Harald Welzer, Guerras climáticas (Katz Editores, Madrid 2010)
La profecía de la violencia emancipada
02/08/2012
- Opinión
"Por fortuna, la incoherencia del mundo parece ser de índole solamente cuantitativa"
Franz Kafka
Franz Kafka
I. El canon occidental
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El retorno en el campo de relaciones humanas de la translocación climática, radicaliza hasta lo inimaginable las injusticias y las estructuras preexistentes de la explotación del hombre por el hombre, desestabilizando violentamente el statu quo natural, económico, jurídico, espiritual y social, de modo tal que el vaticinio del libro es apocalíptico. Y ello habrá de acaecer a corto o mediano plazo.
El primer logro de la obra es que, perteneciendo al género ensayístico, le ha dado al abordaje sociopolítico de la realidad, estructura de ficción; ha logrado acercarse a una síntesis entre los datos sociológicos, la política y el arte del relato.
Existe una batería de lecturas, a juicio de la crítica literaria y académica de la cultura occidental que, por su innovación en las pautas de pensamiento, merecerían estar presentes en las universidades e instituciones educativas. El tema fue estudiado por Harold Bloom, él mismo convertido en un clásico contemporáneo.
Pero, hay cierto conflicto que se abre de entrada entre la virtud de la prosa y la verosimilitud del relato. Lo que Welzer cuenta es cierto, mas los hechos denunciados que el libro avisa son terribles. La prosa está compuesta poéticamente, y resulta que en la práctica, la voz de alarma, queda flotando en un espacio yermo por falta del cobijo que los intelectuales deberían darle.
Eso pasa, paradójicamente, por virtud y no por vicio. En efecto, Aristóteles en su Poética, había dicho que, “En orden a la poesía es preferible lo imposible convincente a lo posible inconvincente”.
La esencia del género ensayístico es la conjetura, y el contenido del libro apunta a la verdad, que se fundamenta en la estadística.
Un ensayo, se sabe, no es científico, pero requiere para su verosimilitud el personaje narrador, fictamente distinto al escritor. Hay un pacto tácito con el lector.
En el Teatro, por ejemplo, los espectadores “creerán” que es luna aquel redondel burdo de papel plateado, sostenido con cuerdas que caen del techo, detrás de la franja que esconde al telón ya elevado.
Desde aquel librito de Nietzsche, titulado, “Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral”, es muy difícil que alguien confíe en la fuerza absoluta de la verdad, ni en la imparcialidad de los datos o la objetividad de la ciencia. Sin embargo, como se dijo, es una injusticia porque los datos del libro son ciertos.
Está claro que, a partir de la influencia de la computación en la reflexión social, donde antes estaba el pensamiento empírico, ahora se encuentran, también, las estadísticas. Una especie de materialidad de la intuición.
Sin embargo, todavía el público necesita la mediación del narrador, puesto en el medio como personaje. Salvo el polaco Tadeusz Kantor, en su denominado “Teatro de la muerte”, no se conoce a nadie que, como él mismo, hubiera subido al escenario y haya sido creído. Ni Shakespeare lo pretendió. Tal vez sea propio de los adelantados el ser incomprendidos. Habría que internarse en la estructura de la obra para develar el misterio.
II. Presencia de lo no pensado
Sin que pueda aseverarse explícitamente la deuda de Welzer con Kafka, su mundo y sus personajes, se encuentran latentes en la actualidad transmitida por este libro, por lo que la exploración debería internarse en uno para profundizar en el otro (queda pendiente pensarlo a través de Alexander Kluge a cuyo cine pertenece esta imagen).
Se dice que Kafka que murió en 1924, a los 40 años, fue el escritor más influyente del siglo XX y, de alguna manera, predijo las miserias e infamias de la segunda guerra mundial y de los campos de exterminio. Welzer para hacer la sociología de la crisis del mundo actual, se introduce en la mente de los genocidas nazis y en la ironía cruel de la documentación que “fundamentó” la solución final.
Encimar ambos autores sería poner blanco sobre negro, aunque Kafka no tuvo intenciones proféticas. La medición de su trascendencia se basa en la estadística comparativa de las veces que ha sido citado. Lo que mantiene su vigencia, sin embargo, es que -pese a las innumerables tentativas- nadie ha logrado, hasta ahora, descifrarlo plenamente.
Del texto de Welzer surgiría, en todo caso, que la fantasmagórica predicción de K. está ocurriendo en el mundo, o más bien, desde la revolución industrial, nunca ha dejado de pasar. Ocurre que el clima atrasa cincuenta años, respecto del tiempo humano y que la naturaleza desconoce el sentido de la palabra catástrofe.
De ahí el sabor apocalíptico del futuro planetario que queda luego de leer la obra. Dada la estrechez del espacio nos encontramos con un llamado que se realiza a los “responsables”, incitando a una racional administración de los restos. De todos modos, como reza la cita que precede su página final, “el optimismo no es más que una falta de información”. Sería urgente poner el libro sobre la mesa para promover la discusión planetaria de su temática.
La extrañeza de una escritura, cuando emerge de su originalidad, es el requisito para que una poética (en el sentido de la forma de ser construida y de transmitir) integre el canon. (Como decir que luego del invento de la televisión a colores, más allá de su costo, ningún espectador se conformaría ya con el blanco y negro).
III. Asomarse a la realidad desde la tramoya de la creación
Por otro lado, escudriñar el diario íntimo de los grandes artistas permite detectar, con efecto retroactivo, la cocina de su elaboración poética y aproximarse a la gestación de la sabiduría que hizo que su obra trascendiera.
Entre enero y mayo de 1910, Kafka que habría de morir catorce años después, inauguró la escritura de su diario. Entre otras cosas, en las primeras páginas, escribió:
“Los escritores hablan hediondez”.
Poco más adelante, dijo:
“De hecho, todas las cosas que se me ocurren, no se me ocurren desde su raíz, sino sólo desde algún punto situado en su mitad”.
De acá se desprenden dos cuestiones para discriminar las teorías del conocimiento insitas, respectivamente, en los autores comparados:
A) El concepto de belleza, para K. era una búsqueda. Si bien irónica (en una carta, su escritura esotérica, le dice a Milena, que vive a Kierkegaard como a un hermano). La belleza para él era sinónimo de perfección, su escritura partía de la impotencia y era corporal. La confianza, sin ser personal, en la obra, emergía -por contraste- de la crueldad absurdamente burocrática de la situación, cuya composición, a final abierto, quedaría -sádicamente- sin coherencia de no implicar un crédito a la posibilidad de un mundo mejor.
En otras fechas, K. anotó lo escabroso y atormentado de su labor de escritura, a su vez llena de amor por lograrla; y la influencia que iba teniendo el invento del cine en su pensamiento literario.
B) La lógica utilizada por el escritor para conocer el objeto de su escritura no es lineal, no va de menor a mayor ni de lo simple a lo complejo. Una analogía agraria, en el sentido de que las plantas crecen desde su raíz o las personas a partir de su embrión, sería inválida.
IV. La estructura
Haciendo un experimento kafkiano, vayamos al libro y abrámoslo en cualquier página; como lo miraría un escritor.
Si éste es una obra de arte, debería tener una composición holográfica, en el sentido de que la lectura meditada de alguna de sus páginas (al análisis del ADN, le basta un pelo), podría detectar la personalísima composición del pensamiento del autor. Lo que se llama la unidad de la obra.
Antes de escribir lo precedente, realicé el experimento, rescatando el papel de la percepción en la estructuración de la Idea. (Cualquiera que tenga el libro entre sus manos podría intentarlo).
Lo abrí al azar, la página 124, dice lo siguiente:
“(…) En megalópolis como Lagos, de17 millones de habitantes, hay alrededor de 3 millones de personas que viven literalmente entre la basura, sin abastecimiento de agua potable, sin cloacas, sin electricidad, sin policía, sin asistencia médica.
A esto se suman asincronías que las personas sencillamente no pueden procesar. La globalización de los medios lleva fragmentos culturales y retazos de estilos de vida a rincones del planeta en los que hasta hace poco ni siquiera se sabía de la existencia de sociedades industrializadas. Así, las transformaciones culturales en las formas de vida y en las expectativas entran en conflicto con las normas y las expectativas tradicionales sin que medien fases de adaptación lenta. Al mismo tiempo, ciertas modernizaciones puntuales como el mejoramiento en la atención médica, el avance de los estándares educativos y la transformación de las economías llevan a que las élites tradicionales y también los políticos caigan en crisis de legitimidad. La reducción de la tasa de mortalidad infantil desencadena explosiones demográficas que conducen al mismo predominio demográfico de jóvenes que ya contribuyó a la catástrofe social en Ruanda y también tiene un papel significativo en la debacle de Sudán”.
Por de pronto, encontré una disonancia que me trajo varias reflexiones: el porqué de la utilización ahí, de la palabra “literalmente”. Pienso que indica un punto de ruptura que marca un cambio en la estética.
¿Existe alguna forma de vivir entre la basura que no sea literal? Esa palabra colocada en tal lugar está revelando el punto de vista del escritor que señala una variación en el canon de la belleza. Marca lo que se llama ‘el sujeto de la enunciación’. Tal aclaración presupone una excepcionalidad; y en realidad, comparativamente, es la regla.
Por gracia o a pesar de lo numérico, en términos de intensidad, el estado del mundo se ha metamorfoseado radicalmente. Eso es, ya, la naturaleza. Habría que asombrarse cuando ocurra lo contrario.
Si todos los jóvenes que nacieran en Hiroshima y Nagasaki, puntualmente, a partir de los cincuenta años que los norteamericanos arrojaron allí las bombas atómicas, sufrieran las deformaciones producto del efecto de las radiaciones sobre el código genético de sus padres, la fealdad no sería literal sino que se habría sustantivizado. La aclaración sonaría redundante. El criterio de belleza transmutaría a una graduación cuantitativa de la fealdad total, la que no constituiría de-formación sino la propia forma. Entre otras cosas, es lo que le está pasando al mundo con el cambio climático, en manos de las políticas dominantes.
Míticamente, la historia cuenta el origen del hombre a partir de Prometeo que se robó el fuego para dárselo a los hombres. Pero la trampa de Zeus fue que introdujo en el regalo, también, a la engañosa esperanza (la caja de Pandora). Bueno, el concepto de esperanza se ha vuelto ya meramente retórico; insustancial o para utilizar la terminología propia de los economistas, no es sustentable en la cultura del imperio.
Resulta interesante que, aplicando la dialéctica negativa, poéticamente hablando, tal disonancia comprime el contenido del libro, que pretende relatar lo qué está pasándole y le va a acaecer al planeta y al 90% de sus habitantes; (el otro 10% es el dueño de los recursos faltantes).
Si se lo piensa desde Emerson, uno se queda rastreando el corazón; Welzer no rompió su carnet del Partido de la Confianza. Sin desmedro del mérito, al abordar el conocimiento de la realidad a partir de la estadística, urgido por la catástrofe: el reino de la distopía, su intelecto parece reclamar algún interlocutor oficial, lo que chocaría con los perpetradores del quiebre del mundo que denuncia; y despierta la ocasión para ver aquello de lo que él mismo reniega: el orgullo de su extracción prusiana.
Esto se nota especialmente cuando en la página 251, para explicar la que llama “estructura de la ignorancia”, que causaría la falta de percepción popular de la inmanencia, la cual tornaría expeditas a las consecuencias catastróficas, para mostrarlo, nada menos, dice:
“El 2 de agosto de 1914, un día después de que Alemania declarara la guerra a Rusia, Franz Kafka anotó en su diario en Praga: ‘Alemania le declaró la guerra a Rusia. A la tarde, escuela de natación’. Esto no es más que un ejemplo especialmente notorio de que los acontecimientos que la posteridad cataloga como históricos rara vez se aprecian de ese modo en el tiempo real en el que se gestan y entran a escena (…) así sucede que incluso los contemporáneos más brillantes a veces son incapaces de considerar el estallido de una guerra como algo digno de atención que el hecho de que esa misma tarde hayan asistido a un curso de natación”. (Las negritas son mías).
Suena como un encubrimiento de la influencia, hubiera bastado que leyera en el mismo diario unos días antes y después para desmentirse y extraer de ahí otros recursos para completar su educación a partir de la experiencia estética, incluso como recurso de conocimiento de lo real desde del dolor, el placer, la impotencia, la nostalgia, la conciencia de la envidia y, según (pienso) diría Lastra, reconocer a su erzieher.
V. El estilo y el punto de vista
Todo escritor se zambulle en un océano de palabras. Ese mar es la historia de la literatura. No serviría comparar a Welzer con sí mismo, la sinceridad del poeta no es lo que interesa. Dando por cierta su deuda oculta habría que aventurarse y realizar de él una lectura capciosa, rastrear el libro utilizando el método kafkiano de crítica literaria, que era, según su diario, subjetivo, arbitrario y empírico.
Pensar la lejanía del punto de vista junto a la sensación de irrealidad apocalíptica que al lector le provocan los hechos narrados. Los ojos del escritor están allá arriba en el lugar de la objetividad y sus manos, en cambio, acarician en la tersura de su prosa. El relato se pretende científico, y se siente de ciencia ficción, la que suele ser futurista, pero aquí es presente e inmune. Es un gran prolegómeno que avisa de la emergencia, basado en la ciencia, pero a la espera infructuosa de que la teoría explique tamaño estado de situación.
Resulta que el Presidente del Banco Mundial evaluó como muy costosa la reparación de los desastres climáticos y resultaría más rentable y barato, adecuar el circuito económico a las condiciones del clima deteriorado; lo que incluso, incentivaría una nueva revolución industrial (ignorando, acusa Wezler) los efectos catastróficos de las revoluciones anteriores, que agudizan las desigualdades e injusticias masivas. Lo climático se vuelve guerra social. Otra singularidad, es que la naturaleza no conoce la piedad, o tal vez está devolviendo la crueldad, el descuido y la agresión recibida.
VI. Mundo feliz, ya no
Arnaldo Rascovsky, un antiguo psicoanalista porteño de la década de los sesenta, ya pasado de moda, gustaba de explicar varios fenómenos desde el concepto de filicidio.
El 28 de enero de 1978, fue entrevistado por “El País” de Madrid, bajo el título, “El asesinato de los hijos está en el origen de la nuestras culturas”.
Sin aceptar la discriminación que surgiría de la generalización de uno de sus cuentos, sería bueno actualizarlo para graficar por analogía la lógica interna del Banco Mundial.
Aunque no está en el reportaje, Rascovsky contó el caso de una familia que había reclamado infructuosamente la atención de su hijo con problemas graves de crecimiento, solucionables con adecuado tratamiento.
Cuando luego de cierto tiempo le ofrecieron la atención reclamada, los padres contestaron, “Ahora ya no, lo empleamos en un circo y está de gira”. No faltaría aclarar que el enfermo aquí es el planeta y los padres de la catástrofe son los perpetradores y beneficiarios de la crisis climática y de la llamada revolución industrial, en realidad, financiera o post burguesa.
VII. Rentabilidad o supervivencia, la barbarie encubierta
El pensamiento en términos de rentabilidad o de ganar y perder, del llamado desarrollo sostenible, es reducible al alma maniquea de un relato de folletín, de historieta, o cine de Hollywood de la década de los cincuenta, pero con una diferencia: en la realidad ganan los malos.
Como si en la historieta de Superman triunfara Lex Luthor que, como el sospechoso Bush, llegó a Presidente de EE.UU., o el Guasón contra Batman.
O si en la vieja Biblia, venciera Goliat contra David y los fieles de David aceptaran alegres ser súbditos en el reino de Goliat. O, si los adoradores del becerro de oro, mataran o despreciaran a Moisés, que indignado cuando bajó del monte rompió las tablas que Dios le dictó; y el pueblo siguió hasta hoy, feliz en su idolatría.
¿Podrá uno saber? Quizá, es lo que en realidad ocurrió y todos los que están emitiendo ríos de papiro, luego papel, son escribas de Goliat, del Guasón, y Mr. Luthor. Utilizan la llamada “Ideología”, para despistarnos; convenciéndonos, desde entonces, que las cosas no son como aparentan. Eso, hasta que la situación ya revienta por la radicalización de los deterioros (la estupidez como dijo Sartre es uno de los modos de opresión) y para bien o para mal, llega el Dr. Wezler y nos advierte de la verdad. La kryptonita esteriliza al Superhéroe -quien antes, como padre de la patria, encarnaba la legitimidad del monopolio estatal de la fuerza-, ahora, en su lugar (se ve) está la incoherencia del sistema.
Acaece lo de “1984”, la novela de George Orwell, con una variante: el caos, tan temido, habrá de producirse por corrosión del pacto “ficto” -de fictus-, es decir, fingido pero ritualmente útil, manipula la pompa del dominio.
Había sido inscripto como fruto de la verdad revelada por los maestros del poder, que imaginaron la asamblea primordial en un rincón de la selva, donde para calmar sus recíprocos -desconfiados, egoístas, temblores- los hombres, en adulta iluminación (ya que, para Hobbes, el terror a la muerte sería causa válida de contratación), se reunieron y pactaron entre sí hacerse súbditos, ungiendo al Soberano mediante la cesión de una porción de su silvestre libertad. Prometiéndole obediencia, le otorgaron la exclusividad del ejercicio de la fuerza, a cambio de seguridad. Así, el Soberano no fue parte en la contratación y no podrá ser imputado de incumplir el contrato, por lo que goza, a su arbitrio, del poder absoluto.
Es decir, sin el monopolio de la violencia desarrollado en el Leviathan, monstruo protector articulado por Thomas Hobbes, con infinidad de hombrecillos como células que se entraman, trepan y soportan los miembros del Supremo, conformando su cuerpo llamado social, el absolutismo civilizador perdería su unidad, corroyéndose, según señala Welzer, dado que, por presión de la guerra climática sobre las infamias y miserias sociales, sus secuelas y viceversa, cada Señor “emancipa” el acceso a su violencia privada y la paz deja de ser sustentable. Abriendo vía al terrorismo y a la inseguridad.
Aparecen, dice, muchísimos caudillos u ojos y oídos espías de “Hermanos Mayores”, televisores invertidos, en miniatura, diseminados en variados países, ciudades en crisis, y la violencia se barbariza. En cualquier país desarrollado, digamos, tranquilo, como antes New York, puede explotar un avión comercial contra los símbolos capitalistas o una bomba humana musulmana en cualquier restaurante o mercado.
Mientras, pasa lo que se relataba en “El Mundo Feliz” de Aldous Huxley, con franjas de habitantes cuya diversa estupidez innata fue planificada genéticamente y es aprovechada para trabajos despreciados por los nativos puros. Como en el caso actual de los refugiados indocumentados o documentados precariamente, que llegan por miles en pateras, no sólo en Europa sino también en los Estados Unidos saltando los muros fronterizos.
No se muestran estadísticas de historias de amor, o de ensambles familiares mixtos de diferentes entre sí. El odio se presume.
En la novela de Huxley los impulsos sexuales se resolvían por fármacos y máquinas y visores tridimensionales de satisfacción onanista. Como el botox de las redondeces corporales de moda y el imperio de los juguetes eróticos. Un modo “plástico” de la nueva belleza contrasta por las veredas de la ciudad con los esqueletos en harapos juntando trastos.
La elegía cantada por Wordsworth, el poeta fuente de Emerson, según Bloom, parece olvidada en las viejas bibliotecas. El respeto a las arrugas del Anciano Mendigo de Cumberlan, a la tosquedad natural, que lo rodeaba; y a los pajarillos de la montaña, que no se aventuraban aún a acercarse y picotear las migas de la limosna a ellos destinadas, las que caían al suelo en breve lluvia de su mano paralizada. Los pájaros se aproximaban hasta quedar a media distancia de las sobras del Mendigo. Luego, él seguiría su camino en la inhóspita y desierta colina, donde habría de morir en el ojo helado de la naturaleza, solo, libre y lánguido. El poeta conmovido observa, en su paseo, la escena y la caridad organiza a los iletrados aldeanos.
Los efectos en el ecosistema de la maldad del poder y de la enanez cultural, están naturalizados, inmunizados, contra todo asombro. Contados a nivel plano como hecho técnico, la perpetradora es la deficiente racionalidad del devenir, evaluado desde su ineficiencia, desplegado en su calidad de dato. Se siente como la parte escrita de los dibujos de historietas, la que entra en el círculo y la flecha, como pensamiento sin pensador, sin perspectiva ni acústica.
La situación se nos revela desde la estadística hecha literatura, tal vez una nueva alianza. Era una ciencia que había sido instrumentada para la rentabilidad y así es como está el planeta. El miedo al ser lobo del hombre era, según Hobbes, razón lícita para la validez del pacto de cesión de su libertad al soberano quien en ejercicio del poder absoluto monopolizaría la fuerza para bien de todos.
La violencia, alerta el libro, se ha salido ahora del monopolio estatal, o éste incluso, terceriza la represión contratando mercenarios, el asesinato ronda por todos lados, con el peligro adicional de las bombas humanas, de quienes han revertido el sentido del más allá, la relación occidental entre la vida y la muerte.
Es difícil saber cómo Welzer lo logra, pero es poesía estadística, y tal es la cantidad de los que mueren y los que subsisten bajo una miseria inverosímil, que son como corrientes marinas en que los peces caen y se ahogan dentro de la catarata y en su propia agua, con la diferencia que en la figuración es el agua y en la realidad son corrientes tecnológicas, estructuras político sociales, discursos de proyectos, organismos, protocolos, retazos de cultura, uniformes, subterráneos repletos de pasajeros, banderas, charreteras; y los peces, personas, que están siendo domadas por las circunstancias y, antes de morir, matar o matarse, respiran y se alimentan de basura. El papel del humano ignorando su pertenencia a la naturaleza, sintoniza con el concepto de ouroboros, el ser que se alimenta de sí mismo.
El libro sería una especie de inventario inconcluso, la percepción móvil de las formas de auto-aniquilamiento del planeta emprendido por sus dominadores, a partir del colapso de su sustento filosófico.
Desde lo jurídico, como dice Joaquín Meabe, acaece la obsolescencia del concepto de Imperio y la implosión de las organizaciones estatales vigentes, la que parte de lo frágil externo y viaja hacia el núcleo fuerte. El retrato casi amoroso del caos, ralentizado y con variados dueños.
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