Cuando alguien llama a las cosas por su nombre

30/10/2008
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La existencia de paraísos fiscales no sólo está relacionada con el crimen organizado, sino también con la riqueza que acaparan pocos a base de explotar a la humanidad.

  Una cadena es tan débil como su eslabón más débil. En un mundo donde las fronteras existen para las personas pero no para el dinero, de poco vale que el G20 se comprometa a asumir nuevas normas si no aísla a un G40 del que apenas se habla: los 40 países ladrones, los 40 paraísos fiscales.

Según la OCDE, en estas cuevas, piratas esconden de los impuestos entre 5 y 7 billones de dólares, una cifra que equivale al 13% del PIB mundial. En los últimos 20 años, el dinero que guardan estos países se ha multiplicado por seis. Curiosamente, la distancia entre los sueldos de los altos directivos y los trabajadores ha crecido en ese tiempo en una proporción similar, escribe Ignacio Escolar, director del periódico Público.

Cuando alguien llama a las cosas por su nombre y, encima, las escribe bien, debemos divulgar sus reflexiones. En un espléndido artículo titulado “Los pecados capitales”, el periodista los analiza como el de la gula que hemos citado.

Llevamos años denunciando ese crimen, más que delito fiscal, de los paraísos fiscales en donde bancos y sociedades “legales” actúan con total impunidad. Allí blanquean el dinero procedente del narcotráfico, de la venta de armas, de las comisiones fraudulentas, de los “cierres” empresariales que ponen a los empleados en la calle y de la prostitución. Como el emperador romano dicen “El dinero no huele”. No huele porque apesta a podrido en la Dinamarca de las sentinas financieras.

Personas “respetables” y que dirigen instituciones que alardean de honestidad en sus negocios, y que son capaces de promover desahucios y embargos de familias por no poder atender al pago de unos intereses. Capaces de obligar a poblaciones enteras a subsistir bajo la explotación de sus riquezas naturales y de su mano de obra tratada como recurso capaz de generar beneficios económicos. Capaces de montar guerras allí en donde les conviene para dar salida a stocks de armas obsoletas o averiadas. Capaces de vender a países empobrecidos toneladas de productos farmacéuticos rechazados por las autoridades sanitarias de sus lugares de origen. Capaces de inundar los mercados con excedentes de producción que no hacen sino crear necesidades y dependencias, a cambio de materias primas. Que han inventado el concepto de “ayuda” en donde deberían de imperar los de justicia social y equidad. Capaces de transformar economías tradicionales y autosuficientes en repúblicas bananeras. Imponen el monocultivo, ocasionan erosiones y catástrofes, empobrecen a los pueblos al dominar despóticamente el precio de los productos que han obligado a plantar, bajo la amenaza de pérdida de las cosechas, con la sangría de los intermediarios y con el pago en productos manufacturados que ahogan la artesanía y la incipiente industria.

Capaces, digo, de influir torticeramente en el precio de las cosas, de crear hambrunas que utilizan como auténticas armas de destrucción al tiempo que ocasionan desplazamientos de pueblos enteros en cuyas tierras han detectado hidrocarburos o materias preciosas.

No es posible mantenerse en silencio por más tiempo. Desde Bretton Woods han impuesto un modelo de desarrollo nefasto para los pueblos empobrecidos y, por lo que estamos viendo, a las mismas sociedades capitalistas. De adorar al dios Mamón del enriquecimiento rápido y de las leyes de los mercados prodigiosos y perseguir con furor fanático las regulaciones estatales en favor del bienestar general, a exigir la intervención de los Estados para que nacionalicen sus pérdidas y paguen por sus desatinos. Sin rubor han privatizado los beneficios y pretenden socializar las pérdidas de sus economías de casino. Por supuesto, con el dinero de los contribuyentes detrayéndolo de los recursos destinados a la educación, a la salud, a las pensiones y a los ordenamientos legales que tratan de poder remediar a las crecientes dependencias de poblaciones envejecidas.

Es increíble, causa estupor la desfachatez con que abordan la crisis financiera mundial y las repercusiones económicas que pagarán las sociedades más débiles, al pretender que los causantes de tantos desatinos sean los encargados de reinventar el capitalismo.

Una vez más, una mentira nunca llegará a ser verdad pero terminará por creerse a fuerza de repetirla. Y que una proposición no necesita ser cierta para engañar a las gentes. La historia está llena de ejemplos: supersticiones, religiones absurdas, racismo, esclavitud, postergación de la mujer, homofobia, pretendidos derechos divinos de las dinastías, castas y clases superiores “por designio de los dioses”, alimentos prohibidos, etnocentrismos con la famosa “carga del hombre blanco”, pena de muerte legalizada, torturas indiscriminadas, campos de concentración, derechos de conquista y de colonización y de conversión a los nuevos dioses de los invasores, fanatismo religiosos, ideológicos y nacionalistas o de pretendidos “pueblos elegidos” o con patentes de corso para imponer sus dictaduras mentales, políticas y económicas.

 

José Carlos García Fajardo

 Profesor Emérito de la UCM y Director del CCS

Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias  (CCS), España.

http://www.ucm.es/info/solidarios/index.php


https://www.alainet.org/es/articulo/130591

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