Fantástico crecimiento económico y ...bolsas de alimentos para los pobres

21/04/2008
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Lima

Dos semanas atrás, a las 4 de la mañana, una patrulla del ejército peruano tocó la puerta de una casa en uno de los sectores más pobres de Villa el Salvador, a veinte kilómetros al sur de Lima, en un cerro de arena. Un vecino -alarmado, asustado pero decidido a no guardar lo que veía- llamó a Radio Programas del Perú para denunciar el operativo militar. Una hora después, informado por la radio, el ministro de defensa dijo que se trataba de un “operativo piloto” para repartir alimentos por encargo del Ministerio de la Mujer. Las personas que recibieron las bolsas de alimentos pasaron del miedo a la sorpresa. Hace muy poco tiempo, no más de ocho años, los operativos como ése servían para buscar a los llamados terroristas y desaparecerlos en nombre de la democracia. ¿Soldados repartiendo alimentos a las cuatro de la mañana? ¿Donde se ha visto eso? Sí, era posible, no detuvieron ni desaparecieron a nadie; simplemente, entregaron una bolsa de alimentos en cada casa escogida. Por el favor recibido, 25 nuevos soles (9.22 dólares) en aceite, arroz, pescado en conservas y algo más, tuvieron que firmar una planilla mostrando el respectivo documento nacional de identidad. Para las personas que viven en la extrema pobreza, un regalito sorpresivo como ese sólo puede ser bienvenido a pesar de dos inevitables preguntas ¿Y como sabían de nuestros nombres y apellidos y dónde vivimos?, y ¿qué intención escondida habrá debajo de esta repentina bondad?

Luego de la experiencia llamada “piloto”, el programa de distribución de esas bolsas de alimentos está en marcha y mantiene el horario de las cuatro de la mañana para evitar que los vecinos no escogidos por el programa pregunten ¿por qué nos niegan esas bolsas de alimentos, acaso somos ricos?

El gobierno del Sr. García sonríe feliz porque la economía peruana crece como ninguna otra en América del Sur (9 % al año). Al mismo tiempo, suben los precios y la inflación vuelve a aparecer en el horizonte, despertando viejos recuerdos de la maravillosa gestión aprista de 1985-1990 y su inflación anual de siete mil por ciento. Se discute aquí sobre los beneficios del crecimiento usando el verbo chorrear con la inhumana voluntad de ofrecer migajas a los pobres. ¿Hay chorreo o no? En otras palabras: ¿les llega algo de dinero fruto del crecimiento a los más pobres? Unos dicen sí; otros, no o casi nada. Con su reparto matinal de bolsas de caridad, la ministra de la Mujer y el señor Alan García confiesan -queriéndolo o no- que la situación de los más pobres es muy difícil y que es indispensable ofrecerles ese cristiano y caritativo apoyo. “Por poco tiempo, sí, por supuesto, no vayan a creer que se trata de un programa permanente”.

Como no le es posible resolver el problema de la pobreza, el gobierno retoma la antigua y fácil fórmula del reparto de alimentos, urgido por hacer algo para aliviar la suerte de los pobres extremos. Vuelve la caridad como recurso político. Es cierto que una bolsa de alimentos ayuda a mitigar el hambre, pero no resuelve el problema de fondo.

No es gratuito que el Ministerio de Defensa participe en este reparto de alimentos. En los juicios que se realizan en Lima contra el ex presidente Alberto Fujimori y contra los responsables directos de las matanzas en Barrios Altos y en la Universidad de Educación La Cantuta, desfilan decenas de oficiales del ejército acusados de matar, torturar y desaparecer a personas, en nombre de la democracia. Uno de ellos, el general Julio Salazar Monroe acaba de ser condenado a 35 años de prisión por su responsabilidad en el crimen de un profesor y nueve estudiantes de La Cantuta. Llevar alimentos de madrugada en un operativo de aparente paz y amor podría servir para cambiar la imagen de los militares, sobre todo en los barrios de pobreza extrema, donde se encuentra la mayor parte de sus víctimas.

Tenemos ya una larga historia de medio siglo en el reparto de alimentos como recurso para aliviar la pobreza. Todo comenzó en tiempos de don Manuel Apolinario Odría, el general dictador (1948-1956) y su esposa doña María Delgado con los primeros Clubes de Madres y el apoyo de la iglesia católica y algunas iglesias evangélicas y adventistas escogidas para canalizar las donaciones de alimentos de los países llamados ricos. En tiempos de Velasco Alvarado y Morales Bermúdez, 1968-1980, surgieron los primeros comedores municipales. La señora Violeta Correa, esposa del presidente Fernando Belaunde (198O-1985) dirigió un programa de entrega de cocinas para los comedores. Gracias al primer alcalde de izquierda en Lima, Alfonso Barrantes (1983) surgió el programa El Vaso de Leche. Después, ya en tiempos de Fujimori (1990-2,000) se creó el Programa Nacional de Apoyo Alimentario PRONAA. En apretado resumen, los circuitos de caridad para el reparto de alimentos son los siguientes; 1. Desde Europa y Estados Unidos a través de USAID y los diferentes gobiernos llegan los excedentes de alimentos de los países capitalistas, envueltos en papel de regalo. 2. Organizaciones de caridad de las diversas Iglesias (CARITAS, Iglesia católica; OFASA, Adventistas, CARE, Evangélicos) que distribuyen la ayuda enviada por los países capitalistas de más alto desarrollo y la que por su cuenta consiguen entre sus propios miembros y amigos. 3. El Programa Nacional de Apoyo Alimentario PRONAA, como la central estatal de distribución de alimentos.

En los arenales de la tablada de Lurín se creó, en 1971, la Comunidad Urbana Autogestionaria de Villa el Sal Salvador, CUAVES. Y allí se dio un perverso abrazo entre el paternalismo colonial del reparto de alimentos y la reciprocidad andina que se expresa en los comedores populares, en los comités del vaso de leche, en las polladas y las “actividades” de los artistas andinos (músicos, cantantes, danzantes de tijeras, arpistas, violinistas, etc. y en el trabajo familiar de los empresarios andinos alrededor del parque industrial. Si el potencial de reciprocidad y solidaridad de los pueblos andinos se uniera a propuestas de gobierno que privilegien el trabajo y rechacen el paternalismo de la caridad cristiana, otra sería la realidad. En el país que nos tocó en suerte la caridad sigue siendo un elemento principal de su clase política.

Entre 1940 y 1950, comenzaron en Perú los llamados “proyectos de desarrollo”, encargados por los gobiernos y la ayuda internacional a instituciones privadas, organismos estatales, Ongs. Uno de los primeros fue el de Puno Tambopata para formar electricistas y carpinteros con jóvenes salidos de comunidades sin luz eléctrica ni bosques de ningún tipo. Después, surgieron centenares de proyectos gubernamentales y de Ongs con dinero de la cooperación internacional. Se han gastado miles de millones de dólares y el desarrollo no tiene cuando llegar. Se han distribuido millones de toneladas de alimentos y la pobreza sigue ahí, terca, casi inamovible.

Una pregunta es inevitable: ¿No hubo pobres en Perú, antes de 1950? Sin duda sí; pero eran pobres de otro tipo, que comían mejor, no eran tantos ni estaban concentrados en los cinturones de los conos de Lima, por una sencilla razón: entonces Perú tenía algo menos de la mitad de los 28 millones de habitantes de hoy. Los pobres han crecido tanto que las categorías para encuestarlos -clasificarlos y elaborar cuadros estadísticos y muchas figuritas de esas con las que juegan los economistas especialistas en pobreza- han debido multiplicarse. De los sectores llamados A, B y C se han desprendido los C y D. Y si el ritmo se aligera un poco más tendrían que inventar un nuevo sector F. Por ese camino, las personas pobres dejan de ser seres humanos, pasan a ser simples cifras estadísticas, aunque ahora con apellidos, domicilio y DNI, debidamente registrados en una planilla de pobres extremos con múltiples usos en el futuro.

Si no hubiera pobreza en el país no habría circuitos externos de ayuda ni organizaciones religiosas, estatales o privadas de distribución de alimentos, ni comités del vaso de leche, ni comedores populares. Un precioso indicador de cambio económico y social en el país sería la disminución sustantiva de la ayuda alimenticia y del número cada vez menos de comedores populares, por ejemplo. La desaparición del PRONA, de CÁRITAS, OFASA Y CARE sería algo maravilloso para el país porque supondría que ya no habría pobres. No obstante, en vez de disminuir, la caridad se multiplica. No es buena la caridad para quienes la reciben, aunque deja una especie de conciencia tranquila en quienes la ofrecen. A nadie le gusta ser pobre y que le recuerden esa condición con cada distribución de alimentos o de ropa de segunda mano. Tal vez la opción del reparto casi clandestino de ahora tome en cuenta este elemento de amor propio. La solución pasa por exigir y ofrecer trabajo. Pero ocurre que no hay trabajo, que en países como el nuestro una gran parte de la población está excluida del privilegio de tener un empleo. Ya sabemos que el modo de producción capitalista produce desempleo y, por eso, ofrecer trabajo para todos es sólo un recurso electoral, una promesa incumplida.
https://www.alainet.org/es/articulo/127121
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