Hipócrates

10/01/2018
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Médico especialista... del billete...

 

Un día la Pena y la Rabia se sentaron arriba del muro que divide el Tiempo en dos mitades, y quizás qué otras cosas más. Yo diría que sus piernas colgaban hacia el lado del Presente, pero puedo equivocarme. Y diría que si miraban hacia atrás, donde estaba el Pasado, podrían convertirse en estatuas de sal. Y el viento tibio de la nostalgia les soplaba por la espalda, diría también. A la Pena y a la Rabia.

 

Yo diría que hablaban de Hipócrates, ese médico joven convertido en un “zorrón”. Y como la Pena y la Rabia no tenían idea de lo que significa hoy esa palabra, que en el diccionario de la Real Academia Española es sinónimo de “prostituta”, habría que decirles que se usa actualmente para referirse a los jóvenes de clase alta o media alta, o a los que desean parecerse a ellos, y que viven sin complejos y sin ninguna culpa sus privilegios; todo lo contrario, diría yo. Hoy los llaman así, mañana los llamarán de otro modo, y en el diccionario la palabra seguirá aludiendo a algo distinto, o tal vez no. Quién sabe.

 

Pero bueno. Digo que la Pena y la Rabia arribita del muro. Con vista a Hipócrates, el joven médico. Con las piernas que cuelgan hacia lo que ya se dijo, tocándose por las rodillas y acaso tomadas de las manos como si contemplaran una puesta de sol o estuvieran en el cine compartiendo un paquete de cabritas en una película que no sabemos si es tragedia o comedia. Todo está por verse.

 

En esa película o puesta de sol sobre el campo del Presente, la Pena y la Rabia asisten a la toma del Juramento Hipocrático del joven Hipócrates, quien se expresa más o menos así:

 

“Juro por Apolo y la cacha de la espada dedicarme a ganar dinero como médico; para eso estudié Medicina. No pienso perder el tiempo con la Salud Pública y en general con ningún enfermo que no sea rentable. Juro hacer muy bien mi trabajo, siempre y cuando me paguen muy bien. No pienso hacer becas o internados en ningún pueblo remoto o miserable. No me interesa. No voy a perder el tiempo devolviendo al Estado valiosos años de mi vida. Time is Money y cada cual se rasca como puede”.

 

La Pena y la Rabia no saben si lo que viene después, en el campito del Presente, es parte de una película o continuación del Juramento, o acaso parte de otra cosa. Quién sabe. El “zorrón” desprecia los estudios que no dan dinero, porque al fin y al cabo es el dinero el que hace la felicidad. Y tal vez tenga razón el joven Hipócrates, se dicen la Pena y la Rabia de la mano. Porque al fin y al cabo si no tienes para comer o dónde dormir es muy complicado ser feliz. Pero bueno.

 

Arriba del muro, como se dijo, estas dos emociones incorpóreas tratan de distinguir entre la bruma el comportamiento del “zorrón”, que no actúa con culpa ni pudor pues no tiene nada que esconder, pero tampoco se siente un desvergonzado. Son como escenas de su vida, la vida de Hipócrates. Así: Hipócrates se larga a viajar por el mundo. A sus cortos años ya conoce la mitad y entre vacaciones y congresos médicos conocerá la otra mitad. La Pena y la Rabia lo dan por descontado, tocándose por las rodillas.

 

En la escena siguiente el joven Hipócrates se casa con bombos y platillos en un hotel de la cadena Ritz Carlton, previo paso por una iglesia. Cosa de cada cual. Si uno se cree rey o príncipe, o médico. Cosa de cada cual. Si uno tiene plata. La noche es perfecta y fruto de una preparación de meses. Todo. Desde los arreglos florales hasta una lista de canciones que dura seis horas, pensada para todos los gustos. La Pena y la Rabia comen cabritas arriba del muro.

 

La puesta de sol o escena final, como en los cierres operáticos, transcurre en un consultorio público de poca monta, donde el médico joven trabaja unas horas a la semana antes de especializarse, para reunir experiencia y mandarse cambiar y no saber nunca más de consultorios públicos ni acaso de seres humanos.

 

En estos lugares de poca monta es donde se presentan los seres de poca monta: los enfermos pobres. Vienen con el Cuerpo y la Enfermedad. Y el joven Hipócrates trabaja muy en serio. Y pone en práctica todo lo aprendido en la escuela de Medicina donde estudió. Madre mía lo que le cobraron por estudiar. Uno tiene que rentabilizar los estudios. La sentencia también forma parte del Juramento Hipocrático, pero se me olvidó colocarla en su lugar. Pero bueno. La Rabia y la Pena miran atentas. Ha entrado un paciente a la consulta. Una mujer mayor que se parece a todas las mujeres mayores de estos lados. Cansada, gorda y fresca, se dice Hipócrates. Siempre quejándose por todo. Estas mujeres que vienen todos los días a pedirle una licencia médica cuando es evidente que no están enfermas, cuando es evidente que están mintiendo. Y yo no me presto para mentiras, dice Hipócrates el joven, médico. Y entonces le responde: “No puedo darle tres días de licencia. Usted está sana. Si me presto para su farsa estoy traicionando mi profesión. Le recetaré un paracetamol, y váyase para la casa”.

 

El joven Hipócrates debe exigirle a la mujer que se retire de la consulta. Es un tira y afloja bastante tenso, pero al final ella cede y entonces él puede quitarse el delantal blanco e irse a almorzar. Cuando se quita el delantal y lo cuelga en la percha hace un extraño gesto que parece una reverencia para un público invisible, que tal vez debería ovacionarlo por su actuación. Sus espectadores, diría yo, deben ser la Pena y la Rabia arriba del muro. Pero ellas no saben si aplaudir o pifiar, si reír o llorar. Qué película más rara, se dicen. Qué cosa más mala.

 

 

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