Suleimani, un oscuro día de justicia

04/02/2020
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Mucho se habló acerca de cómo Irán iba a vengar la muerte del general Qassem Suleimani, (Ver. Qassem Suleimani ¿quién detendrá a la muerte? ). Mucho más, cuando pocos días después, se conoció del ataque de misiles iraníes contra las bases norteamericanas de Ain al-Asad que Trump visitó a fines de 2018 y donde había drones tipo Reaper, los mismos con que se había asesinado a general Suleimani, en el aeropuerto de Bagdad. El otro ataque se produjo en una base cercana a la ciudad de Erbil en el kurdistán iraquí. La “Operación Mártir Soleimani” tuvo demasiado sabor a poco, y más cuando Donald Trump informó que tras los ataques “estaban todos bien”, al tiempo que se desmentían los informes iraníes que hablaban de al menos 80 estadounidenses muertos y cerca de 200 heridos.

 

Más tarde y a cuenta gotas se comenzaría a conocer que, tras aquel primer y tibio ataque iraní del día ocho, según lo reconoció el Pentágono, once de sus efectivos había resultaron heridos en el incidente, por lo que fueron enviados a hospitales norteamericanos de Alemania y Kuwait, para detectar “posibles lesiones cerebrales” presumiblemente conmoción cerebral.

 

En las siguientes semanas “los dolores de cabezas” que sufrían los soldados, según Trump, se convirtieron, solo en la base aérea Kuwait, en 16 estadounidenses “con gravísimas heridas por “quemaduras y metralla”. Sin conocerse el número de heridos o muertos trasladados a Alemania, el general de brigada iraní Alí Hajizadeh afirmó, en una conferencia de prensa, que “decenas de muertos y heridos a consecuencia de los ataques fueron trasladados a Israel y Jordania, en nueve vuelos de C-130.

 

A raíz de esta información otras fuentes hablan de que un total de 143 militares norteamericanos habrían muerto y que el Departamento de Estado, para disimular las bajas, iría haciendo un reconocimiento progresivo en los siguientes meses.

 

Como se ha repetido hasta el hartazgo aquella aseveración, adjudicada al senador norteamericano Hiram Johnson en 1917: “La primera víctima de una guerra es la verdad”. Es este estado de guerra muda que los Estados Unidos han obligado a jugar Irán, mucho antes del magnicidio del general Suleimani. La afirmación de Johnson se verifica absolutamente no solo por lo dicho acerca de los ataques del 8 de enero, sino también por las consecuencias de la caída de un avión espía norteamericano el pasado 27 de enero. Inicialmente se dijo que el avión caído, en una remota llanura de la provincia de Ghazni a 150 kilómetros al sur de Kabul de la capital afgana, era un avión de pasajeros de la compañía estatal Ariana Afghan Airlines, lo que de manera inmediata sus voceros salieron a desmentir.

 

Rápidamente el talibán, como suelen hacerlo todos los grupos terroristas, se adjudicó el derribo, lo que de hecho tampoco se ha podido constatar, aunque de lo que no hay dudas es que el avión era norteamericano, sin que sus tareas puedan ser especificadas, ya que este tipo de aviones podría cumplir funciones de espionaje, vigilancia electrónica, o funcionar como un centro de wifi, para abastecer de señal a sus tropas en tierra. Este era uno de los cuatro Bombardier BD-700, adquiridos por la Fuerza Aérea de Estados Unidos a Canadá, equipado alta tecnología de inteligencia y transferencia de señales, conocido como el Nodo de Comunicaciones Aerotransportadas del Campo de Batalla (BACN), que traduce y retransmite comunicaciones en tiempo real en el campo de batalla entre las tropas de tierra y las aeronaves en Afganistán. Es capaz de transmitir comunicaciones de voz, vídeo, fotografía, utilizando diferentes tipos de redes de comunicación. El avión derribado vuela por encima de los 12 mil metros, con autonomía de más de doce horas de vuelo. La altitud de esta nave no puede ser alcanzada por ningún arma de las que disponen los talibanes.

 

Washington sin duda tiene sumo interés en llegar a la nave derribada, ya que, a pesar de que el avión posee mecanismos para su autodestrucción, teme que la información y los datos del funcionamiento del BACN pudieran llegar a manos de Moscú o Teherán.

 

Lo escabroso de la región y la férrea resistencia de los muyahidines impidió que el equipo de cuatro comandos de los SEALs (Mar, Aire y Tierra de la Armada de los Estados Unidos), uno de los mejores del mundo, pudiera llegar al lugar a solo diez kilómetros de una base norteamericana, al tiempo que los talibanes habrían logrado ejecutar a tres integrantes de ese equipo, aunque nada se puede confirmar, ni siquiera la cantidad de bajas producidas en el avión, pues mientras algunas fuentes hablan de dos, los talibanes dicen haber contado seis cuerpos, lo que sigue siendo negado por el Pentágono, a pesar de las filmaciones que se han conocido.

 

Otra versión menciona que también un helicóptero Chinook que intentaba aterrizar con equipo para recoger los cuerpos, habría sido alcanzado por un lanzagranadas RPG lanzada por los milicianos, logrando matar a otros 16 hombres de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos, todo esto sin confirmar por el Pentágono.

 

Retrato de un asesino

 

Más allá de todas las dudas que podrían envolver las caídas del Bombardier y el Chinook, fuentes cercanas a la inteligencia rusa han confirmado el derribo del avión en que viajaba nada menos que el jefe de la sección “Irán” de la CIA (Central Intelligence Agency), el agente Michael D’Andrea, responsable del asesinato del general Suleimani.

 

Lo que agrega un condimento muy especial a este ataque, por lo que su verdadera factura permanecerá en las tinieblas por muchos años o quizás nunca se llegué a conocer la verdad. Si finalmente fue un comando de talibán, que actuó de forma autónoma, por delegación de Irán, agentes de Teherán, o miembro de las brigadas pro iraníes, Shim Fatemiyoun (Internacional Islámica), conformada por veteranos de distintos países musulmanes aparentemente entrenados por Hezbollah.

 

Recordemos que en estos últimos años la relación entre Teherán y el grupo fundado por el Mullah Omar en 1994 ha sido conflictiva dadas sus profundas diferencias basadas fundamentalmente en la sangrienta división religiosa que persigue al islam desde la batalla de Kerbala en 680. Sin embargo El talibán, sunitas wahabitas, e Irán chiita, obligados por la realpolitik, han dejado de lado sus ancestrales diferencias en procura de enfrentar a un enemigo en común y muy poderoso: los Estados Unidos.

 

Es difícil interpretar que el derribo de la nave en que volaba D’Andrea, solo sea azar o casualidad, y no una magistral operación de la inteligencia iraní, tras el asesinato del General Qassem Suleimani.

 

D'Andrea, cercano a los de 50 años, nunca se ha rebelado su edad, ingresó a la agencia en 1979 y se convirtió al islam para poder casarse con Faridah Currimjee D’Andrea nacida en la isla de Mauricio, descendiente de una familia india musulmana originaria del Estado de Guyarāt. Los diferentes destinos de D'Andrea en África, Medio Oriente y Afganistán lo catapultaron a una carrera meteórica. Participó del programa de interrogatorios (torturas) que se estableció a partir del ataque a las Torres Gemelas en 2001, y dirigió el Centro de Lucha contra el Terrorismo de la CIA. En 2017, fue nombrado jefe del Centro de Misión de Irán. Bajo su jefatura, la compañía incrementó acciones más violetas contra ese país.

 

Conocido como el ayatolá Mike, el Príncipe Oscuro y el Enterrador, fue una de las figuras más conocidas e importantes de la CIA, ya que estuvo involucrado en una importante serie de asesinatos y las torturas, por lo que el New York Times, dio a conocer su nombre en 2015.

 

Estuvo a cargo de la búsqueda de Osama bin Laden, el mítico el líder de al-Qaeda y la ejecución de Imad Fayez Mughniyah, uno de los jefes de Inteligencia del Hezbollah en 2008 en Damasco, Siria. Además de haber dirigido varios asesinatos selectivos utilizando drones en Pakistán y Yemen donde asesinó a cientos de inocentes.

 

Uno de sus mayores fracasos es el ataque suicida que sufrió, en 2009, la Base Operativa Avanzada Chapman en Khost, en el sudeste de Afganistán, en el que fueron asesinados siete agentes de la CIA por un doble espía, quién presumiblemente iba a dar información clasificada sobre los servicios secretos pakistaníes (ISIS).

 

D'Andrea, a cargo del plan de desestabilización de Irán, fue responsable de las acciones contra los petroleros iraníes del año pasado y la artera ejecución de Suleimani, quizás la última acción criminal, que terminó un oscuro día de justicia.

 

-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

https://www.alainet.org/es/articulo/204574
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