Las razones previsibles de un resultado imprevisto

09/11/2015
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Foto: Telesur Macri con Uribe
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Las elecciones arrojaron un resultado sorpresivo. El escenario más previsible se desvaneció en el aire con el correr de la madrugada y nos dejó un nuevo panorama: por un lado, una derrota política para el kirchnerismo, y por el otro, la posibilidad cada vez más cierta de que Macri se convierta en el próximo presidente. La sorpresa es parte de la política. Sin embargo, estos resultados no se edificaron de la noche a la mañana.

 

 Estas elecciones generales se desarrollaron en el marco de un claro giro conservador en el conjunto del sistema político argentino. Este viraje a la derecha es producto, en términos generales, de dos fenómenos entrelazados: el agotamiento de la experiencia estatal kirchnerista, por sus propias contradicciones, pero también por un cambio en la coyuntura económica internacional; y la demanda, por parte de lo más concentrado del capital local y extranjero, de dejar atrás el ciclo abierto en 2001, marcado por los condicionamientos que el movimiento popular fue capaz de imponer a partir de la crisis de representación de los partidos tradicionales y la conflictividad social previa. El kirchnerismo resulta inexplicable sin aquella convulsiva coyuntura, de la que emergió marcado por su característica dualidad: agente de la recomposición del consenso y del ciclo de acumulación de capital –devaluación mediante-, pero sobre la base de viabilizar la ampliación de derechos y la satisfacción de algunas demandas populares postergadas. Tanto Scioli como Macri y Massa, expresan de manera diferente esta tendencia regresiva, y por lo tanto, es posible hablar de un fin de ciclo.

 

Los acontecimientos que van desde las movilizaciones contra el neoliberalismo hasta las luchas populares de 2001-2003 son una marca indeleble en el origen del kirchnerismo y de su lógica de producción de consenso y acumulación política. Estas marcas se han actualizado más de una vez en los vaivenes gubernamentales, y es con estas oscilaciones y ambiciones de “excesiva” autonomía con las que una fracción dominante del capital reclama terminar. Este vínculo íntimo y a la vez complejo entre el kirchnerismo y aquella crisis estatal, nos ayuda a entender parte del odio enconado de la mayoría de una clase dominante que, en sus intereses económicos primordiales ha sido resguardada y favorecida por los gobiernos de Néstor y Cristina.

 

Es sobre la base de aquella relación de fuerzas que se han desenvuelto proyectos, confrontaciones partidistas, intereses de grupo, choques, disputas concretas y por supuesto, narrativas político-ideológicas que mostraron gran productividad social, como la que ha demarcado el campo de la polarización kirchnerismo–antikirchnerismo.

 

Arriesgamos antes la hipótesis de que estamos frente a un agotamiento de esta experiencia política en la dirección del Estado, lo que de ninguna manera supone su extinción sin más como fuerza militante o como identidad. ¿En qué radica este agotamiento? Las distintas fases económico-políticas que atravesamos desde 2003 develan una verdad persistente: el kirchnerismo se alimenta de las contradicciones puestas en marcha en aquel 2001, ha mostrado gran capacidad de domarlas y gestionarlas, pero no parece la fuerza política indicada para resolverlas. Y las clases dominantes reclaman resolución.

 

El proyecto del capitalismo nacional arrancó con un notable ciclo virtuoso, apoyado, es cierto, en un punto de partida visiblemente deprimido. Entonces, el aumento del empleo, del salario real de los trabajadores y trabajadoras, la ampliación de derechos sociales y democráticos, fue compatible con altas tasas de rentabilidad empresaria y la recomposición parcial de la institucionalidad representativa. Pero, al menos desde 2012 (aunque ya desde tiempo antes se venían acumulando múltiples tensiones), esta lógica se fue agotando, tanto en su viabilidad económica como en su productividad política. Estancamiento de la economía y del salario real, aumento de la inflación, déficits gemelos, fuga de capitales y presión cambiaria, fueron algunos de los indicadores que llegaron para quedarse.

 

En este marco, su capacidad de contención política se fue resquebrajando, y en la encrucijada el gobierno tomó una orientación clara: arreglo de los litigios en el CIADI, pago al Club de París, acuerdo con el FMI para monitorear el INDEC, devaluación de enero de 2014, y también medidas políticas como el nombramiento de Berni como número dos del Ministerio de Seguridad. Todo esto fue definido en su momento por nuestro compañero Itai Hagman, como el intento de un pacto de gobernabilidad para llegar de manera ordenada al 2015. Este intento fracasó, y no por falta de voluntad del “autoritarismo” kirchnerista, sino porque Griesa puso en crisis la estrategia de volver a los mercados financieros y la oposición política rechazó la posibilidad de cualquier convivencia pacífica. Acostumbrado a hacerse fuerte en la confrontación, el gobierno se resistió a una claudicación completa, y mientras buscaba retomar la iniciativa y evitar una devaluación mayor con el auxilio de los “swap” chinos, comenzaba a delinear un plan de contingencia.

 

Daniel Scioli fue ese plan. El cierre de filas detrás de la candidatura del gobernador bonaerense, antes hostigado y hasta denunciado como candidato de la “corpo”, es la expresión más clara de que el gobierno eligió una vía regresiva para intentar salvar las contradicciones del “proyecto”. El propio FPV creyó estar ofreciendo en la figura de Daniel Scioli el candidato “moderado” y “conciliador” que se demandaba para una nueva etapa, al tiempo que lograba permanecer con cuotas de poder en el Estado de cara al futuro. Así se configuró el escenario con un electorado obligado a elegir entre tres candidatos que tienen un gran denominador común: los tres prometen dejar atrás los gestos populistas, al tiempo que promover la inversión extranjera y garantizar un buen “clima de negocios”.

 

Con el diario del lunes es sencillo decir que el cálculo falló y que la subordinación a la candidatura del gobernador bonaerense de poco sirvió. Paradójicamente la conducción política del kirchnerismo, constreñida por las limitaciones fatales de su estrategia, ayudó a construir el escenario que hoy amenaza con devorarlo dando lugar a un verdadero fin de ciclo.

 

El significado del ascenso de Macri

 

De cara al análisis concreto de los resultados electorales es importante evitar el impresionismo. Es claro que presenciamos la consolidación de un giro conservador, que si bien expresaban en cierta medida tanto Scioli como Massa y Macri, tiene en este último a su exponente más nítido y regresivo. El voto popular, paradójicamente, ha fortalecido las posiciones de aquellos que aplicarán las recetas más regresivas y perjudiciales para sus propios intereses.

 

Sin embargo, esto no debe ser asociado a un “giro a la derecha” del conjunto de la sociedad, ni justifica agitar fantasmas sobre la vuelta a los noventa. Las propuestas de sus economistas y las opciones parlamentarias de sus diputados han sido claras, pero en la propia campaña electoral Macri ha jugado de manera inteligente a contactar con las aspiraciones populares. Esto es característico de toda una generación de nuevas derechas en América Latina, que se esmeran particularmente por expropiar agendas populares y mostrar un rostro amigable, democrático y dialoguista. El desgaste de doce años que arrastra el oficialismo, más su propio giro discursivo, colaboró en la faena del PRO: hace tiempo que los discursos oficiales han dejado de lado la idea de “ir por más” o “profundizar” los logros, para sustituirlos por la necesidad de conformarse con lo que hay, de cuidar lo que tenemos y de no volver atrás. Frente a eso Macri usufructúo el discurso del cambio. En una campaña despojada de pasión, despolitizada y donde apenas aparecían matices entre los candidatos, la decisión pareció reducida a optar entre “continuidad con cambios” y “cambios con continuidad”. En ese marco la épica discursiva del kirchnerismo, tantas veces eficaz, perdió potencia.

 

Intentar interpretar el sentido del sufragio es desde ya una tarea complicada, y tal vez demasiado ambiciosa. Sin embargo, creemos que el voto a Macri no debe ser entendido como un cheque en blanco para avanzar en una política de ajuste y liberalización económica. Por más bizarro y poco creíble que haya sonado el súbito apoyo del candidato de Cambiemos a la AUH y otras medidas del gobierno, esto expresa en parte los límites dentro de los cuales debe moverse si aspira a conquistar una mayoría electoral. Y esto nos obliga a pasar nuevamente de los fenómenos de coyuntura a los más estructurales. Como ya señalamos en nuestro posicionamiento pre-electoral, el actual giro conservador opera sobre una realidad sumamente compleja, ya que no está asentado sobre una derrota decisiva de la clase trabajadora y los sectores populares. No es para nada evidente que, gane quien gane, la mayoría de la población esté dispuesta a acompañar políticas de ajuste ni relegar avances en materia de derechos. Diversas luchas protagonizadas en esta década han alcanzado mayores derechos para los sectores populares, así como otras aún esperan impostergables señales de avance. Esta caracterización supone un marco de acción importante para las organizaciones populares y de izquierda, sabiendo que lejos estamos de la “vuelta a los 90” o la resistencia en la última trinchera, y que se entrelazará de manera aún imprevisible con un escenario económico y político plagado de incertidumbres, tanto a nivel local como internacional. 

 

¿Cómo seguir?

 

En lo inmediato queda el breve camino hacia el balotaje. La situación de Scioli y el FPV es por demás delicada y deberá remontar una situación que hoy se le presenta muy desfavorable. Si bien el panorama está abierto, Mauricio Macri arranca como claro favorito para ganar la contienda del 22 de noviembre y recibir la banda presidencial de manos de Cristina Fernández. El escaso tiempo jugará en contra del FPV que tendrá que afrontar tareas que en sí mismas pueden resultar contradictorias. Tendrá que captar parte importante del voto a Sergio Massa, quien personalmente ya se ha ubicado entre los partidarios del “cambio”, al mismo tiempo que intentar captar los pocos puntos porcentuales progresistas y de izquierda que fueron expresados por otras listas. Seguramente desarrollará una campaña mucho más agresiva, obligado a correr de atrás, lo cual puede trastocar el clásico personaje del motonauta dotado de moderación, fe y esperanza, “que nunca habla en contra de, sino a favor”. Y todo esto intentando detener el pase de facturas y la guerra interna que ya se ha desatado, entre kirchnerismo “puro” y sciolismo, entre “los jóvenes de la Campora” y la estructura tradicional del PJ, etc.

 

Como ya hemos hecho público, desde PATRIA GRANDE entendemos que el 22 de noviembre hay que votar contra Macri. Pensamos que, para decirlo sencillo, ese domingo elegiremos contra quién tendremos que luchar en las calles en el futuro inmediato, y por todo lo dicho pensamos que Macri y el PRO sería el peor enemigo a enfrentar por nuestro pueblo.

 

De todas maneras, la discusión más importante para la militancia popular y de izquierda es cómo seguir. El proyecto de un capitalismo nacional con inclusión ha chocado de frente con sus propias limitaciones, en lo económico y en lo político. Pero estas no son buenas noticias. La crisis de este proyecto no se debe, ni por lejos, a que se encuentre cuestionado por izquierda o superado por una movilización popular que demande las transformaciones de fondo que el kirchnerismo no era capaz de protagonizar. La salida del kirchnerismo, con Macri, pero incluso en un eventual triunfo de Scioli, será por derecha, y su costo será pagado por el conjunto de los trabajadores y trabajadoras.

 

Las organizaciones populares estamos absolutamente en deuda por nuestra incapacidad de generar una alternativa política. Con esta deuda pendiente entraremos en la nueva etapa, preparadas para defender en las calles lo conquistado, pero con la imperiosa necesidad de un balance a fondo de la experiencia que marcó a fuego esta década. Una primera conclusión nos acompaña y fortalece nuestra convicción de lucha: no habrá cambio profundo para la Argentina y Nuestra América sin el poder popular organizado, sin el pueblo en las calles y transformando las instituciones de esta democracia restringida, no habrá cambio verdadero sin animarse a poner en cuestión al capitalismo como único horizonte de sociedad posible. Es el camino más difícil, el más largo y el más costoso, pero es el único posible.

 

http://patriagrande.org.ar/slider/las-razones-previsibles-de-un-resultado-imprevisto/

https://www.alainet.org/es/articulo/173506

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