Molôn labé (μολὼν λαβέ)

25/06/2015
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leonidas leonidas
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La historia es conocida: cuando el gigantesco ejército persa llegó a las inmediaciones de las Termopilas (11 de agosto de 480 ANE), Jerjes le intimó a los espartanos que rindiesen sus armas. Leónidas le respondió con esa escueta frase –Horacio me la recordó ayer– que se transformó en un modelo de desafío: “¡Ven a tomarlas!”, lo que en griego suena Molôn labé, si pronuncias a la antigua.

 

Si viste la peli “300” ya sabes cómo termina la historia, no es cosa de pedirte que leas a Herodoto, la cuestión es que el historiador inmortalizó el sacrificio de Leónidas y sus compañeros con las siguientes palabras:

 

"Aquí se mantuvieron hasta el final, aquellos que todavía tenían espadas usándolas, y los otros resistiendo con sus manos y sus dientes".

 

Tal capacidad de resistir no es muy común. El ejemplo de los espartanos es legendario y siglos más tarde le complica la tarea a Alexis Tsipras, Yanis Varoufakis y sus compañeros del gobierno griego. ¿Por qué? Por la sencilla razón que todos los enemigos de la Troika –FMI, Banco Central Europeo (BCE) y la Comisión Europea (CE)– quisieran que los griegos de hoy resistiesen como los helenos de ayer.

 

Justo para dar un ejemplo, algunos de mis amigos –que se cuentan entre los militantes más aguerridos que pudieses encontrar– están dispuestos a resistir hasta el último ateniense.

 

Puede que obnubilados por su indiscutible integridad, tengan dificultades para darse cuenta que desde la Batalla de las Termopilas han pasado sólo 25 siglos, la friolera de 2 mil 500 años, y que en el intertanto hubo quién vendió al hijo de dios por cuatro chavos, las riquezas básicas de Chile por una propina, y a Cristiano Ronaldo por 94 millones de euros.

 

El hombre se transformó en mercancía o, como dice un cierto Karl Marx, “El valor que cada uno de nosotros posee a los ojos del otro es el valor de nuestros objetos respectivos. Por consiguiente, el hombre mismo para cada uno de nosotros, carece de valor”.

 

El hombre carece de valor, de acuerdo, pero tiene precio.

 

Otros tiempos, otras latitudes, hay quienes compran parlamentos enteros por un puñado de dólares, y recíprocamente, hordas de políticos venales (expresión que ya es pleonasmo) se dejan comprar por lo que algunos llaman púdicamente “donaciones”, y que no son otra cosa que los treinta denarios por los que algunos son capaces de vender las tripas de su madre, y lo que es aún peor, de entregarlas.

 

Entre los dos extremos –pongamos a Leónidas (o a Salvador Allende) de un lado, y a un tal Enrique Correa del otro– ¿dónde deben situarse los responsables del gobierno griego en sus negociaciones con la Troika?

 

Partamos de la base que ya no se trata de negociaciones financieras ni económicas, aún menos de tiras y aflojas en torno a aspectos técnicos relativos al excedente primario, ni siquiera a la quita de la deuda global o a la extensión del plazo de rembolso.

 

Lo que está en juego son negociaciones eminentemente políticas, porque al FMI, al BCE y a la CE se las suda que un pequeño país le desobedezca no a ellos, sino a los mercados financieros. Allí donde Francia –segunda economía de Europa– terminó por ceder y, entre el socialismo anunciado por François Mitterrand y el liberalismo de la Europa comunitaria, se inclinó ante este último. Los resultados, una vez más, están a la vista.

 

De modo que, en el fondo, las tristes y pinches pensiones que reciben los viejitos griegos importan un cuesco. Lo poco que queda del sistema de Salud griego, de una Educación pública hambreada de presupuestos, e incluso un patrimonio de una riqueza inimaginable que los alemanes han intentado tratar como un vulgar McDonald’s, dan lo mismo.

 

Lo importante es que no haya un precedente peligroso para los pueblos obedientes que se rompen el espinazo pagando deudas públicas de las cuales nunca percibieron el primer céntimo de euro. Una vez más Karl Marx nos ayuda a formularlo de manera muy clara: “La única parte de la llamada riqueza nacional que entra realmente en la posesión colectiva de los pueblos modernos, es du deuda pública”.

 

Una deuda pública que –vergonzantemente– se transformó en EL negocio. Alemania y Francia lucraron con la deuda pública griega. Mientras tanto, invocando la libertad de los mercados financieros, se prestaron para manipular las cuentas del Estado griego, para la fuga de capitales desde Grecia, para sostener penosamente gobiernos sucesivos de rufianes de derecha y del socialismo griego cuya irresponsabilidad nunca les generó ningún problema. Entre rufianes…

 

Cómo no sentir nauseas cuando Jean-Claude Juncker, presidente de Europa, abraza “amigablemente” a Alexis Tsipras antes de exigirle ¡que pague! Se trata del mismo Juncker que desde sus puestos de poder en Luxemburgo –un paraíso fiscal– durante treinta años organizó el fraude fiscal en escala industrial, y logró limpiar casi 2,5 billones de euros de beneficios mal habidos.

 

El mismo Juncker, que organizó durante décadas la evasión de impuestos de cientos de multinacionales, le exige ahora a Tsipras aumentar ipso facto los impuestos en Grecia. En el FMI, Christine Lagarde, que como ministro de Finanzas de Francia se prestó para estafarle al Estado 420 millones de euros y evitó una inculpación sólo porque aún tiene amigos en el aparato institucional, se hace exigente. Y qué decir de Mario Draghi, ex gerente de Goldman Sachs en Europa, el banco que manipuló las cuentas griegas… Todos ellos exigen “seriedad”, “rigor”, y sobre todo “austeridad”, mientras disfrutan de las generosas remuneraciones que reciben los burócratas nombrados a dedo.

 

¿Qué hacer pues? ¿Qué le sugerimos al gobierno griego?

 

Mis beligerantes amigos –ninguno de los cuales está en Grecia– insinúan que Alexis Tsipras debe inmolarse en el altar del deber, hundir a Grecia y a los griegos, y de paso a Europa, para que quede constancia de la perennidad del ejemplo de Leónidas.

 

Horacio, que de esto entiende un puñado, me dice que si Tsipras no tiene los cojones para responder Molôn labé, al menos podría inspirarse de Ioánnis Metaxás y lanzar un sonoro Ohi!

 

Ioánnis Metaxás (1871-1941), como sin duda sabes, fue un militar griego que, después de formarse en Berlín, regresó a Grecia y logró imponer una dictadura pasablemente fascista. Curiosamente, en octubre de 1940 Benito Mussolini, un camarada fascista, le envió un ultimátum: Grecia debía aceptar la ocupación por el ejército italiano de todos sus sitios estratégicos. Metaxás se hizo famoso por una escueta respuesta contenida en una palabra: Ohi!, que en griego quiere decir ¡No!

 

Por mi parte, consciente de la complejidad de la situación en que se encuentra el gobierno griego (no hay que olvidar que en Grecia también hay Agustines Edwards, democristianos cuarteleros y no pocos socialistas conversos) no me atrevería a darle consejos a nadie.

 

Dejándole tiempo a mis amigos para que se terminen sus birras, me limito a informar y a manifestar mi simpatía por la causa del pueblo griego. Ya dije, y digo, que si la Troika logra imponerse, es el mundo el que pierde. Los griegos en el medio son –perdón por decirlo así– pecata minuta.

 

Como Jerjes, que no se atrevió a ir a quitarle sus armas a Leónidas, la Troika tiene carne de cañón, esbirros y traidores coimeados. Ni Lagarde, ni Draghi, ni Juncker van a arriesgar sus sinecuras en una apuesta que los sobrepasa.

 

Y si la bella frase que ilumina el monumento a Leónidas y sus compañeros no deja de conmoverme, no quisiera ser más papista que el Papa:

 

“Viajero, ve y dile a Esparta que aquí caímos por cumplir con sus leyes…”

 

Por lo pronto, en Chile, es mucho más común dimitir del gobierno por no haber resistido un minuto a la terrible atracción de los millones de una boleta.

 

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https://www.alainet.org/es/articulo/170670

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