EEUU: La cultura del miedo puede conducir a la guerra

09/05/2018
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Foto: cubadebate.cu
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En un mundo tan volátil como el que vivimos, la cultura del miedo que gana terreno en el sistema capitalista puede conducir a la guerra, y la lucha debe centrarse en evitar que una conflagración sea inexorable.

 

 Con un egocentrista como Donald Trump presidiendo al país más armado del mundo y conduciéndolo siempre al borde de una guerra nuclear, esa batalla por la paz es difícil y complicada.

 

 La cuestión de fondo es simple: al modo capitalista de producción se le agotan sus posibilidades de prevalencia demasiado pronto si se tiene en cuenta una existencia de apenas 229 años tomando como referencia la revolución burguesa de Francia de 1789, y eso es sorprendente.

 

 Su vejez prematura es cónsona con su milagroso avance científico y tecnológico, el enorme e indetenible impacto en el desarrollo de las fuerzas productivas que desborda sus rígidas relaciones de producción, y la expansión del capital financiero como negación del propio sistema que lo genera.

 

  De alguna manera el neoliberalismo, o mucho mejor globocolonización como lo califica Frei Betto, que desnaturaliza a la interdependencia económica, financiera y cultural, verdadera e indetenible globalización, le ha mostrado a los grandes jerarcas del régimen social capitalista que algo anda mal, pero no parece que lo asocien al sistema y erróneamente perciben que estamos en una época de cambios y no el cambio de una época.

 

Probablemente en la consigna de Trump “Estados Unidos primero”, que se ha convertido en su fragata insignia, esté la respuesta al primitivismo de su política exterior basada en la fuerza militar, y al nacionalismo estrecho y discriminador que está en la base de su errática conducción doméstica carcomida por el engaño, la diatriba y la inmoralidad.

 

Hay una conexión muy estrecha y visible entre la agresividad y prepotencia de la política exterior de Estados Unidos y los duros cuestionamientos internos que remecen el gobierno de Trump, y eso es muy peligroso en la potencia militar con mayor poder destructivo en el mundo y menos confiabilidad en sus mecanismos para el uso y control de sus mortíferas armas.

 

Desde hace unas horas, el mundo ha pasado a una dramática expectativa por la decisión de Trump de retirar a su país del acuerdo nuclear suscrito en 2015 por Irán y el Grupo 5+1 (EE.UU., el Reino Unido, Rusia, Francia y China, más Alemania).

 

También ha reinstaurado las sanciones contra Irán, que habían sido levantadas en el marco del convenio internacional, con lo cual lo libera de todo compromiso nuclear, al menos con Estados Unidos, y si lo deseara, con los demás firmantes del pacto porque, al salirse de este, la propia Casa Blanca socava oficialmente su compromiso. Es una verdad de Perogrullo.

 

 Esto le permitió al presidente Hasan Rohaní ordenar ya a los expertos iraníes prepararse para el desarrollo de la industria nuclear "sin restricciones". No es amenaza, es una información de la que el mundo ha tomado nota pues no sería ya una sorpresa que Teherán fortalezca de manera significativa sus posiciones, al igual que lo hizo Corea del Norte para detener la amenaza nuclear de Trump.

 

 A partir de ese error estratégico de Trump –del que Pyongyang seguramente ha tomado debida nota-, el papel de Rusia y China para frenar los ímpetus belicistas de Estados Unidos adquiere un mayor protagonismo obligados por la nueva situación que se crea y las tensiones que ya asoman por la restauración de las sanciones a Irán y el envalentonamiento de Israel, un país nuclear, mostrado con nuevos ataques a Siria.

 

Gracias al lobby armamentista, Trump es el presidente de Estados Unidos que más plata ha recibido del Congreso para fines militares con un presupuesto este año de 700 mil millones para el Pentágono y agencias relacionadas, más otros 716 mil millones adicionales el próximo año que irán casi íntegramente a los buitres del Complejo Militar Industrial.

 

Baste señalar que el aumento de 80 mil millones de 2017 a 2019 es el doble del presupuesto del Departamento de Estado, algo de muy malos augurios para la diplomacia norteamericana, muy devaluada en la administración de Trump.

 

Esos dígitos pueden seguir aumentando pues están inspirados en las siete guerras actuales de Estados Unidos en Irak, Siria, Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia y Libia, ninguna de ellas con propiedad intelectual de Trump. Él busca desesperadamente la suya propia, pero no la ha encontrado a pesar de lo cerca que estuvo de alcanzarla con Corea del Norte y los esfuerzos por empezarla en Venezuela.

 

Eso explica en parte por qué en lugar de desmontar el andamiaje militar dejado por Barack Obama, Trump lo ha multiplicado enviando más tropas, lanzando más bombas, más ataques con drones y matando a más civiles que su predecesor.

 

También explica la presencia de trogloditas en el gobierno como John Bolton, su asesor de seguridad nacional, Mike Pompeo como Secretario de Estado, y la torturadora Gina Haspel propuesta como directora de la CIA, excelentes piezas para empezar una guerra de puño y letra en cualquier “país de mierda”.

 

Por esos motivos, Trump mantiene aproximadamente dos millones de soldados, en servicio activo y fuerzas de reserva, con cientos de miles de ellos desplegados en el extranjero en guerras, en el casi un millar de bases militares en el mundo, portaaviones y otras naves de combate.

 

  Es un panorama aterrador, pero explicable. Al igual que Luis XVI en Francia, a falta de iniciativas para detener las ideas nuevas que llegaron con la Ilustración, el derrame de sangre fue la alternativa. El despliegue de fuerzas, la militarización de las relaciones internacionales, la desnaturalización de la institucionalidad, las formas egocéntricas de gobernar, son síntomas de debilidad, no de fortaleza.

 

 Decisiones como las que ha estado tomando Trump como esta de Irán, o la de no firmar el Acuerdo de París sobre el medio ambiente, la negación del cambio climatológico, el estímulo al fracking, al aumento de la producción de armas domésticas que amenazan a la ciudadanía, entre otras muchas, son horriblemente peligrosas y de malos presagios.

 

 El cambio de época es inexorable aun cuando no se sabe qué vendrá después de esto, y allí es donde actúa la cultura del miedo en los poderosos que temen perderlo todo, e incluso en los débiles a quienes inducen a creer que ellos también serán víctimas del devenir.

 

Por ese camino se puede llegar a la guerra, especialmente cuando, como está ocurriendo ahora, la humanidad se escandaliza ante tanto escarnio y cinismo, y reclama un mundo mejor que este en el que vivimos.

https://www.alainet.org/es/articulo/192769
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