Gadafi y el “candor” de la izquierda antiimperialista

30/10/2011
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La “primavera árabe” y la caída en secuencia de regímenes opresores en el norte de África, ha sacudido también el juego geopolítico a nivel mundial.

Si bien son diversas las lecturas sobre qué democracia serán capaces de construir los pueblos árabes en su “post-primavera”, no debería caber duda sobre la legitimidad, y sobre la necesidad que había por conquistar derechos y libertades en aquellos países que se están revelando contra dinastías que por décadas los han gobernado.

Sin duda Libia es el caso más controversial, en la medida que la intervención de la OTAN ha reeditado un escenario en el cual las súper-potencias prueban su poderío bélico para definir entre “el bien y el mal”, sentenciando lo que es “bueno” y lo que es “malo”, según sus intereses geopolíticos.

Esta disyuntiva, entre lo que, por un lado es una insurrección popular legítima, y por otro una intervención extranjera contra la soberanía territorial de un país, ha puesto en aprietos a más de una cancillería a la hora de tomar posiciones. El caso del ALBA resulta paradigmático.

Si asumimos que es Latinoamérica quien hoy lleva la vanguardia en cuanto a las propuestas y las conquistas más progresistas en materia de derechos a nivel mundial, su postura frente a las rebeliones árabes resulta de especial interés para la izquierda y los movimientos sociales presentes alrededor del mundo. Pero también lo es para los propios movimientos ciudadanos que empiezan a florecer de esta primavera en el desierto.

Los pecados de Gadafi

Más allá de su brutal y repudiable ejecución, la caída política de Gadafi no ha sido acogida por la izquierda internacional con el consenso que se esperaría de quienes, por cultura política, se oponen a todo tipo de autoritarismo y a formas de gobierno arcaicas.

El ilusionismo de muchos sectores de la izquierda con el libio no es novedad reciente: Gadafi no había dejado de ejercer del todo su atracción en los ambientes progresistas y, a pesar del desgaste de su figura, muchos le seguían concediendo un absurdo respeto. Este legado se debe su retórica anti-imperialista en especial en los años setentas, culminada con el cierre de  bases militares extranjeras y una política petrolera más exigente hacia las multinacionales.

En este escenario Gadafi tomaba la posta del rol de Nasser, en la construcción de un panarabismo de corte socialista, capaz de desafiar la arrogancia de las potencias occidentales y de unir a todos los pueblos árabes. “Pecados” suficientes para haberse puesto a Occidente en su contra.

Gadafi, sin embargo, no se resume únicamente tan simplistamente. A la hora de buscar una definición política del personaje, el término anti-imperialista suena como una ofensa hacia los miles de personas que padecieron en carne propia su locura egocéntrica de omnipotencia. Su régimen se sostuvo a través de una brutal represión, que jamás admitió oposición alguna. La muerte, la cárcel, la tortura y las ejecuciones, inclusive realizadas públicamente, eran por lo general las opciones que esperaban los opositores. Su “socialismo” fue una curiosa colección de declaraciones y políticas  incoherentes que demostraron la vacuidad de su pensamiento político.

Los altos índices de alfabetismo, las relativas conquistas de las mujeres en el contexto de una sociedad islámica, y otros avances sociales que se le atribuyen a Libia, se opacan por completo al lado de la represión generalizada del régimen.

Las penas corporales y el conservadurismo social de Gadafi no se concilian con los ideales de liberación del hombre de quienes intentan atenuarle la crítica y fueron también pecados suficientes para acumular una olla de presión social que terminó por explotar.

Bien se puede debatir si la intervención de la OTAN se dio o  no esta vez por motivos “humanitarios”  para evitar una masacre a población civil, o si en el fondo detectaron una oportunidad para saldar cuentas con Gadafi por sus “pecados” anti-imperialistas del pasado.

Al fin y al cabo, la OTAN no interviene en regímenes que son sus aliados de la región (ejemplos Arabia Saudita, Bahrain, Yemen, etc.), sin importar en absoluto su record en materia de derechos humanos. Y es un hecho que las grandes reservas de petróleo libias, al igual que las de Irak en su momento, convierten de repente cualquier  intervención armada de Occidente en más “humanitaria”. Intervenciones “humanitarias” que por cierto cuestan siempre muchas vidas humanas.

Lo que realmente no da margen para el debate es el legítimo derecho de cada pueblo a, finalmente, saldar sus cuentas con sus opresores. Ese es el fondo y el sentido de la primavera árabe, y esa es la razón por la cual el pueblo libio le ha querido pasar cara cuenta a Gadafi por sus pecados casa adentro.

“El enemigo de mi enemigo”

La lógica de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” conlleva una aplicación peligrosa en el campo de las relaciones internacionales, que ha permitido a muchos ver en la caída de Gadafi solamente la imposición de una voluntad neo-colonial. Esto resulta una insensatez que opaca del todo el hecho fundamental: la liberación del pueblo libio de una dictadura militar de  42 años. Cabe aquí preguntarse cuál es el sentido de un anti-imperialismo dispuesto a aceptar que el mal menor fuese la continuación de un régimen opresivo y medieval, antes que un pueblo liberado de su nefasto caudillo.

El anti-imperialismo de la izquierda occidental y latinoamericana se puede transformar en un boomerang capaz de volverse, paradójicamente, euro-céntrico. Según este razonamiento, tendría prioridad llevar la contraria a los gobiernos occidentales antes que entender que, con la caída de un régimen opresor, se puede terminar un periodo histórico aciago para un pueblo oprimido.

El “eurocentrismo” consiste justamente en la propensión a disminuir la importancia del potencial liberador que tiene un proceso que tuvo su fuerza motriz en el interior de la propia sociedad, más allá de una intromisión extranjera.

El candor del ALBA anti-imperialista

Si bien el ALBA ha condenado la intervención de la OTAN en Libia (lo cual guarda coherencia con los principios internacionales de no intervencionismo y autodeterminación de los pueblos) diferente ha sido el matiz  con el cual cada país miembro se ha referido al régimen de Gadafi.

Mientras el Presidente Chávez ha defendido a capa y espada a su amigo libio, Ecuador, por ejemplo, tomó prudente distancia al “condenar las violaciones de derechos humanos, vengan de donde vengan”.

A los hermanos venezolanos les toca, en todo caso, sustentar tan controversial postura. En el caso del Ecuador, su cancillería ha soportado el consabido ataque de los sectores más conservadores,  por el hecho de no haberse alineado como otrora, per se y sumisamente, a los vientos invasores imperiales, acusando a quienes actualmente dirigen la diplomacia  ecuatoriana de regirse solo por móviles ideológicos. Estas acusaciones resultan irónicas cuando vienen de quienes en el pasado celebraron la presencia de una lesiva base militar extranjera en el Ecuador, aquello sí, por razones ideológicas. De igual manera, y a propósito de los derechos humanos de los pueblos árabes, cabe recordar cómo la diplomacia ecuatoriana del pasado en su momento dio su voto en pleno seno de la Naciones Unidas, en contra del pueblo Sarahui, criminalmente reprimido por el Reino de Marruecos, a cambio de un voto para el Vicecanciller ecuatoriano de entonces, que pugnaba por un puesto en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.

El Ecuador sin duda puede mostrar un antes y un después en su política internacional con el gobierno de la revolución ciudadana, bajo una lógica de soberanía y sensato pragmatismo, por lo cual  resulta crucial  no cometer errores que pueden resultar de una postura común y en bloque con los demás países del ALBA.

De la reciente visita de una delegación del ALBA a Damasco se desprende que, más allá de la justificada condena a cualquier posible intervención armada a ese país, habría ya un pre-acuerdo del “bloque” de  apoyar al régimen sirio, el cual carece de credenciales democráticas y que está deslegitimado por una represión que apunta a recrudecer, en la medida en que la ola “primaveral” tome fuerza  entre el pueblo sirio.

Al ya siniestro historial que por décadas ha arrastrado el régimen de la familia al- Assad, en el poder desde hace 45 años, habría que agregarle las más de tres mil víctimas calculadas sólo en lo que va de esta “primavera” para entender que una carnicería de semejantes proporciones no es meramente producto de “un manejo mediático irresponsable y tendencioso que miente abiertamente sobre lo que ocurre en el país” (citando al régimen sirio en su encuentro con la delegación del ALBA).

Se trata pues de una sistemática represión documentada y repudiada internacionalmente por la comunidad de derechos humanos, la intelectualidad y los movimientos sociales dentro y fuera del mundo árabe.

¿A quién van a mirar los actores  más progresistas de los procesos emancipadores de la primavera árabe, y sus futuras clases dirigentes, como sus referentes políticos internacionales? Sin duda no será a aquellos que  cuestionaron su propia liberación, apoyando ingenuamente a regímenes que no abren espacios democráticos y que hacen de la represión política de estado.

Si bien la “real politik” y la economía impone relacionarse con países políticamente distantes, la muestra de apoyo incondicional del ALBA al régimen de Siria, por más calidad de “observador” que este país tenga en el bloque, no sólo no trae dividendos políticos internos, sino que externamente tampoco contribuye a construir ningún bloque anti-imperialista a largo plazo, que despierte solidaridad y adhesión mundial.

Si el ALBA quiere  marcar una nueva era revolucionaria en la política internacional, con los derechos humanos por delante,  debe guardar impecable coherencia entre las conquistas que defiende para sus habitantes de Latinoamérica y las que demanda para los ciudadanos y ciudadanas en cualquier rincón del planeta.

Frente a la primavera árabe se debería, por tanto y con urgencia, revisar el naipe de juego geopolítico, porque hasta el momento nos estamos jugando, cándidamente, peligrosas cartas.

*Fidel Narváez, defensor de derechos humanos ecuatoriano. Escribe desde Londres.

*Samuele Mazzolini, analista político italiano. Escribe desde Roma.

Fuente : "The Prisma",  Londres / Roma, 31 Octubre 2011

 

http://www.theprisma.co.uk/es/2011/10/30/gadafi-y-el-%E2%80%9Ccandor%E2%80%9D-de-la-izquierda-antiimperialista/

 

https://www.alainet.org/es/articulo/153661
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