Por los caminos del XXX Aniversario del martirio de Monseñor Romero

09/04/2010
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San Antonio Abad. La comunidad histórica y martirizada del “Despertar”, convocó a sus miembros para reflexionar sobre el tema: “Monseñor Romero y los mártires del Despertar”. La comunidad tiene su propia historia de martirio. El 20 de enero de 1979, fueron asesinados brutalmente el padre Octavio Ortiz y los jóvenes Ángel Morales, Jorge Gómez, Roberto Orellana y David Alberto Caballero. Todos ellos se encontraban realizando un retiro de iniciación cristiana, cuando miembros de la Guardia Nacional y de la Policía Nacional irrumpieron violentamente en la casa de retiros “El Despertar”.
 
La comunidad tomó como hilo conductor de la jornada un fragmento de la homilía del 21 de enero de 1979.
 
“Octavio (Ortiz) encontró un tesoro… lo estaba dando a estos jóvenes…Este es el gran mensaje de Octavio y los muertos. La figura de este mundo pasa y sólo queda la alegría de haber usado este mundo para haber implantado allí el reino de Dios. Pasarán por la figura de este mundo…todos los triunfos, todos los capitalismos egoístas, todos los falsos éxitos de la vida. Todo eso pasa, lo que no pasa es el amor…En la tarde tu vida te juzgarán por el amor. A Octavio y los jovencitos muertos con él, en eso los ha juzgado Dios el Señor: en el amor”.
 
Desde ese texto la comunidad se hizo dos preguntas: (1) ¿Qué ejemplo de vida nos dan los mártires? y (2) ¿Cómo debemos mantener viva la memoria de los mártires?
 
Algunas de las respuestas fueron: en los mártires encontramos una vida iluminada por el amor y comprometida con la justicia; son testigos del Dios de la vida; son hombres y mujeres que se ponen al lado del pobre; los mártires del “Despertar” fueron personas humildes y sencillas; fueron servidores de la Palabra de Dios en tiempos de represión y persecución contra la Iglesia.
 
También hablaron de sus preocupaciones: la comunidad envejece y no se observa entusiasmo entre los jóvenes actuales para seguir el ejemplo de los mártires; se considera que no se ha sabido comunicar ese testimonio a las nuevas generaciones; se lamenta que este asesinato también quedó en la impunidad.
 
Y haciendo memoria de los tiempos (de Medellín) del “ver”, “juzgar” y “actuar”, la comunidad concluyó su jornada con un compromiso: Que el “tesoro” que encontró Octavio (el Reino de Dios y su justicia) y que compartió con la comunidad, siga siendo su tesoro principal que los convoca y provoca, animándolos y desafiándolos.
 
Parroquia Cristo Salvador de la Colonia Zacamil. El padre Joaquín Álvarez, realizó un triduo en torno a la figura de Monseñor Romero como profeta y mártir. Uno de los testimonios que me llamó la atención fue el de Napoleón Navarro – hermano del padre Alfonso Navarro, asesinado en la parroquia La Resurrección el 11 de mayo de 1977 - quien contó que en su tiempo como director de la radio del Arzobispado (YSAX), acompañó a Monseñor Romero en algunas situaciones difíciles. En esos momentos – dijo Navarro – Monseñor se mostró como un pastor a la altura de las circunstancias. Cuando tuvo que mediar para que se liberaran a dos agentes de la Policía Nacional, retenidos por organizaciones populares en una de las tomas de la Iglesia El Rosario; Monseñor mantuvo su decisión de intermediar a pesar de las amenazas y de los consejos de prudencia ante situaciones conflictivas.
 
Para Navarro la motivación principal de ese modo de proceder era la solidaridad de Monseñor con toda persona que sufría. En Monseñor – añade - la solidaridad con el que sufre fue más fuerte que el miedo que podría producir un contexto de represión o las recomendaciones de ser más equilibrado y prudente al hacer denuncias concretas.
 
Encuentro con jóvenes estudiantes del Colegio La Asunción. Aquí el tema fue “Monseñor Romero y los jóvenes”. Recordé – entre otras cosas - lo que dijo Monseñor en la homilía del 15 de enero de 1978: “Formemos en el corazón del niño y del joven el ideal sublime de amar, de preparase para servir, de darse a los demás…(jóvenes) que sepan lucir su inteligencia, su creatividad, su voluntad para el servicio común de la patria… una conciencia en cada niño y en cada joven de su propia dignidad humana, de su sentido de libre autodeterminación y de un sentido comunitario…”.
 
El interés de los jóvenes se mostró en la cantidad y variedad de sus preguntas. Enunciemos algunas: ¿Por qué la Iglesia habla poco sobre Monseñor Romero? ¿Por qué hay gente que rechaza a Monseñor Romero? ¿En qué aspectos Monseñor Romero puede ser un modelo para los jóvenes? ¿Qué diría Monseñor sobre la violencia actual? ¿Qué tenemos que hacer los jóvenes para conocer y no olvidar el testimonio de Monseñor Romero? 
 
Convivencia en la parroquia San Juan Bautista de Olocuilta (La Paz). El tema desarrollado fue “Monseñor Romero Profeta”. Comencé con una frase del especialista en los profetas de Israel (José Luis Sicre): “Un auténtico profeta en el sentido bíblico de la palabra surge rara vez. En la historia de Israel quizás no hubo más que ocho o diez. Ustedes (los salvadoreños) han tenido la suerte de haber conocido a uno de ellos: Monseñor Romero”.
 
Cuando llegó el momento de las preguntas y los comentarios, una mujer – relativamente joven – y al parecer de las más activas en la parroquia y de lectura bíblica cotidiana expresó: “Los enemigos del profeta Jeremías lo llamaron ´profeta del terror´. Los enemigos de Monseñor Romero lo llamaron ´comunista´, predicador del odio y la violencia”. Oyéndola se me vino a la memoria uno de los rasgos que caracteriza a la palabra profética, descritos por el padre Jon Sobrino: es una palabra atacada porque es perseguida cuando pone al descubierto los males de la realidad y a sus responsables.
 
Parroquia El Tránsito, Soyapango. Una comunidad acompañada por religiosos franciscanos. Gente cordial, hospitalaria, de fe cristiana vivida en comunidad eclesial de base. Los cantos previos no podían faltar: “El Dios de los pobres”, “El corrido a Monseñor Romero”, “La Biblia es palabra de vida”. La temática estaba formulada a manera de pregunta: ¿Quién fue Monseñor Romero? El perfil es bastante claro para quienes lo conocimos: un hombre de Dios (“Si no fuera por esta oración con que trato de mantenerme unido con Dios, no sería yo más que lo que dice San Pablo: ´una lata que suena´ “ 2/03/80); un fiel seguidor de Jesús (“Todos los que predican a Cristo son voz, pero la voz pasa, los predicadores mueren… sólo queda la palabra… mi voz desaparecerá pero mi palabra, que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido recoger” 17/12/78); un verdadero profeta (“Sé que ustedes y yo, el pueblo de Dios, formamos el pueblo profético, y mi papel únicamente es excitar en ese pueblo su sentido profético que no lo puedo dar yo, sino que lo ha dado el Espíritu…” 8/07/79); un buen pastor (“Lo que me importa es que el pastor tiene que estar donde está el sufrimiento, y yo he venido, como he ido a todos los lugares donde hay dolor y muerte, a llevar la palabra de consuelo para los que sufren” 30/10/77).
 
A esos rasgos siguieron otros evocados por la comunidad: un obispo cercano a los pobres, un hombre que dijo la verdad, un verdadero maestro de la palabra de Dios, un luchador por la justicia, un defensor de los masacrados, torturados y desaparecidos.
 
Como era de esperar, de la reflexión pasamos al convivio del pan y el café compartidos, entre saludos y abrazos. Monseñor volvía a poner entre nosotros signos de la nueva vida.
 
La peregrinación y la vigilia del 20 del marzo. En horas de la tarde, hombres y mujeres, niños y jóvenes, religiosos y religiosas, visitantes extranjeros, y el mismo presidente del país, llegaron a la plaza conocida como “El Salvador del mundo”. Todos convocados por el testimonio de Monseñor Romero. Entre cantos y aclamaciones inició la peregrinación hacia la Catedral Metropolitana. Se hicieron 5 estaciones del vía crucis recordando las propias cruces de la historia salvadoreña (pasión de Cristo y pasión del pueblo). La vigilia se inició con la eucaristía presidida por el Arzobispo José Luis Escobar y concelebrada por decenas de sacerdotes. La carta enviada por Don Pedro Casaldáliga (obispo emérito) y leída por Jon Sobrino (teólogo), constituyó la “Buena Noticia” de la noche. La carta se cierra con una invitación: “Nuestra coherencia será la mejor canonización de San Romero de América, Pastor y Mártir”. De inmediato llovieron aplausos en toda la plaza. La causa: el contenido de la carta y el respeto y aprecio tanto hacia quien la enviaba (Casaldáliga) como hacia quien la leía (Sobrino).
 
Se estima que el número de asistentes en dichas actividades oscila entre los 15 mil y 20 mil personas. Al margen de la exactitud numérica, dos cosas son indiscutibles: primero, que Monseñor Romero – independientemente de las circunstancias políticas – sigue siendo una de las pocas fuentes que inspira la participación masiva voluntaria; segundo, su testimonio es motivo de ánimo y esperanza en buena parte del pueblo salvadoreño.
 
Encuentro de comunidades en la parroquia de Jucuarán (Usulután). El párroco Serafín Mauricio, abrió la asamblea con una pregunta provocativa: ¿para qué sirve el legado profético y martirial de Monseñor Romero? La respuesta colectiva la resumo en los siguientes términos: al menos para cultivar – en nuestro mundo – tres actitudes humanas fundamentales: para saber oír el clamor de las víctimas actuales (“Queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos; que se haga justicia” 28/08/77); para reaccionar ante el sufrimiento con misericordia radical (“Hay un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos: todo aquel que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda carne que sufre, está cerca de Dios” 5/02/78); y para seguir luchando por un mundo universalmente solidario y fraternal (“Nuestra esperanza en Cristo nos hace desear un mundo más justo y más fraternal…Por eso el objeto de nuestra esperanza está inseparablemente unido a la justicia social”, Segunda Carta Pastoral, agosto de 1977).
 
En pocas palabras, el legado de Monseñor sirve para unir la fe y la justicia, tan esencial para la fe cristiana y tan ausente en el cristianismo predominante.
 
https://www.alainet.org/es/articulo/140608
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