Luces, sombras y alternativas del sindicalismo nacional

06/04/2016
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"quien aprende pero no piensa está perdido; quien piensa pero no aprende está en grave peligro”

 

Confusio.

 

Siempre simpaticé con la defensa del empleo pleno que el sindicalismo ha defendido a lo largo de su historia. Desde pequeño sus reivindicaciones transitaban el mismo camino que las de mis padres y allegados. Sin embargo, con el fin de evitar simular filiaciones kitsch, me es necesario poner en claro lo siguiente: nunca fui un miembro activo al interior del movimiento obrero colombiano, lo que no me impide opinar sobre el devenir de su lucha antepuesta a la de los gendarmes de la desigualdad.

 

A diferencia de algunos, que consideran que el debate sindical debería circunscribirse únicamente a sus cúpulas y afiliados preferenciales o de otros que acusan a diestra y siniestra al “burocratismo sindical” por convertirse en el dique de contención de la emancipación colectiva, pienso que la controversia sobre el futuro laborista nacional debe superar discusiones inocuas e incorporar una pluralidad de actores y personas que aporten nuevas claves para potenciar el dialogo social en Colombia.

 

Lo primero es reconocer que hay que construir sobre lo construido, por lo que en el caso nacional resulta ingenuo plantear un “Perestroika obrera” basada en una reformulación vacía de contenidos del movimiento liderada por advenedizos que no tienen claridad sobre el devenir de un proyecto político de largo alcance. No, nadie relativamente sensato abogaría por saltar al vacío y plegar el músculo organizado del conglomerado laboral a las nuevas directrices de la “anti-política”.

 

La disyuntiva central se sitúa en un tópico de más hondo calado: ¿es posible replantear el unionismo moderno en medio de las nuevas condiciones imperantes de deslocalización, flexibilización excesiva e incertidumbre laboral? 

 

Para nadie es un secreto que el gran capital ha elegido actuar local pensando en global al cooptar y dominar a su antojo a congresistas, lobistas y partidos políticos para decidir sobre los diferentes gobiernos con el fin de allanar el terreno para  la supresión de los Estado-Nación.

 

Ante aquella arremetida el sindicalismo sigue en mora de poner en marcha rutas de acción y movilización conjuntas a nivel mundial para combatir el modus operandi actual de los sectores financieros y económicos. 

 

En el contexto colombiano al respecto, uno de esos retos sigue siendo la articulación de agremiaciones locales con conglomerados obreros de países de la región que compartan modelos económicos, perspectivas de gobierno y regímenes políticos similares al nacional. El caso del extractivismo al que están sometidos los países de la Alianza del Pacífico es un referente cercano; por ello las centrales obreras y otros grupos de sindicatos independientes deberían aunar voluntades con el movimiento minero chileno o el petrolero mexicano, este último en una álgida disputa en la actualidad con el gobierno de aquel país por el futuro y las decisiones de PEMEX, para consolidar luchas enmarcadas en contextos más allá de lo local. 

 

Dicha sumatoria de conflictividades regionales, amplificadas a un plano global, podría consolidar un Davos, un Portoalegre o un Seatle altermundista sindical en el corto o mediano plazo que ofrezca respuestas y opciones más efectivas de articulación y disputa basadas en la satisfacción de demandas concretas dirigidas a cautivar a la nueva clase trabajadora urbana, desarticulada y desesperanzada del siglo XXI, moldeada más como usuaria, contribuyente o cliente que como sujeto colectivo. 

 

Y es precisamente en esa nueva realidad, la del trabajo del Siglo XXI, donde emerge el principal cuello de botella para la filiación sindical resumido en el siguiente interrogante ¿como el trabajador que se expone y que, por obvias razones, acepta emplearse bajo las condiciones del régimen de trabajo actual va a decidir sindicalizarse si la realidad previa al asalto neoliberal, basada en la fabrica o la empresa como lugar de libre asociación y emancipación ha desaparecido para darle vía a los contratos “basura”?

 

Deconstruir ese tejido social perdido, que se expresa en tasas históricamente bajas de trabajadores sindicalizados, 16 por cada 100 personas activas trabajando en 1984 comparado a los 4,4 por cada 100 de 2015, requiere de respuestas creativas y dinámicas.

 

Pero esta drástica disminución  no ha sucedido por añadidura: la campaña anti-sindical agresiva, que desde las universidades privadas y los medios masivos de comunicación ha tenido lugar, se ha saldado con un trágico saldo: la sumatoria de asesinatos de líderes obreros nacionales en las últimas tres décadas perpetrados por actores legales e ilegales convierten al país en líder mundial en la materia.

 

Al margen de lo externo, también es necesario endilgarle a la cúpula aburguesada, por momentos gobiernista, de las centrales obreras colombianas parte de esta endémica debacle.

 

Esa ausencia de respuestas oportunas y efectivas por parte del sindicalismo sumada al desvertebramiento del tejido social y laboral organizado producido por los bloques de poder hegemónicos, se ha saldado con la derrota en la disputa por posicionar lo colectivo y lo público en la psiquis de las mayorías sociales.

 

A partir de aquella brecha dejada irrumpe el ascenso de los falsos defensores de los trabajadores comunes y corrientes, que gozan de una gran aceptación en los sectores populares y de clase media, como Trump, Uribe o Marine Le Pen, todos de corte eminentemente anti-sindical.

 

Por ello, el nuevo viraje que este sector podría dar para sobrevivir a la “mano invisible” individualista, sinuosa y todo poderosa del contubernio gobiernos-capital-empresarios-paramilitares  es facilitar la creación de entramados sindicales que actúen con cierta independencia en sus centros de trabajo, y que ayuden a descentralizar y flexibilizar la anquilosada estructura de las principales centrales (CTC, CGT y CUT). 

 

Seguir consolidando la creación de uniones de aseadoras, celadores, enfermeras y oficios tercerizados, que representan porcentajes significativos de ocupación en las cifras generales, es una loable tarea que debe continuar. Es menester aprovechar el conocimiento acumulado y sistematizado del sindicalismo sin prescindir de las nuevas tecnologías (redes sociales) y las nuevas formas de coordinación horizontal de las nuevas organizaciones sociales y políticas. 

 

Lo valioso de dicho proceso es dinamizar la acción, mediante el acompañamiento a los incipientes embriones organizativos (micro-sindicatos que operan en medio de la tercerización) que sufren los efectos de la explotación en sus lugares de trabajo y que carecen de las herramientas necesarias para cambiar la correlación desigual de sus condiciones de vida.

 

Estas simples acciones pueden surtir efectos en el crecimiento de las tasas de filiación; en la representatividad sindical, resignificada y re-politizada de cara a la opinión pública, y en la capacidad de convocatoria del movimiento.

 

Ante la respuesta veloz de quienes apalancan las relaciones de poder, las centrales obreras deben irrumpir con audacia y riesgo, aún si en el proceso se generan sismos y fisuras en sus propias elites, algo que no significará saltar al vacío sino deconstruir, mediante la participación de nuevos actores, la inamovible estructura actual para navegar más rápido que su contraparte. A fin de cuentas esa podría ser su carta náutica más útil para superar un eventual futuro -naufragio.

 

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Felipe Pineda Ruiz, publicista, investigador social, colaborador de la Fundación Democracia Hoy. Miembro de la plataforma política Somos Ciudadanos. Editor de www.democraciaenlared.com

 

Twitter: @pineda0ruiz

 

Fuente: http://www.democraciaenlared.com/2016/04/luces-sombras-y-alternativas-del.html

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/176554
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