Nombramiento de Zoellick:

El Banco Mundial al filo del precipicio

16/07/2007
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No es una exageración decir que el turbulento final de la presidencia de Paul Wolfowitz en el Banco Mundial deja a la institución sufriendo el punto más bajo en su credibilidad desde la fundación de la misma, en 1944.

La renuncia por parte de Wolfowitz, en junio pasado, se produjo después de un escándalo desatado cuando se descubrió que había utilizado su posición para dirigir al Jefe de Recursos Humanos de la institución a que otorgara a su entonces pareja, una transferencia con un paquete de beneficios, incluyendo un sustancial aumento de sueldo. Como se demostró en un sumario administrativo llevado a cabo por miembros del Directorio del Banco, las órdenes de Wolfowitz fueron mucho más allá de lo que, para la situación, había recomendado el Panel de Etica del Directorio. A la renuncia se llegó tras dura resistencia por parte del gobierno de Estados Unidos que, dada su propia baja credibilidad, a estas alturas no ve ninguna pérdida en apoyar causas impopulares, y no sin antes obtener, como condición, que el Directorio registrara por escrito su aceptación de la dudosa afirmación de que Wolfowitz había actuado de buena fe.

Para comprender por qué la partida de Wolfowitz reviste tal magnitud, no es suficiente señalar que la partida de un Presidente antes de la finalización de su mandato, por razones no voluntarias o de mala salud, es un hecho sin precedentes en la historia del Banco. Es importante, además, analizar tal hecho en el contexto de tres importantes factores.

Primero, que bajo el liderazgo de Paúl Wolfowitz, el Banco Mundial puso un extraordinario énfasis en convertir a temas como corrupción y “buena gobernanza” en los pilares centrales de su mandato, en la división de trabajo entre las instituciones financieras.

No es ningún secreto que todos los bancos multilaterales enfrentan un difícil momento tratando de encontrar su identidad en la escena del desarrollo multilateral. A la creación de estas dificultades contribuyen varias tendencias. El surgimiento de grandes donantes privados, estilo Bill Gates. El creciente rol de nuevos prestatarios, rol que varios así llamados mercados emergentes como China y Venezuela han comenzado a desempeñar bilateralmente, pero que también ha dado curso a negociaciones tendientes a multilateralizar la creación de fondos alternativos -por ejemplo el Banco del Sur-. El creciente acceso al mercado privado financiero de capitales por parte de países en desarrollo, incluso algunos considerados de bajos ingresos, como Ghana y Tanzania, que evalúan la perspectiva cierta de emitir sus primeros bonos en el mercado internacional. La mayor presión por parte de los sectores más conservadores en la escena política estadounidense, que -si bien con distintos matices- ven a estas instituciones como carentes de justificación en el mundo actual. Último en orden, si bien no en mérito, la labor de la sociedad civil que pone en evidencia la falta de transparencia y rendición de cuentas en estas instituciones por los errores en sus políticas que han sumido a millones en la pobreza extrema, para no mencionar el aumento de la brecha entre ricos y pobres. En este escenario, todas las entidades financieras multilaterales enfrentan tremendos desafíos en continuar reinventándose la manera de sobrevivir y encontrar un nicho que cada vez se asemeja más a una “industria” de asistencia financiera internacional.

El escándalo seguido de renuncia llegó justo cuando el Directorio había aprobado una estrategia anti-corrupción y para promover la “buena gobernanza”. En el proceso de aprobación de dicha estrategia, fuertemente impulsada por la Presidencia, ésta había tenido no pocas controversias con el Directorio. La estrategia tenía la ambición de posicionar este tema como central en la nueva agenda del Banco. Como se demostró en el informe del Directorio, la conducta de Wolfowitz incurrió en una triple violación: de las reglas del personal, el Código de Conducta del Banco y las reglas del contrato mismo. Que el número uno del Banco, al mismo tiempo el más ardiente predicador de la buena gobernanza y la “mano dura” para con gobiernos corruptos, sea encontrado en tal situación es, evidentemente, suficiente para comprometer seriamente la reputación de cualquier organización. Pero agréguese que la organización en cuestión se había arrogado la prédica de la anticorrupción como mandato central que define su identidad dentro de la diversidad de organizaciones internacionales. El resultado puede poner en jaque las bases mismas que justifican la existencia de la institución.

Crisis de legitimidad

Un segundo factor es que el asunto ilustra y da fuerza a los problemas de legitimidad que el Banco enfrenta debido a una estructura de gobernanza anacrónica, carente de transparencia y participación, al igual que el FMI. En el año 2002, gobiernos de todo el mundo acordaron, en el Consenso de Monterrey, incrementar la participación de los países en desarrollo en las organizaciones financieras internacionales. A más de cinco años, exceptuando algunas reformas cosméticas, ninguna reforma se ha materializado, creando un malestar que ya es inocultable incluso entre gobiernos miembros cuyo derecho a voto en las instituciones se ve afectado. La manera en que anticuadas reglas de gobierno en estas organizaciones obstaculizan no solo el mayor poder de voto de los países en desarrollo, sino también su acceso a la gerencia de las mismas, son dos aspectos estrechamente ligados de estas demandas. En efecto, la selección del gerente del Banco y del FMI se efectúa en base a una tradición de corte cuasi-feudal, donde el gerente del Banco es siempre un ciudadano norteamericano, y el gerente del FMI un ciudadano europeo. La base de esta tradición es un acuerdo de caballeros que EE.UU. y los países europeos pueden continuar perpetuando debido, precisamente, al desproporcionado peso de los votos que ambos tienen en el Directorio.

Es más, la necesidad de reformas en la selección del líder de las organizaciones financieras internacionales fue reconocida por parte de un comité ad hoc conjunto de los Directorios del Banco Mundial y el FMI en el 2001. Lamentablemente, la siguiente oportunidad inmediata de poner en práctica las recomendaciones del citado informe fue en la búsqueda del sucesor de James Wolfensohn. La nominación de Wolfowitz por parte de la Administración Bush dos años atrás, desoyó el citado informe así como los llamados de todos los sectores del espectro político por una reforma en el proceso de selección. Bush procedió a su nominación luego de asegurarse que Europa no tendría un frente unido para oponerse a la candidatura de Wolfowitz, después de confirmar el apoyo de Tony Blair, (entonces Primer Ministro de Gran Bretaña). Esto a pesar de los cuestionamientos de varios líderes europeos a Wolfowitz, no solo debido a su falta de cualidades sino debido a su íntima cercanía a la política de la Administración Bush en la guerra de Irak.

BM: El hazmerreír

En este marco, el escándalo puso de relieve, de la manera más vívida, que la carencia de un proceso transparente y competitivo puede generar consecuencias bien tangibles. Miembros del personal del Banco hablan de un daño de largo plazo a la imagen del Banco, posiblemente irreparable. Por ejemplo, personal del Banco en distintos países reportó que el escándalo estaba afectando su capacidad para dialogar con gobiernos de países prestatarios los cuales “se reían de ellos” cuando trataban de abordar temas de gobernanza, transparencia y afines, pidiéndoles primero “pusieran su propia casa en orden”.

Finalmente, un tercer factor es que esta crisis llegó en un momento clave en que los donantes están renegociando la renovación de recursos de la rama del Banco que presta a los países más pobres (la Asociación Internacional del Desarrollo, AID). Debido a la manera en que se decidió poner en práctica la cancelación de deuda decidida en el 2005, que significa incrementar el nivel de las donaciones de AID y, consecuentemente, perder algunos de los reflujos de capital por parte de países prestatarios, AID tiene que reunir una cuantiosa cantidad, equivalente a 165 por ciento de lo que reunió la última vez. El escándalo al nivel más alto de la estructura del Banco sin duda presta credibilidad a quienes critican el uso de dinero público para aumentar el financiamiento para la AID, y la somete al riesgo de una disminución de tamaño que, lógicamente, se traduciría en acotar su esfera de influencia.

Robert Zoellick tampoco es la salvación

En un momento así, el Banco se hubiera beneficiado de un movimiento refrescante y dramático en su liderazgo, que pudiera renovar expectativas y recrear, al menos, una ilusión de legitimidad. De hecho, a medida que se conocían más detalles sobre el asunto Wolfowitz, haciendo su renuncia inevitable, los llamados por un proceso de selección abierto, transparente y competitivo se renovaron con mayor vigor. Sin embargo, el gobierno norteamericano, con el mismo celo con que defendió la actuación de Wolfowitz, se empeñó en mantener la “tradición” en el proceso de selección y se apresuró a ofrecer su candidato, Robert Zoellick.

Para su credibilidad, el Directorio del Banco dio algunos pasos positivos. Hizo públicos los requisitos que evaluaría para nombrar al próximo presidente: “Un firme compromiso con el desarrollo”, “apreciación por la cooperación multilateral”, “objetividad e independencia política”, entre otros. Sin embargo, el nombramiento de Zoellick, único candidato que, en definitiva, fue postulado, puso punto final a las especulaciones de reforma. En efecto, la decisión de nombrar a alguien tan cercanamente asociado a la política estadounidense en materia comercial, no ofrecía muchas esperanzas de objetividad e independencia. Aún peor es la perspectiva en cuanto a los otros criterios. Zoellick fue quien, en el 2001, no tuvo reparos en utilizar la tragedia del 11 de setiembre para forzar el comienzo de una nueva ronda de negociaciones comerciales en la OMC. La palabra “desarrollo” se convirtió en un mero rótulo que permitió abrir una ronda de negociaciones que hasta hoy no se puede llevar a buen término dada la inocultable realidad de que de desarrollo tiene muy poco. También quien, en Cancún en el 2003, después de que unos noventa países rechazaran el borrador de negociaciones, dada la evidente falta de atención a sus pedidos, dijo que tales países tenían una actitud de “no puedo” y que él trabajaría solamente con los países que tomaran una actitud de “puedo” -probablemente aquellos dispuestos a aceptar, de manera acrítica, los objetivos negociadores de Estados Unidos-. Y él fue quien estableció un estrecho nexo entre la política comercial y de seguridad estadounidense diciendo que los TLCs con Estados Unidos eran un privilegio que sólo les correspondía a países que cooperaran en la agenda de seguridad norteamericana (cuando él lo dijo, esto significaba enviar tropas a Irak).

Es cierto que el Directorio, además de recibir la candidatura enviada por Estados Unidos, invitó a otros países a presentar sus propios candidatos. Pero aquí es donde está la esencial falencia del Directorio: no asegurar que el proceso fuera competitivo, es decir, requerir que más de un candidato fuera considerado. En tal contexto, los mejores criterios no sirven de mucho. Si sólo hay un candidato, como fue el caso, es imposible saber cómo le fue en esta evaluación ya que la misma no va a afectar el resultado.

Nunca antes el Banco Mundial había tenido tan poca credibilidad. Nunca antes había necesitado tanta. Pero con la decisión de la Administración norteamericana de impulsar la candidatura de Robert Zoellick, y la decisión del Directorio de aprobarla, las posibilidades de renovar esa credibilidad se han desvanecido.

- Aldo Caliari es el Director del Proyecto Repensando Bretton Woods, en el Center of Concern, Washington D.C.
https://www.alainet.org/es/articulo/126477
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