Tutankamón: una estatua dañada, un nuevo hallazgo y el recuerdo de un reinado que obstaculizó la expansión del monoteísmo

22/03/2016
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Los daños causados a la máscara del faraón egipcio Tutankamón, un par de meses atrás, dieron lugar días atrás a una serie de publicaciones sobre la ineptitud de los funcionarios del Museo Egipcio de El Cairo, ahora pasibles de sanciones, y acerca de algunas anécdotas como la llamada “Maldición” que cayó sobre los que hallaron su tumba, pero nada se ha dicho del gran proceso religioso de su época que devino en la aparición del judaísmo y, con el correr de los siglos, en el cristianismo y en el islamismo.

 

El castigo a los empleados del Museo fue ligado al tema de la “maldición”, vinculada con la muerte, por haberse infectado con esporas de hongos microscópicos, de varios de los integrantes del equipo capitaneado por el británico Howard Carter que descubrió su tumba en 1922, como resultado de una expedición financiada por Lord Carnarvon; tumba sobre la que en estos días se anunciaron nuevos e importantes hallazgos. Claro que Carter no fue víctima de la “maldición” y murió mucho después por razones naturales de su edad.

 

Tutankamón fue uno de los faraones menos importantes de la historia de Egipto y su fama se debe, precisamente, al hallazgo de su tumba y a la cantidad de elementos valiosísimos que se encontraron en el interior de la misma para la comprensión de ese período final de la XVIII Dinastía, una de las más trascendentes del Imperio Nuevo, que se extendió hasta el 1070 Antes de Nuestra Era (ANE), en razón de la gran transformación cultural y religiosa encarada por su padre (algunos especulan con que pudo haber sido su suegro), Akenatón, la que, según algunos más modernos historiadores, se extiende hasta nuestros días.

 

La XVIII Dinastía gobernó Egipto entre los años 1550 y 1295 ANE, según los estudios de los historiadores especializados en esa civilización. Su primer faraón fue Amosis I y a partir de él se produjo una gran expansión territorial del Imperio que llegó a su apogeo con Amenofis III, padre de Akenatón y abuelo de Tutankamón.

 

Akenatón gobernó entre 1353 y 1336 ANE y tras ser conocido como Amenhotep IV o Amenofis IV, tras cuatro años de haber asumido cambió su nombre por el mencionado de Akenatón (“Útil a Atón”), cargó contra los poderes económicos y políticos del clero politeísta tradicional y estableció una religión monoteísta, la primera de la que se tienen noticias, basada en el culto único a Atón.

 

Fundó una nueva capital, Ajetatón, “El horizonte de Atón”, hoy conocida como Tell el-Amarna, y desarrolló una notable actividad artística, edilicia y cultural pero motivó la resistencia de los viejos sectores religiosos y de grupos económicos y militares preocupados por su desatención de estas cuestiones que permitieron una recuperación de pueblos vecinos que comenzaron a recuperar parte de los territorios perdidos a manos de faraones anteriores.

 

El faraón eliminó las figuras religiosas de manera que Atón se convirtió en una deidad sin figura, como las de las modernas religiones monoteístas, y convirtió a la familia real en la intermediaria entre el dios oficial y una población que siguió, a nivel familiar, adorando a los viejos dioses como Ra, Osiris y Amón, entre otros.

 

Fue por ello que a su muerte el culto monoteísta de Atón fue rápidamente desarmado y en ello tuvo mucho que ver el joven faraón Tutankamón que rápidamente cambió su nombre original de Tutankatón por el que ahora se lo conoce; política hacia la cual fue impulsado por personajes de la familia real y, en particular, por el jefe del ejército, el general Horenheb, fundador de la XIX Dinastía, según el listado elaborado por dos grandes egiptólogos como los religiosos Etienne Drioton y Jacques Vandier.

 

Ahora bien, recientes estudios, incluyendo algunos de egiptólogos judíos, llegan a afirmar que, en realidad, Abraham, el profeta fundador de esa religión era, nada menos, que el propio Akenatón, y que Moisés era el militar de su mayor confianza.

 

Después de dos décadas de investigaciones dichos egiptólogos franceses de religión judía, Roger Sabbah y Messod Sabbah, en su obra “Los secretos del Éxodo”, resultado de la expulsión de los seguidores de Akenatón de la ciudad de Ajetatón por parte del faraón Ai, continuador de Tutankamón, y junto con Horenheb, el que más influyó en el gobernante jovenzuelo para que éste restableciese los cultos tradicionales.

 

Los estudios indican que los seguidores de Akenatón, expulsados hacia Canaán, se llamaban a sí mismos yahuds (“adoradores del faraón”) y fueron los que, algún tiempo después, fundaron el reino de Yahuda (Judea).

 

Fue en ese marco que el gran pensador checo (en esos tiempos austro-húngaro) Sigmund Freud, respecto del tema, señalara: “Si Moisés fue egipcio, si transmitió su propia religión a los judíos, fue la de Akenatón, la religión de Atón”.

 

Mossed y Roger Sabbah sostienen que varios de los personajes bíblicos fueron importantes personajes del Imperio Egipcio y que así Moisés era el general Mose, devenido en Ramsés I; Josué el primogénito del propio Moisés; Aarón el faraón Hormed, y así varios más.

 

Resulta interesante la lectura del “Himno a Atón” de tiempos de Akenatón. De una de sus estrofas parece calcado el Salmo 104 de la Biblia; dice así:

 

“Eres tú quien desarrolla el embrión en la hembra,

tú quien crea la simiente en el varón,

tú quien da vida al hijo en el seno de la madre,

tú quien le mandas el consuelo que apacigua sus lágrimas,

tú, la nodriza de quien aún esté en el vientre materno,

tú el que no deja de dar aliento a la vida de cada criatura.

Cuando salen del seno materno para respirar, el día de su nacimiento,

tú abres al instante su boca y les das lo necesario”

 

Tutankamón no fue un faraón trascendente en los 4.000 años de historia del Imperio Egipto que registra aportes trascendentes para la humanidad, sobre todo durante las III y IV Dinastías, algunos de ellos luego perdidos por muchos siglos, como las técnicas para la construcción de las Pirámides de Gizah, la cirugía en la medicina, el primer sistema de correos escritos, el primer sistema previsional y otros, pero su nombre trae a la memoria una época clave reflejada en nuestros tiempos: la del nacimiento de las grandes religiones monoteístas, la judía y sus herederas, la cristiana y la musulmana.

 

- Fernando Del Corro es periodista, historiador, docente en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/176234
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