Atisbo de autocrítica presidencial

18/07/2018
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Al cuarto para las 12, a menos de 4.5 meses de colocarle la banda presidencial a Andrés Manuel López Obrador, el titular del Ejecutivo federal dio un atisbo de autocrítica en uno de los temas más sentidos y por supuesto que padecidos por la ciudadanía y sin el cual es inexplicable la apabullante derrota que él y su partido sufrieron en las urnas, como es la inseguridad pública, aparte está la generalizada corrupción pública y privada en los primeros círculos del poder.

 

La idea en la que asoma una tímida y tardía autocrítica de Enrique Peña Nieto es: La delincuencia y el crimen organizado aumentaron durante más de una década por múltiples causas, lo que ha trastocado el tejido social y a pesar de los esfuerzos realizados para combatirlos, los resultados están lejos de ser satisfactorios.

 

Demasiado lejos, pues el número de homicidios dolosos ya superó la marca del año más violento del sexenio de Felipe Calderón, promotor impar de la guerra contra el narcotráfico y con el aparato mediático divulgando sus hazañas que ahora critican. Y para deleite de los caricaturitas disfrazado de general de cinco estrellas con chamarra militar que le quedó grande no sólo por la talla sino también por la incapacidad para cumplir las obligaciones como comandante supremo de las fuerzas armadas.

 

Autocrítica presidencial que no se ocupó de explicar por qué la misma estrategia guerrerista, como la de Calderón Hinojosa –pero sin tanta propaganda, más coordinación institucional, mayor trabajo de inteligencia y acotamiento relativo a los agentes estadunidenses–, dio buenos resultados los primeros tres años y a partir de septiembre de 2015 empezó nuevamente el repunte criminal.

 

Algunos especialistas como Eduardo Guerrero Gutiérrez, explicaron el repunte con un “se confiaron las autoridades”, pues por lo visto tres años después siguen confiadas y la ciudadanía en las fronteras de la angustia y la desesperación, porque al fenómeno nacional es preciso añadir la incompetencia de varios gobernadores, como el ahora senador Miguel Ángel Mancera, amo y señor de la corrupción capitalina, al decir de algunos de sus críticos de las izquierdas que en 2012 apoyaron su candidatura.

 

El mismísimo Miguel Ángel Osorio Chong, ahora estigmatizado como “traidor” por la debacle sin precedente que padece el Revolucionario Institucional, festejaba sin medida los evidentes avances en seguridad pública obtenidos por el gobierno de Peña Nieto en los primeros años, y los presentaba como éxitos sin comparación "en la historia de la humanidad”. Algún sensato funcionario le marcó el despropósito y no lo repitió por tercera ocasión.

 

Lo cierto es que con la estrategia de la mayor coordinación, inteligencia y acotamiento de los agentes gringos o la ventanilla única para ellos, se produjeron alentadores resultados que ahora brillan por su ausencia.

 

Nada se dice sobre los recortes al gasto social de los últimos dos años que colocaron el presupuesto para la prevención del delito en niveles que provocarían risa si no implicaran más adictos, presos, delincuentes y asesinados.

 

De la fuerza vigorosa del ejemplo de los gobernantes y empresarios muy poco se contempla o valora ni hoy ni en sexenios anteriores. Pero si los gobernantes se enriquecen brutalmente en un sexenio y surgen nuevos archimillonarios de las empresas beneficiadas con los contratos públicos, ¿por qué el resto de los mexicanos tendrían que desenvolverse con actitudes y conductas éticas sustancialmente distintas? Es pregunta, conste.

 

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