Cruzando la línea

04/11/2016
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imigrantes ee uu
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El clima no se decide. Un día es invierno y al día siguiente, primavera. Hoy, por suerte, es primaveral en la Ciudad de Nueva York y llevamos los abrigos, gorras y bufandas en el brazo mientras cruzamos el puente de Brooklyn a pie.

 

El grupo de migrantes ha decido caminar por la puente más famosa de la ciudad estadounidense para llamar a “menos muros, más puentes”. Entre el grupo hay madres e hijos que no se habían visto en más de 20 años, abuelos que no conocían sus nietos crecidos muy lejos de sus pueblos en este gran urbe.

 

Forman parte de un grupo de 21 familias reunificadas, luego de que la Asamblea Popular de Familias Migrantes, organización binacional de migrantes y sus familiares en México y Nueva York, lograra obtener visas y apoyos para que los padres y madres pudieran visitar a sus hijos por primera vez.

 

En el aire hay una mezcla de alegría y preocupación. Por un lado, estar al lado de sus familiares —un sueño que pareciera imposible por años— les llena de felicidad. Vienen de pueblos indígenas y campesinos de la Costa Chica de Guerrero, la montaña de Puebla, el pequeño estado de Tlaxcala. Un hombre toma con ternura el brazo de su pequeña madre mientras caminan por las calles de Nueva York platicando en mixteco. El paisaje urbano es impactante, pero más lo es la mirada del hijo convertido en padre que dejó su casa décadas atrás y que sólo han visto en fotos desde entonces.

 

Por otro lado, los migrantes mexicanos viviendo en Nueva York saben que están bajo sitio. La campaña de Donald Trump los ha convertido en blanco de la frustración e ira de una gran parte de la población que siente que alguien le ha robado el “sueño americano”. En un país construido a base de racismo para justificar el despojo a los pueblos indígenas, la esclavitud y la continua explotación de las personas migrantes, fue sorprendentemente fácil que Trump canalizara el descontento en xenofobia.

 

No importa que los hechos desmientan la tesis del chivo expiatorio mexicano. Un estudio reciente comprueba que donde más apoyo hay para Trump es donde menos mexicanos viven. La migración no es la causa de su malestar, sino un modelo económico que les excluye de los beneficios que concentra el 1 por ciento —como Donald Trump.

 

Entrando al puente de Brooklyn, las familias rompen un muro simbólico de papel para pasar desafiantes. “Hace 130 años la Estatua de la Libertad llegó a Nueva York y hoy en 2016 la libertad no ha llegado para más de 11 millones de familias en EEUU,” señala Marco Antonio Castillo, dirigente de la organización. Once millones es el número aproximado de personas indocumentadas que según el plan de Trump serían deportados del país. En un acto público, las familias migrantes exigen reunificación familiar, reforma migratoria justa, plenos derechos laborales, fin a la migración forzada, suspensión de la Iniciativa Mérida y la guerra contra el narcotráfico en México y la condena del muro entre Estados Unidos y México.

 

Es significativo el hecho de que las mujeres estén al frente del movimiento binacional. Constructoras de comunidades, tejedoras de solidaridades y arquitectas de amores, estas mujeres han tenido que producir y reproducir la vida en condiciones de hostilidad, pobreza y discriminación. En lugar de desanimarse, se han vuelto luchadoras por derechos que otros disfrutan desde el nacimiento —el derecho de vivir en familia, de vivir sin violencia, de vivir dignamente en su lugar de origen o destino, de educación, salud y trabajo.

 

Sus historias no se pueden contar ni escuchar sin lágrimas, a pesar de los años y los kilómetros de distancia. Myrna Lazcano narra que llegó a Nueva York de Puebla hace 18 años, cuando primero la crisis económica del gobierno de Carlos Salinas profundizó la pobreza en su región y después el gobierno de Ernesto Zedillo desalojó a su familia en una supuesta reforma agraria. Se casó y tuvo dos hijas en Nueva York.

 

Myrna siempre extrañó a su tierra y su familia mexicana y regresó con sus hijas hace cinco años, pero encontró que las cosas habían cambiado. El pueblo estaba en manos del crimen organizado; la trata de mujeres es el gran negocio. Cuando ella empezó a recibir amenazas y los traficantes de personas empezaron a acosar a su hija adolescente, tomó la decisión de ponerlas a salvo, enviándolas de regreso a Nueva York. Al regresar ella a la frontera a reunirse con su familia, fue detenida por la migra y pasó un mes en un centro de detención antes de ser deportada a Puebla.

 

Tres largos años transcurrieron, separada de sus pequeñas hijas. Fue hasta que Myrna se sumó a la Caravana por la Paz, Vida y Justicia en abril de este año, que logró cruzar la frontera y reunirse con su familia. Ahora espera una audiencia que determinará si la familia puede seguir unida. El sufrimiento de tantos años se ha convertido en lucha, y cada día le parece un regalo. “Tenemos el derecho de vivir con nuestros familias,” dice a la cámara. ¿Su mensaje a Trump y Clinton? “Los criminales son ustedes, porque nos separan de nuestras familias.”

 

Blandie Medina salió muy joven de México. Fue víctima de acoso sexual en el camino, y quedó sin techo ni apoyo en la ciudad hasta que fue recogida por una trabajadora sexual en la calle. En cada paso, ha tenido que luchar. Cuando hace años el sistema educativo diagnosticó a su hijo de 4 años con autismo severo por no hablar inglés, catalizó un movimiento para el derecho a la educación entre madres migrantes. Ahora trabaja en medios de comunicación y ofrece talleres sobre derechos a otras mujeres migrantes “para que no tengan que pasar lo que yo viví,” destaca. Como Myrna y Blandie hay miles de personas que se dedican ahora a alimentar a los sin techo, como Manos Unidas, a enseñar derechos y luchar por la justicia. La red de seguridad que les garantiza lo básico para vivir no es el gobierno sino la comunidad misma.

 

Con el desolador panorama que ha abierto la campaña de Trump, la organización de migrantes es un rayo esperanzador. Basada en el amor inquebrantable a la familia y la cultura, sostenida por las redes de solidaridad intercomunitarias, ha generado programas de radio y televisión, talleres sobre el ejercicio de derechos laborales y civiles, campañas de información pública de como tener acceso a los apoyos y contra la violencia contra la mujer, protestas por el derecho a la educación de sus hijos, etc.

 

En este contexto, cruzar la línea no es un acto criminal; es un acto cotidiano de valentía en defensa de la vida.

 

4 de noviembre de 2016

 

http://www.cipamericas.org/es/archives/19296

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/181876
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