La revolución de 1.952

11/04/2016
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En abril de 1.952 se terminó una época en Bolivia, cuando el pueblo en armas derrotó al ejército en las calles, enterrando una parte de la historia colonial y oligárquica. El llamado super estado minero feudal, que representaban a las más rancias oligarquías mineras y terratenientes fueron destruidos a fuerza de fusiles y cañones, junto a su ejército que era por supuesto un ejército de ocupación como brazo operativo de las oligarquías nacionales, que en el mayor de los casos siempre fueron familias extranjeras con fuertes intereses económicos, desde tiempos coloniales hasta incluso tiempos actuales. Pero como suceden en todos los momentos de insurrección popular, las clases a medias se ocupan de adueñarse del poder con las excusas clásicas de siempre: son los grupos de expertos y profesionales, son los letrados y los técnicos necesarios para el funcionamiento del Estado. Excusas que después cobran demasiado caro para las aspiraciones populares: traiciones, mediocridad institucional, corrupción generalizada.

 

Las clases medias, a medias como diría Zavaleta, son clases muy particulares en el caso boliviano. Clases a medias sin identidad con las realidades culturales de Bolivia: racistas y pigmentocráticas. Con sueños señoriales y con las miradas siempre hacia realidades extranjeras, sobre todo occidentales. Clases medias sin sentido de Estado y Patria, por razones históricas y culturales. Extraviadas en nociones ambiguas de copias e imitaciones incluso grotescas de modelos extranjeros, es decir sin personalidad alguna y sin raíces en nuestras realidades. Sus barrios son copias de barrios de París, o Madrid, Miami, o Buenos Aires; pero nunca con imaginarios nuestros, es decir de nuestras culturas. Viven imitando a algo que nunca alcanzarán: sociedades industriales del occidente. Desde siempre viven con esos traumas de ser gringos por estos lados del mundo.

 

Esas clases medias sin ninguna identificación con nuestras realidades e historia, organizaron el Movimiento Nacionalista Revolucionario para adueñarse de las aspiraciones de indios, obreros y pobres de las ciudades, y apoderarse de los mecanismos del Estado. Los resultados por supuesto se pueden saber. Clases medias con profundos desconocimientos de las funcionalidades y las complejas articulaciones económicas y sociales de nuestras naciones, de nuestras culturas, de nuestros idiomas y de nuestras costumbres. Que vivieron y viven aún a espaldas de estas realidades. Clases medias que nunca entendieron y no pueden entender de lo que significa la palabra nacionalista, porque esencialmente no se consideran aymaras, quechuas o guaraníes. Porque un movimiento nacionalista es esencialmente un movimiento culturalmente puro, en defensa y recuperación de nuestras propias civilizaciones y culturas autóctonas. Por ejemplo el movimiento nacionalista alemán, o los movimientos nacionalistas europeos del siglo XIX o XX, que son ante todo movimientos de defensas de lo propio, de lo puro culturalmente y de lo puro políticamente; pero desde sus propias raíces culturales. Por tanto, el MNR no podía aspirar a tanto pues las clases medias racistas y pigmentocráticas no pueden pensar la política ni las ciencias o el arte desde nuestras culturas, sino desde sus traumas e imaginarios extranjeros, ajenos a nuestras realidades. El MNR no fue ningún movimiento nacionalista, sino simplemente copia amorfa de los movimientos populistas de la época que se fueron gestando en América Latina, como parte de una ola de populismos que se sucedió por aquellas épocas.

 

Sin embargo, en abril de 1.952 mineros, obreros, indígenas y pobres de las ciudades hicieron una revolución, es decir un cambio violento de las estructuras económicas y sociales de Bolivia. Gracias a esa revolución las clases medias en el poder hicieron concesiones importantes a las demandas de la Bolivia profunda: voto universal, nacionalización de la minería, reforma agraria, reforma educativa. El pueblo en armas obligó a las clases medias a modificar el rumbo del Estado.

 

Pero era demasiado evidente que esas débiles clases medias no profundizarían esa revolución, porque en esencia nunca tienen identificación histórica y cultural con nuestras realidades, por lo que muy temprano traicionaron como en muchos momentos y coyunturas a las exigentes masas sociales. Esas debiluchas clases medias y sin identidad alguna con lo nuestro, se corrompieron en el Estado, negociaron con los poderes norteamericanos, reabrieron el colegio militar, asesinaron a dirigentes campesinos y obreros contrarios a sus ambiciones, y siguieron nomás ese clásico libreto de su falta de estructura cultural como de ausencia total en sus directrices ideológicas con nuestras culturas. Aquella épica revolución fue prostituida desde adentro, por esas clases a medias absolutamente anti bolivianas y anti indígenas. Y pues esa revolución terminó en manos de unos militares educados por el Pentágono norteamericano, para volver a los rediles de las costumbres coloniales, que tanto encanta y engorda los imaginarios de las clases medias: la civilización y el progreso deben nomás imponerse a sangre y fuego.

 

Las extraviadas clases a medias altas y no altas, siguen unos comportamientos particulares y extraños en un país que ellos no consideran suyo, porque se sienten descendientes de gringos o de otras culturas extrañas. Se avergüenzan de nuestras culturas, y se alejan lo más posible de estas realidades hasta mimetizarse racialmente en lo mestizo, porque así se sienten mejor que ser indios. Clases medias sin capacidad histórica de crear o inventar a partir de lo nuestro, sino sólo de copiar e imitar izquierdas o derechas ajenas a nuestras realidades. Clases medias sin raíces en nuestras tierras e historias. Clases medias sin referentes culturales y raciales, que en su debilidad y ausencia de proyecto de clase son destructivas y poco sostenibles en los desafíos de Estado y Nación en Bolivia. La Revolución de 1.952 fue desmantelada y destruida desde adentro por esas clases medias sin identidad histórica con los sueños milenarios de nuestras civilizaciones.

 

Recordar la revolución del 52, debería servir para considerar el papel de las clases medias y ayudarles a estas clases a que se nacionalicen por fin y asuman por fin rostros y comportamientos nacionalistas bolivianos. Y ayudarles a cambiar sus imaginarios y sus sistemas educativos occidentaloides y poco respetuosos de nuestras historias, como de nuestras costumbres. De lo contrario se seguirán repitiendo actos en contra de nuestros procesos de avanzadas y conquistas sociales.

 

La Paz, 9 de abril de 2016.

https://www.alainet.org/es/articulo/176638
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