El desmontaje del neoliberalismo

22/02/2019
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Análisis
neoliberalismo.jpg
Foto: pensandoamericas.com
-A +A

El neoliberalismo –pronto se dirá que se entiende aquí por tal cosa— goza de buena salud en distintas naciones cuyas élites viven a sus anchas en ese orden económico –que, ciertamente, no sólo es económico, sino también social y cultural—, que también se ha dado en llamar “capitalismo neoliberal globalizado”. Pues bien, cuando se posa la mirada en distinto lugares del planeta, el neoliberalismo parece estar bien implantado no sólo en la mente de muchas personas –y no sólo los economistas que profesan el credo neoliberal—, sino en la realidad efectiva en la que juega la vida y el destino de la gente. En las naciones que marcan la pauta económica (política, social y cultural) del planeta el neoliberalismo es el credo de dirigentes políticos y de dueños de las finanzas y del mercado.

 

Ese éxito del neoliberalismo no quiere decir que no suscité en sectores importantes de la sociedad –principalmente, aunque no exclusivamente, entre intelectuales— un fuerte rechazo, al punto que para algunas de las voces críticas anti neoliberales la acusación de neoliberal es el juicio más severo que pueden proferir en contra de una persona, institución o partido político1.

 

La animadversión que provocan el neoliberalismo y los neoliberales está más que justificada. Demasiadas consecuencias negativas se han cernido sobre las sociedades, a partir de la implantación del neoliberalismo (del capitalismo neoliberal globalizado), como para no plantarse críticamente ante el mismo y, más aún, trabajar por su erradicación y superación definitivas. El cómo deba (o pueda) realizarse esta empresa es otro cuento. Pero el “malestar antineoliberal” tiene tantas razones poderosas a su favor que nadie sensato puede considerarlo irrelevante.

 

En El Salvador ese malestar es patente. Y quienes lo proclaman son sumamente duros en contra de quienes son calificados como neoliberales. Sólo para ilustrar este último aspecto, en días recientes, en un medio digital publicado en Internet— una voz representativa de los ambientes de la educación superior afirmó, según la fuente2, que el FMLN fue más neoliberal que el partido ARENA. Por supuesto que no se trató de un juicio neutro y, ni mucho menos, de una alabanza.

 

Todo lo contrario: es una de las peores acusaciones que, desde quien hizo tal afirmación, se pueden lanzar al partido de izquierda. Se da por supuesto que si alguien acusa a una persona o institución de neoliberal es porque, por su parte, está libre de ser acusado de lo mismo, porque si no el peso “moral” de la acusación se viene abajo. Hay que dejar en suspenso el anterior supuesto, pues todo parece indicar que el neoliberalismo no es patrimonio –ni en su implantación ni en su mantenimiento— de nadie en particular, y más bien son muchos los que, por acción o por omisión, contribuyen –contribuimos— a ello.

 

Y que tal cosa sea reconocida no debe ser motivo de enojo o recelo, pues en cualquier ordenamiento económico y social (formación económico-social, dirían los marxistas) sucede eso. Claro está que hay actores económicos, políticos, sociales y culturales que son más decisivos que otros en la implantación y funcionamiento de un ordenamiento económico social, y entre ellos habrá quien lo sea más y quien lo sea menos, pero la exclusividad es prácticamente imposible dados los factores en juego.

 

Pero bien, el asunto es que en nuestro país –al igual que en otros— hay voces firmes en contra del neoliberalismo3; voces que claman por su erradicación definitiva. Es, pues, la orden del día. Y, siendo así, cuanto antes se ponga manos a la obra, mucho que mejor. ¿Qué se puede hacer para apoyar esa importante empresa? Se ofrecen, a continuación, algunas consideraciones que, a lo mejor, sean de alguna utilidad –es de esperar que no sean una traba— para hacer realidad ese propósito.

 

Es importante, para comenzar, tomar en cuenta que la lucha contra el neoliberalismo no es contra un “modelo” económico, pues los modelos son por definición construcciones mentales (matemáticas) ante las cuales se pueden oponer otras construcciones o modelos. Cabe decir que en distintas instituciones universitarias en el mundo la batalla por los “modelos” económicos es ardua y no sólo por razones académicas, sino por las posibilidades de implementación que los mismos puedan tener en la realidad.

 

Cuando eso sucede, como pasó con el “modelo” neoliberal, se genera un entramado de acciones y decisiones, políticas, económicas, sociales y culturales, que da vida al ordenamiento económico-social orientado por los lineamientos (convertidos en políticas) derivados de lo que en sus inicios fue un modelo teórico. Así, el neoliberalismo es un ordenamiento económico-social (político y cultural) que descansa en un entramado de relaciones de poder en el que participan distintos actores e instituciones, y al que se integra el resto de la sociedad, salvo muchos de quienes viven en los bordes o márgenes de ese ordenamiento4.

 

Los ordenamientos económico-sociales (culturales y políticos) no nacen de la nada, o vienen de espacio exterior a la tierra. Son edificados con el concurso que distintos agentes y actores que no necesariamente deben ser conscientes de la obra que están realizando, ni de las consecuencias posteriores que tendrán sus acciones y decisiones. Las mentes macabras han existido siempre; y abunda la literatura que señala cómo los gestores del “Consenso de Washington” o los impulsores de la “Doctrina de Shock”5, tenían claras sus metas cuando se lanzaron a promover e implementar las reformas económicas que, en los años ochenta y noventa, sentaron las bases de los ordenamientos neoliberales.

 

Pero no cabe presumir lo mismo de personas e instituciones que, sin estar identificadas con el paradigma neoliberal o ser conscientes de las implicaciones de sus acciones y decisiones, sumaron sus esfuerzos y talentos para su implantación. Es casi seguro, por ejemplo, que quienes –en El Salvador-- asesoraron y cimentaron la reforma educativa de los años noventa –una reforma educativa de neto cariz neoliberal6— no estaban ni identificados totalmente con el neoliberalismo ni eran conscientes del impacto negativo de la mercantilización educativa en el deterioro de la educación que sólo por ceguera mental muchos no quieren reconocer.

 

Por cierto, uno de los ejes clave para implementar y consolidar los ordenamientos neoliberales ha sido (y es) la educación. De ahí que, a la par que –en los años ochenta y noventa del siglo XX— se impulsaban, en América Latina, las reformas económicas que sentarían las bases de esos ordenamientos, también se impulsaron sendas reformas educativas que complementarán el proyecto neoliberal en marcha y que, a estas alturas tienen en su haber –en El Salvador-- casi tres décadas de estar vigente.

 

Esto obliga a prestar atención a los agentes, actores e instituciones que participaron de estos esfuerzos fundacionales de los ordenamientos neoliberales, que no fueron sólo partidos políticos o grupos empresariales, pues esos agentes, actores e instituciones no sólo aportaron energías y capacidades para que los mismos se implantaran, sino que en no pocos casos se integraron en el entramado financiero, comercial, político, cultural, educativo y mediático propio de la formación económico-social neoliberal. Al hacerlo, han contribuido –con menor o mayor peso, y responsabilidad— a su vigencia y reproducción.

 

Y es que, en efecto, los ordenamientos neoliberales son un entramado de relaciones financieras, comerciales, políticas, culturales, educativas y mediáticas, en las cuales participan prácticamente todas las instancias, actores y agentes de la sociedad.

 

Hay quienes, como se anotó arriba, tienen más peso y son, por tanto, más decisivos en el funcionamiento (y mantenimiento) del neoliberalismo, y es ahí en donde se tiene que golpear fuerte si se quieren desarticular los resortes de poder que mueven y sostienen ese ordenamiento. Los aparatos estatales y los grupos de poder económico –y sus relaciones no siempre armónicas— son parte de ese andamiaje; también lo son los aparatos educativos (privados y públicos) y las empresas mediáticas tradicionales y de Internet.

 

Aquí las críticas a la mentalidad, a la ideología o al modelo neoliberales, aunque necesarias, son insuficientes y sólo por un idealismo de la peor estirpe se puede creer que un ordenamiento neoliberal se va a derrumbar si se atacan las ideas neoliberales o a quienes las profesan. Por supuesto que el neoliberalismo es un conjunto de ideas (un paradigma se dice en algunos ambientes), pero no es sólo un conjunto de ideas; es un entramado de relaciones de poder, intereses materiales y prácticas económicas, sociales, políticas, culturales y mediáticas que, si no son desarticuladas, dejarán intocados los resortes reales que hacen del ordenamiento neoliberal algo sumamente firme.

 

Para que no quede en el aire la importancia de combatir las creencias e ideas neoliberales, es pertinente anotar que, en buena medida, el éxito del neoliberalismo obedece a que ha conquistado las “mentes y corazones” de las personas, incluso las de quienes se ven afectados en su vida por las consecuencias negativas que se derivan del mismo. En virtud de ello, los grupos de poder económico, y el control que ejercen sobre el mercado, han salido de la mirada pública en su papel de estructuradores de la realidad social.

 

El discurso anti Estado (y anti política), creación neoliberal, se ha impuesto en el imaginario individual y colectivo. Y, en ese discurso, el Estado es una gran carga para la sociedad, carga de la cual ésta debe deshacerse –mediante el despido masivo de empleados públicos, los recortes del gasto público y las privatizaciones—, pues son los recursos “despilfarrados” en el sector público los que impiden combatir la pobreza, la precariedad en los servicios de salud, las deficiencias de los sistemas educativos y la violencia social y criminal.

 

Esto fue establecido en el paradigma neoliberal ya desde sus formulaciones en los años ochenta y noventa... y son ideas que llegaron para quedarse, a juzgar por lo presente que están en el debate público en distintos lugares de América Latina. Cabe recordar, a este respecto, uno de los propósitos del “Consenso de Washington” (1989) sobre el papel del Estado:

 

“Sobre el papel del Estado: dado que el sector privado gestiona más eficientemente los recursos que el sector público, los gobiernos deben disminuir al Estado a su mínima expresión y dejar en manos del sector privado la mayor parte de su gestión aun cuando se trate de “servicios universales” (como el acceso al agua potable o a la electricidad). El Estado debe ser un mero facilitador de los negocios del sector privado (estabilidad), un regulador ocasional de los excesos del mercado (programas de alivio de la pobreza y protección del medio ambiente) y un garante de la paz social (gobernanza)”7.

 

Así que el desmontaje del neoliberalismo no debe perder de vista el desmontaje de la mentalidad neoliberal. Sin embargo, el gran desafío es el desmontaje del ordenamiento neoliberal real. Pregunta obligada para quienes –personas e instituciones— están empeñados en derrotar al neoliberalismo (en sentido real, no ideal) es en qué medida están integrados al entramado neoliberal real, en cualquiera de las redes de poder material o cultural que lo tejen. Naturalmente que para ese autoexamen crítico es importante revisar, con frialdad y objetividad, cómo son en el presente las articulaciones financieras, sociales, políticas, culturales y educativas que se tienen con el ordenamiento neoliberal vigente.

 

Y para determinar qué tan firmes son esas articulaciones quizás les sea útil mirar al pasado reciente, para ponderar en qué momento (y de qué forma) se integraron al entramado neoliberal. Tal ejercicio a lo mejor les ayude, primero, a medir bien su propia fuerza a la hora de arremeter, en serio, contra el neoliberalismo; segundo a ser conscientes de lo que se juegan en sus finanzas o en su capacidad de influencia si el neoliberalismo es desarticulado efectivamente; y tercero a ponderar su propia responsabilidad y su peso en la vigencia de ese ordenamiento económico y social.

 

En el caso de instituciones que cuentan con personas que cultivan el conocimiento, lo deseable es que tan pronto como puedan se dediquen a meterle cabeza a un modelo económico, político, social y cultural que estará llamado a reemplazar al ordenamiento neoliberal, una vez que este sea derribado. Y a hacer un análisis de los agentes, actores e instituciones (en las esferas política, económica, social, cultural, educativa y mediática) que le darán vida.

 

Por supuesto, la mirada hacia el entorno mundial también es ineludible, a menos que se apueste por la autarquía económica. Hay que mirar hacia el Norte y el Sur para determinar con cuáles socios se puede contar para lanzar el nuevo ordenamiento económico, no neoliberal, y también para determinar de quiénes habrá que alejarse (o habrá que protegerse), pues abanderan férreamente el neoliberalismo.

 

En fin, nadie dijo que desmontar el neoliberalismo es tarea fácil. Incluso, es seguro que más de alguno –al ver la complejidad de la meta— desista del empeño. Estas líneas no quieren desmotivar a nadie, e incluso el deseo ferviente de su autor es estar equivocado de cabo a rabo. De todos modos, si algo de verdad hubiera en ellas, lo menos que puede concluirse es que derribar el neoliberalismo llevará un buen trabajo, el cual deberá atinarle a los resortes mentales y reales que lo mueven. Otra conclusión es que, así como en su montaje (y en su funcionamiento) intervinieron (e intervienen) distintos actores, agentes e instituciones, su desmontaje no es responsabilidad exclusiva de un agente, actor o institución, pues le faltaría la fuerza para lo lograrlo. Son necesarias muchas manos para intentar derribarlo. Son necesarias muchas manos para intentar crear un nuevo ordenamiento económico y social. Y el éxito del empeño no puede asegurarse de antemano.

 

San Salvador, 21 de febrero de 2019

 

Luis Armando González

Escuela de Ciencias Sociales-UES

 

 

1 Otra acusación del mismo calado es la de corrupción.

 

3 Me sumo a esas voces. Desde hace un buen tiempo vengo analizando las implicaciones negativas del neoliberalismo en la educación, en la la cultura y en la convivencia social.

4 Porque el mundo del crimen ofrece una oportunidad para integrarse a los circuitos neoliberales financieros y de consumo.

5 N. Klein, La doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre. https://books.google.com.sv/books/about/La_doctrina_del_shock.html?id=tw...

6 L. A. González, “Tendencias de las políticas educativas en Centroamérica”. https://www.nodal.am/2017/12/tendencias-las-politicas-educativas-centroamerica-luis-armando-gonzalez/. L. A. González, “El cambio curricular en El Salvador en los años noventa”. https://www.alainet.org/es/articulo/190888

 

 

7 Rubí Martínez Rangel y Ernesto Soto Reyes Garmendia, “El Consenso de Washington: la instauración de las políticas neoliberales en América Latina”. http://www.scielo.org.mx/pdf/polcul/n37/n37a3.pdf

 

https://www.alainet.org/es/articulo/198328
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS