Se agudizan los conflictos entre EE UU y China

04/02/2010
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Beijing sancionará a empresas de Estados Unidos que vendan armas a Taiwán
 
Washington anunció que venderá armas modernas a Taiwán por valor de 6.500 millones de dólares. Y China contestó con anuncios de sanciones comerciales a esas empresas y con suspensión de diálogos militares con EE UU.
 
La venta de armamento había sido una decisión adoptada por George Bush en 2008, pero quedó en suspenso debido a la condición de “pato rengo” que tenía por entonces el texano y a la intensa oposición que la novedad generó en China.
 
Ahora, como si en este punto también Barack Obama quisiera demostrar que su administración tiene puntos en común con la de Bush, la venta a Taipei, capital de Taiwán, parece tomar visos de realidad.
 
Se trata de una gran provocación estadounidense contra China, país que en 1973 recuperó su sitial en el Consejo de Seguridad de la ONU merced al triunfo de su tesis de “una sola China”. Los representantes de Taiwán debieron salir corriendo del edificio vidriado de Nueva York.
 
Más vale que con el notable avance económico y en otras áreas de China, a los ojos del mundo quedó en claro que hay un solo país que merece llamarse así. La crisis económica internacional precipitada a fines de 2008 potenció aún más el rol positivo del país oriental.
 
Es que Beijing, pese a la caída estrepitosa del volumen comercial mundial, pudo sostener su crecimiento en 2009, cuando terminó con un aumento del producto bruto del orden del 8 por ciento. Millones de empleos en el mundo se pudieron preservar gracias al empujón que dio la locomotora oriental. Tal situación perdura aún hoy, con una China que ha desplazado a Alemania como primera exportadora mundial y araña las posiciones de Japón, por ahora la economía número dos del mundo.
 
No se trata de que Estados Unidos vendió al régimen taiwanés un par de aviones en desuso o misiles de corto alcance. La venta por 6.500 millones de dólares implica misiles Patriot de última generación, producidos por Raytheon y Lockheed Martin, helicópteros Black Hawk y buques.
 
Cabe destacar que en los últimos años, al amparo norteamericano, las autoridades de Taiwán han realizado ejercicios militares con misiles capaces de destruir ciudades costeras chinas. El mayor desarrollo de China está en esa franja litoraleña, mucho más avanzada que el interior. Vender armas de alta tecnología a una isla con veleidades separatistas es una virtual declaración de guerra a Beijing, o una provocación política de la administración Obama.
 
Desde que en 1949 los ejércitos derrotados de Chiang Kai shek se refugiaron en Taipei, protegidos por la flota norteamericana, la República Popular China dijo que esa era una provincia suya y jamás permitiría la secesión. Ya han vuelto al regazo patrio Hong Kong y Macao, devueltos por Londres y Lisboa; en algún momento será el turno de Taiwán. No hace falta destacar la paciencia china; quizás convenga recordar su profundo nacionalismo, que no admitirá mutilaciones como las perpetradas por EE UU en la ex Yugoslavia.
 
 Otros focos de conflicto
 
El affaire Taiwán puso la relación sino-estadounidense en su peor punto. Los funcionarios chinos anunciaron sanciones comerciales a las empresas que participen de ese negocio, incluyendo Boeing. Y entrando más de plano en lo político, congelaron las reuniones sobre seguridad y Defensa, que se habían planteado luego de la visita de Obama en noviembre de 2009.
 
Los orientales también deslizaron que tal empeoramiento afectará a cuestiones regionales, una referencia un tanto vaga que podría entenderse como una menor contribución de su parte a los diálogos sobre Corea del Norte. Su rol es vital por sus vínculos con el presidente socialista Kim Song Il.
 
En Washington parecen determinados a empeorar el panorama. En estos días se supo que Obama piensa recibir al Dalai Lama, el máximo separatista tibetano según la visión china. Es un notorio anticomunista premiado por Bush y el Congreso bipartidista en 2007 con la medalla de oro del Capitolio.
 
Después del triunfo de la revolución socialista en China, en 1949, y la llegada de las tropas del Ejército Popular de Liberación al Tíbet, dos o tres años más tarde, comenzó la labor de zapa de las potencias occidentales. La CIA ha estado y está al frente de esas maniobras, que cada cierto tiempo producen un estallido separatista que fracasa. Y vuelta a empezar.
 
La última intentona fue en marzo de 2008, en Lhasa, capital de la región autónoma del Tíbet, y fue disfrazada por las agencias noticiosas imperiales como una “manifestación pacífica de monjes reprimida violentamente por el EPL”. La verdad fue que grupos separatistas agredieron y asesinaron a personas de la etnia han, mayoritaria en China, tratando de que EE UU pudiera justificar una intervención “humanitaria”. Volvieron a fracasar.
 
En simultáneo, la gigantesca Google se victimizó, amenazando con retirarse de China. Su argumento era que su motor de búsqueda en Internet sufría censura por orden del presidente Hu Jintao. También acusó al gobierno de estar detrás de ataques masivos a cuentas de correos electrónicos de opositores.
 
El portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores contestó: “las acusaciones las ha realizado Google por su cuenta. China se opone a los ataques piratas y de hecho China ha sido el principal objetivo de los hackers en 2008”.
 
Eliminar la competencia
 
Cada acusación norteamericana tiene su contraparte. Los cargos de Google fueron rebatidos por el analista Shaun Rien, director general de China Market Research de Shanghai: “(Google) es un desastre total frente a Baidu, su principal rival china” (“¿Cuentos Chinos?”, Página/12, 14/1).
 
Esta versión es compartida por el profesor de la Universidad Autónoma de México, Heinz Dieterich: “Google -que ha perdido la batalla por el mercado de internet más grande del mundo ante la empresa china Baidu, y que ha violado los derechos de autor a escala global, incluso China, digitalizando obras sin permiso- amenazó con retirarse de China ante ´la censura´ del gobierno”.
 
Para el profesor Dieterich, las campañas norteamericanas contra China tienen que ver con la alarma que sienten los círculos gobernantes frente a una potencia socialista emergente y que según muchos entendidos podría desplazarla del número uno del mundo en dos o tres décadas. Según esta visión, la velocidad del crecimiento chino frente a su rival norteamericano radicaría, entre otras razones, en la extraordinaria capacidad de la cúpula gerencial del Partido Comunista y el gobierno, en comparación con sus rivales del imperio.
 
Suele suceder que el primer paso hacia una guerra pasa por demonizar al adversario ante la opinión pública, preparada de ese modo para el uso de los peores métodos en contra de aquél.
 
Y es lo que está haciendo Hillary Clinton desde el Departamento de Estado al afirmar –sin nombrar a China- que una “nueva cortina informacional” está descendiendo en el mundo y que Washington va a enfrentar a los Estados que actúan de esa forma, a nivel cibernético, comercial y económico”. José Stalin habría bajado la cortina de hierro y ahora Hu Jintao la cortina informacional. ¿Una nueva guerra fría debería comenzar en contra de China?
 
Todo lo que hace Beijing provoca rencor en las autoridades norteamericanas. Da lo mismo si el país gana brillantemente los Juegos Olímpicos en agosto de 2008, si el astronauta Zhai Zhigang camina en el espacio en setiembre de ese año, si anuncia el tren bala más rápido del mundo o si su economía crece 8 por ciento cuando Wall Street había volado en pedazos.
 
Esos éxitos generan en el imperio el impulso asesino de eliminar la competencia. Y se nota, vaya si se nota. El enviado de Clarín a la cumbre de medio ambiente en Copenhague, Gustavo Sierra, escribió que la canciller Clinton llegó y “pidió lo que en diplomacia se denomina la reciprocidad, a su archienemigo de esta cumbre: China”.
 
Añadió el periodista: “esta cumbre fue el campo de batalla entre la economía desarrollada más grande del mundo y la emergente más importante. Mostró claramente que EE UU le teme a China como nunca antes le temió a ningún otro competidor económico. Washington no le quiere conceder a ese enemigo tan poderoso ni una sola ventaja” (“China, la sombra de la Casa Blanca”, Clarín 18/12/09).
 
La venta de armas a Taiwán es otro round de esta pelea apasionante y decisiva no sólo para la región del Pacífico y Asia sino para la humanidad.
 
https://www.alainet.org/es/articulo/139271
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