Mercosur: Pese al sálvese quien pueda, el TLC con la UE no avanza

18/10/2018
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Algunas décadas después de que se produjera el rechazo a la conformación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), poco o nada hemos variado en nuestra predica lo que hace que nos encontramos en un punto similar. La negociación entre el Mercosur y la UE -aunque en principio no tenga una connotación negativa en términos políticos-, se trata de un acuerdo ambicioso, que excede claramente los temas estrictamente comerciales, que lo transforma en cierta medida en algo más nocivo que el ALCA para las posibilidades de desarrollo futuro de nuestra región.

 

Debemos recordar que desde su inicio en 1995, las negociaciones para la firma de un Acuerdo de Asociación Birregional entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) se caracterizaron por sus permanentes idas y vueltas en una especie de calesita de marchas y contramarchas.

 

Luego de la primera suspensión de las negociaciones en 2004 como consecuencia de que las partes consideraran insuficientes las respectivas ofertas intercambiadas en mayo y septiembre de ese año, volvieron a la carga  en marzo de 2010 y los mandatarios de ambas regiones acordaron el relanzamiento de las negociaciones comerciales para la celebración de este acuerdo que, en los hechos, lo definen como un tratado de libre comercio (TLC).

 

 Por consiguiente, las rondas de negociación que tuvieron lugar a partir de entonces se volvieron a  caracterizar nuevamente por la dificultad para llegar a un tercer intercambio de ofertas.

 

La experiencia fallida de 2004, que había generado ciertas expectativas, provocó que las condiciones de negociación que exigiera el Mercosur fueran más rigurosas, de modo de lograr un acuerdo más equilibrado. El Mercosur comenzaría a ejercer mayor presión para que la UE efectivamente reconociera las asimetrías económicas existentes, y garantizara la incorporación al acuerdo de cláusulas de “trato especial y diferenciado” (TED) que favorecieran al Mercosur.

 

No obstante la posición de la UE no resultó ser conciliadora ni mucho menos: bajo el argumento de que en los últimos años los países del Mercosur se habían beneficiado de un proceso de crecimiento acelerado y de mejora generalizada de las condiciones de vida de sus pueblos, argumentó que el reclamado TED ya no se justificaba, al menos no en la misma medida que antes.  

 

El intento por parte de la UE de imponer sus intereses ofensivos terminó chocando siempre con el objetivo del Mercosur de lograr un acuerdo equilibrado que contribuyera a reducir las asimetrías vigentes en la relación económica birregional.

 

Finalmente, tras seis años de reiniciadas las negociaciones, el 11 de mayo de 2016 se produjo el tercer intercambio de ofertas en Bruselas. Desde entonces, se han generado múltiples rondas de negociación y avances sostenidos para la firma del TLC: ronda tras ronda de negociación, una sutil promesa se susurraba al oído de los negociadores, casi a cambio de nada.

 

Y, en agosto de 2017, para facilitar las negociaciones, los gobiernos neoliberales y de facto del Mercosur (Paraguay, Argentina, Brasil), y el mutis de Uruguay, “suspendieron” la membresía de Venezuela,  una medida pensada, quizá, en Bruselas, para hacer posible el acuerdo asimétrico.

 

Y así, los negociadores más avezados de la UE fueron consiguiendo permanentes concesiones por parte de los miembros del Mercosur, desesperados por firmar un acuerdo que funcionara como “señal a los mercados” de que nuestros países se acoplaban decididamente al proceso de globalización, es decir inmersos en el mundo capitalista.

 

El Mercosur, detrás de cada negociación e independientemente de las gesticulaciones de los presidentes o ministros que intervienen con solemnes y perentorias declaraciones, se encuentra realizando múltiples concesiones ante una región profundamente más desarrollada y aceptando cláusulas que reducen brutalmente los márgenes aplicables de políticas industriales, comerciales y tecnológicas en la región. 

 

A cada socio le duele su tema: por ejemplo a Uruguay la negociación agrícola, a Argentina la carne y el biodiesel,  mientras que a Brasil su inserción industrial, por citar ejemplos con asimetrías diferentes del más pequeño al más grande.

 

Esto obedece tanto a la incorporación de “nuevos temas” de negociación como a la profundidad de muchas de sus cláusulas, que van más allá de los estándares o normas de los compromisos asumidos por nuestros países en el marco del sistema multilateral de comercio, por otra parte en profunda crisis.

 

El Mercosur ha ido flexibilizando consecuentemente  sus posiciones originales ante la “necesidad política” de mostrar resultados en el corto plazo, de modo de presentar a la región ya no “aislada del mundo” por gobiernos “populistas”, sino como inserta en un “nuevo mundo” caracterizado por la existencia de cadenas globales de valor.

 

Y es en este marco que se produjeron múltiples flexibilizaciones en la posición original del Mercosur, en general a cambio de ninguna o mínimas concesiones de una UE que se encuentra dentro del más cómodo de los escenarios, frente a una contraparte desesperada por firmar cualquier acuerdo lo antes posible. En esa carrera política desenfrenada por –supuestamente- otorgarse nuevos mercados que nos permitan “tirar un tiempo más”

 

En síntesis, el Mercosur ha otorgado múltiples concesiones ante una UE que todavía ni siquiera ha mostrado una oferta atractiva en el sector de alimentos, dejando de lado la mayoría de las condiciones que se habían planteado originalmente de modo de obtener un TED que compense las fuertes asimetrías existentes entre ambas regiones.

 

Se trata de un acuerdo altamente desequilibrado a favor de la UE, el socio notoriamente más desarrollado.  Estamos ante la consumación en tiempo real de una verdadera tragedia histórica para las posibilidades de industrialización y desarrollo futuro de la región con consecuencias que serán irreversibles sobre el tejido industrial y sobre la posibilidad de generar empleo de calidad y bien remunerado.

 

Muchas veces hemos sido testigos de comentarios o confesiones de funcionarios y negociadores que reconocen “sotto voce” que se trata de un acuerdo donde se dejarán muchas plumas y que a mediano plazo será muy poco beneficioso para la región en términos comerciales, ya que existen muy pocas oportunidades para incrementar las exportaciones hacia la UE.

 

La realidad es que, de concretarse el TLC, los países del Mercosur se verán sometidos a una  avalancha importadora de productos industriales desde el mercado europeo. Una Europa inmersa por otra parte en sus propias guerras comerciales con una ofensiva desconcertante de la principal economía mundial, y su principal socio, Estados Unidos, cuyas consecuencias pueden ser catastróficas. 

 

Sin embargo, al más alto nivel, los líderes políticos del Mercosur no esbozan otro escenario posible  sino aquel que es la de firmar de todos modos el acuerdo con un doble objetivo: fortalecer la “señal política” de que el Mercosur se acopla al mundo a través de la firma de TLC de gran envergadura y esperar ingenuamente que este mal acuerdo en términos comerciales provoque la añorada “lluvia de inversiones” hacia la región. 

 

La Argentina de Macri ya  había previsto esta  inserción  al mundo…se olvidó especificar que era el mundo del Fondo Monetario Internacional. 

 

Últimos cartuchos

 

En la antesala de la cumbre del G-20 en Argentina, sigue la carga para romper el impasse de las negociaciones, a través de dar apertura a acuerdos multiparte. El Mercosur se debate entre continuar las negociaciones en bloque o bien relajar las normas que hoy impiden a los socios, salvo excepciones, rebajar aranceles por fuera de la unión aduanera. 

 

Mientras, existe mucha confusión sobre el “efecto Bolsonaro”, al suponer que se trataría de un viraje nacionalista-proteccionista, aun cuando sus posiciones iniciales llenas de demagogia chauvinista  han ido virando, ya más cerca del poder, a un acercamiento con el establishment brasileño. «Precisamos librarnos de las amarras del Mercosur y partir hacia el bilateralismo. Brasil tiene autonomía para negociar con todo el mundo », dijo Bolsonaro en plena campaña.

 

Uruguay, que este semestre preside el Mercosur, precisó que el pedido de su país de rebajar la operatividad de la cláusula 32/00, había recibido el inesperado apoyo argentino durante reuniones informales realizadas durante la Asamblea de la ONU en Nueva York. El gobierno de Mauricio Macri justifica su cambio de rumbo en la reciente negociación –individual- del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN) entre EEUU, Canadá y México.

 

Sus socios mercosureños ven a una Argentina desesperada por llegar a un acuerdo a cualquier costo, así sea a su cuenta y bajo la figura de esta « flexibilización».

 

La actualidad nos da cita con un desajuste político, económico y social, de gran envergadura, un camino difícil donde la tensión social está en brasas y los desequilibrios abundan, en una región cuyas asimetrías pasan hoy por los desencantos políticos, más peligrosos, el fascismo.

 

Eduardo Camín

Periodista uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional del Hebdolatino en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/196010

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