Mártires de Chicago

30/04/2018
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Hace 150 años la Comuna de Paris y las huelgas obreras en los Estados Unidos marcaron hitos para la clase obrera. El gobierno autogestionario en Francia, nacido de la primera revolución proletaria y la rebelión masiva de los trabajadores explotados en Estados Unidos irradian su estela hasta nuestros días. Fueron ejemplo de organización obrera, por esa la venganza burguesa fue implacable. Sus historias vuelven cada 1 de mayo.

 

Hace 147 años los obreros “tomaron el cielo por asalto” dando inicio a la primera experiencia de forma de gobierno del proletariado a nivel internacional con el objetivo de terminar con la explotación, la opresión, y reorganizar a la sociedad en un sistema socialista. El movimiento insurreccional que gobernó la ciudad de París del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871 instauró un proyecto político autogestionario que se popularizó como “La Comuna de París”. El Estado monárquico fue derrocado por una sublevación proletaria que declaró a la ciudad de las luces como un territorio independiente y libre.

 

Durante la gestión comunal se implementaron medidas revolucionarias: los miembros del gobierno tenían el sueldo de un trabajador, se disolvió al Ejército regular que fue sustituido por la Guardia Nacional civil; se creó un sistema de guarderías para cuidar a los hijos de las trabajadoras; se aprobaron leyes para terminar con la explotación, la desigualdad salarial entre hombres y mujeres, el fin del trabajo nocturno. Las fábricas abandonadas por sus dueños fueron entregadas a los obreros que las reemplazaron por cooperativas.

 

Otras medidas estructurales del autogobierno obrero fueron la separación de la Iglesia del Estado. La educación laica, gratuita y obligatoria. La promoción de las artes y le lectura, a través del teatro y la fundación de bibliotecas.

 

La bandera tricolor fue remplazada por la bandera roja como un símbolo de las fuerzas comuneras. Se quemó públicamente la guillotina, uno de los símbolos de la represión monárquica.

 

La Comuna de Paris encendió todas las alarmas en Europa y América. El 29 de marzo, el London Times la describió como un “predominio del proletariado sobre las clases pudientes, del artesano sobre el oficial, del Trabajo sobre el Capital”. Apenas dos semanas después de su instauración los monárquicos expulsados comenzaron a bombardear la ciudad. El domingo 21 de mayo, las fuerzas de Louis Adolphe Thiers entraron en París. Un ejército de 180.000 hombres ocupó el sudeste de la ciudad. La población respondió heroicamente, se levantaron barricadas, se resistió en los barrios. El 28 de mayo, la Comuna cayó y la represión con saña y sed de venganza cayó contra aquel que hubiese estado conectado con la Comuna. Hombres, mujeres, niños… En “El Muro de los Comuneros”, en el Cementerio de Père-Lachaise, se fusiló a mansalva.  Se la llamó la “Semana Sangrienta”.  50.000 parisinos fusilados en siete días y las persecuciones se extendieron años después. Otros 50.000 fueron arrestados. La anarquista Louise Michel ante el jurado demandó ser fusilada: “Parece que cada corazón que late por la libertad sólo tiene derecho al plomo, pido mi parte”. En cambio fue deportada a Nueva Caledonia, colonia francesa ubicada en las costas de Australia junto con otros 4.500 prisioneros.

 

Entre los pocos comuneros que lograron huir estaba Eugène Pottiers, quien escribió la obra “Cantos Revolucionarios”, texto base de La Internacional, himno oficial de los trabajadores del mundo.

 

"Cuando la Comuna de París tomó en sus propias manos la dirección de la revolución; cuando, por primera vez en la historia, simples obreros se atrevieron a violar el privilegio gubernamental de sus `superiores naturales´ y, en circunstancias de una dificultad sin precedentes, realizaron su labor de un modo modesto, concienzudo y eficaz, con sueldos el más alto de los cuales apenas representaba una quinta parte de la suma que según una alta autoridad científica es el sueldo mínimo del secretario de un consejo de instrucción pública de Londres, el viejo mundo se retorció en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera Roja, símbolo de la República del Trabajo, ondeando sobre el Hôtel de Ville”, escribió Karl Marx en su obra “La Guerra Civil en Francia” (1871).

 

De Paris a Chicago

 

 “…salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas plateadas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos… abajo, la concurrencia sentada en hileras de sillas delante del cadalso como en un teatro… plegaria es el rostro de Spies, firmeza el de Fischer, orgullo el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita que la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora… los encapuchan, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos cuelgan y se balancean en una danza espantable…”. Así relató el héroe de la Independencia de Cuba, José Martí, entonces corresponsal en los Estados Unidos del diario argentino “La Nación”, uno de los hechos vertebrales de la historia del movimiento obrero: el de la lucha en reclamo por las ocho horas de trabajo.

 

Cuatros líderes anarquistas fueron ejecutados en la ciudad de Chicago. Las condiciones de extrema pobreza en la que la mayoría de su población vivía la convirtió en la médula espinal de la movilización obrera en los Estados Unidos. Tres años antes, en Chicago, se había celebrado el IV Congreso de la American Federation of Labor que definió el 1 de mayo de 1886 como fecha límite para que la patronal respete la jornada de 8 horas y termine con la sobreexplotación. De lo contrario, se declararía la huelga general.

 

La presión obrera arrancó esta reivindicación de manos del propio presidente Andrew Johnson, quien promulgó la llamada Ley Ingersoll, estableciendo el tope horario. La decisión patronal de continuar con la explotación derivó en movilizaciones en todo el país. Estados Unidos se paralizó, literalmente. Las fábricas se vaciaron. Más de cinco mil huelgas y medio millón de trabajadores reclamaron en las calles: “¡Ocho horas de trabajo! ¡Ocho horas de reposo! !Ocho horas de recreación!”. Dos organizaciones dirigían la huelga: la Asociación de Trabajadores y Artesanos y la Unión Obrera Central. Los periódicos obreros daban cuenta de la situación de abuso: jornadas de trabajo de hasta 14 horas diarias; familias sobreviviendo en corredores y desvanes, en construcciones semiderruídas donde se hacinaban numerosas familias.

 

En Mayo de 1886 se montó el escenario del escarnio. Era perentorio un castigo ejemplificador. Las huelgas crispaban los nervios de los capitalistas.

 

Durante uno de actos de protesta, casi cotidianos en la época, el parque Haymarket Square de Chicago fue eje de un episodio bisagra en la historia del movimiento obrero mundial: una bomba provocó la muerte de varios policías. Aunque no se pudieron establecer responsabilidades por este acto, este fue utilizado para atacar a las organizaciones obreras. Cuatro líderes anarquistas fueron acusados, juzgados y ejecutados.

 

Albert Parsons, tenía 39 años, había nacido en los Estados Unidos y era el director del periódico obrero “The Alarm”; August Spies, de 31, también era periodista y tres veces por semana editaba el “Arbeiter Zeitung”, escrito íntegramente en alemán; Adolph Fischer, un alemán de 30 años que también había elegido el oficio de escribir. Su compatriota Georg Engel de 50 años era tipógrafo. Aquel 11 de noviembre fueron cobardemente asesinados.

 

Otros cuatro trabajadores también fueron condenados por el episodio en Haymarket Square. Louis Linng -alemán, 22 años, carpintero- se suicidó en su celda. Michael Swabb -nacido en Alemania- de profesión tipógrafo, 33 años, y el pastor metodista y obrero textil Samuel Fielden, inglés de 39 años, fueron condenados a cadena perpetua. Para Oscar Neebe, un estadounidense de 36 años, que sobrevivía como vendedor, la pena fue de 15 años de trabajos forzados.

 

La justicia y el poder político-económico de los Estados Unidos quisieron escarmentar a la clase trabajadora y estigmatizar a sus líderes. Aunque la historia los parió nuevamente y los nombró “Los Mártires de Chicago”.

 

- Mariano Vázquez @marianovazkez

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/192565
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