Riqueza de los idiomas abyayalenses

03/09/2018
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Foto: Kevin E. Sánchez Saavedra
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Contrario a un pensamiento racista, los idiomas de las naciones abyayalenses son estructuras singulares complejas, poseedoras de creatividad y conocimiento sobre la vida”.

 

Hace unas semanas volví a una hermosa región de la Comarca Ngäbe-Buglé. Guiado por mi sexagenario y ágil amigo Arquímedes, entre sombrías, cenagosas y fatigantes trochas bajo el bosque lluvioso tropical, atravesando torrentosas quebradas, subiendo y bajando lomas en una estribación de la serranía de Tabasará, caminamos poco más de seis horas para visitar y conocer el estado de salud de Ovidio, líder y un depositario de la memoria histórica y biocultural, del patrimonio lingüístico de su pueblo.

 

Arquímedes me mostraba que en el territorio es importante saber pre-sentir, observar, escuchar, caminar y pisar; cada caída es distinta y cada una de ellas nos enseña si es mejor dejarse llevar o agarrarse por reflejo. «El que no sabe, por aquí se pierde», me decía. Con humildad y respeto, en ese corto viaje de visita al convaleciente Ovidio, entablamos un diálogo de saberes, aunque fui más alumno que maestro.

 

Sabiduría y lenguaje

 

En su idioma materno, del pueblo uga chere, me enseñaba el nombre de algunos árboles, y en su segunda lengua, el español, hablaba de sus cualidades y usos. «Cada animal tiene su propio canto…, y cada pájaro, culebra y serpiente, rana o insecto tiene su nombre en nuestro idioma. Si yo voy por la montaña y veo una rana, yo después le puedo decir a Ovidio su nombre exacto y él sabrá de cuál rana le estoy hablando», aseguraba.

 

Su forma de enseñar trae a mi memoria palabras del líder sindical y político aimara David Choquehuanca Céspedes: «Los sabios de verdad actúan todos y todas de maneras muy similares, no ven solo lo aparente, ven más allá, rebuscan en las entrañas de las cosas y huelen y saborean de verdad la esencia de las cosas, por eso son sabios porque absorben la savia de la naturaleza y la naturaleza es sabia».

 

Racismo-glotofagia contra plurilingüismo

 

En lo que respecta a la investigación lingüística como a la etnográfica, existen desconocimientos sobre este primer idioma e identidad cultural de Arquímedes. Su pueblo es llamado bokota, y así se refleja en los últimos censos de población; sin embargo, muchas personas estudiosas discuten o afirman, con pocos datos, que en realidad se trata de hablantes de un dialecto del idioma buglere, y que, por tanto, los bokota son en realidad buglé. Mis colegas y amigos Julie Velázquez, Mónica Martínez, Blas Quintero y Jorge Sarsaneda no se aventuraron en ese sentido, y un año después de realizado el censo de 2010, en el libro «Pueblos indígenas de Panamá…», se siguieron preguntando: « ¿Quiénes son los bokota?»

 

Responder a tal interrogante será para otro momento, pues lo que me interesa resaltar aquí es la gran riqueza plurilingüe acumulada entre las naciones «raizales» o «abyayalenses» en Panamá, como las llama el dilecto intelectual y poeta gunadule Igwaigliginya, generalmente conocido como Arysteides Turpana. Es decir, entre bribri, buglé, embera, gunadule, ngäbe, naso-tjërdi, uga chere y wounaan. Cada una de estas naciones posee un idioma propio.

 

Es importante comprender mejor dicha riqueza, incluso más allá de ser un medio trascendental para la comunicación y desenvolvimiento colectivo de dichas naciones, más allá de atesorar las formas simbólicas como se expresan sus ontologías o modos de vivir. Más allá del derecho que les asiste como naciones de poseer, revitalizar y enseñar sus propios idiomas.

 

Es pertinente luchar contra los resabios del eurocentrismo y la colonialidad acerca de los idiomas de las naciones abyayalenses. Sus consecuencias, parafraseando al lingüista francés Louis-Jean Calvet, son consideraciones erróneas, pero comúnmente generalizadas, de tales sistemas lingüísticos a lo sumo como jergas de los otros, que apenas se les concibe su existencia para tener pruebas de la superioridad de nuestras lenguas. Sólo se les permite vivir negativamente como pruebas de un pasado superado, hasta ser tragadas o extinguidas por la modernidad, de allí el término glotofagia.

 

No son dialectos

 

De forma peyorativa, y con un uso conceptual equivocado, a los idiomas abyayalenses se les sigue llamando jergas y dialectos, como lo ha denunciado el antropólogo y lingüista venezolano Esteban Emilio Mosonyi. La definición técnica de dialecto contiene consideraciones sincrónicas y diacrónicas. Sincrónicamente, un dialecto es la variación regional o geográfica de un sistema lingüístico; diacrónicamente, son el producto de las constantes transformaciones sociales y políticas de las lenguas vivas de los pueblos.

 

Foto: Kevin E. Sánchez Saavedra

 

No estamos hablando de una definición unívoca, pues no existe una única situación lingüística, lo que brinda espacio para un uso político-ideológico del concepto de dialecto, y en el caso que nos ocupa, a emplearlo con relación a las naciones abyayalenses pensando erradamente que poseen lenguajes pobres, desechables o sin méritos. Como nos advierte Calvet: «el dialecto vago y mal definido de los lingüistas se transformaba en el “chapurreo” de los colonialistas».

 

Sutilezas y conocimientos en los idiomas

 

Contrario a un pensamiento racista, los idiomas de las naciones abyayalenses son estructuras singulares complejas, poseedoras de creatividad y conocimiento sobre la vida. Haciendo frente al racismo, Mosonyi nos señala: «Quienes así piensan evidentemente no se han paseado por la conjugación verbal tan matizada o la sutileza léxica inherente a estas lenguas, donde encontramos formas diversas para construir el pasado o el futuro, una plétora de palabras llamadas a designar toda suerte de acciones y emociones, construcciones sintácticas para reflejar toda la dinámica del pensamiento humano».

 

Cuando escuchaba hablar a mi amigo Arquímedes sobre la habilidad colectiva que su pueblo posee para la identificación y clasificación del hábitat de plantas, animales, aves o insectos, imaginaba tal conocimiento como la envidia de cualquier persona taxónoma, naturalista o bióloga. Es un conocimiento, un saber tan sutil el poder identificar una rana o un colibrí por el sonido peculiar que emite. «Ese que estás escuchando allí es el colibrí de pecho azul, le tenemos un nombre en nuestro idioma», me decía, al tiempo que me advertía sobre la belleza de sus colores.

 

Las naciones abyayalenses en Panamá, y por lo tanto sus idiomas, poseen una sabiduría ancestral, una memoria biocultural viva, su ciencia particular. En acuerdo con los agro-ecólogos Freddy Delgado y Stephan Rist, es importante reconocer que las naciones abyayalenses atesoran su propia epistemología (sus límites y validez), gnoseología (origen del conocimiento) y ontología (estudio del ser). Una racionalidad de la vida, de la solidaridad, la corresponsabilidad y la comunalidad, que corre el riesgo de extinguirse ante su negación, olvido o ignorancia.

 

Estoy convencido que el gestor empresarial austriaco Peter Druker, cuando habló de sociedad del conocimiento, para nada imaginó este conocimiento contenido en los idiomas de las naciones abyayalenses. Sin embargo, en el tiempo que nos toca vivir, una era histórica, de enormes transformaciones y catástrofes ambientales globales producidas por el dominio del capital, por la economía moderna, necesitamos una racionalidad distinta, que ponga en el centro de las preocupaciones la vida y la naturaleza, no la ganancia y el bienestar individual.

 

Kevin E. Sánchez Saavedra

Antropólogo social

kevinsanchez@unicauca.edu.co">mailto:kevinsanchez@unicauca.edu.co">kevinsanchez@unicauca.edu.co

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/195106
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