Mártir, hermano que nos acompaña

03/11/2015
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Recientemente, un grupo de salvadoreños (entre ellos, autoridades religiosas y civiles) realizaron una peregrinación a Roma en señal de agradecimiento al papa Francisco por la beatificación de monseñor Óscar Romero. El presidente de la Conferencia Episcopal de El Salvador, José Luis Escobar, aprovechó para pedir que la canonización de monseñor Romero y la beatificación del padre Rutilio Grande se realicen pronto, y que el papa visite el país en ambas ocasiones. Por su parte, Francisco les explicó a los visitantes el sentido cristiano del martirio y, más en concreto, el significado del testimonio martirial de Romero para la Iglesia salvadoreña y universal. Sus palabras son propicias en este mes, cuando conmemoramos a otros mártires de la Iglesia salvadoreña: los de la UCA, seis sacerdotes jesuitas y Elba y Celina Ramos. Las reflexiones de Francisco reseñan algunos aspectos esenciales de los mártires que pueden animarnos al compromiso con una sociedad más justa. Veamos.

 

La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. Con esta expresión de Tertuliano, padre de la Iglesia del siglo II, el papa recuerda que los cristianos, desde un inicio, persuadidos por las palabras de Cristo, que afirma que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo”, han tenido la convicción de que la entrega sin medida de los mártires fructificará en una cosecha abundante de santidad, justicia, reconciliación y amor de Dios.

 

Los mártires son un tesoro y una fundada esperanza para la Iglesia y para la sociedad salvadoreña. El mártir, dice el papa, “no es alguien que quedó relegado en el pasado, una bonita imagen que engalana nuestros templos y que recordamos con cierta nostalgia. No, el mártir es un hermano, una hermana, que continúa acompañándonos en el misterio de la comunión de los santos y que, unido a Cristo, no se desentiende de nuestro peregrinar terreno, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias”. Y añadió que en la historia reciente de El Salvador, al testimonio de monseñor Romero se han sumado los de otros hermanos y hermanas, como el padre Rutilio Grande, que no temiendo perder sus vidas las han ganado y han sido constituidos intercesores de su pueblo ante el Viviente. Y a modo de desafío, citó las siguientes palabras de monseñor Romero: “Debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe, incluso si el Señor no nos concede este honor [...]. Dar la vida no significa solo ser asesinados; dar la vida, tener espíritu de martirio, es entregarla en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en ese silencio de la vida cotidiana; dar la vida poco a poco”.

 

Romero es mártir en el momento de su asesinato, antes por la persecución y después por la calumnia. Dejando de lado el discurso escrito, Francisco comentó: “El martirio de monseñor Romero no fue puntual en el momento de su muerte, fue un martirio, testimonio de sufrimiento anterior: persecución […] hasta su muerte. Pero también posterior, porque una vez muerto […] fue difamado, calumniado, ensuciado. Su martirió se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado”. Y de inmediato aclaró: “No hablo de oídas, he escuchado esas cosas […] Después de haber dado su vida, siguió dándola dejándose azotar por todas esas incomprensiones y calumnias. Eso da fuerza […] Solo Dios sabe las historias de las personas y cuántas veces [después de haber dado sus vidas] se les sigue lapidando con la piedra más dura que existe en el mundo: la lengua”. Estas palabras del papa traen a la memoria algunos de los versos del conocido poema de Pedro Casaldáliga, San Romero de América, pastor y mártir nuestro. La voz profética de don Pedro proclama: “Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa. Como Jesús, por orden del imperio. ¡Pobre pastor glorioso, abandonado por tus propios hermanos de báculo y de Mesa! (Las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo). Tu pobrería sí te acompañaba, en desespero fiel, pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética”.

 

Y si ahora recordamos la visión de monseñor Romero sobre el martirio, podemos afirmar que él comenzó a hablar de esta dolorosa realidad después de la muerte del padre Rutilio Grande. En sus primeras reflexiones decía: “Es significativo que mientras el padre Grande caminaba para su pueblo, a llevar el mensaje de la misa y de la salvación, allí fue donde cayó acribillado. Un sacerdote con sus campesinos, camino a su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos”. Y luego un pensamiento que parece contrario a toda lógica. En medio de la persecución y frente al cadáver de Rutilio, anuncia un esperanza: “Hermanos, salvadoreños, cuando en estas encrucijadas de la patria parece que no hay solución y se quisieran buscar medios de violencia, yo les digo, hermanos: Bendito sea Dios que en la muerte del padre Grande, la Iglesia está diciendo: Sí hay solución, la solución es el amor, la solución es la fe”.

 

Con el aumento de la represión y la muerte en su diócesis, monseñor Romero habla del martirio poniendo especial énfasis en las causas históricas. Afirma: “No se ha perseguido a cualquier sacerdote ni atacado a cualquier institución. Se ha perseguido y atacado a aquella parte de la Iglesia que se ha puesto del lado del pueblo pobre y ha salido en su defensa [...] La persecución ha sido ocasionada por la defensa de los pobres y no es otra cosa que cargar con el destino de los pobres”.

 

Su visión también retomaba la doctrina tradicional sobre el martirio, al afirmar que la muerte violenta de los cristianos es semilla de cristianismo genuino, semilla de un florecimiento de la Iglesia. Y más allá del ámbito eclesial, es semilla de nueva sociedad. Sobre esto último, monseñor Romero señaló: “Estoy seguro que tanta sangre derramada y tanto dolor causado a los familiares de tantas víctimas no será en vano. Es sangre y dolor que regará y fecundará nuevas y cada vez más numerosas semillas de salvadoreños que tomarán conciencia de la responsabilidad que tienen de construir una sociedad más justa y humana, y que fructificará en la realización de las reformas estructurales audaces, urgentes y radicales que necesita nuestra patria”.

 

Y con respecto a su muerte anunciada, el arzobispo mártir dijo: “El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad”. Al final, su asesinato confirmó la verdad de su vida y de su causa. El papa Francisco lo expresó de manera espléndida ante los peregrinos de El Salvador: “[Romero] pastor bueno, lleno de amor de Dios y cercano a sus hermanos, que viviendo el dinamismo de las bienaventuranzas, llegó hasta la entrega de su vida de manera violenta, mientras celebraba la eucaristía, sacrificio del amor supremo, sellando con su propia sangre el Evangelio que anunciaba”.

https://www.alainet.org/es/articulo/173372
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