La “cortina de hierro” en América Latina:
Bolivia y Guatemala en el traspatio
05/07/2012
- Opinión
“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal (…) Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada (…)”.
José Martí
(“Nuestra América”, Páginas Escogidas, Tomo I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971 p.157).
En América Latina, el impacto de la Segunda Guerra Mundial propició importantes cambios en el orden político, económico y militar, que le otorgaron una peculiar expresión como región del mundo subdesarrollado hasta entonces desconocido. Es ese el escenario en el cual emerge la hegemonía de los Estados Unidos, articulada a través de un complejo sistema de dominación hemisférica que integra, de manera armónica, diversas dimensiones de carácter estratégico. En este contexto, la teoría y la praxis política de las proyecciones hegemónicas estadounidenses se enfrentan a los afanes de independencia de los países de Nuestra América.
Como resultado de las transformaciones económicas, sociales y políticas que a escala internacional produjo la segunda postguerra, se desarrollaran desde principios de 1944, luchas populares que alcanzaron diferente intensidad de un país a otro. Las presiones ejercidas por los Estados Unidos en busca del alineamiento incondicional de los países latinoamericanos a los dictámenes de la “guerra fría”, delimitaron para los mismos un campo de acción con pocas alternativas. Desde mediados de la década de 1950, el panorama político de América Latina comienza a sufrir cambios interesantes; son derrocados regímenes reaccionarios y se frustran los proyectos de la burguesía nacional latinoamericana. De ahí que, la política exterior norteamericana hacia Latinoamérica durante la postguerra -1940 y 1950-, se estructuró en base a preservar las estructuras socioeconómicas existentes en los países del subcontinente. El enfoque doctrinal y práctico que, en el mejor estilo de la “guerra fría” elaboraron para hacer frente a cualquier cambio que modificase tales estructuras fueron: la aplicación del principio de la contención y el principio de la liberación.
En el presente trabajo analizaremos de forma sucinta, dos procesos políticos latinoamericanos que se consideran representativos de la tónica nacionalista de las décadas de 1940-1950, y cuyo fracaso muestra el perfil de la política exterior de los Estados Unidos: la Revolución Boliviana de 1952, y el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala.
I
Los Estados Unidos en la segunda posguerra
Fruto del complejo contexto que desencadenaron los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, las relaciones interamericanas sufrieron una decisiva evolución. La grave derrota que produjo Japón a los Estados Unidos con el ataque a Pearl Harbour obligó a la administración Roosevelt a introducir cambios en su política latinoamericana al percatarse, quizás por vez primera en la historia, del carácter profundamente estratégico de su relación con los vecinos del Sur. Para ganarse el apoyo de los países latinoamericanos, Washington comenzó a implementar nuevos métodos y procedimientos los que con posterioridad, recibieron el nombre de neocolonialistas. Sin embargo, es importante destacar, que esta nueva política estaba lejos de expresar “desinterés” hacia los países de América Latina sino por el contrario, lo principal consistía en que para los Estados Unidos, el valor del apoyo político y material de sus vecinos del Sur en las condiciones de guerra había crecido notablemente. Por otro lado, un papel importante y hasta decisivo desempeñó la presencia de una serie de bases militares situadas en América Latina, en la lucha contra fuerzas navales de las potencias del eje fascista y en el desarrollo de las operaciones militares en África.
De esta forma, según se ha planteado, la derrota del fascismo inspiró la lucha de los pueblos por sus intereses vitales en todo el mundo[1]. En América Latina, bajo el empuje de la rebeldía popular, sucumbieron muchos regímenes dictatoriales relacionados con los imperialistas norteamericanos que durante largos años gobernaron con represión y terror. Se comenzó a manifestar el importante crecimiento de las organizaciones de izquierda en Latinoamérica en reclamo de una mayor democratización de la sociedad, de elecciones libres, a favor de la plena actividad de partidos y sindicatos. Sin embargo, los cambios progresistas en América Latina no les venía bien a los círculos de poder y al establisment de la política exterior y de seguridad estadounidense, quienes comenzaron a desplegar diversas maniobras dirigidas a continuar expandiendo su poderío económico, político, militar, ideológico y cultural hacia diversas regiones de todo el mundo. El telón de fondo de esta estrategia estaba conformado por las diferentes artimañas que desarrollaron para neutralizar o derrotar cualquier acción de otros Estados nacionales -incluyendo las fuerzas políticas, sociales e ideológicas- que fueran percibidas como obstáculos en relación con sus afanes expansionistas.
A pesar de esto, la magnitud de los movimientos populares desarrollados en América Latina durante esta etapa -aunque con un carácter predominantemente espontáneo- obligó a la oligarquía aliada al capital norteamericano a otorgar importantes concesiones a los trabajadores y al pueblo en general. Por esa razón en varios países los partidos comunistas salieron de la clandestinidad, se constituyeron sindicatos legales de carácter nacionalista, el movimiento obrero se fortaleció a escala continental de manera tal que, el II Congreso de la Confederación de trabajadores de América Latina (CTAL) reunió en Colombia en 1944 una parte importante del proletariado latinoamericano representado en centrales sindicales[2].
Según refieren los hechos y el análisis historiográfico, el proceso histórico que se inicia en la segunda mitad de la década de 1940 fue esencial en la consolidación del desarrollo del imperialismo norteamericano, al convertirse, como se mencionaba, en la potencia hegemónica más poderosa del mundo y en el líder del capitalismo a nivel mundial. De esta forma, el fortalecimiento de su estrategia expansionista comenzó a desplegarse en el Sur del Rio Grande y de la península de la Florida, en particular la denominada Cuenca del Caribe. Con el ánimo de solidificar el poderío económico alcanzado en Latinoamérica se efectuó en 1945 en Chapultepec, México, la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz. Mediante el Acta de Chapultepec y de la Carta Económica de las Américas, quedó sellado el compromiso de todos los países latinoamericanos y caribeños que asistieron -con la excepción de Argentina- a apoyar y respaldar el orden económico establecido por los Estados Unidos para culminar el conflicto bélico y reorganizar el sistema político internacional que legaría los vestigios de la Segunda Guerra Mundial[3].
Con el fin de la guerra comenzó el proceso de reconversión industrial en dirección a la producción de bienes de consumo durables; el presidente Truman lanza el multimillonario Plan Marshall expresando el sentido político de su ayuda económica al aumentar considerablemente el flujo de préstamos en dirección a Europa. El Programa de Recuperación Económica generó a los Estados Unidos grandes ganancias en los planos económico y estratégico. Desde el punto de vista económico, el Plan pretendía impedir la posibilidad de una recesión de la economía norteamericana como resultado de la segunda postguerra. Desde el punto de vista político, el propósito consistía en oponerse a la expansión y progreso del comunismo, asociando dicho desarrollo al descontento y la miseria. De esta forma en pocos años se produjo el desarrollo de los centros capitalistas, al salvarlos de las consecuencias del desastre bélico.
Cuando el mundo apenas comenzaba a disfrutar la victoria sobre las potencias fascistas, la situación internacional comenzó nuevamente a complicarse. Los conflictos entre el líder del mundo capitalista y el mundo socialista, bajo la presencia del chantaje atómico, aparecen como los protagonistas principales de la disputa por la hegemonía mundial. La delimitación de las esferas de influencia entre estas dos superpotencias como parte de su política internacional promueve que ambos rumbos se delimiten hacia la consolidación de la hegemonía en sus respectivos bloques. Surge la “guerra fría” en tanto proceso histórico al que le anteceden sucesos en el orden teórico y práctico[4], y se redefine el papel de los Estados Unidos a través de la política del anticomunismo, como el principal responsable de la seguridad del sistema capitalista a nivel internacional. A partir de entonces, América Latina fue el escenario de una ofensiva contrarrevolucionaria promovida directamente por el gobierno norteamericano con el objetivo de frenar las conquistas democráticas logradas por las masas populares y los gobiernos de corte nacionalista al calor de la victoria contra el fascismo. Los centros de pensamiento académico norteamericano buscaban legitimar y fundamentar en el orden doctrinal, una política hacia América Latina que subordinaba la solución de los conflictos nacionales al impacto que su resolución pudiese tener para el balance global de poder de Estados Unidos con la Unión Soviética[5].
Como es sabido, la Segunda Guerra Mundial dio un gran impulso al desarrollo económico de algunos países latinoamericanos dadas las demandas de aquellos que estaban envueltos en el conflicto, lo cual contribuyó a aumentar las exportaciones y generó reservas de oro y divisas. El sector agropecuario se reanimó, también el minero, de forma tal que la burguesía sudamericana amplió su acumulación de capital canalizado en países cuyo desarrollo económico era relativamente mayor (Brasil, México, Argentina entre otros). No obstante, la preocupación fundamental de los Estados Unidos en relación con Latinoamérica al inicio de la “guerra fría”, se concentraba en la disponibilidad (o no) de los recursos naturales de la región en caso de un enfrentamiento con la URSS.
Dada esta situación, la administraciónTruman -como parte de la nueva agenda de seguridad nacional-, realizó en el plano estratégico, una serie de acuerdos y tratados cuyo objetivo era avalar su presencia militar en regiones consideradas vitales para la seguridad del mundo “libre”, y con ello detener la expansión del comunismo. De esa forma en 1947, se firma el Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca (TIAR), conocido como “Tratado de Río de Janeiro” -la primera de las alianzas político-militares regionales constituidas por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial-, en 1948 se crea la Organización de Estados Americanos (OEA) -piedra angular del panamericanismo que completa la institucionalización del sistema interamericano-, en 1949 se configura la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y en 1954 la Organización del Tratado del Sudeste Asiático (OTASE). A partir de entonces, los países latinoamericanos quedaban obligados a romper sus vínculos con la Unión Soviética y el campo socialista y en consecuencia, apoyar a los Estados Unidos en caso de un eventual conflicto con la URSS. Como nunca antes, América Latina se reconocía parte de unestrecho y sólido bloque de apoyo a la política exterior norteamericana.
La emergencia del mundo bipolar y el conflicto sistemático con la Unión Soviética determinaron un nuevo perfil de las alianzas y conflictos, donde elegir entre el modo de vida norteamericano o el de la URSS fue el telón de fondo a partir del cual se estructuró el trato dado a los países latinoamericanos[6]. De ahí que, en el área latinoamericana se aplicara en forma rigurosa la estrategia de contención que sirvió de base al diseño internacional norteamericano de la “guerra fría”. Las diversas situaciones nacionales fueron analizadas según su impacto en el balance global entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin dudas, a los círculos de poder estadounidense le preocupaban algunos procesos latinoamericanos que representaban la tónica nacionalista de las décadas de 1940-1950, cuyo fracaso evidencia el contenido y la expresión de la política exterior de los Estados Unidos durante la primera etapa de la “guerra fría”. Fue este contexto el caldo de cultivo para quelos norteamericanos, en estrecha alianza con las oligarquías y gobiernos entreguistas locales, desplegaran una contraofensiva contra los pueblos y contra algunos gobiernos progresistas de América Latina y el Caribe.
II
La Revolución Boliviana
Según se aprecia en el estudio y análisis sociohistórico de la literatura concerniente a este período, Bolivia fue la única nota discordante en la estrategia trazada por la política exterior norteamericana durante el apogeo de la primera etapa de la “guerra fría” en América Latina. Es preciso apuntar que, durante la década de 1930, comenzaron a manifestarse los primeros síntomas o efectos de la crisis económica, política y social iniciada con la caída de los precios internacionales del estaño a partir de 1929, y la derrota frente a Paraguay en la Guerra del Chaco durante los años 1932-1935. En los primeros años del siglo XX, Bolivia consolida su posición como segundo productor mundial de estaño, tanto así, que al llegar al año 1930 era la responsable del 74% de las exportaciones. Como es sabido, el control de la producción de estaño estaba concentrado en tres grupos privados denominados los “barones del estaño”, quienes alimentaban el status que a nivel político presentaba Bolivia desde el punto de vista de la estabilidad institucional en que gobiernos conservadores, republicanos y liberales se conservaban en el poder. La llamada “rosca minera”[7] pasó a convertirse en la oligarquía que ejercía el control político del país, junto al apoyo dado por el Ejército en su función de institución al “servicio” del Estado.
La derrota de la guerra del Chaco -cuyo motivo según se ha planteado fue la pretensión boliviana de tener acceso al río Paraguay a través del Chaco[8]-, la agudización de la crisis, la pérdida de territorios entre otros acontecimientos, provocaron el descrédito del Ejército y de los barones, dando como resultado el surgimiento de grupos militares nacionalistas que comenzaron a conspirar políticamente contra los sectores dominantes. De esta forma e indistintamente, aumenta la sección sindical de los trabajadores al crear en 1937 la Central Sindical de los Trabajadores Bolivianos. Por otro lado, en el año 1934 se funda el Partido Obrero Revolucionario (POR) de orientación trotskista; en 1940 el Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR) -vinculado a la Tercera Internacional- y en 1941 el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), quienes contaban con el apoyo de los sectores nacionalistas del Ejército y de la clase media boliviana.
Los golpes militares de esa década en Bolivia, primero el del coronel David Toro (1937) y con posterioridad Germán Busch (1937-1940), dejan como herencia que los grupos nacionalistas del Ejército intenten modificar el rumbo del país. Toman como punto de partida, la necesidad de otorgarle al Estado un mayor control sobre la sociedad boliviana y sus recursos económicos, y con ello dejar atrás un modelo económico que para entonces resultaba inoperante. Sin embargo, en 1940 un golpe militar destituye al gobierno de Busch y restaura en el poder a los sectores dominantes tradicionales que enmarcan un clima de inestabilidad política y económica en el período comprendido entre 1940-1951. A fines de 1943, los miembros del MNR y RADEPA[9] enarbolaron un golpe de estado que llevó a la presidencia al coronel Gualberto Villarroel. Éste, rodeado de oficiales nacionalistas y miembros del propio MNR, comenzó a desarrollar un amplio plan de medidas reformistas con el objetivo de fortalecer el papel desempeñado por el Estado y a generar un beneficio social más amplio.
En julio de 1946, con el respaldo estadounidense, fue violentamente derrocado el gobierno de Gualberto Villarroel después de lo cual retornaron al poder los “viejos generales masacradores de mineros”[10]. Así comenzó la ola de represiones contra todos los miembros reconocidos del MNR, la disminución de salarios y la creciente inestabilidad política que de forma tradicional, había caracterizado a Bolivia. Sin embargo, cuando Mamerto Urrolagoitía, sucesor de Enrique Hertzog -candidatos ambos de la oligarquía y del imperialismo anglosajón- convocó a elecciones generales en 1951, la victoria fue ganada por la coalición MNR, Partido Comunista (recién fundado en 1950) y POR, encabezado por Víctor Paz Estensoro. La insurrección popular que se desató en abril de 1952 para subvertir la situación política y derrotar la Junta Militar que se estableció en el poder como un autogolpe propiciado por el gobierno de Urrolagoitía y conocido como el mamertazo, colocó en su lugar al real vencedor de las elecciones.
De esta forma, el nuevo gobierno conformado por el MNR, cuyas figuras principales eran Víctor Paz Estensoro y Hernán Siles Suazo, desarrolló un grupo importante de medidas -fruto de su programa nacionalista- que señalizaban una ruptura con el pasado. La nacionalización de las minas y con ello la eliminación del poder económico de la oligarquía minera, la creación de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) que concentra en el Estado la gestión de los recursos minerales, la implementación de la reforma agraria que acabó con el latifundio y liquidó a la oligarquía rural como clase, la ampliación de la participación de los analfabetos, la liquidación del Ejército y la creación en su lugar del “Ejército de la Revolución”, constituyeron cambios estructurales que, para entonces, no debían ser traspuestos.
De su breve estancia en Bolivia durante el contexto que se analiza, Ernesto Guevara le escribe a su amiga Tita Infante en septiembre de 1953: “Bolivia es un país que ha dado un ejemplo realmente importante a América (...) el gobierno está apoyado por el pueblo armado, de modo que no hay posibilidades de que lo liquide un movimiento armado desde afuera y sólo puede sucumbir por sus luchas internas”.[11] En efecto. Pese a todo, el proceso boliviano no tardó en quedar neutralizado en sus perspectivas democrático- burguesas y antiimperialistas por el cerco norteamericano y las propias vacilaciones de los grupos pequeño – burgueses del MNR que la dirigían. En el año 1953, visita Bolivia Milton Eisenhower, hermano del presidente D. Eisenhower y su consejero personal en asuntos latinoamericanos, y con ello se inicia el proceso de descomposición de la Revolución Boliviana asesorado especialmente por los Estados Unidos.
En esa fecha, el Ejército es reestructurado y la mayoría de los nuevos egresos del Colegio Militar pasan a recibir entrenamiento en los programas del Pentágono en el Canal de Panamá. Se firmó también un “Convenio de asistencia económica” que le permitía a Bolivia recibir algunos excedentes agrícolas norteamericanos y a cambio, el MNR abandonó la política nacionalista en cuestiones petroleras que para 1955 ya le otorgaban concesiones a empresas norteamericanas para la explotación del subsuelo. El nuevo Código del Petróleo otorgó más de once millones de hectáreas[12] a empresas extranjeras que benefician especialmente a la Bolivian Gulf Company.
La política entreguista de Paz Estenssoro fue continuada por su sucesor Hernán Siles, quien en 1956 implementó un plan de estabilización monetaria negociado por el Fondo Monetario Internacional. Fue el primer país latinoamericano en hacerlo y dicho plan implicó un deterioro aún mayor de los indicadores sociales, facilitando la penetración del capital extranjero y sus posibilidades de obtener ganancias. Al final de su mandato, Siles Suazo fue sucedido por Paz Estensoro en su segundo período en 1960. El apoyo fundamental con que cuenta es con el Ejército, representado en su vicepresidencia por René Barrientos. Éste en el año 1964 y en medio de protestas populares por el gobierno de Paz, protagoniza un golpe de estado que puso fin a una revolución que desde hacía mucho tiempo había concluido. Se inicia así un ciclo de inestabilidad institucional en el cual las Fuerzas Armadas asumen el papel principal en el control del poder político en Bolivia.
III
La intervención norteamericana en Guatemala
En Guatemala sin embargo, la Revolución de 1944 puso fin a la dictadura oligárquica y proimperialista de Jorge Ubico (1931-1944), títere de la UFCO. Se crearon así, las condiciones para que se estableciera un verdadero régimen democrático, cuyos objetivos fueron plasmados en la constitución de 1945. Dado el carácter de las fuerzas populares que la promovieron, los profundos cambios que desarrollaron en los planos sociales, políticos y económicos, la Revolución Guatemalteca lleva el sello de democrático-burguesa, agraria y antiimperialista[13].
Sin embargo, las nuevas reglamentaciones electorales, laborales y de seguridad social, la creación del Banco Central y con ello el control de la distribución del crédito, la estimulación a partir del Estado de la actividad económica privada, la aplicación del Código de Trabajo, la elaboración de una política exterior independiente entre otras medidas bajo la presidencia de Arévalo (1945) propició, que en 1950, la United Fruit Company, -para esa época la mayor empresa al tener bajo su control casi toda la producción de plátanos, el transporte por barco y por tren, así como los más importantes puertos del país[14]- al ser afectada por estas medidas, desarrollara una campaña de opinión pública en los Estados Unidos contra el gobierno de Arévalo.
El telón de fondo de dicho descrédito radicaba en los “peligros de la penetración del comunismo en Guatemala”. Con el ascenso de Jacobo Arbenz a la presidencia (1951-1954), y el enfoque radical que le otorgó a las reformas iniciadas por el presidente anterior -énfasis en la modernización y diversificación de la agricultura, el desarrollo económico del país, la ruptura de los monopolios norteamericanos en lo concerniente a transporte y electricidad, junto a la promulgación de la ley de reforma agraria- hizo que la confrontación con la UFCO se volviera más altisonante para el gobierno de los Estados Unidos quienes abogaban por la defensa de los intereses de la compañía. Guatemala se convirtió entonces en blanco de ataque directo de los Estados Unidos.
De esa forma, el cerco contra Guatemala organizado por el imperialismo se fue cerrando cada vez más de manera que, en agosto de 1953, la administración republicana de Eisenhower -quien mostró una efectiva continuidad de la política esencial de Truman al atenerse a los principios básicos de la contención del comunismo- aprobó la “Operación Éxito”, plan dirigido, organizado y financiado por la CIA para derribar el gobierno de Arbenz. El argumento era combatir la infiltración del comunismo internacional en América Latina a través de Guatemala y los peligros que eso representaba para la seguridad de la región. De esta forma, el gobierno de Eisenhower aprovechó la agresión para sustituir el principio de no intervención por el derecho de intervención en las normas del sistema interamericano. Esta situación fue denunciada por los Estados Unidos en la OEA (tercer componente y núcleo fundamental del actual sistema interamericano) y en la ONU, creando campañas en los medios de comunicación y en la opinión pública norteamericana de manera tal que, durante ese año, se creó un “Ejército de Liberación” formado por mercenarios con base en Honduras y Nicaragua.
Las vacilaciones de Jacobo Arbenz, quien nunca se decidió a darle armas al pueblo, junto a la traición de amplios sectores de las fuerzas armadas comprometidos con los intereses de la Embajada norteamericana, produjo que el día 18 de junio, “aviones procedentes de Honduras cruzaron las fronteras con Guatemala y pasaron sobre la ciudad, en plena luz del día ametrallando gente y objetivos militares (…) luego de pasar estos aviones, tropas al mando del Coronel cantillo Armas, emigrado guatemalteco en Honduras, cruzaron las fronteras avanzando sobre la ciudad de Chiquimula.”[15]. El 27 de junio, el embajador de los Estados Unidos en el país anunció que la sustitución de Arbenz por una junta militar haría cesar la guerra con carácter inmediato.
Resulta esclarecedor el análisis que realizara Ernesto Guevara en su paso por la Guatemala de 1954: “Una terrible ducha fría ha caído sobre todos los admiradores de Guatemala. En la noche del domingo 28 de junio el presidente Arbenz hizo la insólita declaración de su renuncia. Denunció públicamente a la frutera y a los E.U como los causantes directos de todos los bombardeos y ametrallamiento sobre la población civil (…) Arbenz renunció frente a la presión de una misión militar norteamericana que amenazó con bombardeos masivos y con la declaración de guerra de Honduras y Nicaragua lo que provocaría la entrada de Estados Unidos”[16]. El 8 de julio de 1954 asume el poder la dictadura títere del teniente coronel (con posterioridad auto ascendido general) Carlos Castillo Armas. Con posterioridad a la instalación de Armas -quien había sido reclutado por la CIA- regresó al país el jefe de la policía secreta del dictador Jorge Ubico quien creó el Comité Nacional de Defensa contra el Comunismo y emitió la Ley Preventiva Penal contra el Comunismo. De esta forma se puso fin a uno de los procesos de transformaciones revolucionarias más importantes en la historia de ese país.
En el mes de marzo de 1999, el presidente Clinton en un recorrido realizado por países de la América Central hizo un pedido de disculpas oficial al pueblo guatemalteco por la injerencia en los asuntos internos del país durante la Guerra Fría:“ (…) para los Estados Unidos, es muy importante que yo diga claramente que el soporte a fuerzas militares y unidades de Inteligencia que se envolvieron en la difusión de la violencia y de la represión fue errado, y que los Estados Unidos no deben repetir ese error”[17]. Lo cierto es que, como se sabe, las tendencias y características de aquel fenómeno o período tipificaron el escenario que le sigue a la década de 1990, pero sobre todo a la de hoy, teniendo en cuenta las guerras del Golfo Arábigo - Pérsico, la guerra de Kosovo, y las que aun están en curso, como las de Afganistán e Irak. De tal manera que los Estados Unidos, a pesar de la retórica que utilicen para legitimar su hegemonía a través del consenso y la cultura política, continúan recurriendo a enfoques similares en la instrumentación de su política exterior y militar que, en el mejor estilo de la guerra fría, expresa la vigencia de atender a la luz del presente, aquel complejo proceso histórico.
IV
A modo de conclusiones
Se pudiera plantear entonces que, durante el periodo de la segunda postguerra,las instancias que formularon la política exterior estadounidense hacia América Latina no intentaron trabajar con visiones articuladas o proyectos específicos. Ello sólo se produjo cuando sintieron sus intereses amenazados globalmente por algún proceso en la región o cuando estos llegaron a tener cierto impacto electoral[18]. En esos casos se formularon propuestas como la Alianza para el Progreso del presidente John F. Kennedy, cuyo propósito era evitar la propagación de la naciente Revolución Cubana, a través de concertaciones con los Partidos Socialdemócratas y en general, con fuerzas políticas de orientación reformista que con anterioridad se habían atacado. En general, la relación entre los Estados Unidos y América Latina fue de una normalidad basada en la subordinación o el acatamiento de los países de la región a los lineamientos de las políticas implantadas en Washington.
En la práctica, los Estados Unidos ayudaron a establecer o apoyaron, muchos regímenes dictatoriales con el argumento de hacer prevalecer sus intereses nacionales. El ejemplo más significativo de esta línea doctrinal y práctica fue el patrocinio a las llamadas “dictaduras militares de seguridad nacional”, mucho más represivas y sistemáticas que las tradicionales. De esta forma, bajo el telón de fondo de la llamada “Doctrina de Seguridad Nacional” -en realidad una contraideología del comunismo-, se instauraron en los años sesenta y setenta, regímenes militares en Brasil, Bolivia, Uruguay, Argentina y Chile quienes, sobre la base de un diseño de terrorismo de Estado, tenían como parte de sus propósitos, liquidar los organismos políticos y sociales disidentes con las pautas del modelo económico neoliberal que se intentaba implantar.
Una mirada al pasado a la luz del presente arrojaría que, en comparación con la primera etapa de la “guerra fría”, el actual panorama mundial es percibido por el establisment norteamericano como menos conflictivo y peligroso. Sin embargo, un problema que ocupa un espacio interesante en la agenda de seguridad nacional de los Estados Unidos es la prevención de nuevos incidentes, teniendo en cuenta el perfil que ha adquirido el terrorismo en los últimos años, la existencia de mayores facilidades de acceso a armas de destrucción masiva y el desarrollo de los medios de comunicación electrónica, todo lo cual tiende a hacer más vulnerables los sistemas nacionales de defensa. En relación con los Estados Latinoamericanos, las principales preocupaciones con la seguridad hemisférica están asociados a la inestabilidad económica y excesiva dependencia del financiamiento exterior, aumento de la pobreza y de la exclusión que estimula la migración interna -hacia los centros urbanos- y externa -hacia los Estados Unidos-, crecimiento del narcotráfico y la criminalidad, así como un debilitamiento de la capacidad coercitiva del poder público[19]. En este sentido, los gobiernos norteamericanos tratan de presentar sus verdaderos intereses hegemónicos en América Latina bajo el pretexto de la “amenaza” que representan las fuerzas terroristas (reales, potencias o artificiales) para los propios países y para el continente en su conjunto.
Por ello, en el análisis de coyunturas sociopolíticas, en el diseño de tácticas y estratégicas para lograr la emancipación e integración de los pueblos de América Latina, es importante no olvidar que, “antes, durante y después de la guerra fría, los Estados Unidos adoptan, en la caracterización y combate a sus enemigos, la lógica de la lucha de clases, asumiendo el principio de que la realización plena de los objetivos de una parte (“destino manifiesto”) presupone la eliminación de la otra parte (“Estados desgarrados de la civilización”). En tanto esto no se hace efectivo, la lucha es permanente”[20].
Referencias bibliográficas
Ayerbe, F: «Los Estados Unidos y la América Latina. La construcción de la hegemonía», Premio Casa de las Américas, Fondo Editorial, 2001.
Glinkin. A: «El latinoamericanismo contra el panamericanismo», Editorial Progreso, Moscú, 1984.
González, R: «Estados Unidos: doctrinas de la guerra fría, 1947-1991», Centro de Estudios Martianos, 2003.
Guerra, S: «Historia de América Latina y el Caribe IV; Selección de Lecturas, Colectivo de Autores, Editorial Félix Varela, La Habana, 2004»
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Hernández, J: «Seguridad Nacional y Política Latinoamericana de Estados Unidos», Centro de Estudios sobre Estados Unidos, 1988.
Maira, L: «Las relaciones entre América Latina y Estados Unidos: balance y perspectivas» en http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/sursur/politica/PICuno1.pdf. Consultado el día 10 de diciembre de 2010.
Marti, J: «Nuestra América», Páginas Escogidas, Tomo I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971.
Suarez, L: «Un siglo de terror en América Latina», Editorial Ocean Sur-Ocean Press, 2006.
- Milena Hernández (La Habana, 1986). Psicóloga, investigadora del Centro de Estudios Che Guevara.
[2] Ver Sergio Guerra, en Historia de América Latina y el Caribe IV; Selección de Lecturas, Colectivo de Autores, Editorial Félix Varela, La Habana, 2004, p. 61 .
[3] El objetivo real que se perseguía en la Conferencia de Chapultepec no respondía a operaciones militares ni la cooperación económica en aras de la victoria sobre el fascismo, sino el posterior afianzamiento de las posiciones del imperialismo norteamericano en el Hemisferio Occidental y la creación de un bloque político-militar de los países de América Latina.
[4] Los antecedentes más prominentes al respecto están ubicados entre los años 1946-1947 a partir del telegrama de las ocho mil palabras enviado por George Kennan el 22 de febrero de 1946; la intervención de Winston Churchil en Missouri, el 5 de marzo del mismo año; el discurso del presidente Truman el 12 de marzo de 1947 y la exposición del entonces secretario de Estado George Marshall en la Universidad de Harvard el 5 de junio del mismo año.
[5] Véase Jorge Hernández: «Seguridad Nacional y Política Latinoamericana de Estados Unidos», p.85.
[6] Un análisis más detallado en torno a esta temática se encuentra en Luis Maira Aguirre, « Las relaciones entre América Latina y Estados Unidos: balance y perspectivas», p. 6.
[7] El más poderoso de los tres grupos privados a los cuales se les conocía como la “rosca minera” estaba liderado en primer lugar por Simón Patiño, quien detentaba casi el 59% en 1929, en segundo lugar Mauricio Hotchschild con el 10% y en tercer lugar Felix Aramayo con el 5%.
[8] Con posterioridad se acusó a la Standard Oil Company (en disputa con el monopolio ingles Royal Cutch) de haber influido en la decisión de declarar la guerra a Paraguay con el objetivo de hacerse del control de los ricos yacimientos de petróleos ubicados allí para su producción en Bolivia.
[9] Grupo de oficiales del Ejército boliviano, herederos de las ideas nacionalistas de Germán Busch y organizados en la logia militar Razón de Patria.
[10] Luis Suarez: «Un siglo de terror en América Latina», p.225.
[11]Ernesto Guevara: «Otra vez», p. 108.
[12] Luis Fernando Ayerbe: «Los Estados Unidos y la América Latina. La construcción de la hegemonía», p. 110.
[13] En la Revolución Guatemalteca pueden definirse claramente dos etapas. La primera que se extendió hasta 1951 en la cual predomino la línea nacional-reformista impuesta por el presidente Arevalo y los sectores burgueses y pequeño-burgueses más moderados, y la segunda etapa bajo la presidencia de Arbenz de 1951 a 1954 durante el cual el proceso se radicalizó al ceder a los reclamos de las clases oprimidas, Así, el gobierno se reoriento hacia el nacionalismo revolucionario. Para profundizar en este tema véase Sergio Guerra: « Breve historia de América Latina», p. 239-240.
[14]Consultar Luis Fernando Ayerbe: «Los Estados Unidos y la América Latina. La construcción de la hegemonía», p. 114.
[15] Ernesto Guevara: «Otra vez», p. 52-53.
[16] Ernesto Guevara: « Otra vez»,p. 66-67.
[17] Luis Fernando Ayerbe: «Los Estados Unidos y la América Latina. La construcción de la hegemonía», p. 124, citado por Falcoff, 1999, p. 42.
[18] Luis Maira Aguirre, « Las relaciones entre América Latina y Estados Unidos: balance y perspectivas», p. 8.
[19] Luis Fernando Ayerbe: «Los Estados Unidos y la América Latina. La construcción de la hegemonía», p. 124, citado por Falcoff, 1999, p. 305.
[20] Ibídem, p. 313.
https://www.alainet.org/es/articulo/159359?language=es
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