Migración: Mare Nostrum, el apagón del Siglo de la Luces

02/08/2018
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“Las fronteras reales de hoy no separan las naciones, sino al poderoso del desvalido, al libre del esclavizado, al privilegiado del humillado. Hoy no hay muros que puedan crear una división entre las crisis humanitarias o de los derechos humanos en una parte del mundo y las crisis de la seguridad nacional en otra, dijo Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, en su discurso de aceptación al recibir el Premio Nobel de la Paz en 2001.

 

No obstante, ya son más de 65 millones de personas en todo el mundo las que –según cifras oficiales– se han visto obligadas a abandonar sus hogares como consecuencia de los conflictos, la violencia y la persecución; la cifra más elevada registrada por Naciones Unidas desde la Segunda Guerra Mundial.

 

En 2017, más de 170.000 migrantes, entre ellos muchos refugiados, llegaron a Europa atravesando el mar Mediterráneo. Cerca de 120.000 lo hicieron a través de la ruta marítima del Mediterráneo central, la más mortífera del mundo, donde ese mismo año se registraron casi 3.000 muertes o desapariciones. La mayoría de estas personas viaja en botes fletados por traficantes desde Libia, Túnez o Egipto, arriesgando sus vidas para llegar a Italia o a otros países más lejanos en busca de protección.

 

Entre los sollozos y las lágrimas de cocodrilo de la Comisión Europea tras cada desastre espectacular en el Mediterráneo. Durante dos décadas hemos visto cómo los naufragios y las muertes por decenas o centenares vienen acompañadas de declaraciones solemnes por parte de los líderes europeos y llamadas a tomar acciones "urgentes".

 

Este énfasis en la urgencia, a menudo repetido por activistas y organizaciones pro-derechos humanos, puede ser útil a la hora de forzar decisiones políticas que se dirigen a los aspectos más inmediatamente desagradables de un problema sistémico. Pero al reducir el problema a una escala aparentemente manejable, al apartarse los focos de la actualidad también se aparta la necesaria consideración de sus raíces.

 

Y eso, en cambio, puede dar paso a ideas muy equivocadas. Así esta Europa en un ejercicio de miopía política y humana que responde de forma insolidaria tanto puertas adentro considerando el fenómeno de la inmigración un asunto de sus socios fronterizos en el Mediterráneo en este caso España e Italia, como hacia afuera abandonando a los países afligidos por la pobreza y necesitados de ayuda.

 

Cuando murieron casi 400 personas de camino a Lampedusa en octubre del 2013, la respuesta urgente de Europa fue liderada por el gobierno italiano a través de la operación Mare Nostrum. Este programa de búsqueda y rescate fue reemplazado por la Operación Tritón, tras ser criticado por ser excesivamente caro e incluso incentivar la migración irregular al hacerlo más seguro.

 

De dimensiones más reducidas, Tritón se centra no en la protección de las vidas sino en la protección de las fronteras y en la vigilancia. El resultado de este cambio, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha sido un aumento dramático en el número de muertes, mientras que las llegadas apenas han aumentado, según datos proporcionados por el Ministerio de Interior italiano.(2014)

 

Tal y como han argumentado los sociólogos durante años, aumentar los niveles de seguridad solo ha hecho que la migración sea más peligrosa. En definitiva, estamos frente a una problematización sumamente estereotipada y en el fondo autocomplaciente de las migraciones internacionales, que establece un vínculo causal entre éstas, el nacional populismo y el racismo, donde se difunde ciertas ideas, prejuicios y convicciones que alientan y legitiman el desprecio y la exclusión.

 

Una desviación global hacia la xenofobia, la discriminación, los abusos étnicos, es decir, hacia la erosión de todo cuanto constituye la dignidad ética de nuestra civilización humana. De esta forma, Europa se ha convertido en un “club” de naciones blancas, cristianas y ricas, agudizando aún más, su apagón histórico del Siglo de las Luces, aquellas vertientes de la Ilustración, e ideólogos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

 

Por ello, lejos de reducir el análisis de las relaciones entre alteridad, política y violencia, por un lado, a los discursos de las formaciones de extrema derecha fascistas y éstos a sus retóricas antiinmigrantes y, por otro, a las agresiones físicas y a las actitudes y prejuicios individuales o grupales, en contextos de fuerte competencia y/o de crisis social, es preciso llamar la atención sobre las formas de problematizar las actuales migraciones internacionales.

 

Y llamar la atención, muy especialmente, sobre esa problematización predominante que, al fin y al cabo las formaciones nacional-populistas y/o neorracistas llevan al paroxismo y que piensa y trata a los migrantes como un problema y/o como una amenaza: lo que sucede con Italia es un fenómeno tan despreciado como anunciado.

 

Esta asimilación permanente e incluso manifiesta de la inmigración con la barbarie -con la barbarie de ellos (los inmigrantes)- constituye, en el seno de las sociedades democráticas europeas, que someten a un fuerte control y regulación las conductas violentas, un sutil y velado ardid de extrañamiento de los migrantes, que al mismo tiempo que les estampa una marca infamante -el estigma de la centralidad de la violencia, de la crueldad y del fanatismo en sus vidas e incluso en su cultura- convirtiéndolos en «bárbaros».

 

O, lo que es lo mismo, en introductores y propiciadores de toda suerte de desórdenes y desastres, que legitima las restrictivas políticas migratorias y, especialmente, el orden social en el que se sustentan.

 

Convierten –de forma artera- a los migrantes, cuya presencia y características responde a una racionalidad sociohistórica compleja, en una figura social amenazante, en un antisujeto europeo, construyendo el simbolismo de la caja de Pandora que no puede sino incubar el huevo de quién sabe qué serpiente; sin lugar a dudas de una que -si bien su sola evocación espanta-, engorda con la idea misma de que el problema del miedo o el odio a los inmigrantes radica en la presencia y las características de los propios inmigrantes.

 

Es obvio que la migración produce un sentimiento de rechazo por el miedo de enfrentarse a unos posibles cambios que puedan desestabilizar su estructurada sociedad. La sociedad receptora teme la llegada, en ocasiones masiva, de gentes de otras etnicidades y culturas que introduzcan en su población cambios que no desean.

 

Sus pautas culturales pueden ser perturbadas si tienen que admitir y asimilar patrones sociales provenientes de otros procesos culturales, que desorganicen su universo simbólico. En una especie de diferenciación grupal que no es otra cosa que una diferenciación cultural euro centrada a las cuales se le asocian características físicas, donde el contraste radical es “lo blanco” europeo “civilizado” frente a “lo negro” africano “salvaje”.

 

América Latina, la inmigración intrarregional

 

En el último decenio, según la OIM, la región ha cambiado sus patrones de migración. Los latinoamericanos tendemos a movernos cada vez más entre países de la región. Es así como la emigración tradicional de paraguayos y bolivianos encuentran nuevas posibilidades en Argentina y Uruguay, los peruanos a Chile, colombianos a Venezuela, haitianos a República Dominicana, nicaragüenses a Costa Rica y guatemaltecos, hondureños y salvadoreños a México es parte de un fenómeno en ascenso: la inmigración intrarregional.

 

Por un lado, surge de la propia crisis económica que afectó a los países receptores como Estados Unidos y España, donde se disparó el desempleo y se implementaron políticas más restrictivas hacia la inmigración. Además de lograr una mayor estabilidad política y un cierto nivel de desarrollo económico que experimentaron los países emisores.

 

Este fenómeno impulsó, además, el regreso de muchos sudamericanos a sus países de origen, y simplificó los desplazamientos especialmente entre países fronterizos, gracias en cierta forma a la mejora de las comunicaciones y los medios de transporte. Estas condiciones han provocado que varios países latinoamericanos hayan registrado un gran aumento de la inmigración desde países vecinos o de la región.

 

Según el estudio, Nuevas tendencias y dinámicas migratorias en América Latina de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), entre los censos de 2000 y 2010 hubo un aumento del 32% en los stocks de latinoamericanos viviendo en otro país de la región. De hecho, entre 2009 y 2015 los países latinoamericanos concedieron más de dos millones de residencias temporales y permanentes a personas de naciones vecinas.

 

Las motivaciones fundamentales han sido la búsqueda de trabajo, el tránsito fronterizo, la movilidad indígena, la reunificación familiar, la movilidad por estudios y en algunos casos la búsqueda de refugio por acciones políticas.

 

Si bien podemos decir que en la actualidad estos flujos, hacia los principales destinos extrarregionales han disminuido, y los intercambios dentro de la región se han intensificado, aún es considerablemente mayor la cantidad de emigrantes latinoamericanos que residen en países fuera de la región.

 

De hecho, la emigración regional hacia EEUU sigue concentrando a la mayoría de estos con cerca de 20 millones de personas. En este marco, México representa el 40% de la emigración regional con unos 12 millones de sus ciudadanos viviendo fuera del país, sobre todo en EEUU. Este fenómeno, sin embargo, presenta variaciones por subregión, donde El Caribe y Centroamérica con un 11,1% y un 10,2% de su población residiendo en el extranjero son las que tienen una mayor proporción de emigrantes.

 

Sin embargo, debemos de estar atentos, ya que uno de los factores que ha agudizado los conflictos interraciales durante los últimos años ha sido la imposición de políticas económicas basadas en una mundialización que subordina las economías nacionales de la región y empobrece dramáticamente a sus pueblos. En todos los casos, los nuevos conquistadores de la globalización se mueven por ambiciones de poder y de riquezas.

 

Comprendemos entonces a las distintas expresiones de racismo en nuestros países latinoamericanos como resultado de la globalización e importación de paradigmas y valores racistas propios de la cultura occidental hegemónica impartida históricamente desde Europa.

 

En ese sentido podemos incluso agudizar la definición y afirmar que el racismo moderno tiene una fuerte impronta europeísta, siendo que Europa occidental le dio origen en un contexto de expansionismo capitalista. Dicho esto, una pregunta me queda sin respuesta, si esta ignominiosa situación de vidas humanas en las fronteras europeas sucediera en América Latina. … ¿Qué pasaría?

 

 

- Eduardo Camín es periodista uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional del Hebdolatino en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/194467
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