Colombia: un país vulnerable en una frágil región

10/03/2017
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Dos fantasmas recorren la América Latina: el primero es Odebrecht, y no porque en este momento de la vida nos sorprendamos con la corrupción, se trata, en cambio, de la manifestación más clara de la inmoralidad del capitalismo, El segundo es Trump, y no la persona, que ya bien caricaturesco es, se trata de su discurso fascista con rostro de proteccionista y nacionalista, pero eso si en contra del mundo, que empieza a ser bien recibido en algunos lares y que en América Latina no termina de ser claro el cómo los países, la Región, van a enfrentarse a este embate. Colombia, no se escapa a ninguno de los dos temas, por el contrario, los debe de capotear en medio de las afujías de una situación económica regular, la fragilidad del proceso de paz y una campaña política que no da buenos indicios de decencia.

 

Loretta Napoleoni una economista y periodista italiana que reside en Londres publicó hace algún tiempo un fantástico libro: Economía canalla; en él muestra como el capitalismo es mafioso, vive y usufructúa la ilegalidad. Lo legal y lo ilegal perviven para mantener las tasas de ganancia, una fórmula que no se le ocurrió al viejo Marx quien pronosticó que la caída de la tasa de ganancia llevaría el sistema a la quiebra. Pues no, primero se inventó la intervención del Estado y con políticas keynesianas se incide sobre el ciclo económico para salvaguardar los intereses de los productores. Como esto no ha sido del todo eficiente, el libre mercado le sirve para privilegiar los intereses de las grandes multinacionales, quienes tienen el músculo financiero para penetrar no solo los distintos mercados, sino sus instituciones y, por ende, las personas, las conciencias y las propias formas de pensar.

 

Mientras esto sucede, los políticos, y mejor aún, los hacedores de opinión, salen a predicar las buenas costumbres. A latigarse y proclamarse adalides de la moral. Los medios de comunicación, que en su mayoría responden a los intereses de los grupos económicos, aun no tienen claro cómo actuar y que responder ante los hechos (o si la tienen y su actuar es solo parte de la estrategia). Es una crisis moral, que, para desgracia de muchos, va a ser otro hito en la crisis del sistema, pero que no será su fin, por el contrario, un nuevo punto de inflexión para una renovada era conservadora.

 

Es risible ver, oír y leer como los otrora defensores del libre mercado ya comienzan a pronunciarse a favor de políticas públicas, a reivindicar el proteccionismo como una oportunidad para hacer reconversión productiva. A exigir del Estado una intervención seria frente a los corruptos. Falacias, son geniales para hacer que todo cambie para que en realidad siga igual. No hay tales propósitos, pero hay que salir a la opinión y mostrarse indignados, no es para menos, mientras tanto, los dineros de Odebrecht no son distintos a nuestros propios impuestos, que van y vienen financiando campañas, enriqueciendo empresas y personas. Es la utilización del erario público, del bienestar ciudadano, en pro del enriquecimiento de unos pocos. Estrategia a todas luces tan inmoral como aquella que se “descubrió” en el 2008, cuando los grandes financieros y corporaciones quedaron al descubierto por haber llevado a la miseria a millones de personas en el mundo.

 

El mayor problema, o mejor la muestra más grande de esa fortaleza impúdica del sistema, se manifiesta en los gobiernos que desde otras corrientes políticas (léase de izquierdas) intentaron caminos alternativos, pero no pudieron contrarrestar esto e incluso terminaron salpicados en los escándalos. No es Odebrecht entonces, es la lógica del sistema: corrupto, mafioso, canalla. Hace dos décadas fueron las firmas de auditoría, hace una lo fue la crisis de las hipotecas y las estructuraciones financieras, hoy es la contratación de obras civiles. Y esto es lo que sale a la luz pública.

 

Así, a las crisis sistemáticas y a los cada vez más rápidos descensos en el comportamiento económico, los países, y en ellos, claro está, las empresas y las familias se acostumbran, o mejor, adaptan sus expectativas, como se dice en economía, a unas condiciones económicas de austeridad, de pocos accesos y de exclusión. Aquella frase de que la economía condiciona nuestras formas de vida, adquiere más relevancia, aun en tiempos de las redes y de las fantasías por las globalizaciones.

 

Se torna normal entonces que la derecha que ha asumido el poder nuevamente en América Latina, deba de enfrentar a las poblaciones protestando en las calles. Para los medios importa si es en Caracas o en Quito, pero si es en Buenos Aires o en Sao Pablo las noticias ni siquiera tienen relevancia. Mientras el Capital tenga el control, lo demás no importa.

 

Colombia, pero en general América Latina comienzan, o mejor continúan, presentando, resultados económicos poco ventajosos, con el agravante que todo puede empeorar con un nuevo orden económico que está dejando a la Región como históricamente ha sido: relegada de las grandes decisiones mundiales.

 

Un crecimiento tenue del país, solo un 2% en el 2016 (-0.9% para América Latina) nos puede dejar satisfechos, pero es francamente penoso para las necesidades del país, y en particular para los requerimientos en el posconflicto. Solo el tema de sector agropecuario, al que se le debería de estar invirtiendo 13 billones de pesos anuales, de acuerdo con la Misión Rural, tiene un presupuesto de 2.3 billones de pesos para el año 2017. Las expectativas de inversión no son buenas, en especial cuando las grandes economías del mundo procuran incentivar la repatriación de sus capitales. Así, el crecimiento económico en el 2017 no será diferente al año 2016.

 

El desempleo se mantiene en rangos altos, enero por lo general es de altas tasas, lo sigue siendo (11.7%), pero el dato anual de 2016 para el país es del 9.2%, una de las más altas tasas en la Región, solo superado por Brasil y Costa Rica (las cifras de Venezuela es mejor no contemplarlas). El índice de precios (inflación) se disparó en el país, producto de temas coyunturales como el paro camionero y ante la fuerte contracción monetaria producida por el Banco de la República, los precios empezarán a ceder, o por lo menos a crecer de manera moderada. Las exportaciones comienzan a repuntar, comparadas con los meses malos de 2016 pero apoyadas en la recuperación de los precios de petróleo. Las importaciones seguirán cayendo, por fortuna, presionando medidas productivas, voces que hoy piden protección y reindustrialización, las mismas que antes pedían libre mercado y acuerdos comerciales, pero que hoy se sienten alentadas por el discurso de Trump.

 

La Región se comporta en términos generales similar, aunque hay que decirlo, los nuevos gobiernos de la América Latina van a tener indicadores nada halagüeños. A la caída de la inversión, al escaso crecimiento, se suman factores como el aumento de las tasas de desempleo, por ende la caída de los ingresos y el riesgo, siempre latente, de un aumento de la vulnerabilidad de las familias a caer en la pobreza, después de años de esfuerzo desde las políticas públicas para posibilitar el mejoramiento de la calidad de vida.

 

El asunto político se complica cada día más y con él, el aumento de riesgo país y la huida de capitales golondrina que han marcado los escenarios de inversión. Las revueltas sociales, las luchas populares volverán a ser noticia, ya lo son, ocultas y solo visibilizadas en las redes sociales. Una nueva época de derecha se asoma y ella es sinónimo de grandes reivindicaciones populares por el reconocimiento de los derechos. Colombia no será ajena a ello, es más quedan en peligro los propios acuerdos de paz con las FARC si el país político no llega a una alianza para darles continuidad.

 

Mientras tanto, la Región se mantiene en pedazos, la imposibilitad de acuerdos regionales hace que el silencio de hoy ante los Estados Unidos sea motivado por su dependencia. Unasur, Mercosur, la Can, la Alianza del Pacífico son solo distintas caras de la decisión de la Región por no apostarle a la integración. Decisiones que se seguirán pagando al futuro, en especial con un presidente en los Estados Unidos que le encanta negociar bajo el sometimiento.

 

No son buenos augurios, es una lástima, se debería escribir sobre asuntos positivos y que logren hinchar el corazón, pero ese no es el oficio de los analistas, eso les corresponde al presidente y sus ministros. El país, al igual que la Región, debe de recordar que las alternativas al modelo de desarrollo no están ni en la protección a ultranza y mucho menos en el desprecio a los demás. Son las poblaciones las que toman las riendas de su futuro y logran generar alternativas de cambio, ya lo han demostrado en otros momentos históricos y no está demás que las vanidades políticas se depongan y se piense, de una vez por todas, en las urgencias que tienen los pueblos de construir una vida digna.

 

Corolario. Termino esta columna y con ella el día de conmemoración a los derechos de las mujeres. Sea este un momento para expresar mi solidaridad con las luchas cotidianas de las mujeres que deben de enfrentar además del maltrato que la sociedad históricamente les ha dado, sino la marginación económica a las que han sido sometidas, al no reconocimiento de igualdad salarial con los hombres o al desconocimientos de sus derechos reproductivos y patrimoniales. Un mundo diferente y en paz necesariamente deberá pasar por el reconocimiento y goce efectivo de los derechos de las mujeres, y en general de todos y todas sin distingos de clase, etnia, religión o sexualidad. La Renta básica, el ingreso de ciudadanía, sería un buen aliciente no solo para hacerles un reconocimiento de justicia social por su trabajo del cuidado, sino como una condición necesaria para posibilitar salidas concretas a la pobreza y a la desigualdad.

 

Marzo 8 de 2017

 

Jaime Alberto Rendón Acevedo

Director Programa de Economía Universidad de La Salle
 

https://www.sur.org.co/colombia-un-pais-vulnerable-en-una-fragil-region/

https://www.alainet.org/es/articulo/184036
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