Yemen, la guerra que perdió Occidente

27/01/2020
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Foto: taringa.net
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En marzo próximo se cumplirán cinco años de la bestial embestida que el reino Saudita acometió contra Yemen, que se encontraba entonces inmerso en una guerra civil, entre el grupo Ansarolá (Seguidores de Allah) más conocido Houthis por su líder Hussein Badreddin al-Houthi, una fuerza de milicianos compuesta fundamentalmente por chiíes (25 por ciento de la población, frente a un 75 sunita) y amplios sectores sunitas, pobres, de los que se cree reciben apoyo de Irán y el Hezbollah, libanes.

 

Tras cinco años de guerra,  los servicios de inteligencia occidentales no ha podido mostrar ninguna evidencia concreta de que se intentaba derrocar al espurio gobierno de Abd Mansour al-Hadi, quien,  tras el derrocamiento del presidente Alí Abdullah Saleh, una de las “víctimas” de la Primavera Árabe, en un extraño enroque,  asumió  la Presidencia, que cuenta con el apoyo de Occidente, la Unión Europea (UE), los Estados Unidos, Israel y una larga lista de países musulmanes que encabeza Arabia Saudita.

 

Este último país ha cargado prácticamente con todos los costos financieros y políticos de esta guerra junto a su principal socio:  los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y dos jugadores infaltables en todas las crisis regionales: Al-Qaeda en la Península Arábiga y la Wilayah Yemen, del Daesh, que actúa con siete organizaciones diferenciadas por el nombre de la región en la que operan:  Wilayah Sana'a, en los alrededores de la capital, Wilayah Aden-Abyan, en torno al puerto del Indico, entre otras.

 

Este conflicto ha generado la mayor crisis humanitaria del mundo, con cientos de miles de civiles muertos, aunque Naciones Unidas desde hace años ha quedado estancada en los 10 mil muertos, cuando solo en 2019, el año más violento de la guerra, murieron al menos 20 mil personas, además la infraestructura del país ha sido demolida, hay 3.3 millones desplazados y 24.1 millones con necesidades de asistencia sanitaria y alimenticia. Miles han muerto por cólera y se acaba de conocer que en noviembre último un peligroso brote de dengue habría matado cerca de 300 personas en la ciudad puerto de Al- Hodeidah, donde todavía existe un frente activo, en una batalla que lleva estancada desde noviembre de 2018.

 

Lo que se creyó, inicialmente, iba a ser prácticamente un desfile militar, se ha convertido en la pesadilla más importante para la familia real saudita y el resto de sus socios, involucrados en un verdadero genocidio, que en algún momento deberán hacerse cargo.

 

Tras el demoledor ataque con drones de las fuerzas houthis contra las refinerías de la Saudí-Aramco en Abqaiq y Khurais, al este del reino, el 14 de septiembre de 2019, en la que Riad debió desplegar toda su experiencia y recursos técnicos y económicos para volverlas a poner en marcha, quedó en claro que la guerra también se libraba en tierras wahabitas, (Ver: Yemen: Más tormentas en el Golfo Pérsico). El secreto a voces, que se intentaba acallar, quedó rotundamente expuesto: la resistencia del pueblo yemení, hacía tiempo que había pasado de planteos defensivos a una fuerte ofensiva que ha obligado al príncipe heredero, Mohamed bin Salman, a pactar con los separatistas del sur yemení, y buscar canales de negociación con los Houthis. Mientras el monarca no deja de amontonar escándalos bajo el trono, como el asesinato en el consulado del reino en Estambul, del hasta hacía poco tiempo colaboracionista Jamal Khashoggi, que había recalado en el Washington Post tras caer en desgracia con su amo. El más reciente y perturbador de esos escándalos es el hackeo del teléfono celular de Jeff Bezos, el dueño de Amazon y del Washington Post, quien ha llevado una campaña muy hostil contra el hombre fuerte de reino.

 

Como si la crisis de Bezos hubiera sido poco para amargar los días del príncipe, desde el 18 de enero posiciones sauditas en Yemen fueron atacadas con una combinación de drones y misiles. El objetivo fue el campo de entrenamiento militar de al-Estiqbal, en la provincia de Marib, al este de Saná., utilizado tanto por efectivos de la coalición como por las tropas de Mansour al-Hadi, lo que ha puesto todavía más nerviosa a la coalición encabezada por Riad. Los ataques dejaron cerca de 120 muertos y más de 150 heridos. Como respuesta, la coalición saudita desencadenó una serie de ataques contra posiciones houthis en las provincias de Sanaa y Saada, y la posterior muerte de Jaber al-Muwaed, un alto comandante de la resistencia houthi. El 22 de enero también se registraron combates en cercanías de Sanaa, ubicada en la provincia de Marib, a unos cien kilómetros al este de la capital de Yemen.

 

Esta nueva escalada en Sanaa, rica en petróleo y que mantuvo una relativa estabilidad a pesar de la guerra, han generado temor por la suerte de algunos mínimos avances diplomáticos en procura de la paz luego del ataque a las refinerías.  Se llegó a discutir la creación de una zona de amortiguación a lo largo de la frontera internacional y el intercambio de un centenar de prisioneros de uno y otro bando.

 

Se cree que el ataque del día 18 está vinculado al magnicidio del general iraní, Qassem Soleimani, en el aeropuerto de Bagdad, el pasado cuatro de enero (Ver: Qassem Suleimani ¿quién detendrá a la muerte?) lo que resultaría, hasta ahora, la acción más efectiva en venganza de la muerte del general.

 

Los amigos de Sudán

 

Si bien son muchísimos los responsables del genocidio yemení, fundamentalmente son los grandes productores de armamento, casi todos occidentales: Estados Unidos, Reino Unido, Francia y España, que tienen a los sauditas como al mejor de sus clientes, lo que les obliga a brindarle una eficiente cobertura política y mediática, desde donde no se levanta ninguna voz condenatoria. Pero la diplomacia del petrodólar, tan bien aplicada por Riad, desde hace décadas la ejerce con naciones que solo pueden colaborar con las vidas de muchos de sus ciudadanos, que han llegado a morir a Yemen sin saber siquiera qué se estaba jugando.

 

De ellas, se estima que Sudán es quien más ha colaborado con unos 30 mil mercenarios y que a pesar del reconocimiento houthi sobre su calidad como combatientes, han sido miles los que han muerto, mientras otros miembros de la coalición han preferido colaborar de manera más limitada, restringiendo su participación a ataques aéreos o participando con fuerzas navales. Los veteranos houthis afirman que a lo largo del conflicto, en muchas oportunidades, han debido combatir contra los sudaneses, pero que nunca han visto ni a sauditas, ni emiratíes, en la línea de fuego.

 

El régimen sudanés, por entonces a cargo del genocida Omar al-Bashir, no dudó en lanzar sus fuerzas a la guerra terrestre. No cabe dudas que al-Bashir, hoy condenado a solo dos años de prisión por las mismas fuerzas armadas que lo sostuvieron durante treinta años, habrá incrementado su fortuna personal y la de los mismos generales que lo derrocaron, gracias a las compensaciones de Riad.

 

Los combatientes sudaneses provienen de una fuerza paramilitar de triste memoria durante la represión iniciada en 2004 en Darfur, donde se produjeron al menos 400 mil muertos considerando las cifras muy conservadoras de Naciones Unidas. Esa fuerza represiva, entonces conocida como Janjaweed (Jinetes Armados), estaba al mando de Mohamed Hamdan Dagalo, un antiguo vendedor de camellos, reconvertido en un poderoso general, muy fortalecido tras el golpe contra al-Bashir, en abril último, que también maquilló a su antigua milicia, dándole estatus militar a la que llamó: Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), de donde son las mayoría de los mercenarios destinados a Yemen, entre los que se sospecha también hubo niños-soldados.

 

Se estima que al menos 8 mil de estos soldados han sido muertos, heridos, o tomados prisioneros en batalla contra los houthis desde 2015, a lo largo las líneas de combate: Taiz, Hajjah y al-Hodeidah.

 

Por otra parte, las fuerza houthis han denunciado que los soldados sudaneses han sido lanzados a verdaderas misiones suicidas, al tiempo que durante las negociaciones de intercambios de prisioneros nadie ha reclamado por ellos. Fuentes yemeníes han confirmado que cerca de 6 mil soldados sudaneses ya han abandonado el país a los que se sumarán la totalidad de los efectivos, tal como lo había prometido el nuevo Primer Ministro sudanés del gobierno de transición Abdalla Hamdok.

 

En el puerto yemení de Moca, en la costa del Mar Rojo, donde estuvo asentado el grueso de las fuerzas de Jartum, estas no han dejado un grato recuerdo a los pobladores civiles quienes han responsabilizado a los africanos de incontables casos de violaciones contra mujeres, robos y saqueos

 

Tras la retirada sudanesa del estratégico puerto de Moca, la plaza fue cubierta por fuerzas emiratíes, al mando de Tareq Saleh, sobrino del ex presidente Alí Abdullah Saleh, muerto en 2017, tras haber traicionado a los houthis, de quienes fue aliado desde 2014.

 

La pavorosa guerra asimétrica, que libra el pueblo yemení contra un poderoso conglomerado de naciones armadas por Arabia Saudita, todavía no se resuelve y su desenlace es tan incierto que nadie podría arriesgar el nombre del ganador de esta guerra, aunque sí es seguro, que ya la ha perdido Occidente.

 

-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

https://www.alainet.org/es/articulo/204431
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