Derrumbe de ladrillos

10/10/2007
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Las deudas adquiridas por las familias, las empresas inmobiliarias y las compañías constructoras españolas en los últimos años superan el billón de euros (con b, no miles de millones) equivalente al PIB, la riqueza que genera al año todo el país. Junto con el crecimiento del turismo, este desarrollo inmobiliario ha situado a España como la octava potencia mundial. Esa fuerza comienza a convertirse en una gran debilidad.

Algunos expertos habían alertado sobre los peligros de este crecimiento metastático que está frenando la economía de millones de españoles en la actualidad. A diferencia de las inversiones destinadas a la investigación, a la agricultura o a la industria, las que se destinan a la construcción no generan una riqueza duradera ni puestos estables de trabajo, ocupados por inmigrantes y amenazados por la caída del sector.

Los tipos de interés que muchas familias pagan a los bancos en forma de hipotecas crecen cada vez más. Por su parte, los bancos ponen cada vez más dificultades a la hora de renovar las hipotecas. Las inmobiliarias y los dueños de las viviendas comienzan a encontrar serias dificultades para vender sus propiedades.

Además, los bancos han dejado de conceder préstamos a las constructoras para comprar terrenos que tendrían que pasar por un proceso de recalificación para dejar de ser ‘rurales’. Como consecuencia, los analistas estiman que la construcción de viviendas pasará de 850.000 al año – el número de viviendas construidas cada año en Francia y en Alemania juntas - a 500.000.

Algunos empresarios atribuyen la quiebra de empresas inmobiliarias, como Llanera, a un error en sus planteamientos económicos en relación a las necesidades reales. Así como al excesivo número de terrenos calificados como rurales que estaban pendientes de recalificación. Sin embargo, basta con estudiar el paisaje español para caer en la cuenta de que el desarrollo inmobiliario no sólo ha incurrido en la desproporción, sino que ha agredido al medioambiente. Las afueras de Madrid, las costas de Valencia y de Murcia han sufrido una transformación total en los últimos diez años a causa de la especulación financiera con dinero de dudosa proveniencia en muchos casos.

Una gran proporción de los préstamos concedidos a las empresas inmobiliarias se han destinado más a gastos de marketing y de publicidad que a la construcción de viviendas. Los bancos han cerrado esa llave de financiación, los precios de la vivienda han seguido aumentando, la gente ha dejado de comprar y, como consecuencia, las inmobiliarias no tienen los ingresos previstos que les permita mantenerse a flote.

El panorama en España preocupa a muchos. Desde hace más de un año se han convocado manifestaciones en todo el país a favor de una vivienda digna no sólo por los precios de los pisos y departamentos, sino por los precios del alquiler. También han surgido movimientos okupas con militantes que ocupan viviendas vacías que no se venden ni se alquilan. Muchos ciudadanos y algunos legisladores piden regulación para que no exista la desproporción actual entre los precios de la vivienda y la disponibilidad de espacios donde vivir para las personas.

La urbanización de la población mundial, más de la mitad vive en las ciudades, obliga a los Gobiernos de muchos países en todo el mundo a estudiar el fenómeno económico que se dio primero en Estados Unidos con las hipotecas basura y ahora en España con la quiebra de algunas empresas. Las grandes ciudades de América Latina, de África y de Asia reciben el impacto del éxodo rural por las crisis agrícolas y la falta de oportunidades.

En Europa, el alquiler se presenta como una alternativa a la compra debido a la precariedad laboral y a la movilidad crecientes de los puestos de trabajo a nivel nacional e internacional.

Detrás del fondo de los fenómenos inmobiliarios se esconden otros modelos de consumo basados en el crédito y en la hipoteca, que, como sucede con la deuda externa, genera intereses sobre los intereses. Las personas se someten a distintos modelos de consumismo para vivir por encima de sus posibilidades y a deudas que crecen junto con los tipos de interés. Si España y los países tentados a “desarrollarse” de manera espectacular quieren perder su dependencia en los ladrillos, tendrán que construir de una forma más razonable y acorde con las realidades sociales.


- Carlos Mígueles es periodista

Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.

 ccs@solidarios.org.es

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https://www.alainet.org/es/articulo/123698
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