Claudio Katz

Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/205123
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