Los árabes proponen, Israel dispone

04/04/2007
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En el verano de 1982, mientras las tropas israelíes bombardeaban los baluartes palestinos de Beirut, los ministros de asuntos exteriores de la Liga de Estados Árabes se reunían en Riad para coordinar sus actuaciones frente a la “agresión sionista”. Aunque los conciliábulos finalizaron con una virulenta condena a la Operación Paz en Galilea, ideada por el entonces Ministro de Defensa hebreo, Ariel Sharon, no se alcanzaron acuerdos.

Un joven diplomático occidental que presenció el encuentro se dirigió al príncipe Fahd, jefe de la diplomacia saudita y futuro monarca wahabita, con la inocente e inoportuna pregunta: “¿Qué se puede hacer para salvar la vida de los pobres palestinos de Beirut, de los campamentos de refugiados del Sur de Líbano?” La respuesta del anfitrión: “Más vale que los judíos los maten hasta el último; de este modo, nos quitaremos un problema de encima…”

Unos meses más tarde, durante la reunión de la Liga Árabe celebrada en Fez, el príncipe Fahd presentó un plan de paz que contemplaba el reconocimiento del Estado de Israel; un documento rechazado por la mayoría de los países pertenecientes a la Liga.

El 28 de marzo de 2002, los Estados miembros de la agrupación regional aceptaban unánimemente la “iniciativa de paz” elaborada por el heredero de la Corona saudí, el príncipe Abdallah. Dicho documento contemplaba la retirada de Israel de la totalidad de los territorios ocupados a partir de 1967 (Cisjordania, Gaza, el Líbano y los Altos del Golan); la solución del problema de los refugiados palestinos, sobre la base de la resolución 194 de la ONU , que consagra el derecho de retorno de las personas desplazadas y/o el pago de compensaciones económicas; la creación y el reconocimiento internacional de un Estado palestino en Gaza y Cisjordania, con capital en Jerusalén. La Liga Árabe se comprometía a reconocer a Israel, establecer relaciones diplomáticas “normales” con las autoridades de Tel Aviv y garantizar la seguridad de todos los Estados de la región.

Pocos días después, la propuesta saudita fue rechazada por el Gabinete Sharon. Corrían otros tiempos: la Administración Bush , involucrada en los combates de Afganistán, primera etapa de su guerra global contra el terrorismo, no parecía muy propensa a escuchar la voz de sus aliados árabes. Más aun; el inquilino de la Casa Blanca se negaba a comprender las motivaciones de Osama Ben Laden. Por otra parte, los neoconservadores de la Administración republicana se resistían a hacer cualquier gesto que hubiese podido irritar a Israel, incondicional aliado estratégico de Washington en Oriente Medio. La iniciativa saudita quedó relegada a un segundo plano.

Hoy, George W. Bush tiene que reconocer el fracaso de su proyecto del Gran Oriente Medio. La democracia made in USA no se impone con las armas ni se exporta a través de las ondas hertzianas. La democracia surgirá en la afligida región de Oriente Medio cuando finalice la ocupación extranjera, cuando se acabe “el” conflicto israelo-palestino, que alimenta, desde 1947, el malestar de los árabes, fomentando el radicalismo religioso y la pervivencia de obsoletos regímenes autocráticos.

Los consejeros del Presidente Bush apuestan por la llamada “baza saudí”, un mayor protagonismo de la diplomacia de Riad en la región. Según los expertos de la Casa Blanca , los saudíes tienen la ventaja de ser más conservadores que los actuales interlocutores de las partes en el conflicto, los egipcios o los jordanos, y de disponer de un argumento de peso: medios económicos para financiar (¿comprar?) la paz.

La nueva iniciativa saudí, sencilla y sensata, tropezó de entrada con el rechazo del Gobierno de Ehud Olmert. “Israel no acepta las imposiciones”, manifestó el Primer Ministro hebreo. Sin embargo, ante la presión de Washington, el dignatario israelí se vio obligado a rectificar ofreciendo a los árabes un diálogo de (¡cinco años!) destinado a despejar la vía hacia la paz.

Quienes conocen los rudimentos del sistema político israelí saben que eso equivale a una maniobra dilatoria. En el caso de aceptar la propuesta, los miembros de la Liga Árabe contarán, dentro de cinco años, con otro Gobierno hebreo, que procurará cerrar en falso este proceso. Dentro de cinco años, otro inquilino de la Casa Blanca entrará a su vez en el complejo proceso electoral que paraliza la política exterior. Dentro de cinco años, habrá más muertos israelíes y palestinos. Y la vieja política de los parches se habrá impuesto, una vez más.

- Adrián Mac Liman, escritor y periodista, es miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París)

Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/es/articulo/120370
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