Venezuela en la hora de los hornos

25/02/2019
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El 27 de febrero de 1989 estalla en Venezuela el Caracazo, masacre social generada por una encerrona económica del capitalismo salvaje. Miles de muertos se apiñaban en las calles, a causa de la violencia sin límite de las fuerzas represivas del Estado. Los saqueos, abrigados por la furia y la desesperación, se multiplicaban por doquier.

 

Se trataba del más grande estallido social de fines de siglo XX en América Latina, producto de estrictas medidas neoliberales, impuestas por el Fondo Monetario Internacional, bajo el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Ignacio Ramonet nos recuerda la ominosa lista de exigencias: “Liberalización del comercio, supresión del control de cambios, privatizaciones masivas de empresas públicas, recortes drásticos de programas de ayuda económica y fuertes aumentos de los precios y servicios de primera necesidad”. José Martí hubiese resumido aquel atropello con una frase inolvidable de su escrito “La hora de los hornos”: “El monopolio (hoy oligopolio transnacional) está sentado, como un gigante implacable, a la puerta de los pobres”.

 

Como respuesta a aquella barbarie y al sistema económico que lo generó, aparece en escena Hugo Chávez quien ocupa la presidencia en 1998. Su elección surge como respuesta popular a la incapacidad de la clase política tradicional de responder a los sectores que reclamaban justicia, desde las capas más humildes del país. Con todo, apenas cuatro años después fue desbancado del poder por un golpe de Estado de la ultraderecha venezolana, avalado y propiciado por sectores del gobierno estadounidense que se movían en las sombras, bajo las alas de su halcón Elliot Abram. ¿La razón del golpe? Recuperar el control de la riqueza petrolera que Chávez había comenzado a poner al servicio de una trasformación social que labraba el bienestar de los sectores pobres, ignorados siempre en un país inmensamente rico. A punto de ser ejecutado el Presidente por los golpistas, un suceso extraordinario marcó la historia. Soldados leales lo protegieron, mientras el pueblo bajaba de los cerros en impresionantes oleadas, para abrazarlo.

 

Este último episodio encierra una clave histórica de la Venezuela del siglo XXI. ¿Por qué bajaron las masas humildes en tropel? Lo hicieron por un asomo de conciencia que les mostraba que habían advenido a la superficie de la historia. Sentían que debían proteger algo que trascendía el cuerpo físico de un presidente nacido como ellos en cuna humilde; protegían un proyecto de justicia social que reconocía su voz.

 

Aquel proyecto requería, por su naturaleza, la instalación novedosa de una democracia participativa que obligaba (y obliga) al gobierno bolivariano a estar en sintonía siempre con las bases populares. A su vez, quienes se rotularan como opositores debían abandonar el deshumanizante discurso neoliberal, gestor del Caracazo, y reclamar, en cambio, espacios para el fortalecimiento de un capitalismo de factura nacional que estimulase la producción.

 

Hoy, desgraciadamente, un sector vociferante de la oposición venezolana vuelve a mostrar sus cartas neoliberales al abrazarse al “demócrata” Donald Trump. Asume, además, el peligroso dictamen imperial del reaparecido Elliot Abram: “El tiempo del diálogo con Maduro se acabó”. Esperemos, en esta hora de los hornos, que esa retórica belicista quede atrás y que fructifique, en cambio, la iniciativa de diálogo promovida por México y Uruguay. En América Latina y el Caribe no nos merecemos otro baño de sangre.

 

15 de febrero de 2019

 

Rogelio Escudero Valentín

Catedrático y ensayista

 

https://www.alainet.org/es/articulo/198396

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