A 80 años de su trágica muerte

Busch y el golpe de estado de la rosca

26/08/2019
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Germán Busch Becerra (1903-1939
Foto: banderaenalto.blogspot.com
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Nueve horas agonizó el presidente boliviano Germán Busch Becerra, el 23 de agosto de 1939, después de recibir un disparo en la cabeza. Más allá de la discusión de que fue un “suicidio” o un “magnicidio”, el presente reportaje devela las intrigas políticas que se desplegaron cuando él enfrentaba su última batalla contra la muerte.

 

Al promediar las 5:30 de la madrugada del miércoles 23 de agosto de 1939, un balazo atravesó el cráneo del entonces presidente Germán Busch y le causó graves lesiones en su masa encefálica. Así empezó su aciaga agonía. A las 14:35 su corazón dejó de latir. En esas fatídicas 9 horas, cuando él se debatía entre la vida y la muerte, se suscitó un conjunto de acontecimientos que muchos no quieren recordar: un grupo de civiles y militares, en las sombras, prepararon el retorno del liberalismo al poder; el general Carlos Quintanilla iba a ser su principal y fusco operador.

 

La vida de Busch fue épica (1903-1939). A sus 34 años, se constituyó en uno de los gobernantes más jóvenes del país. Quienes lo conocieron coinciden que tuvo una historia apasionante. Nunca militó en el socialismo. Se alineó, más bien, a la corriente nacionalista. Gran parte de sus biógrafos lo definen como un gran “estratega” y “operador militar”; un “estadista enérgico” y “patriota”; un hombre “impulsivo” y “valiente” que no le temía a los poderosos ni a la muerte.

 

Después de la rebelión de mayo de 1936, asumió la “presidencia provisional” por cinco días. En ese tiempo, se crearon los ministerios de Trabajo y Minas y Petróleo. En su segundo mandato (1937-1939), entre otras medidas, fundó el hogar de huérfanos de guerra, la Caja de Jubilaciones de los periodistas y el departamento de Pando; promulgó la primera Constitución Social y el Decreto-Ley General del Trabajo; reguló la entrega del 100 por ciento de las divisas mineras al Estado y nacionalizó el Banco Central.

 

GOLPE. Según la historia oficial, luego del fallecimiento de Busch, el comandante en jefe del Ejército, Quintanilla, asumió la presidencia mediante Decreto del 23 de agosto de 1939. En el texto se aclaró que ocupó el cargo “por determinación unánime” de los jefes y oficiales del Cuartel General de La Paz y con la “aprobación del Consejo de Ministros”.

 

Sin embargo, esa es una verdad a medias. En realidad, la silla presidencial fue “asaltada” 8 horas antes del fallecimiento de Busch. El escritor y periodista Augusto Céspedes, en El dictador suicida, narró que Quintanilla acudió a las 6 de la mañana al Hospital de Miraflores y, tras percatarse que Busch “no podría ponerse nunca más en pie”, ocupó militarmente el Palacio, “instalándose de hecho en la presidencia”.

 

Frente a ese suceso, a horas 10, una manifestación universitaria, encabezada por Hernán Siles Zuazo, llegó a la Plaza Murillo para respaldar al vicepresidente Enrique Baldivieso. Empero, la suerte ya había sido echada: los militares decidieron no aceptar a un “civil” en la presidencia. Luego, los seguidores del vicepresidente planificaron que el general Enrique Peñaranda se presente en un cuartel para “arengar” a la tropa y retomar Palacio. Al final, ese plan fracasó.

 

BALDIVIESO. De acuerdo a una crónica publicada el 30 de agosto de 1939 en el matutino El País, Baldivieso, luego de la posesión de Quintanilla, emitió un revelador mensaje a la nación, que al instante fue refutado por Radio Illimani.

 

Baldivieso afirmó que el 23 de agosto, a las 7 horas, mientras se encontraba al lado del moribundo Busch, alguien le dijo que “debía hacerse cargo del mando”, a lo cual contestó indignado: “¡Mi deber es permanecer al lado del presidente mientras esté con vida!”.

 

Añadió que a esa misma hora el Palacio ya había sido “tomado”. Frente a eso, señaló que “él no hace dejación de la vicepresidencia”, se siente orgulloso de ser “víctima de un golpe de Estado” y que estaba apoyado por el general Peñaranda, los universitarios y el pueblo.

 

Más tarde, ratificó su condición de vicepresidente, amparado en la Constitución de 1938, y denunció que “una patrulla violó y requisó su domicilio tratando de impedir su presencia en los funerales de Busch”.

 

RÉPLICA. A su turno, Illimani difundió la siguiente aclaración: El general Quintanilla se hizo cargo de la presidencia por mandato del Ejército para garantizar el orden de la población que podía dedicarse al “libertinaje” y a la “anarquía”.

 

“El doctor Baldivieso se extraña que las mismas personas que lo derrocaron le decían momentos antes ʹSeñor Vicepresidenteʹ, sin reparar que esa era una ironía, ya que él como subalterno de una dictadura cancelaba para sí su mandato y que era extraño que no supiese tal siendo un excelente profesor de Derecho Público”, destacó.

 

En cuanto al respaldo de Peñaranda, dicha emisora informó que él “está disgustado porque se tome su nombre para explotarlo con fines políticos” y que su presencia en el cuartel de carabineros se debió al “deseo patriótico” que tuvo de salvar la “unidad y la moral del Ejército”.

 

ROSCA. Aquella historia y tragedia tuvo que estar preparada, afirmó Yolanda Céspedes –esposa de Carlos Montenegro, en su obra Montenegro un nombre para la historia–, tras aclarar que Quintanilla era un personaje “íntimamente ligado” a los sectores más reaccionarios del Ejército, a los grandes empresarios mineros y al imperialismo estadounidense.

 

Por su parte, Guillermo Lora, en la Historia del movimiento obrero boliviano, corroboró que el golpe castrense de Quintanilla fue en realidad “un golpe de la rosca” contra el “reformismo” y las “temeridades del buchismo”, pues existía “el miedo” de que se acentuasen sus medidas estatistas.

 

El sociólogo René Zavaleta, en 50 años de historia, concluyó que “ambos, Quintanilla y Peñaranda, eran generales de la oligarquía y respondían sin atenuantes a los intereses del bloque de poder de la gran minería y los terratenientes”.

 

REVOLUCIÓN. En ese marco, Quintanilla –39 días después de jurar ante el ataúd de Busch de “continuar” con la política económica nacionalista y mediante Decreto del 1 de octubre de 1939– dejó en suspenso la normativa dictada el 7 de junio de ese mismo año, donde se obligaba a los grandes mineros la entrega del 100 por ciento de divisas mineras al Estado.

 

Pese a todo, la revolución nacional de 1952 ya estaba en marcha...

 

-Miguel Pinto Parabá es periodista.

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/201798
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