La crisis global en tiempos de incertidumbres: un debate inacabado

24/02/2010
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A tenor de la evolución de la crisis global del capitalismo y sus múltiples implicancias en los países del centro y la periferia, continúa el debate entre sus defensores y detractores sobre su etiología y las enormes disparidades de desarrollo existentes al Norte y al Sur; cuestionándose la viabilidad del sistema económico y su paradigma de desarrollo, así como los niveles de hegemonía-dependencia de los países, entre otros temas relevantes sobre el devenir de la humanidad y la pervivencia de su hábitat. Y al decir del grado de enrarecimiento y levedad de la condición humana, del panorama futuro pareciera haber tantas expectativas como desesperanzas, pero en mayor medida incertidumbres.
 
A propósito de la incertidumbre
 
Decíamos sobre la crisis y los cuestionamientos en la condición humana actual y su hábitat, al analizarlo como un problema ontológico, que gravita más la sensación de incertidumbre en tanto una expresión singular postmoderna del grado de enrarecimiento y levedad de su condición futura.
 
La incertidumbre, según su definición, es una situación en la cual no se conoce completamente la probabilidad de que ocurra un determinado evento. Es la falta de seguridad, de certeza en relación con una situación o un conocimiento; es la duda que se tiene sobre algo que se quisiera saber: por ejemplo, la incertidumbre sobre el porvenir. Y puede derivarse de una falta de información o incluso de que exista desacuerdo sobre lo que se sabe o lo que podría saberse. Asimismo, puede tener varios tipos de origen, desde errores cuantificables en los datos hasta terminología definida de forma ambigua o previsiones inciertas del comportamiento humano.
 
Por ello la incertidumbre puede ser representada por medidas cuantitativas (por ejemplo, un rango de valores calculados según distintos modelos) o por afirmaciones cualitativas (por ejemplo, al reflejar el juicio de un grupo de expertos). Pero en cualquier caso no son representaciones concluyentes o certeras sobre un determinado evento o fenómeno (por ejemplo, el análisis relacional causa-efecto de la crisis económica y el cambio climático, que es un tema actual de mucha controversia).
 
Es lo que hoy en día observamos sucede en torno a la crisis del capitalismo y sus múltiples impactos y efectos en el campo económico, social, ambiental y en general sobre la situación de la humanidad y la conservación de su hábitat. Así pues, son tiempos de incertidumbres que nos siembran varias dudas sobre el panorama futuro y que es importante explorar con algunas lecturas prospectivas, sin pretender con ello agotar el tema de discusión y sí, en cambio, generar una reflexión más amplia de los posibles escenarios.
 
Capitalismo en crisis: ¿una letanía más o el ciclo final?
 
En general las lecturas optimistas del sistema capitalista sostienen que, más allá de la gran magnitud y efectos sistémicos de la actual crisis, ésta se corresponde con uno de los ciclos de contracción económica del capitalismo, como ha ocurrido en otros momentos históricos de su evolución, sin que por ello se cuestione o se ponga en riesgo la viabilidad del sistema económico global. Así, desde esta perspectiva analítica, el sistema sólo requiere de ajustes y correctivos necesarios para seguirlo mejorando.
 
Sobre la evolución del capitalismo existen importantes trabajos de economistas como Joseph Schumpeter y sus estudios sobre la concepción cíclica e irregular del crecimiento económico, basados en la teoría del ciclo económico largo del economista ruso Nicolái Kondratiev, además de otros liberales, afirmando que el ordenamiento del sistema capitalista se basaba en: 1) la propiedad e iniciativa privada, 2) producción para el mercado y subdivisión del trabajo, y 3) el papel de la creación de los créditos por parte de las entidades bancarias. Y que según estas tesis el sistema sería estable per se, perdurando en el tiempo como un determinante de la sociedad, el progreso y de su modo de vida. Sin embargo, este propio éxito del sistema sería lo que luego Schumpeter argumentaría como una de las causas principales de su predicción sobre la desintegración del capitalismo.
 
Además de Schumpeter, el investigador social estadounidense Inmannuel Wallerstein, entre otros conocidos investigadores, analizó la importancia de los ciclos coyunturales de expansión y contracción del capitalismo (los estudiados por Kondratiev), anotando que la actual crisis se corresponde con la fase final de un ciclo excepcional de la historia del capitalismo (en 500 años). Porque siendo una crisis coyuntural similar a la gran crisis de 1929 y a la del periodo 1893-1896, sostiene que ésta reviste características extraordinarias por devenir de una crisis estructural que inició hace treinta años, durante la década de 1970, conduciéndonos a lo que -según su análisis- sería el fin del sistema-mundo capitalista y la transición hacia otro sistema de características sustancialmente diferentes.
 
Wallerstein, décadas atrás, fue quien en medio de la guerra fría, vaticinó la caída del régimen socialista soviético y el fin de la bipolaridad este-oeste. Y es quien ahora sostiene que las posibilidades de acumulación del sistema capitalista han tocado techo, pronosticando un horizonte temporal no mayor de tres décadas en que ya no viviremos bajo el sistema-mundo capitalista que hoy conocemos. O sea que a partir de la década de 2040, probablemente el escenario socioeconómico y ambiental global  resulte sustancialmente diferente. Y cuan diferente podría resultar otra “formación sociohistórica” del nuevo escenario, dependerá de la dirimencia entre las fuerzas políticas que están pugnando por la hegemonía.
 
Siguiendo el análisis de Wallerstein, parece avizorar un escenario bipolar de fuerzas en pugna: de un lado, refiere las fuerzas que encarnan “el espíritu de Davos” (que en general diremos representan el gran poder económico de los países dominantes, las multinacionales y el status quo); y del otro lado, las fuerzas sociales que encarnan “el espíritu de Porto Alegre” (es decir, las del Foro Social y en general los movimientos sociales emergentes por el cambio y la alterglobalización). Y en ese escenario, refiere que si no se afronta políticamente la cuestión de fondo: el fin del capitalismo, podría surgir uno aún más extremo e injusto que el sistema actual. 
 
Otros analistas de tendencia marxista también se aproximan al análisis anterior, en el sentido que la crisis global es una consecuencia del proceso de sobre acumulación del capital y su desigual distribución, siendo la causa estructural sistémica origen de los niveles de desarrollo y subdesarrollo actual de los países, al Norte y al Sur, y por ende, de la consolidación de sus relaciones de hegemonía y dependencia, así como del soporte de los organismos internacionales financieros y los de cooperación y desarrollo. Por su parte, el economista Samir Amin afirma que la globalización asociada al capitalismo es por naturaleza polarizante, porque produce una desigualdad creciente entre quienes participan del sistema. O sea que “la lógica de la globalización capitalista es la del despliegue de la dimensión económica a escala mundial y la sumisión de las instancias políticas e ideológicas a sus exigencias.” Y esto lo explica en base a la ley del valor, propia del capitalismo, que supone la integración de los mercados a escala mundial pero sólo en dos de sus dimensiones: los mercados de productos y de capital, mientras que los mercados de trabajo permanecen segmentados. De ahí el agravamiento de las desigualdades en la economía mundial.
 
¿Otro panorama es posible?
 
Diversos autores han escrito y siguen reflexionando sobre el tema. Así que suponiendo en las próximas décadas un eventual colapso del sistema capitalista, ello no necesariamente implicaría, como contraposición, uno socialista. Máxime si se relativiza la idea de un escenario bipolar de fuerzas políticas en pugna, que correspondió a otro momento histórico (sin por ello descartarse del todo uno nuevo por venir). No obstante, desde la caída del régimen socialista soviético, aún son disímiles los ensayos de modelos socialistas en las diferentes regiones del mundo, con excepción de China que puede ser discutible, que no alcanzan un protagonismo mayor.
 
Al parecer, en las últimas décadas, el debate a nivel mundial entre partidos políticos y gobiernos de izquierda y de derecha se viene dando entre ideologías, programas y campos de actuación ya no tan definidos, más bien difusos y en mayor medida pragmáticos. Wallerstein en un artículo en el diario La Jornada, 2010, “Como pensar en China”, señala que ya que parece basar el funcionamiento de sus operaciones económicas internas y las de su comercio mundial en los principios del mercado, existe cierta controversia de la izquierda y la derecha política mundial de si hay que continuar viendo a China como una potencia líder antiimperialista o como una potencia imperialista, o si por su notable crecimiento económico sigue siendo parte del Sur o ya se volvió parte del Norte. En efecto, la cuestión es que la discusión ideológica de hoy parece perfilarse un tanto ambigua y las líneas divisorias ya no son tan definidas como antes, quedando abierto el debate.
 
Si bien en los últimos años es notorio que fluyen y convergen fuerzas sociales emergentes cuestionadoras del sistema económico hegemónico, éstas no son homogéneas, en muchos casos son localistas o temáticas, y pasan por ciclos de ascenso y descenso que no necesariamente representan hoy un solo colectivo ideológico socialista alternativo. En ese sentido, los procesos políticos de gobiernos de izquierda: en China, Venezuela y Brasil, para citar algunos casos, no siempre confluyen en una corriente socialista común alterglobalización (de hecho tienen comportamientos diferenciados frente al mercado y al modelo neoliberal). Así también, los procesos en curso desde la sociedad civil y la emergencia de diversos movimientos sociales (indígenas, nacionalistas, ecologistas, ambientalistas, sindicalistas y otras variantes de democracia participativa local) que, siendo coincidentes en sus cuestionamientos generales al modelo neoliberal, no necesariamente lo son en sus planteamientos alternativos al mismo. Porque sus propuestas pueden implicar un mosaico de simples matices hasta marcadas diferencias ideológicas y políticas, además de pugnas entre quiénes consideran debieran conducir el proceso. (Al respecto Samir Amin, entre otros activistas, propone superar los localismos, articularse y dar el salto en la internacionalización de las luchas de los pueblos, construyendo una convergencia democrático-popular en la diversidad a escala mundial). 
 
De otro lado, como varios politólogos especulan, la caída del capitalismo actual podría implicar el fin de una forma específica de capitalismo y la emergencia de otro capitalismo nuevo, cuyos rasgos centrales, podrían ser más o menos permisivos que el anterior: ¿Ahora, qué tan permisivo o no podría ser con respecto al anterior? No se sabe, pero podría implicar un escenario mundo mucho más complejo, heterogéneo y controversial del que ahora podemos suponer.
 
No obstante más allá de estas y otras consideraciones e hipótesis discutibles, el proceso de recuperación y desarrollo de las formaciones sociales capitalistas de los países del centro y la periferia resulta más complejo, dispar e incierto que lo pronosticado años atrás por los economistas liberales más sesudos. Porque es cierto que la integración de las diferentes economías nacionales en un gran mercado mundial,viene implicando no sólo beneficios diferenciados para unos pocos países en desmedro de muchos otros, sino que también viene implicando múltiples dificultades fácticas y asimetrías en su proceso de estructuración y su dinámica de funcionamiento sistémico, que ciertamente no han podido ser resueltas con la lógica de la mano invisible que regula el mercado, sino que, contrario al dogma neoliberal, están tratando de resolverlas hoy mediante regulaciones o intervenciones directas de los gobiernos.
 
Ahora, si bien lo anterior es importante destacar como una de las medidas correctivas del sistema en crisis, no agota el debate desde quienes pugnan por un cambio estructural más profundo del modelo hegemónico; máxime considerando que los nuevos procesos políticos y sociales en curso pueden configurar un escenario de confrontación mayor entre modelos ideológicos, países (viables e inviables) y bloques regionales. Y que a futuro podrían definir los términos de una nueva gobernanza global.
 
Por último, si otro panorama global es posible, que en efecto mejore la condición humana y su hábitat, tendrá que ser superior al actual. De ahí que la cuestión de fondo podría definirse en la dialéctica de la nueva configuración geopolítica, social e histórica de los países y sus nuevos paradigmas. Donde el liderazgo estadounidense y del grupo de los ocho, tendrá que reconfigurarse con los nuevos países emergentes (China, India, Brasil, etc.) y bloques regionales, según los cambios que se ensayen en un nuevo sistema económico y en un nuevo marco de las relaciones norte-sur.
 

- Walter Chamochumbi Consultor en Gestión Ambiental y Desarrollo.

https://www.alainet.org/es/articulo/139646
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