Sahilá

06/11/2015
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Sahilá es una población de colonos, migrantes de la Costa Sur, ubicada a unos 15 kilómetros al norte de Río Dulce. La conocí a finales de 1987 cuando realizaba una investigación en salud. El pueblo reproduce historias de sueños. La caída de Jacobo Arbenz representó, para algunos de los trabajadores de las grandes plantaciones y parcelarios de la Costa Sur, el incumplimiento del eterno sueño de los pobres: posibilidad de tierra propia y construir una nueva vida más prometedora y digna. Sin embargo, en 1969, durante el gobierno de Méndez Montenegro algunas familias de la costa sur, reavivaron la esperanza. Un abogado idealista, el licenciado Antonio Colom Argueta, se encontraba al frente del Instituto Nacional de Transformación Agraria. Heredero de los anhelos de octubre, Colom se tomó en serio su trabajo. Descubrió las tierras sin dueño de Sahilá y pensó que era lugar de conquista. Sabía que los campesinos del sur tenían la convicción y fuerza para transformar selvas hostiles en plantaciones diversas y poblaciones activas, repletas de niños mocosos y juguetones, hombres bronceados y musculosos por el trabajo de campo y de mujeres trabajadoras, vivaces y coquetas de la cultura costeña Había que luchar contra la soberbia de la tupida vegetación, había que roturar la tierra, pero sobre todo no escapaba al funcionario, que una vez vencida la resistencia de la naturaleza, en ardua y digna batalla, aparecerían los cuervos.

 

La caravana arrancó de la costa sur el 19 de marzo de 1969, cuenta don Nemesio Godoy Cruz, que siendo del “Comité Pro Tierra” formado por un grupo de campesinos, hizo las gestiones ante el INTA. Cuenta que una noche se detuvieron a acampar en las márgenes del Río Dulce. Sólo los ojos que han estado frente a ese río, en noche despejada y de luna llena, pueden describirle al corazón su asombro. En una fracción de segundo las pupilas se dilatan y absorben un universo de señales. Allí, los colonos, hombres y mujeres con un niño cargado en un brazo y otro niño descalzo tomado por la mano, hacen un infinito minuto de silencio mirando la otra ribera del río. No necesitan alzar los ojos al cielo para divisar Orión y la luna llena. Casi sin inclinar los ojos ven el brillante reflejo en el lecho del manso río. No saben si es imagen en espejo o es otra luna y otra constelación que nace del fondo de las aguas o del fondo de la esperanza. Orión casi habla, casi lo tienen enfrente y les señala el norte, es un norte cercano al otro lado. Pero no es ese "siempre al otro lado", al otro lado del Suchiate o del Río Bravo, o al otro lado de la vida y de la resignación. Ahora es, solamente, quince kilómetros más allá. Ven, al otro lado del río la densa vegetación. Saben de la dignidad de ese rival, a le vez temible y generoso. Saben que es una selva llena de vida y de peligros. El saraguato, el coche de monte y la serpiente. Pericas y tepezcuintles. Pero ningún peligro o presagio de trabajo agotador aplaca la ilusión.

 

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https://www.alainet.org/es/articulo/173480

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