Inhumanidad (Jornada mundial del emigrante y refugiado)

23/01/2018
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De las muchas cosas que me han gustado del Mensaje del Papa para la Jornada de las Migraciones (replicado y contextualizado en España por nuestros Obispos) es que además de dejar volar sus sueños para responder al reto de las migraciones forzadas con verbos muy inspiradores, termina aterrizando en medidas tan concretas como apenas había yo percibido en mensajes papales anteriores. Muchas veces se critican los mensajes eclesiales tiñéndolos de etéreos y generalistas. Este desde luego no va a poder recibir semejantes calificativos.

 

Acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados, los verbos que utiliza son solamente inspiraciones o evocaciones que hacen descender los vuelos que sugieren el aterrizaje necesario como el pan de cada día. Para que  la Iglesia y los hombres y mujeres de buena voluntad hagamos algo parecido a un lobby colectivo (de ahí las propuesta de 20 Puntos para pactos Globales en la ONU a finales de año) Y así presionar sobre los medios, los gobiernos, las administraciones públicas, las empresas…y las mismas comunidades católicas… especialmente en lo relativo a las decisiones políticas y económicas – y por supuesto pastorales –  para borrar de inhumanidad  las políticas migratorias.

 

Se trata de lo contrario. De humanizar. Ser humano es pertenecer a nuestra especie pero a la vez es asumir unos valores propios como el reconocimiento del prójimo o del ciudadano vecino o lejano y su vulnerabilidad. O los valores de la compasión, la amabilidad, la afabilidad y la cordialidad entre otros. Todo aquello que lleva a decirnos que la definición de humano no se centra en mi ombligo.  Recordando a Terencio en “El atormentador de sí mismo”: “Soy humano y nada humano pienso que me es ajeno”. Y eso está siendo contradicho ante casos de la actual situación de los emigrantes forzosos en los cuatro puntos cardinales. Lo que nos lleva a veces a la degeneración como especie si no se despertara nuestra conciencia y nuestros sentidos de pertenencia a los que llamamos ser humano.

 

Este a veces queda aterradoramente sepultado por casos donde lo único que se pretende es el provecho y el beneficio tangible normalmente a costa de otros (casi siempre de los más pobres). Y así, ser humano resulta algo beneficioso para quien lo ejerce solo si saca réditos para sí o para su clan. El último caso es el desastroso discurso de Donald Trump despreciando la acogida de los habitantes de El Salvador, Haití y otros países africanos porque “los charcos en los que viven” – así habla este gran orador de tuits incapaz de genera ningún discurso mayor de 140 caracteres- – no son nada comparables a las paradisíacas aguas de Noruega. O a las de sus lujosas mansiones, Lo peor del caso es que esa forma de ejercer la in-humanidad termina siendo simplemente gratuita porque se quiere hacer gracia o porque así se demuestra –con un desprecio insultante- hasta donde llega el poder personal (porque además lo dice en el despacho oval). Eso nos lleva a la cruel constatación de que hay posturas y palabras que se asemejan a la de los criminales desinteresados.

 

“Shakespeare -escribía brillantemente Fernando Savater en un artículo en El País-  dio voz turbiamente elocuente a malhechores movidos por la ambición, los celos o la envidia pero no sé cómo se las habría arreglado para hacer comprensibles a los criminales desinteresados”. Esa inhumanidad que se ejerce porque sí. Ajena a todo razonamiento exterior o a propuestas que ni siquiera se aprecian lo más mínimo. Quedan desvirtuadas por los poderosos, más que por la validez o no de las mismas. A veces pienso que los que se dedican a las migraciones son enemigos de muchos sin pretenderlo. Simplemente porque defienden a los emigrantes. Simplemente. O son enemigos o de otro bando. O su voz no alcanza el nivel necesario en la encuesta que marca tendencias. No es extraño que resuene como último baluarte de humanidad la voz de Sócrates argumentando en el Gorgias que es mejor padecer injusticia que cometerla, mientras Calicles se negaba a escucharle. Aceptarla o rebelarse ante ella. La inhumanidad tiende a hacer, cada vez más, verdad lo primero. Me resisto. Me rebelo.

 

Me está costando mucho releer lo anterior. Porque yo soy de los que creo en la humanidad. Sobre todo en la humanidad doliente. Incluso creo que los rasgos de inhumanidad pueden ser no definitivos en comportamientos en fronteras, en mares, en centros de detención o internamiento, en leyes antimigratorias inicuas, en exigencias casi sobrehumanas para los que han recorridos miles de kilómetros antes de saltar una valla, y otra y otra… Porque creo en la humanidad y por eso creo en la esperanza. Porque me emocionan tantas gentes e instituciones salvando en el Mediterráneo por ejemplo a personas hundidas (física y moralmente). Creo en la esperanza y la posibilidad de una nueva respuesta más humana, incluso cuando me entero de asesinos jovencitos que prenden fuego al mendigo que duerme arrebujado en mantas de cartón. O para los responsables de la criminalización de Helena Maleno y Jose Palazon, o en los que no están evitando que niños de Melilla tengan escuelas como la mayoría y la calle obligada sea su aula, o en aquellos que temen perder su identidad si se rozan con identidades diversas olvidando que el arco iris (alianza de Dios con la tierra) es una necesaria visualización del abrazo y la acogida de la misma diversidad trinitaria hacia la humanidad: tres personas, distintas… y un solo Dios verdadero. Unidad a través de la diversidad.

Pinilla

 

José Luis Pinilla Martin S.J. 

Director de Migraciones

Conferencia Episcopal Española

 

http://entreparentesis.org/inhumanidad-jornada-mundial-del-emigrante-refugiado/

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/190533
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