Formación de las ciudades: América Latina y Europa

16/01/2018
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La llegada de los europeos a América supuso no solamente un proceso de descubrimiento, conquista y despojo. Todo hecho histórico de este tipo es un ejercicio de dominación e imposición del más poderoso; pero a la vez es una simbiosis de contraposiciones, una unión de diferencias, un mestizaje de culturas. Así, la cultura latinoamericana se fue configurando, muestra de ello es el diseño y construcción de sus ciudades.

 

Suponer que América Latina es una sola patria tiene su razón, ésta va más allá del hecho de que San Martín propusiera a Bolívar construir una gran nación americana y no varias repúblicas. A partir de la libertad del coloniaje español, América Latina comenzó a escribir su propia historia; las ciudades se levantaron sobre las que habían sido poblaciones precolombinas, los conquistadores no encontraron un continente yermo y vacío.

 

Los incas habían consolidado un imperio en los Andes, las poblaciones tenían organización urbanística y arquitectónica, por ello en la actualidad las ciudades se diferencian entre sí a pesar de tener una misma raíz. Latinoamérica tiene herencia aborigen y herencia de la sociedad europea; antes del descubrimiento de América, Europa ya tuvo guerras, conquistas, revoluciones y desarrolló una idea de expansión.

 

España regentó los destinos de América Latina. Implantó un modelo de vida y de gobierno, un sistema económico, una estructura social y costumbres. En América del Norte se formó una sociedad puramente europea, los británicos casi exterminaron a los nativos, cuyos pocos herederos viven en reservas. En América Central y del Sur, aparte de campañas de exterminio provocadas por la búsqueda del otro y la implantación de un nuevo orden —y de la viruela que aniquilaba poblaciones enteras— se produjo el mestizaje.

 

En América fue brutal el cambio que sufrieron las culturas y pueblos, se formó una nueva sociedad sometida al blanco y civilizado europeo para ser reconocida como existente. Los indios —como los llamaron los europeos por suponer erróneamente que habían llegado a la India— vivían organizados en verdaderos imperios, los incas al sur y los aztecas al norte de la América española, la conquista estaba fuera de su cosmovisión y comprensión. Sin embargo, los europeos pensaban lo contrario, esto se refleja en las ideas de Colón pues «su percepción etnocéntrica del Otro, proveniente de la convicción de superioridad que el europeo tenía, aniquiló toda intención de conocimiento etnográfico real del Otro (aunque no de su invención), y sentó las bases para la justificación del esclavismo y de la asimilación de los indígenas» (Garduño, 2007: 181).

 

Cuando se desmembró el Imperio Romano, Europa alcanzó una particular organización política, los feudos existentes se convirtieron en núcleos políticos más extensos, que dieron lugar a la formación de reinos de los que el más influyente fue el germánico, con Otón I, El Grande. Con el objetivo de debilitar el poder de los otros señores del reino, Otón I se alió a la Iglesia, quien consolidó su autoridad mediante el fortalecimiento de los señoríos eclesiales. El Papa Juan XII coronó a Otón como emperador y ello permitió provocar el renacimiento del Imperio Romano de Occidente y se formó el imperio Germano-Romano o Santo Imperio, que subsistió más de ochocientos años. En estos tiempos, como desde siempre, el Mar Mediterráneo fue el lugar de intercambio mercantil para vender y adquirir artículos orientales, sal, vino, aceite y manufacturas locales. Tras siglos de feudalismo se formó una naciente burguesía que dio origen a las ciudades y al desarrollo del urbanismo, renacieron antiguas ciudades, se establecieron nuevas relaciones sociales y mercantiles en un escenario moderno de relaciones de producción. En medio de estos acontecimientos sociopolíticos convivieron dos poderes, los señores feudales, pertenecientes a la nobleza: caballeros, condes, marqueses, duques; y el nuevo poder, los burgueses, quienes avivaron la actividad comercial y el surgimiento de nuevas ciudades.

 

Esto que sucedió en Europa se repitió en América Latina. Durante la Colonia se fundaron ciudades, pero casi todo el territorio era una zona rural proveedora de alimentos y fuerza de trabajo. En América Latina las ciudades igualmente se desarrollaron bajo un modelo comercial de sello europeo: el deseo de convertir los campos en ciudades y la tendencia a obtener una buena ganancia mediante la venta. Antes de la Colonia no existían las ciudades como tales, sino gigantescos complejos donde vivía la gente, eran propiamente santuarios donde cada edificación cumplía un objetivo. Había una idea de expansión; por ejemplo, los aztecas se extendían hasta Guatemala, o los incas quienes quisieron extender su imperio hacia los cuatro lados del horizonte: «Los reyes Incas dividieron su imperio en cuatro partes que llamaron Tahuantinsuyu, que quiere decir las cuatro partes del mundo, conforme a las cuatro partes principales del cielo, Oriente, Poniente, Septentrión y Mediodía» (Salvat, 1971: 141).

 

En la América había la diferencia de campo y ciudad, ya que se había desarrollado la arquitectura, sistemas de riego y siembra, comunicación, puentes y caminos, tenían métodos para eliminar los deshechos y mantener las ciudades limpias. El reparto de tierra y riqueza era equitativo, a pesar de la división en castas sociales. Pero desde la conquista se trasplantó un modelo feudal donde un pueblo estaba sometido a órdenes de un español, que rendía cuenta al rey de España. La diferencia es que en Europa los feudales eran señores pertenecientes a la nobleza, condes, caballeros, duques, etc.; los españoles que llegaron a este continente eran pobres, sin educación, con afán de encontrar en la nueva tierra riqueza, poder, la nobleza de un apellido. Además, los europeos utilizaron, para ejercer la dominación de América, la religión; al cristianizar a los indios, el objetivo fue doble: enseñar el Evangelio y tener un instrumento de dominación ideológica. Originalmente, los aborígenes rendían culto al sol y a la naturaleza a diferencia de una España de base judeocristiana.

 

El afán de encontrar nuevas tierras tuvo su razón: la toma de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453, la reacción europea (España, Portugal, Francia e Inglaterra) contra el monopolio de las especias que tenían ciudades italianas (Venecia, Milán, Génova, Nápoles), nuevos conocimientos geográficos, conocimiento paulatino del Océano Atlántico, pues los vikingos ya habían explorado el norte, los portugueses habían bordeado el continente africano, España se lanzó por el centro y llegó a América. Otro motivo fue la necesidad de nuevos mercados; al tener nuevas colonias, se implantaría la religión, el idioma, las costumbres, pero también un nuevo mercado, habría más consumidores y sobre todo un continente de donde extraer oro.

 

Luego de la conquista y colonización de América se produjeron los primeros brotes de pensamiento revolucionario de liberación del sistema colonial. Los nacidos en América, los criollos, fueron quienes sintiéndose excluidos del poder central al no ser españoles —aunque sí blancos— forjaron ideas revolucionarias de independencia de la Corona Española: las colonias se transformaron en nacientes repúblicas. América tuvo un período de feudo-burgués, el feudal era dueño de tierras y de indios y se enriquecía con el trabajo casi esclavo.

 

Análogamente, esta actividad correspondería a la segunda expansión europea, en ese período también se llevó esclavos de África para realizar trabajo pesado. España e Italia en el siglo XV acordaron realizar expediciones en busca de tierras; sin embargo, el portugués Vasco Da Gama, llegó a las costas brasileñas en 1500, por eso, lo que hoy es Brasil perteneció a Portugal. Consecuentemente se estableció que en América Latina se constituirían dos grandes imperios, el español y el portugués.

 

Cuando los españoles llegaron a América, vislumbraron nuevas fronteras para su comercio, se sorprendieron por el clima, los animales, costumbres y organización de los aborígenes, además hallaron un lugar de esperanza, por la ganancia que obtendrían con la conquista de estas nuevas tierras; para lograrlo debían dominar a la población con la religión, luego las costumbres, el idioma y la cultura. Como lo describe Quevedo (1959: 60), «los españoles que vinieron a América dieron a conocer grande valor en cuanto tuvieron que luchar contra obstáculos formidables que presentan estas tierras tropicales, de grandes montañas, caudalosos ríos, impenetrables bosques, nevadas cordilleras, y aquí ardientes y allá glaciales climas». En la América latina se formó una sociedad dividida en clases sociales de acuerdo al lugar de origen: los chapetones, españoles que llegaron de Europa, supuestamente nobles y con apellidos reales, eran campesinos que vinieron en busca de suerte y cambiaron apellidos por otros de nobleza para gozar de privilegios; luego, los criollos, de ancestros españoles, pero nacidos en América, tenían derechos y privilegios menores; los mestizos, sin ser indios, tampoco eran españoles, consiguientemente soportaban el deprecio de los indios pero también de los españoles, no tenían derecho de estudiar, se criaban con sus madres indias, pero tenían el apellido de su padre español, abrevaban de las dos culturas; los mulatos y negros, fueron esclavos arrebatados de África. En las ciudades existía diferenciación étnica, cada una con sus costumbres propias y del otro a la vez; es decir, se produjo un sincretismo en costumbres y prácticas sociales, sobre todo religiosas.

 

Pero los españoles no querían una tierra solo de esclavos, sino un suelo donde asentarse, así que luego de la conquista colonizaron las nuevas tierras. Fundaron ciudades bajo modelos europeos, copiaron sus nombres, siguieron la traza de construcción de las ciudades romanas con materiales provenientes de Europa, las primeras construcciones fueron las religiosas, para eliminar todo recuerdo de tradición aborigen y se levantaron las iglesias donde antes existieron templos de culto al Sol o a la Luna. Las misiones religiosas edificaron iglesias y conventos. Quito se construyó sobre las bases estructuradas, se aprovechó los caminos, puentes, plazas. Las ciudades se construyeron con una lógica defensiva —protegerse del enemigo, como las fortalezas medievales europeas—. Quito, rodeada de quebradas, era un ejemplo de aprovechamiento de la geografía para diseñar una ciudad. Se fundaban ciudades con nombres de ciudades españolas o combinados con los nombres nativos.

 

Los Conquistadores también pretendieron obtener un abolengo, cambiaban su apellido o construían grandes viviendas donde inscribían sus nombres. El crecimiento de las urbes se dio no solo gracias a la economía e incremento demográfico, sino a otras razones concernientes a una acción simbólica, aquello que demuestra los rasgos culturales, nivel de vida, réplica de la cultura occidental, en lo arquitectónico, por ejemplo.

 

Los españoles en América latina pusieron en práctica normas y códigos disciplinarios para persuadir a la población de que el mejor camino es la obediencia. Para lograrlo, debían implantar una determinada ideología, primero por medios sutiles a través de la religión, pero luego con sometimiento y fuerza; más tarde la misma Iglesia abogaría por los indios y los esclavos y se modificaron las leyes.

 

Las ciudades latinoamericanas son un reflejo de ese mestizaje que fue de la maravilla a la atrocidad, del encanto al dolor, de la sangre al rezo. Las ciudades guardan rasgos nativos —los artistas, la mano de obra era india—, pero dentro de la visión y de la lógica estética del blanco europeo que quería reproducir, repetir y hasta copiar en estas tierras su terruño, su infancia.

 

 

Referencias Bibliográficas

 

Garñudo, E. (2007), «La conquista de América. El problema del Otro. Tzvetan Todorov (Reseña)», Artículo en línea disponible en línea en http://scielo.unam.mx/pdf/cultural/v6n12/v6n12a8.pdf., 20 de abril de 2016.

 

Quevedo, B. (1959), Texto de historia patria, Quito: Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana.

 

Salvat (Eds.) (1972), Crónicas de Indias, tomo 53, Barcelona: Alianza Editorial S. A.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/190376
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