Utopía democrática

28/05/2007
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El buen comportamiento democrático se funda en una utopía, un total acuerdo sobre el orden social, y por tanto en la relación amigo/opositor; ambos acogidos dentro de la relación democrática. Ésta entendida como, un espacio de solución a los conflictos de las relaciones humanas, espacio de tolerancia, respeto a los derechos humanos y de discusión ilimitada. Es decir, homogéneo y vacío.

 Se despliega un voluntarismo democrático que soslaya los conflictos del mismo sistema social pactado. Al estallar el conflicto (sea este del disidente aislado, los grupos localizables/aislables, o bien, movimientos sociales articuladores/anti-sistémicos) aparece éste, como una ruptura de esa armonía democrática, y por tanto, esta ruptura es amoral. Él o la que insita al conflicto (el no bueno) es transformado en enemigo sistémico y de la misma ilusión democrática surgen los argumentos y los medios para su destrucción.
 
Surge la sustentación verdadera de todo proyecto político: amigo/enemigo. La tarea política es la reagrupación de los amigos y enemigos en nuevo pacto. La alianza política se origina en esta tensión. El olvido de esta tensión recae en la ilusión amigo/opositor. La unidad política se gesta en esta tensión primaria y sólo en ella se sustenta. De ella surgen los pactos entre amigos y enemigos, ó en el más de los casos vendedores y vencidos. Todo es organizado políticamente. Esta asimetría fundante es el origen legítimo y legal del derecho: del Imperio de la Ley.
 
El derecho se funda sobre la imposición de los amigos/opositores que desplaza a los enemigos. El orden social es resultante de este conflicto. Se trata de un conflicto por el orden. El orden social constituido nace entonces fuera de todo parámetro legal y de derechos humanos. El imperio de la Ley surge de algo diferente de sí: del desorden violento, del imperio de la violencia.
 
El olvido de este origen mitifica la democracia un doble nivel:
 
  1. Para los cientistas sociales siguiendo la máxima de Weber “(…) una ciencia empírica no puede enseñar a nadie que debe hacer, sino únicamente que puede hacer, y, en ciertas circunstancias, que quiere” (Ensayos sobre metodología sociológica. Buenos Aires: Amorrottu. Pág. 44), se hacen estudios sobre democracia procedimental o minimalista. En el mejor de los casos, al hacer una ampliación del concepto científicamente comprobable de la democracia de sus hipótesis de estudio (tamizadas por variables e indicadores), decantan en su movimiento lo factible de lo no-factible. Con ello se prohíben algunos objetos de conocimiento y desde su valoración sistémica objetiva acusa el deber ser, a través de lo que no debe ser; por ilusorio. La ciencia descalifica juicios de valor y estructuras de valores enteras en nombre de la ciencia, siempre y cuando argumente y compruebe su no factibilidad. Los elimina en este caso del campo de la posibilidad hacia al cual se dirige la decisión política y por tanto los elimina como objetivos de la misma política. Para el hombre político, un juicio de valor está ya descalificado en el momento en el cual su objetivo es calificado como no factible. Siendo la política la transformación de posibilidades en realidades a través de juicios de valor, de hecho en el plano político un objetivo está prohibido en el momento en el cual resulta no factible.
  2. Legitima y legaliza las acciones destructivas de los seres humanos concretos en pos de los ideales de los valores universalizados e intemporalizados de: la democracia, la paz, el orden, el buen ciudadano, el Imperio de la Ley, etc. Lo que gesta un círculo necrológico: cuanto más se lucha por esa utopía democrática deshistorizada y mítica (i.e.) se goza menos del proyecto social democrático. El goce social e individual se traduce en la miseria y el dolor que se produce a los enemigos.
 Así, con estas dos vías, se argumenta la utopía democrática del mero orden formal (homogéneo y vacío) que sacrifica seres humanos en relaciones sociales asimétricas de carácter sociohistórico. Olvida cómo el orden social se funda en sus diversas fragmentaciones abiertas diversamente articuladas, y olvida, también, que ese orden social es una totalidad sociohistórica sin un afuera de sí; precisamente, por su carácter de auto-producción humana.
 
Desde esta perspectiva lo político se comprende como la posibilidad de articular amigos y enemigos, en un frágil equilibrio, tal que, se pueda evitar el suicidio colectivo por referencia a un ideal democrático no historizado. Es decir, que no olvida las condiciones sociohistóricas (económicas, políticas, libidinales, simbólicas) que hicieron factible aquello que aparecía como imposible, y con ello, abre toda posibilidad para su transformación antropo-socio-histórica. Lo cual, efectivamente, no deja de ser una teología política ó utópica.
 
(Texto redactado en el espíritu de “El concepto de lo político” Carl Schmitt )
 
Javier Torres Vindas
Sociólogo y linotipista
https://www.alainet.org/es/articulo/121401
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