Construir alternativas

12/03/2012
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El panorama general a largo plazo es inquietante. No se trata concentrarse solamente sobre la crisis financiera, que puede encontrar soluciones a medio plazo, dentro de la lógica del capitalismo. Así, una combinación entre medidas neo-liberales y un endurecimiento de la lucha de clases, de parte de los dominantes, permitiría hacer pagar la crisis por las clases subalternas y medias. Entonces, el capitalismo podría salir triunfante, mostrando su facultad de superar las crisis a medio plazo, y burlándose de las protestas de los trabajadores y de los indignados. Por otra parte, es probable que si las recomendaciones de la Comisión Stiglitz 1 sobre la crisis financiera y monetaria mundial habían sido aceptadas, la agravación de la situación de 2011 no habría tenido lugar.
 
Sin embargo, varios análisis de la evolución de la economía mundial, apuntan a una erosión progresiva del modelo de desarrollo capitalista. Afirman que el capitalismo ha terminado su papel histórico de desarrollo de las fuerzas productivas, construyendo contradicciones tales que lo llevan a una “muerte anunciada” (Samir Amin, Jorge Berstein, Immanuel Wallerstein, y otros).
 
La reflexión exige tener en cuenta el conjunto de la realidad, con una perspectiva holística, contraria a la visión del capitalismo que se concentra sobre la acumulación. Según Karl Polanyi, el capitalismo desenclavó la economía de la sociedad, para después imponer su propia lógica del valor, es decir la mercancía como perspectiva universal. Solamente la reintegración de la economía en la sociedad podrá resolver las contradicciones. Es eso que hemos querido expresar, utilizando el concepto de Marx, el valor de uso y promoviendo su carácter privilegiado sobre el valor de cambio.
 
Hoy en día, un factor que interviene de manera central, es la relación con la naturaleza. La consciencia que la tierra no es un recurso inagotable, especialmente en materia de energía, el conocimiento más preciso de los daños irreversibles a los eco-sistemas debidos a la actividad industrial, al tipo de agricultura, al consumo irracional, constituyen factores nuevos que cuestionan el modelo de desarrollo humano prevalente desde los últimos 500 años.
 
Regulaciones versus alternativas
 
Frente a esta situación, aparece más y más claro que las regulaciones no bastan. Es la lógica del sistema que está en cuestión. Sin duda un discurso apocalíptico no sirve para la acción. Es el rigor del análisis que puede orientar el futuro y crear un sentido de la urgencia de soluciones radicales. Es la razón por la cual hemos empezado este trabajo por un panorama de los múltiples aspectos de la crisis, que se combinan, todos finalmente en referencia a la lógica del capitalismo.
 
Muchas regulaciones fueron propuestas en instancias internacionales, como las Naciones Unidas, pero el sistema aún no está capaz de aceptarlas. Menos todavía alternativas. La Comisión Stiglitz propuso una reforma de los organismos financieros internacionales (Banco Mundial, FMI) y de la OMC y la constitución de un Grupo de Expertos permanente para prevenir las crisis (única medida aceptada por la Conferencia de las Naciones Unidas). Ella recomendó también la creación de un Consejo de Coordinación Económica Global a la par del Consejo de Seguridad (pero con un funcionamiento democrático), la organización de un sistema global de reserva, para ir a contra de la hegemonía del dólar como moneda de referencia, la institución de una fiscalización internacional, la abolición de los paraísos fiscales y del secreto bancario, y finalmente una reforma de las agencias de certificación.
 
Al contrario, la OMC y la Unión Europea como muchos países siguiendo la lógica capitalista, siguieron promoviendo medidas pro-cyclicas (diminución de las políticas sociales, por ejemplo) acentuando el desastre económico. Eso es el resultado de un “capitalismo de generalización de monopolios”, como escribe Samir Amin2, que impone sus soluciones políticas.
 
Frente a la crisis climática, las Naciones Unidas organizaron varias conferencias: Rio de Janeiro, Kyoto, Copenhague, Cancún, Durban, sin hablar de las conferencias específicas sobre los océanos, la biodiversidad, etc. Medidas precisas fueron propuestas para reducir la emisión de gases invernaderos y disminuir la destrucción ambiental. Las naciones industrializadas frenaron las decisiones o rechazaron todo tipo de compromiso internacional (los Estados Unidos de América en particular). En este sector también, las regulaciones aceptables tienen sus límites: deben ser “markets friendly”.
 
La crisis alimentaria, como lo indica muy bien Jean Ziegler3, es el fruto de la lógica del sistema económico. En un mundo que nunca ha producido tanta riqueza, no se encuentra la necesaria voluntad política para la aplicación de medidas eficaces. Al contrario, los Estados Unidos, por ejemplo, con menos sobre-producto agrícola, está disminuyendo su ayuda al Programa de las Naciones Unidas para la Alimentación (PAM). La integración de la agricultura en la lógica del capitalismo monopolístico exige una concentración creciente de las tierras, el desarrollo del monocultivo, la desaparición de la agricultura familiar y acentúa a largo plazo el problema alimentario.
 
La crisis social debida al crecimiento de las desigualdades pide como soluciones reformas estructurales, agrarias, financieras, políticas, que van más allá de la posibilidad de aceptación de las burguesías. El sistema que ellas dominan es tan dogmatico que se tolera solamente regulaciones ligeras y provisionales: programas de lucha contra la pobreza para reducir la presión social, medidas ecológicas cuando la destrucción ambiental afecta la tasa de ganancia. Las clases dominantes son convencidas que con eso el crecimiento seguirá, evidentemente un crecimiento en forma de copa de champagne, como lo indica el grafico de la distribución de la riqueza en el mundo, realizado por el PNUD y que pone en evidencia su concentración creciente en las categorías más altas.
 
Pero, entre tanto, hay un precio a pagar. Este podría ser tan alto que sea socialmente y ecológicamente insoportable. Es por eso que, en una perspectiva histórica a largo plazo, se plantea la necesitad de alternativas. En otras palabras, se debe definir un nuevo paradigma del desarrollo humano. La situación actual afecta los fundamentos de la vida en el planeta y en particular de la vida humana. Se trata (1) de la responsabilidad del género humano frente a la supervivencia de la tierra, (2) de la manera de producir la bases materiales de la vida, (3) de la organización colectiva social y política y (4) de la lectura de la realidad y su ética de la construcción social (la cultura). Redefinir un nuevo paradigma pasa por la revisión de estos cuatro elementos.
 
Evidentemente optar por alternativas al sistema actual y proponer un nuevo paradigma del desarrollo humano, no impide la adopción de medidas para resolver problemas inmediatos, que son productos de la lógica capitalista. Es en este sentido que Rosa Luxemburgo propuso una visión dialéctica de la relación entre reformas y revolución. Así, no se puede despreciar las políticas sociales que tratan de remediar a los efectos del neo-liberalismo y regresaremos sobre el tema más allá. Para encontrar una solución, teórica como práctica, se debe replantear la cuestión de la transición.
 
La transición
 
Como se sabe, Carlos Marx aplicó el concepto de transición al pasaje entre el feudalismo y el capitalismo, mostrando cómo, poco a poco, las formas del primero fueron incapaces de asegurar las condiciones de la supervivencia social y de su progreso y como nuevas formas nacieron hasta transformar el conjunto del modo de producción y de la formación social. La situación hoy en día es diferente, porque si el capitalismo ha desarrollado contradicciones nuevas y si algunas formas del socialismo aparecen, el proceso debe ser planificado para acelerarlo. No tenemos el tiempo de una evolución paulatina. La transición debe organizarse, teniendo en cuenta las relaciones de poderes existentes y el estado de las fuerzas de producción, pero no solamente como un proceso, sino como una lucha.
 
Por eso, la cuestión fundamental es la definición de la meta: se trata de la transición hacia un nuevo paradigma para realizar el Bien Común de la Humanidad, es decir la producción, la reproducción y el mejoramiento de la vida. Eso contradice fundamentalmente la meta del capitalismo, no solamente en materia económica (la universalidad de la ley del valor), sino también en la política (el Estado al servicio del mercado) y en la cultura (el individualismo consumidor). La transición es necesariamente un proceso que toma tiempo. No solamente, el capital, como poder económico monopolístico, es capaz de incitar a la guerra (aún a la amenaza nuclear) de sacrificar millones de personas por el hambre y de corromper las instancias políticas del mundo entero para asegurar su predominancia, sino que su lógica ha penetrado la cultura, aún de las clases inferiores y de las organizaciones de trabajadores, lo que le asegura el ejercicio de una verdadera hegemonía.
 
Para continuar la reflexión sobre la transición, es importante analizar los procesos en curso. De hecho, las medidas que hoy se llaman transición son consideradas de dos maneras diferentes: o como pasos hacia un nuevo paradigma o como una adaptación del sistema existente a nuevas exigencias ecológicas y sociales. No es el vocabulario utilizado que hace la diferencia entre las dos tendencias, sino las políticas reales. En los dos casos se pueden utilizar los conceptos de transición al socialismo, de Socialismo del Siglo XXI, del “Buen Vivir”, aún de revolución, pero con contenidos diferentes en el plan político.
 
Lo que se vive en América latina, con los regímenes progresistas, plantea claramente el problema, con diferencias según los casos. Hay los países que optaron por una solución netamente social demócrata, donde el capitalismo es la herramienta del crecimiento económico, incluyendo el capitalismo financiero nacional e internacional y donde la justicia social se traduce por programas de redistribución social, a menudo importantes y eficaces, de una parte de la plusvalía, (Brasil, Argentina, Nicaragua).
 
Otros, con un discurso más radical, tienen también programas sociales importantes, hasta consagrarlos el 10 % del presupuesto nacional, aumentan la recaudación fiscal, pero no buscan un nuevo paradigma de desarrollo. Persiguen, por convicción o por fuerza, un modelo extractivo de creación de riqueza, una dependencia tecnológica y financiera de las empresas multinacionales, favorecen el monocultivo, especialmente para producir agro-combustibles, siguen políticas ventajosas para grupos sociales que poseen la banca y ciertos negocios internos y externos. El pragmatismo orienta muchas decisiones. Tal vez, como lo decía Alvaro Garcia Linera, el vice-presidente de Bolivia, porque el capitalismo tiene todavía por lo menos 100 años de vida.
 
De hecho, se aproximan a una adaptación post neo-liberal del capitalismo frente a nuevas demandas, por el medio de un Estado reconstruido y con varios grados de participación popular (Ecuador, Bolivia, y en parte Venezuela). Comparado con el pasado o con países netamente pro-capitalistas (México, Chile, Colombia) es evidentemente un progreso altamente apreciable y frente a las opciones de las derechas, no se puede equivocarse de posición política.
 
Los logros obtenidos, en parte gracias a la coyuntura económica internacional (los precios de los recursos naturales, situación que sin embargo consolida el lugar del continente en la división internacional del trabajo) y en parte por políticas sociales y culturales audaces, no se pueden negar. Hacer salir de la pobreza millones de personas es un resultado positivo, porque los hambrientos no sufren ni mueren a medio o largo plazo, sino hoy mismo. Sin embargo, eso no significa necesariamente la adopción de un nuevo paradigma. Tales políticas pueden inscribirse dentro de la lógica del capitalismo, como acciones anti-cyclicas de tipo neo-keynesiano.
 
Otra perspectiva es vincular las políticas sociales con transformaciones estructurales post-capitalistas efectivas: reformas agrarias, respecto de la naturaleza, participación popular y democracia participativa, recuperación de la soberanía sobre los recursos naturales, apoyo a la agricultura familiar, control popular de los principales medios de producción, soberanía alimentaria, reconocimiento efectivo de las culturas e identidades indígenas, regionalización de las economías, etc. En este caso, la transición revestí un otro sentido.
 
Es evidente que no se puede pedir a Venezuela cerrar inmediatamente sus posos de petróleo, aún si se sabe que esta actividad contribuye a producir más gases invernaderos, ni a Indonesia de destruir mañana todas las plantaciones de palma, ni a Bolivia de cerrar todas sus minas, ni al Ecuador de pensar que desarrollar una actividad minera podría subvenir a la pronta diminución de la producción petrolera, como fuente de recursos para las políticas sociales.
 
Pero lo que se debe exigir es la definición de una transición, incluyendo una economía basada sobre el valor de uso y no sobre el valor de cambio, medidas radicales de protección de la naturaleza, hasta prohibir actividades extractivas en ciertas regiones (la filosofía de base del Yasuni va en esta dirección), el respecto de los derechos de las comunidades locales, notamente indígenas y un dialogo constructivo con ellas. El complemento de tales políticas sería la aceleración de la regionalización para constituir alianzas más sólidas frente a multinacionales, hoy en día vinculadas en un sistema siempre más integrado y que se burlan de las leyes nacionales, nunca cumplen con los compromisos y imponen sus lógicas a gobiernos incapaces de reaccionar de manera adecuada.
 
La experiencias de las Filipinas en los 10 últimos años es concluyente: a pesar de una ley de minería, la destrucción ecológica ha sido espantosa, comunidades enteras fueron expulsadas de sus territorios, el número de empleos prometidos no fue respectado y en los primeros 8 años, el Estado recupero solamente el 11 % de las regalías que tenía de recibir durante la década4.
 
La unión entre políticas sociales y una transición a otro paradigma, es lo que propone el movimiento asiático que habla de protección social “transformadora”, es decir no concebida como una política puramente asistencial que construye clientes y no actores, sino como un proyecto integrado de otro desarrollo.
 
Varios de estos elementos están presentes en las nuevas constituciones latino-americanas y en algunas políticas reales, que según Samir Amin, pueden considerarse como “avances revolucionarias”, por ejemplo en Venezuela, pero hasta ahora no se nota un verdadero cambio de paradigma. Y de una cierta manera, uno puede preguntarse si para los países progresistas del continente, el primero en el mundo donde hubo nuevas orientaciones anti neo-liberales, existía objetivamente otra perspectiva.
 
De hecho, la definición del desarrollo no ha cambiado mucho y se resume en el crecimiento de las fuerzas productivas, de la producción y del consumo, con las medidas tradicionales. Muchos de los actores políticos no han salido de la cultura del desarrollo capitalista, aún si quieren luchar contra sus efectos los más negativos y si integran perspectivas sociales y culturales de gran tamaño. En realidad, comparten la idea que no se puede desarrollar las fuerzas productivas sin pasar por la lógica del mercado capitalista. Es lo que piensan también los líderes de los partidos comunistas chinos y vietnamitas, con una teoría muy particular de la transición hacia el socialismo. En varias partes del mundo, de Indonesia a Sri Lanka, de Angola al Mozambique, las experiencias de orientación socialista se terminaron por la adopción del neo-liberalismo, probablemente en una gran medida, bajo la fuerza internacional del sistema. Los países socialistas de Europa perdieron la “guerra fría” y adoptaron la peor forma de desarrollo, rápido pero desigual, del modelo capitalista.
 
A primera vista, la experiencia cubana parece también dar razón a los que dudan del socialismo, ya que un sistema rígido de tipo soviético adoptado o impuesto desde fines de los años 60, no permitió un pleno desarrollo socialista de las fuerzas productivas. Se realizaron logros sociales y culturales realmente revolucionarios y bastante sólidos para resistir al tiempo, pero insustentables a largo plazo sin un desarrollo paralelo de las fuerzas de producción con participación de los trabajadores, como lo había pensado el Che5. La dificultad de corregir una tal situación, como lo indican las medidas de cambio adoptadas en 2011, es muy alta: se trata no solamente del orden económico, sino también político y cultural. Sin embargo, el fracaso parcial de una experiencia, no es evidentemente un argumento suficiente para seguir adoptando un modelo siempre más destructor del planeta y de la vida de una gran parte de la humanidad, como lo hacen las derechas
 
Comprobar que existe la posibilidad de realizar otro modo de desarrollo humano es evidentemente la tarea principal de un proyecto socialista y el nuevo paradigma de la vida colectiva de la humanidad en el planeta, concretizado en las orientaciones de sus elementos fundamentales, parece la vía adecuada. No se trata de una ilusión porque existen múltiples ensayos parciales exitosos y muchas luchas para ampliarlos. En varios movimientos sociales y dentro de gobiernos latino-americanos progresistas, hay personas y grupos que luchan para que este nuevo paradigma sea la meta.
 
La cultura del crecimiento económico y la ausencia de una perspectiva socialista de desarrollo de las fuerzas productivas suficientemente clara, eran los dos primeros obstáculos a una transición de los países progresistas de América latina, hacia un nuevo paradigma. Pero hay un tercer elemento: la relación de fuerza entre estos países y el capitalismo de monopolio siempre más concentrado en las empresas multinacionales. Estas últimas tienen una superioridad técnica y un poder financiero considerables. Disponen de instrumentos jurídicos tales que son capaces de imponerse sin consideración de las leyes locales. El apoyo que reciben de sus centros políticos respectivos , especialmente los Estados Unidos y la Unión Europea y la lógica dominante de las organizaciones internacionales, como la OMC, el Banco Mundial, el FMI, pone estos Estados, particularmente los pequeños, en una situación de inferioridad. Solamente un proceso de integración regional permitirá la constitución de un contrapeso real.
 
Sin embargo, en América latina, hay una iniciativa que sale de la lógica del capital, el ALBA (Alternativa Boliviana para los Pueblos de Nuestra América). Sus principios: complementariedad y solidaridad y no competitividad, se aplican a relaciones económicas y sociales concretas. Aún si la realización queda limitada a menos de 10 países, ella es de primera importancia, porque se inscribe en la lógica del nuevo paradigma. El papel potencial de los Movimientos sociales, reconocidos como parte integral del proceso, puede ayudar a perseguir en la orientación fundamental. Es a una escala regional que los progresos hacia el nuevo paradigma tienen las mejores posibilidades de realización y el ALBA tiene esta posibilidad.
 
Las otras iniciativas de integración del sub-continente, promovidas por los regímenes progresistas, aún si no comparten la filosofía del ALBA, realizan un paso notable hacia la “desconexión”, según el concepto se Samir Amin. Que sea el Mercosur, el sucre como moneda de intercambios, UNASUR, como órgano de coordinación de América del Sur y recientemente la CELAC reuniendo también América central y el Caribe, sin los Estados Unidos y el Canadá, todos estos esfuerzos manifiestan el deseo de desvincularse de la influencia económica y política el norte. No es una salida de lógica del mercado capitalista, pero es un paso importante hacia una ruptura de la concentración monopolística y en este sentido se trata de una etapa que puede significar una transición hacia un nuevo modelo.
 
Es en función de estas realidades y perspectivas de futuro, que se propone la preparación de una Declaración Universal del Bien Común de la Humanidad, retomando los principios de un nuevo paradigma capaz de orientar la era post-capitalista. Serviría de memoria colectiva para un cambio de paradigma, no de falso consenso entre contrarios, sino de instrumento de lucha.
 
1 The Stiglitz Report, The New Press, New York, Londres, 2010.
2 Samir Amin, Audacia, más Audacia, sitio FMA, 2011.
3 Jean Ziegler, Destruction massive – Géopolitique de la Faim, Le Seuil, Paris, 2011.
4 A Legacy of Disasters – The mining Situation in the Philippines, Alyansa Tigil Mina, 2011.
5 Carlos Tablada, El Marxismo del Che y el Socialismo del Siglo XXI, Ruth Casa Editorial, Panama, 2007.
https://www.alainet.org/es/articulo/156462

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