Vivimos en un mundo peligroso

19/05/2016
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 mundo peligroso
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Si lees la prensa financiera, – esa que tiene el privilegio de saber lo que piensan “los mercados” como el Papa sabe a ciencia cierta lo que piensa Dios –, vas a enterarte de lo que pone el título: vivimos en un mundo peligroso.

 

El orden en que aparecen los inminentes peligros, amenazas, riesgos, accidentes, trances, apuros, aprietos y dificultades que nos acechan, varía según qué experto los enumera.

 

La fragilidad de los bancos, la baja del precio del petróleo, la subida del precio del petróleo, los temblequeos de la economía china, la deuda soberana, la fluctuación de las divisas, la salida de Gran Bretaña de dónde nunca estuvo, el fenómeno del Niño, la candidatura de Donald Trump, la fuerza de Podemos, el humor de la FED, el Estado Islámico, la ausencia de inflación, el credit crunch, la falta de inversión, el exceso de inversión, el BRIC, el G7, el G20, la austeridad, el exceso de gasto público, etc., la lista es larga, interminable, a tal punto que uno se pregunta cómo duermen los excepcionales líderes que tienen la generosidad, el detalle, de sacrificarse por nosotros en gobiernos, instituciones internacionales, corporaciones multinacionales, Iglesias y equipos que juegan en la Champions League.

 

Uno no es como los economistas que vienen a la TV y en 30 segundos cronometrados te explican todo, incluyendo la quinta temporada de House of Cards y el Palmarès del Festival de Cannes. De ahí que servidor escoja un peligro a la vez. Otras cosas no, pero uno es consciente de sus límites.

 

¿Qué tal la deuda soberana? Como peligro digo. Su efecto laxante en los mercados financieros es superior al del picosulfato de sodio y aun al del aceite de ricino. Tiene la ventaja de ser tema de actualidad desde que tengo uso de razón: por el simple hecho de nacer – deuda externa mediante – le debía decenas de miles de dólares a gente que nunca conocí. Peor aún, cuando no te tomabas la sopa te amenazaban con la misión Klein-Sacks. Una suerte de FMI. En peor.

 

Va pues por la deuda soberana.

 

Tú ya sabes que gracias a la quiebra del sistema financiero planetario, en razón de la estafa de los créditos subprime (2007), la deuda pública aumentó cosa mala. Como siempre, la borrachera la pagó el erario público, o sea el personal. Los grandes bancos se hicieron una pasta gansa estafando a los pobres ninjas (no income, no job, no assets) y timándose unos a otros. Cuando se produjo el retorno de la manivela le pasaron el pastel al Estado.

 

De ese modo la deuda pública española pasó del 36,2% del PIB en el año 2007, a un 86% en el 2012. Hoy de madrugada supe que la deuda hispana superó – por la primera vez en más de un siglo – el 100% del PIB.

 

La austeridad, los recortes presupuestarios, la reducción de las pensiones, un desempleo del 25% (50% entre los jóvenes), la eliminación del cheque-bebé que recibía a los recién nacidos, nada de eso ha logrado reducir la deuda soberana: por el contrario, como se ve, tiene una cierta tendencia a aumentar. Simple aritmética: si el PIB se reduce, aumenta la proporción que representa la deuda relativamente a ese mismo PIB.

 

En el mismo período, el efecto “bancos rufianes” tuvo como consecuencia el aumento de la deuda pública francesa de un 63,8% a un 90,2% del PIB. En Portugal fue aún peor: la deuda pasó de un 63,6% a un 124,1% del PIB. Irlanda, otro país ‘premiado’, vio su deuda soberana multiplicada por más de 4: de un 25% pasó a un 117,4% del PIB.

 

Como no me gusta verte llorar no te cuento lo de Italia.

 

Sin embargo no puedo ocultar lo de Grecia. No sólo porque – gracias a los remedios preconizados por la troika (FMI, BCE y EU) – su PIB cayó en picada, ni porque su deuda, que se acerca al 200% del PIB, es impagable, ni porque decenas de miles de migrantes se encuentran atrapados en su territorio, ni porque las pensiones fueron reducidas a la mitad, ni porque Grecia tuvo que privatizarlo todo, ni porque el gasto público en Salud fue drásticamente recortado, ni porque el suicidio se transformó en la única puerta de salida para muchos, ni porque el país perdió su soberanía y es gobernado de facto por procónsules enviados desde Bruselas, sino porque todo eso no sirvió de nada.

 

A tal punto que el mismísimo FMI se dio cuenta que sacrificar a Grecia en el altar del rigor neoliberal sólo demuestra la inviabilidad del neoliberalismo, de la austeridad, del libre mercado y del dogma penitente germano.

 

El Wall Street Journal informa que el FMI propone congelar la deuda griega – principal e intereses – hasta el año 2040, y extender el plazo de pago hasta el año 2080. No sé si te das cuenta, pero ninguno de los jerarcas europeos estará allí para verlo: cumpliendo el sabroso aforismo de Keynes estarán todos muertos.

 

Gracias a tan generosa oferta del verdugo en jefe, la necesidad neta de financiamiento de Grecia se mantendría bajo el 15% del PIB. Es probable que todo esto no te diga nada. En claro esto significa que la deuda soberana no vale el papel en que está inscrita: nadie puede pagarla. Más valdría pasar la esponja, eliminarla derechamente, borrón y cuenta nueva.

 

Hasta ahora han prevalecido los derechos de los acreedores. Es hora que se impongan los derechos de los deudores. No sería la primera vez. Ya en la Conferencia de Versalles (1919) Keynes advirtió que exigir el pago de la deuda alemana llevaría a otra guerra y no le hicieron caso. Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial – 70 u 80 millones de muertos más tarde – los aliados entendieron que más valía condonar la deuda alemana.

 

Borrar la deuda ilegítima, surgida de un sistema financiero voraz, rufián e irresponsable, significaría regresar a la deuda soberana como estaba en el año 2007.

 

Así desaparecerían € 101 mil millones de deuda portuguesa, € 145 mil millones de deuda irlandesa, € 504 mil millones de deuda española, € 624 mil millones de deuda francesa… Son datos Eurostat para el período 2007-2012, y habría que agregar unos cuantos miles de millones por el período 2013-2015.

 

Si para salvar un sistema financiero que funciona como mafia organizada Europa emitió y emite billones de euros sin respaldo, sin exigirle la más mínima contrapartida a la banca privada, ¿no es legítimo pedir lo mismo para 500 millones de ciudadanos europeos?

 

Hay quien señala que eso haría quebrar la banca. ¿Y ahí? Los Estados podrían recuperar esa estructura financiera sin desembolsar un euro (puesto que estaría quebrada), refinanciarla y consagrarla única y exclusivamente a la actividad productiva. Haciendo desaparecer de un golpe la actividad especulativa que está en el origen de las crisis recurrentes que se suceden desde hace casi 40 años.

 

Lo mío no tiene ni siquiera el mérito de la novedad. En la historia de las finanzas mundiales lo que describo ya fue realizado más de una vez (EEUU, Francia, Alemania…). Que yo sepa nadie se queja. No pocos economistas serios lo sugirieron antes que yo. Y cada día que pasa se van sumando quienes terminan por comprender que el dinero es un bien público. Que la creación monetaria es privilegio de los Estados y debiese funcionar en provecho de la comunidad toda.

 

José Manuel García-Margallo, el muy derechista Canciller español, le declaraba hoy por la mañana a la periodista María Casado (TVE) que la Unión Europea no debiese aplicarle multas a España por incumplir el objetivo de déficit presupuestario. Y aprovechar el impulso para meterse sus políticas de austeridad allí donde él mismo estaba pensando.

 

El colmo de los colmos, el propio Jens Weidmann, presidente de la Bundesbank, le da la espalda a la psico-rigidez alemana y respalda el relajo monetario instaurado por Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo.

 

Queda por definir cómo hacer de modo que esta movida redunde en beneficio de los europeos y no se transforme una vez más en palanca de la concentración de la riqueza en manos unos pocos privilegiados. Y, matando dos pájaros de un tiro, hacer desaparecer uno de los peligros que hacen del mundo en que vivimos el lugar geométrico de la desesperanza.

 

©2016 Politika | diarioelect.politika@gmail.com

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/177555

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