Ciencia en América Latina

Creatividad y fuga de cerebros

06/07/2008
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  • Opinión
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El nivel de formación científica es de excelencia en todo el continente. Sin embargo, las condiciones de realización no son las que exige una labor de este tipo.

La ciencia ocupa un lugar de privilegio en el imaginario social de cualquier país, le da un status mundial a cada sociedad. Los inventos y descubrimientos locales llenan de orgullo a los pueblos. Pero, ¿cuánto apoyo reciben los científicos durante sus trabajos? ¿Cuentan con los recursos adecuados para ello? Las condiciones de trabajo presentan diferentes matices entre los países, pero hay un factor común ante la adversidad: la creatividad.

En Argentina existen varios organismos que nuclean a los científicos nacionales. El más importante es el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), que este año festeja su 50° aniversario. El organismo tiene como objetivos fomentar y subvencionar la actividad científica, fomentar el intercambio y la cooperación científico-técnica dentro del país y con el extranjero. Además, otorga subsidios para proyectos de investigación, pasantías y becas para la capacitación y perfeccionamiento de los jóvenes egresados universitarios. El organismo también administra las Carreras del Investigador Científico y del Personal de Apoyo a la Investigación y al Desarrollo.

No obstante, formar parte del sistema de pasantías y becas no es fácil para el investigador principiante. Existen muchas condiciones que limitan la participación y crecimiento de los novatos científicos, como la edad, los antecedentes laborales y contar con un título de postgrado. Además, la última convocatoria fue en diciembre de 2007 y los cargos son ínfimos.

En la actualidad, desde los proyectos aprobados se convoca generalmente a técnicos con formaciones muy específicas. Esto último, genera un doble reduccionismo: solicitar personal de apoyo para un trabajo, sin continuidad laboral asegurada, y exigirle una hiperespecialización que lo limita a determinadas temáticas de estudio.

A estas condiciones se suma el escaso presupuesto con el que cuenta el CONICET para dar subsidios a los proyectos y para pagar sueldos a los miles de científicos que trabajan en el organismo. En total, unos 166.000 dólares para generar conocimiento. Poco y nada.

A pesar de esto, “la productividad de los investigadores del CONICET se refleja a través de su participación en el 68 por ciento de las 17 mil publicaciones de argentinos, que residen en el país, relevadas en bases de datos internacionales de los últimos cinco años”, según datos de la página oficial de la entidad. “Este desempeño es especialmente destacable, teniendo en cuenta que el organismo cuenta con sólo 23 por ciento del presupuesto del Sector Ciencia y Técnica a nivel nacional”.

Con este esfuerzo para poder realizar proyectos con escasos recursos -parecido a un capítulo de realismo mágico- científicos de gran trayectoria nacional destacan algunas mejoras en sus trabajos, como incrementar el presupuesto y permitir de a poco el ingreso de jóvenes investigadores a la carrera.

Zulma Brandoni de Gasparini, Investigadora Superior del CONICET, Doctora en Ciencias Naturales, resulta un ejemplo de ello. Trabajó en situaciones de extremo desamparo de la ciencia, cuando desde el Tesoro Nacional se destinaba una cifra lejana a la actual de 480.700 pesos argentinos.

Fue testigo de la tercera oleada argentina de “fuga de cerebros” que caracterizó el período de fines de los ‘90 y comienzos del 2000. “Ahora se logró frenar e incluso se está trabajando para recuperar a muchos de los que emigraron, principalmente los jóvenes. Este esfuerzo del CONICET por recuperar científicos también se produjo en otras épocas pero aparentemente ahora el resultado es más positivo y esperemos que resulte estable, tanto desde lo político como lo económico”, asegura la investigadora.

Las tres oleadas de fuga de cerebros en Argentina fueron producto de distintas coyunturas. En la primera, durante la década del ‘40, tres mil se fueron por no recibir inversión en sus descubrimientos. La segunda, en 1976, estuvo vinculada a la persecución política a científicos tildados de “subversivos”, debiendo exiliarse en plena dictadura militar más de cinco mil profesionales.

La última oleada fue masiva y tuvo que ver también con la decisión política de no destinar partidas de dinero a la investigación científica. Esto se sumó al empobrecimiento del país en la década del ’90. A diferencia de las otras dos etapas, los cerebros “fugados” eran de jóvenes científicos. Sus destinos fueron mayoritariamente Estados Unidos y Europa.

Para ejemplificar la magnitud de esta etapa, en el año 1993 fueron admitidos en Estados Unidos 72 ingenieros, 44 científicos y 22 matemáticos. En 1999 había 831 académicos argentinos trabajando en las universidades norteamericanas y el total de argentinos trabajando en Ciencia y Tecnología de forma directa o en actividades de apoyo superaba las 10 mil, según datos publicados por la National Science Foundation.

Para entender cómo la cuestión económica resulta decisiva en la decisión del científico que emigra, un estudio realizado en el año 2003 por la economista Diana Suárez, Fuga de cerebros argentinos: un fenómeno que continúa, indica las diferencias económicas entre ser investigador en Argentina y en Estados Unidos.

“Mientras que un investigador del CONICET cobra entre 250 y 500 dólares por mes, un investigador recién iniciado en los Estados Unidos gana entre 18 y 30 mil dólares anuales (entre 1.500 y 2.500 por mes). Mientras que un profesional titular, recibe entre 80 mil y 500 mil por año”, concluye el mencionado trabajo.

Retomando las palabras de la doctora Zulma Brandoni de Gasparini, es trascendental que desde los organismos oficiales se fomente e invierta en la vuelta de los más de 20 mil científicos que trabajan en otros países.

En septiembre de 2007 la secretaria de Ciencia y Tecnología de Argentina organizó el seminario “Hacia la Construcción de Políticas Públicas en el Área de las Migraciones Profesionales”, junto a la Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior (Raíces), dedicada a revincular a expertos en el exterior, mediante diferentes propuestas y programas de cooperación, con un motivo central: la fuga de cerebros.

Entre los debates y propuestas para “repatriar” a los investigadores de profesionales argentinos, uruguayos, paraguayos y chilenos presentes, se planteó crear las redes de cooperación y, al menos, “repatriar sus conocimientos”. Un cuestionamiento es que, si se les pagan becas para estudiar en el exterior, vuelvan a su país para contribuir con sus conocimientos.

Otro caso emblemático de “fuga de cerebros” en la región es el de Uruguay. No hay datos concretos de cuántos jóvenes científicos se van del país hacia Estados Unidos, Canadá y Europa. Tal vez porque sea algo cotidiano, que se deja pasar. Un fenómeno que puede llegar a comentarse entre amigos y conocidos, pero que no se debate como problemática nacional.

A diario, desde el Aeropuerto Internacional Carrasco, profesionales recién licenciados emigran en busca de crecimiento económico y laboral, becas, posgrados y doctorados.

Una escena que se repite es la de Natalia. Una joven que hace un par de horas termina de defender su tesis de Biología, con el bolso armado a su lado. De allí se dirige a tomar su vuelo a Estados Unidos. Canadá o España son los otros destinos elegidos.

Los que se quedan, negocian un subsidio con el Estado. La gran mayoría de los proyectos tiene un porcentaje en la contraparte del presupuesto que es otorgado por organismos privados, fundaciones y divisiones científicas de universidades estadounidenses. Éstos últimos aportan recursos económicos y materiales: computadoras, herramientas de trabajo, equipo de campo, soportes audiovisuales.

Trabajos de este tipo ocurren en Organizaciones no Gubernamentales como Averaves, creada en 2001 por un grupo de estudiantes y graduados de la licenciatura en Ciencias Biológicas de la Universidad de la República de Uruguay. Desde diciembre de 2005 Averaves es una Asociación Civil sin fines de lucro, que tiene como objetivo principal incrementar el conocimiento sobre la avifauna uruguaya, para luego divulgar la información a la comunidad científica y al público en general.

Ante la falta de recursos desde el Estado uruguayo, los jóvenes se las rebuscan para conseguir auspiciantes de otras universidades internacionales. En algunos casos, estos contactos acaban cooptando los profesionales, porque les otorgan becas de perfeccionamiento y terminan residiendo allí por mucho tiempo. Incluso dudando en volver.

El debate sobre la fuga de cerebros uruguaya puede encontrarse en foros de diarios nacionales como La República. Algunos de los comentarios publicados allí, sirven para entender parte de la problemática. Entre otros, se destacan: “Los problemas de Uruguay para retener a sus cerebros son tanto de dinero como la forma de considerar a la edad y la experiencia. El motivo es muy simple: las tasas de pago en Europa o Estados Unidos están situadas en un rango de entre 10 y 20 veces lo que se paga en Uruguay por la misma experiencia y función. A diferencia de lo que sucede en Uruguay donde la edad y la experiencia son un problema, en esos países son ventajas altamente valoradas”.

Infinidad de casos como este se repiten. Los motivos de la emigración son básicamente económicos y profesionales. Las quejas también se repiten: la falta de inversión en la ciencia, el desamparo en el que se encuentran los recién egresados.

En el resto del continente, las experiencias son variadas según los países. No alcanza un artículo periodístico para explicar el impacto de la fuga de cerebros en el resto de la región y el procedimiento a la inversa que se está intentando implementar desde las políticas públicas.

Si bien muchos científicos se van al exterior, también debe destacarse que en América Latina y el Caribe, el crecimiento que experimentó el número de investigadores en los países de la región fue similar al de Estados Unidos. Entre 1994 y 2003 el conjunto de la región logró un crecimiento constante del 33 por ciento. El 80 por ciento de los científicos latinoamericanos trabaja en organismos públicos y aboca su esfuerzo al conocimiento más profundo de sus pueblos y costumbres; de sus ecosistemas; de desarrollar y optimizar sus recursos naturales; de revisar los sistemas políticos y económicos.

En el caso de Chile, la Comisión Nacional de Investigación en Ciencia y Tecnología (CONICYT) tiene un Sistema Nacional de Becas, “creado como un programa destinado a apoyar becas para la iniciación en la investigación, estudios de postgrados nacionales y en el exterior, inserción de postgraduación, retorno de científicos compatriotas y vinculación con el sector productivo”.

Estos subsidios son otorgados por concursos y cuenta con financiación de Rentas Generales, préstamos de organismos multilaterales de crédito, cooperación internacional y fondos transferidos por distintas instituciones públicas y por donaciones. Chile también tiene acuerdos de cooperación bilateral, como el que mantiene con California, entre CONICYT y la Comisión Fullbright.

Invertir en ciencia, tanto en las llamadas exactas y naturales como en las sociales, es invertir en conocer más el territorio, es invertir en el futuro, es advertir sobre lo que está fallando y puede arreglarse, es proponer crecimiento, es fomentar el pensamiento crítico, es intercambiar experiencias y descubrimientos y buscar conexiones globales.

Que los jóvenes se vayan de sus países a crecer profesionalmente afuera no es una anécdota más. Cada país debe destinar más fondos a subvencionar el conocimiento científico y motivar el crecimiento local. Apostar al saber nunca es un gasto.

- Azul Cordo es alumna del Seminario “Periodismo en Escenarios Políticos Latinoamericanos” que se dicta en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.
https://www.alainet.org/es/articulo/128549?language=es
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