“Vence la indiferencia y conquista la paz”

Según Francisco, la indiferencia está hoy asociada a varias formas de individualismo que producen aislamiento, ignorancia, y egoísmo que lleva al desinterés.

01/09/2015
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El Pontificio Consejo Justicia y Paz dio a conocer el tema del mensaje del papa para la 49.° Jornada Mundial de la Paz que se celebrará el 1 de enero de 2016: “Vence la indiferencia y conquista la paz”. Según Francisco, la indiferencia está hoy asociada a varias formas de individualismo que producen aislamiento, ignorancia, y egoísmo que lleva al desinterés. Para él, el aumento de la información no es sinónimo de mayor atención a los problemas si no es acompañado por una apertura de las consciencias hacia la solidaridad. En consecuencia, el mensaje pretende ser un punto de partida para que todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y en particular aquellos que laboran en la educación, la cultura y los medios de comunicación, actúen para construir juntos un mundo más consciente, solidario y misericordioso.

 

En otras palabras, se trata de sensibilizar y formar sentido de responsabilidad respecto a las gravísimas cuestiones que afligen a la familia humana, como el fundamentalismo y sus masacres, las violaciones de la libertad y de los derechos de los pueblos, el abuso y la esclavitud de las personas, la corrupción y el crimen organizado, las guerras que causan el drama de los refugiados y de los emigrantes forzados, entre otros. El lema, pues, representa una exhortación a vencer la indiferencia o indolencia frente a los flagelos de nuestro tiempo. Es un llamado a no pasar de largo ante el sufrimiento infligido, a superar la tentación de naturalizar el dolor, de acostumbrarse a la injusticia y la impunidad.

 

El lema constata un hecho inquietante: en nuestro mundo, la fraternidad, la compasión y la condolencia, propios de una cultura del encuentro, son valores secundarios, tolerados, pero no promovidos. Se fomenta más el individualismo que la solidaridad, el éxito personal que la búsqueda del bien común, la ética utilitaria más que la ética de la responsabilidad. Es decir, sobre la cultura del encuentro predominan las culturas de la violencia y de la indiferencia. Se define la cultura de la violencia como aquella en la cual la respuesta violenta ante los conflictos se ve como algo natural e incluso como la única manera viable de hacer frente a los problemas y disputas. Por su parte, la cultura de la indiferencia es entendida como la ausencia de sensibilidad frente a los graves problemas que acontecen en el mundo. Desde esta realidad que constituye una amenaza o negación de la paz, Francisco advierte que esta no será posible sin esfuerzos, sin conversión, sin creatividad y sin dialéctica.

 

Ahora bien, si ubicamos la idea fuerza del mensaje papal en la realidad salvadoreña, podemos decir que en la actualidad la lucha por la paz también pasa por vencer la cultura de la indiferencia y de la violencia. Hoy en día corremos el peligro de que la escalada de homicidios (en agosto se registraron más de 800, un promedio de 30 asesinatos diarios, cifra sin precedente) nos lleve a inmunizarnos y a aceptar que lo “normal” es la demencia, no la decencia humana. Es decir, todavía no terminamos de ponderar el impacto de tanta violencia en la vida de los salvadoreños.

 

En el pasado, Ignacio Martín-Baró, mártir de la UCA y precursor de una psicología social latinoamericana y liberadora, al examinar el impacto que tenía el conflicto bélico en la salud mental de nuestra población, hablaba de un círculo deshumanizador que incluía tres momentos. En primer lugar, en una sociedad donde se vuelve habitual el uso de la violencia para resolver problemas, sean grandes o pequeños, las relaciones humanas se truncan de raíz, la razón es desplazada por la agresión y el análisis ponderado de los problemas es sustituido por los operativos militares. En segundo lugar, se desencadenan dinamismos de polarización social que tienen como consecuencia el desquiciamiento de los grupos hacia extremos opuestos, desapareciendo la base para la interacción cotidiana e incluso la posibilidad de apelar a un sentido común. Finalmente, decía que el círculo se cerraba con la mentira, que va desde la corrupción de las instituciones hasta el engaño intencional en el discurso público. En definitiva, ese camino termina resquebrajando los cimientos de la convivencia y produce un agotador clima de tensión socioemocional.

 

En la presente coyuntura, una de las consecuencias previsibles de la violencia como mal de cada día, generadora de incertidumbre, impotencia y temor, es la indiferencia. Como se sabe, el miedo paraliza la acción. Conmina a la defensa, y, cuando esta no puede hacerse a través de los mismos mecanismos violentos (que requieren muchas veces contar con el resguardo o amparo del poder), la respuesta más factible es la indiferencia, el no-involucramiento. Por eso, dejarse afectar por la angustia que vive el otro, reaccionar con eficacia para salvaguardar su vida y sentir gozo por haber logrado ese objetivo son aspectos que no solo contrarrestan el círculo deshumanizador del que hablaba Martín-Baró, sino que también ayudan a generar una nueva mentalidad que fortalece el sentido de lo comunitario.

 

La conquista de la paz social, por tanto, supone encarar las expresiones deshumanizantes de las culturas del desencuentro, de la indiferencia, de la violencia y de la esclavitud. Supone, por otra parte, cultivar la cultura de la misericordia que transforma, es decir, una de solidaridad y fraternidad que nos lleve a una civilización verdaderamente humana. Según el papa, la misericordia no es zapping, no es silenciar el dolor; por el contrario, es padecer con el otro. Es la lógica que no se centra en el miedo, sino en la libertad que nace de amar y poner el bien del otro por sobre todas las cosas. Esto, para los creyentes, tiene una exigencia central: “La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor de la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas”.

 

Desde luego, el término “misericordia” hay que entenderlo bien. Jon Sobrino, en su libro El principio-misericordia, afirma que el concepto puede connotar cosas verdaderas y buenas, pero también cosas insuficientes y hasta peligrosas. Puede significar sentimiento de compasión (con el peligro de que no vaya acompañado de una praxis); obras de misericordia (con el peligro de que no se analicen las causas del sufrimiento); alivio de necesidades individuales (con el peligro de abandonar la transformación de las estructuras); y actitudes paternales (con el peligro del paternalismo).

 

El principio misericordia es comprendido por Sobrino como la actitud fundamental de la reacción ante las víctimas de este mundo. El sufrimiento ajeno se interioriza y ello mueve a una re-acción, sin más motivos que el mero hecho del dolor del prójimo. Esa misericordia, si efectivamente quiere ser transformadora, debe, según Sobrino, historizarse. Es decir, la re-acción apunta en una u otra dirección, de acuerdo a los desafíos estructurales e históricos que presentan las personas y pueblos excluidos. En consecuencia, esa historización en un mundo que margina y empobrece puede exigir trabajar por la justicia y poner todas las capacidades humanas, intelectuales, religiosas, científicas y tecnológicas al servicio de las mayorías injustamente oprimidas.

 

Para vencer la indiferencia y conquistar la paz, se requiere, por tanto, de una actitud fundamental: la misericordia. Esta, según Sobrino, puede despertarnos del sueño de cruel inhumanidad, puede cambiarnos el corazón de piedra en corazón de carne. Y según el papa, es la misericordia la que puede conducir hacia una cultura de solidaridad, diálogo y cooperación, que atienda el clamor de los pueblos más pobres de la tierra. ¿Cuál es el desafío que nos deja el mensaje? Frente a la cultura de la indiferencia, sembremos la cultura humanizadora de la misericordia.

 

- Carlos Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.

https://www.alainet.org/es/articulo/172096
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