Mozambique, una marca de sangre

14/02/2020
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Los casi 2 millones y medio de habitantes de la provincia mozambiqueña de Cabo Delgado, mayoritariamente musulmana, a unos 2600 kilómetros al norte de Maputo, la capital del país, no salen de su aturdimiento. Pocos de ellos comprende las razones de porque desde 2017 sus vidas han cambiado de modo irreversible, aunque todos sufren las consecuencias de que el extremismo wahabita los haya puesto en la mira de sus objetivos.

 

Desde hace tres años, actúa una formación radical, conocida como popularmente con al-Shabbab, por comparación con el grupo terrorista que desde 2006 opera en Somalia. El verdadero nombre de la banda mozambiqueña es Ahlu Sunnah Wal Jammah o ASWJ (Seguidores de la tradición profética), sin vinculaciones con los muyahidines somalíes, ya que estos son tributarios de al-Qaeda, mientras los mozambiqueños, habrían jurado lealtad al Daesh, cuestión que tampoco está totalmente esclarecida, ya que hasta ahora no han hecho pública ninguna declaración respecto a su ideología y sus objetivos ni tampoco el Daesh global parece haberlos reconocido, como miembros de su “exclusivo club”. Sin embargo, en un comunicado poco claro, el Daesh habla de su nueva willat en África Central, que incluiría a los rebeldes mozambiqueños y del este de la República Democrática del Congo (RDC).

 

Una fuerte censura impuesta por las autoridades provinciales dificulta la evaluación de la situación real de la crisis en la provincia norteña, epicentro de las acciones terroristas. Desde su irrupción, las zonas costeras han sido las más afectadas, en ellas se han producido la mayoría de los 300 ataques registrados, en los que han muerto unas 700 personas, mientras cerca de 100 mil se han visto obligadas a desplazarse a zonas urbanas, dentro de la misma provincia, como Isla Ibo, Mocimba de Praia, Macomia y Pemba, la capital de la provincia, donde hay serios inconvenientes de alojamiento. Estos refugiados llegan, en muchos casos, heridos, con malaria, enfermedades infecciosas y desnutrición por los que los escasos centros de salud se encuentran desbordados.

 

El gobierno del presidente Filipe Nyusde, quien acaba de asumir en enero pasado su segundo mandato de cinco años, tras imponerse en las elecciones de octubre, insiste en no reconocer la crisis, se ha negado a levantar campamentos para los refugiados y hacerse cargo de su mantención, por lo que, como sucede en la ciudad de Macomia, es frecuente que más de cuatro familias deban de hacinarse en una sola casa. Esos refugiados, además, deben pasar disimulados frente a los pobladores locales, por temor a que, al provenir de las zonas de conflicto, sean estigmatizadas como terroristas. Al tiempo, las agencias de las Naciones Unidas, excusándose de la falta de recursos, tampoco asumen sus responsabilidades en dar una respuesta humanitaria.

 

En estos últimos meses,  la región no solo ha padecido el incremento del accionar terrorista, sino que también ha sufrido el choque del ciclón Kenneth, que asoló el norte mozambiqueño entre el 21 y el 29 de abril del año pasado, el que fue considerado como el más violento que haya golpeado jamás al continente, desde que existen registros.

 

La combinación de ambos fenómenos ha desatado una fuerte crisis económica en Cabo Delgado, una de las provincias más pobres del país, con altas tasas de desempleo y analfabetismo y los más bajos índices sociales del país, por lo que suele ser llamada “Cabo Esquecido” (olvidado).

 

Todavía no está claro, ni quiénes son, ni cómo se estructura la banda terrorista, que se cree está compuesta por unos 3 mil hombres, pero se conoce            que, tras su irrupción en 2017 (Ver: Mozambique: El país de la Kalashanikov), en estos últimos meses sus acciones se han comenzado a intensificar. En noviembre último, se registraron 31 ataques, convirtiéndose en el mes más violento desde que comenzó la insurgencia.

 

Las operaciones terroristas se suceden de manera constante contra autobuses, hay tomas de aldeas, emboscadas contra objetivos militares desplegados en la región en procura de detener la ola insurgente;   también se afecta a misioneros cristianos, grupos de ayuda internacional y a las compañías internacionales especialmente petroleras y gasíferas y a sus trabajadores mayoritariamente extranjeros que operan en la región, como la Exxon-Mobil y la petrolera francesa Total, que buscan explotar las grandes reservas de gas natural líquido, la tercera a nivel global, descubiertas frente a las costas de Cabo Delgado en 2010.

 

Varias delegaciones gubernamentales también fueron atacadas en diferentes ciudades de la provincia, como en Mocímboa da Praia, con cerca de 30 mil habitantes, a pesar de que estaban protegidas por efectivos del ejército, copando la ciudad por un breve lapso.

 

A principios de este año, un minibús con una veintena de pasajeros, que transitaba en una ruta del distrito de Macomia y se dirigía a Pemba, fue atacado e incendiado por milicianos de ASWJ. Aunque las autoridades locales no confirmaron los detalles, los muertos habrían sido entre cuatro y diez, algunos de ellos decapitados, al tiempo que varias mujeres fueron secuestradas. Casi un mes antes, el seis de diciembre, un convoy militar de las Fuerzas Armadas de Defensa de Mozambique (Forças Armadas de Defesa de Moçambique.) o FADM, fue emboscado cerca del pueblo de Narere, muriendo entre nueve y 14 soldados.

 

Todo esto ha generado un gran temor en la tropa, que se niega a realizar patrullajes nocturnos en esta área, por temor a las emboscadas y la cada vez más frecuente utilización de IED (dispositivos explosivos improvisados).

 

Los elementos del naufragio

 

La provincia de Cabo Delgado es extremadamente rica, a más de las explotaciones hidrocarburíferas, recientemente puestas en marcha, cuenta con explotaciones de rubíes, madera y oro, lo que, como es frecuente en muchas regiones del mundo, no redunda en el beneficio de sus pobladores, que, en muchos casos, para sobrevivir deben dedicarse al comercio ilegal de marfil y drogas, particularmente heroína, que pasa por Cabo Delgado y es una de las mayores exportaciones de Mozambique. A ellos se suman el contrabando de piedras preciosas, la caza y tráfico ilegal de animales silvestre, lo que ha dado lugar a la creación de importantes redes criminales y cárteles casi siempre manejados por las élites políticas.

 

La rutilante aparición de Ahlu Sunnah Wal Jammah permite sospechar cierto enmascaramiento de actividades netamente delictivas, aunque su accionar, como las decapitaciones, podría indicar un complemento típico de los grupos rigoristas.

 

En octubre pasado, el Ministerio de Defensa anunció la neutralización de un gran número de delincuentes por parte de las FADM, que estarían combatiendo cerca de la frontera con Tanzania. Según diferentes fuentes en ese mismo sector se habría comprobado la presencia de “soldados blancos” patrullando junto a las FADM, los que pertenecerían a la compañía de seguridad privada rusa Wagner, que desplegó en el país africano unos 200 contratistas (mercenarios) que, a pesar de lanzar varias operaciones y golpear a los insurgentes, no solo no alcanzaron su objetivo sino que los rusos habrían sufrido una importante cantidad de bajas.

 

Las versiones que insisten en la pertenecía del ASWJ al Daesh señalan la existencia de vínculos con imanes radicales de Kenia, Tanzania, Sudán, Arabia Saudita, Libia y Argelia, donde algunos clérigos de Cabo Delgado completaron su formación religiosa. También se mencionan campañas de afiliación de militantes en círculos próximos a mezquitas y madrassas, con promesas de salarios mensuales y otros beneficios materiales, dado que los problemas económicos de la región alientan a la formación de grupos extremistas y la incorporación de jóvenes sin otras perspectivas, fenómeno que el terrorismo wahabita utiliza en todos los países en que actúa.

 

Mozambique ha vivido una la larga guerra civil entre 1976-1992 que dejó un millón trecientos mil muertos, casi dos millones de refugiados fuera del país y 500 mil desplazados internos, una marca de sangre mucho más fácil de revivir que de borrar.

 

-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

https://www.alainet.org/es/articulo/204770
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